ORACIONES INICIALES
Por la señal de la Santa Cruz ✠ de nuestros enemigos ✠ líbranos Señor ✠ Dios Nuestro.
En el Nombre del Padre, del Hijo ✠ y del Espíritu Santo. Amén.
¡Oh Virgen Santísima Inmaculada, belleza y esplendor del Carmen! Tú, que miras con ojos de particular bondad al que viste Tu Bendito Escapulario, mírame benignamente y cúbreme con el manto de Tu maternal protección. Fortalece mi flaqueza con Tu Poder, ilumina las tinieblas de mi entendimiento con Tu Sabiduría, aumenta en mí la Fe, la Esperanza y la Caridad. Adorna mi alma con tales gracias y virtudes que sea siempre amada de Tu Divino Hijo y de Ti. Asísteme en vida, consuélame cuando muera en Tu amabilísima presencia, y preséntame a la Augustísima Trinidad como hijo y siervo devoto Tuyo, para alabarte eternamente y bendecirte en el Paraíso. Amén.
PARA MEDITAR HOY
En "La Hormiga de Oro" correspondiente al 16 de Julio de 1887, contaba el popular escritor barcelonés Don Francisco de Paula Capella el siguiente hecho: "Hace treinta años presenció Barcelona un espectáculo conmovedor. Era el 16 de Julio, Festividad de Nuestra Señora del Carmen, y en las Ramblas y llano de la Boquería se veía a un grupo que iba engrosando por momentos. Los hombres estaban llenos de admiración, y las mujeres lloraban enternecidas. Un hombre de mediana edad, tostado por el sol de los trópicos, vestido de un hábito burdo, ceñido con una cuerda y atada al cuello una larga cadena que le arrastraba por el suelo andaba a gatas, y desde el barrio marítimo de Barceloneta se dirigía de aquella suerte al templo de Nuestra Señora de Belén.
La fatiga que esto ocasionaba al penitente era indecible: sus rodillas se habían desollado a causa de la distancia, y las gotas de sangre que marcaban el empedrado eran las huellas que dejara a su paso. El peso de las cadenas, lo violentó de su posición y el sol canicular que caía sobre su cabeza, le hacían sudar a mares y ocasionaban un resuello fatigoso, moviendo los ánimos a la compasión.
Llegado frente al altar de la Virgen del Carmen, besó tres veces el suelo, se incorporó sobre sus rodillas y, poniendo los brazos en cruz, según se lo permitía la fatiga, exclamó sollozando: - ¡Gracias, Madre mía!, ¡gracias, Virgen del Carmen! No en vano invoqué vuestro auxilio en deshecha tempestad. Nuestro buque iba a sumergirse en el airado Océano. Íbamos a morir sin remedio, y el recuerdo de mis pobres hijos y de mi desgraciada esposa me hacía llorar. En medio de la desesperación de mis compañeros, recordé las oraciones de mi madre y de mi esposa. Cogí el Escapulario que mi esposa me puso el día de nuestra despedida; le estampé un beso de ternura, y volviéndome hacia el cielo cubierto de nubes y cruzado por el rayo, entre la voz tremenda del trueno y el bramido de las olas que iban a tragarnos, flotando de rodillas, grité: -"¡Virgen del Carmen, sálvanos, que perecemos!. Tened piedad de nuestras esposas y de nuestros inocentes hijos. Hago voto, si nos libras de la muerte, de visitaros en vuestra capilla del Carmelo, en el templo de Belén, Barcelona, arrastrándome por el suelo con una cadena al cuello". La Virgen escuchó mi voto; calmóse al instante la tempestad, y el arco iris brilló en el firmamento. "Allí os vi a Vos, Madre mía, como en trono de mil colores, con vuestro manto blanco y vuestro hábito pardo del Carmelo". Así dijo en medio de la conmoción de todos los circunstantes, y comenzó un oficio solemne en honor de la Virgen del Carmen".
por el Padre Rafael María López-Melús, O. Carm.
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