domingo, 29 de septiembre de 2024

GLORIOSÍSIMO PRÍNCIPE DE LA MILICIA CELESTIAL, SAN MIGUEL ARCÁNGEL

 

Michaël et Angeli ejus prœliabantur 
cum Dracone et Draco pugnabat 
et angeli ejus et non valuerunt 
neque locus inventus est 
eorum amplius in Cælo

Apocalipsis, cap. 12, vers, 7-8



               San Miguel es uno de los siete Arcángeles; está entre los tres espíritus angélicos cuyos nombres aparecen en la Biblia. Los otros dos son San Gabriel y San Rafael. La Santa Iglesia Católica da a San Miguel el más alto lugar entre los Arcángeles y demás Coros Celestiales, puesto que le llama "Príncipe de los Espíritus Celestiales" y también "Jefe o Cabeza de la Milicia Celestial".

               El mismo nombre de Miguel, nos invita a darle honor, ya que su nombre evoca la batalla diaria que hemos de librar los Católicos contra los enemigos de Dios y de la Santa Iglesia, y es que Miguel significa "Quién como Dios". Por eso se le representa como un Ángel guerrero, espada en mano, pues capitaneó el Ejército de Dios que expulsó a los ángeles rebeldes de las esferas celestes; por eso es normal comprender que su sólo nombre causa pavor en el mismo infierno. ¡De cuántos males nos libraría en esta tierra si le fuésemos fieles devotos!.

               San Miguel Arcángel, tiene además, como especial misión, presentar nuestras almas a Dios justo después de morir, en el momento del Juicio Particular; de alguna manera actuará como abogado o fiscal en nuestra causa y tratándose del Príncipe de los Ángeles, ¿acaso no influirá su intercesión por nosotros?. Otro motivo más para empezar a ser devotos sinceros de este Defensor de la Iglesia.



Tríptico diseñado para ser impreso a dos caras,
junto con la otra parte que aparece más abajo.
Toca sobre la imagen para verla en su tamaño original

               San Miguel es figura principal entre los que sirven inmediatamente al Trono del Señor y bajan a la tierra para anunciar o hacer cumplir Sus Designios. Fue Protector del Pueblo de Dios, de Israel, en la Antigua Ley, pero ahora lo es de la Iglesia de Cristo, en el Nuevo Testamento. En la Sagrada Escritura ha hallado su fundamento la Piedad popular de todos los tiempos para erigir a San Miguel en Príncipe de los Ejércitos Celestiales, guerrero victorioso en las luchas cósmicas contra el espíritu rebelde, el Dragón de las tinieblas.

               Daniel, el Profeta de las Revelaciones Angélicas, nos da a conocer el nombre de nuestro Arcángel. Miguel, llamado gran jefe de los israelitas, que luchan por la liberación del pueblo de Dios, desterrado y sometido al dominio persa. Allí mismo se habla de los príncipes de Persia y de Grecia, refiriéndose, según el común sentir, a los Ángeles Guardianes de estas naciones.

                El Apocalipsis, nos presenta a San Miguel en su misión definitiva, culminante. Ante la aparición de la Mujer, símbolo de la Purísima María y de la Santa Iglesia, con su Hijo, en el Cielo se traba una batalla. Miguel y el Dragón frente a frente, el Arcángel fiel contra el soberbio ángel de la luz. Cada uno manda un ejército de Ángeles. Vence San Miguel y el Dragón es precipitado y sepultado para siempre en el Infierno.

                De esta visión del Profeta de Patmos se derivan las imágenes medievales del guerrero de alas brillantes con labrada armadura, al que no le falta la lanza que destruye al dragón, vencido a sus pies.




               La Iglesia misma reconoce los privilegios de San Miguel en las Letanías de los Santos, en las que le asigna el primer lugar detrás de la Santísima Virgen, y es que, como enseña la Piedad tradicional, la poderosa protección del Arcángel guerrero, no nos abandona ni después de la muerte.

               En el momento solemne de ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa por sus difuntos, la Santa Iglesia le invoca, para que presente las almas de los Fieles Difuntos ante la Luz Santa del Juicio Divino.



Seguro que te interesará leer este otro artículo



sábado, 28 de septiembre de 2024

SOBRE LA INMACULADA CONCEPCIÓN, en el 170 Aniversario del Dogma

 


                Las Cortes de Castilla, reunidas el 17 de Julio de 1760, le solicitaron a Carlos III que volviera a insistir con tozudez secular para conseguir lo que le pueblo anhelaba, y así hizo como propio. Escribe el 28 de Agosto al Papa Clemente XIII, por medio de su ministro en Roma, Don Manuel de Roda. La contestación es rápida, el 8 de Noviembre de 1760, con el Breve "Quantum ornamenti", donde se concedía lo pedido (rito doble e indulgencia plenaria). La insistencia real dio algunos frutos más: la Bula "Quum primum", de 17 de Enero de 1761, permitía el uso del Oficio y Misa compuestos por Nogarol en el Papado de Sixto IV, incorporar a la Letanía Lauretana la invocación "Mater Immaculata", y a extensión del Patronato de la Concepción en España a todo el Clero regular y secular (rito doble de primera clase y Octava, concediendo indulgencia a los Fieles que en su día visitasen alguna iglesia). Pero las tibias relaciones entre el rey y el Papa, del que sólo se le arrancaban pequeñas victorias, se fue al traste cuando se expulsaron a los jesuitas de España.

               Sin embargo, Carlos III, desde el momento en que el franciscano Giovanni Vincenzo Antonio Ganganelli fue elegido Papa, como Clemente XIV, ya le estaba insistiendo. Lamentablemente, sus sucesores poco hicieron, y mucho menos la usurpadora Isabel, que no tuvo más mérito que el de la coincidencia cronológica en la proclamación del Dogma en 1854. El Liberalismo ya había penetrado en España, por eso el gobierno de O´Donnell prohibió la publicación de la Bula en el país, argumentándose que, según el Concordato, ningún soberano extranjero podía legislar en España, además de que no se habían solicitado los permisos para la publicación de Bulas y Breves. Sería en Mayo del año siguiente, con reparos, cuando se publicó oficialmente el documento.



martes, 24 de septiembre de 2024

NUESTRA SEÑORA MARÍA SANTÍSIMA DE LA MERCED

  



               El Padre Gaver, en el 1400, relata como Nuestra Señora se aparece a San Pedro Nolasco en el año 1218 y le revela Su deseo de ser Liberadora a través de una Orden dedicada a socorrer a los cristianos cautivos en tierras infieles.

               Ante la visión de la Virgen Santísima, San Pedro Nolasco, confundido por tal gracia, le pregunta:

               "¿Quién eres Tú, que a mí, un indigno siervo, pides que realice obra tan difícil, de tan gran caridad, que es grata Dios y meritoria para mi?"

               Nuestra Señora le responde:

                "Yo soy María, aquella en cuyo vientre asumió la carne el Hijo de Dios, tomándola de Mi sangre purísima, para reconciliación del género humano. Soy Aquella a la que dijo Simeón cuando ofrecí Mi Hijo en el Templo: "Mira que éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel; ha sido puesto como signo de contradicción: y a Ti misma una espada vendrá a atravesarte por el alma"

               ¡Oh Virgen María - prosiguió el Santo- Madre de Gracia, Madre de Misericordia! ¿Quién podrá creer que Tú me mandas? 

                "No dudes en nada, -sentenció Nuestra Señora- porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel (es decir, entre los cristianos) y serán signo de contradicción para muchos."

               Para llevar a cabo esta misión, el 10 de Agosto de 1218, San Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Virgen María de la Merced de la redención de los cautivos, con la participación del Rey Jaime de Aragón y ante el Obispo de la ciudad, Berenguer de Palou.

               Por la confirmación del Papa Gregorio IX aprobó la Orden el 17 de Enero de 1235; la ratificó en la práctica de la Regla de San Agustín; le dio carácter universal incorporándola plenamente a su vida y sancionó su obra como "Misión en el pueblo de Dios".



lunes, 23 de septiembre de 2024

PADRE PÍO, SACERDOTE SANTO, VÍCTIMA PERFECTA

   

               El Padre Pío nació el 25 de Mayo de 1887, en una aldea llamada Pietrelcina, al sur de Italia, en la provincia de Benevento; sus padres, Horacio Forgione y Giuseppa de Nunzio eran unos humildes agricultores, que encomendaron su protección al Seráfico San Francisco de Asís, por eso le bautizaron con su nombre. Con el pasar de los años, el Padre Pío se configuraría con aquél Santo no sólo por pertenecer a su Orden, sino por llevar en su cuerpo los estigmas de la Pasión.

              Desde muy niño fue profundamente sensible y espiritual; así a la corta edad de cinco años, se ofreció al Señor como Víctima y comenzó a tener frecuentes visiones de su ángel custodio, de Nuestra Señora la Virgen y del mismo Jesucristo, visiones estas que le acompañarían el resto de su vida.




               Pero también el Demonio se le representaría de distintas maneras; cuando esto ocurría, nunca le falló la ayuda su ángel de la guarda o incluso de Nuestro Señor, que ponían al diablo en fuga.


"Cada Misa escuchada con devoción, produce
en nuestra alma efectos maravillosos,
abundantes gracias materiales y espirituales
que no alcanzamos a comprender.
A tal fin, no malgastes tu dinero, sacrifícalo 
y ven a escuchar Misa. El mundo puede existir 
sin el sol, pero no puede existir sin la Misa."

(Padre Pío)


               Siendo apenas un adolescente, Francisco manifestó su deseo de ser franciscano capuchino. Ya que la familia era sumamente pobre, su padre se vio obligado a emigrar a Estados Unidos y Jamaica, en busca de medios económicos con los que sustentar la carrera eclesiástica de su hijo.

               La víspera de su entrada en el Noviciado Capuchino de Morcone, el futuro Santo recibió la visita de Nuestro Señor, que le animó a seguirle; también la Virgen Santa le consoló y prometió ayuda en el camino que iba a comenzar. Al tomar el hábito, cambió el nombre de Francisco por el de Pío.

               Años más tarde, el 10 de Agosto de 1910, Fray Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento; como recuerdo de aquél día, el ya Padre Pío escribió: “Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un Sacerdote Santo y una Víctima perfecta”.

               Aquejado por su débil salud, pasó algún tiempo en su pueblo natal, donde vivía retirado en una pequeña choza; fue precisamente allí donde sufrió los síntomas de unos estigmas aún invisibles, pero que de cierto le hacían padecer como un auténtico crucificado. Aturdido, confundido por semejante gracia, rogó al Señor que nunca se hicieran visibles aquellas heridas que ya sufría.

               Continuaba su convalecencia en Pietrelcina, pero el demonio no dejaba de molestarle; se le manifestaba de diversas maneras, unas veces con forma de animales, otras de mujeres en actitudes lascivas… sin embargo, era después consolado por aquellas visiones celestiales que desde su infancia le acompañaban. Su Santo Ángel Custodio, San Francisco, la Purísima Virgen María, le sostenían y aumentaban el sentido del continuo sufrimiento que iba a padecer pronto, cuando se asemejase con Cristo en los sufrimientos de la Pasión.


"Durante el día, cuando no puedas hacer otra cosa,  
       llama a Jesús, en el medio de tus ocupaciones,
      con gemido resignado de tu alma, y El vendrá,
          quedará siempre unido al alma por medio 
   de Su gracia y Su santo amor. Vuela con tu espíritu 
       hacia el tabernáculo, cuando no puedas llegar
         con tu  cuerpo, y desahoga allí tus deseos...
  habla, reza, abraza al dilecto de las almas mejor aún
       que si lo pudieras recibir sacramentalmente."

(Padre Pío)


               El 12 de Agosto de 1912, sufrió -a semejanza de Santa Teresa de Jesús y de Santa Verónica Giulianni- lo que era tener herido el corazón por el Amor de Dios. Así mismo lo narró él en una carta a su director espiritual: “Estaba en la iglesia haciendo la acción de gracias tras la Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego, hirviendo en llamas, y yo pensé que iba a morir”.

               Tras un largo período en su Pietrelcina natal, el Padre Pío, casi recuperado de sus dolencias físicas y por orden de sus superiores, se dirige a Foggia el 17 de Febrero de 1916, para pocos meses después, entrar en el convento de San Giovanni Rotondo, donde probaría si salud mejoraba por el particular clima de la región. Los superiores del Padre Pío, al comprobar que era aquel el lugar donde más alivio encontraría para sus dolencias, se resolvieron a enviarle definitivamente allí. Desde que entró, el 4 de Septiembre de 1916 hasta su muerte, jamás volvió a salir de aquel convento.

               Durante la Primera Guerra Mundial, el Padre Pío sería llamado a filas hasta en tres ocasiones, pero siempre sería devuelto al convento por su pésima salud.




               Cuando apenas había pasado un mes de la transverberación, una nueva gracia espiritual marcaría el resto de la vida del Padre Pío. De nuevo, tenemos conocimiento exacto de los hechos a través de una carta que él mismo escribió a su director espiritual:

                “Era la mañana del 20 de Septiembre de 1918. Yo estaba en el coro, haciendo la acción de gracias de la Misa y sentí que me elevaba poco a poco siempre a una oración más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo, que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz, que más bien parecían flechas que herían las manos, los pies y el costado.

                 Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban hasta hacerme perder las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios.”

             Pero a estas dolorosas experiencias, se le sumaría la de la incomprensión humana; el Padre Agustín Gemelli, franciscano, doctor en medicina, se acercó al convento de San Giovanni Rottondo para examinar los estigmas del Padre Pío, que se negó, ya que el Padre Gemelli no traía consigo autorización alguna. Eso fue el detonante para que el médico franciscano publicase un artículo calificando al Padre Pío de neurótico y se ser él mismo el que se había autolesionado.

             Por tal motivo, la Santa Sede, confiando en el juicio del Padre Gemelli, tomó la decisión de “aislar” al Padre Pío durante casi diez años, entre 1923 y 1933, donde se le requisaba hasta la correspondencia epistolar. Durante todo ese período no dejó de sufrir la Pasión de Nuestro Señor.

             Al estar tan configurado con Nuestro Señor, el Padre Pío vivía la Santa Misa como en lo que en realidad es: un Sacrificio. Por eso, su Misa duraba unas dos horas, tiempo en el cual se sumergía en los dolores no sólo de Cristo, sino de la Virgen Santa. Conforme avanzaba la Santa Misa, era como si subiese al Monte Calvario. De hecho sufría la misma agonía que el Crucificado y sangraba abundantemente durante la Consagración. 

             El mismo Padre Pío explicaba así lo que es el Santo Sacrificio de la Misa: “La Misa es Cristo en la Cruz, con María y San Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”.

             Una vez alguien le preguntó cómo es que podía pasar tanto tiempo de pie durante la Santa Misa, a lo que el Padre Pío contestó: “Hija mía, no estoy de pie, estoy suspendido con Cristo en la Cruz”.


"En estos tiempos tristemente faltos de fe, 
de impiedad triunfante, donde todos los que nos rodean
 tienen siempre el odio en el corazón, y la blasfemia 
en los labios, el mejor medio de mantenerse libre 
del mal es fortificarse con el alimento eucarístico."

(Padre Pío)

               A partir del 16 de Julio de 1933 la Santa Sede levanta las restricciones al Padre Pío y éste puede volver a celebrar Misa en público; a partir del año siguiente se le permitiría de nuevo confesar. 

               Con el dinero de los donativos que sus devotos hacían llegar al Convento de San Giovanni Rottondo, el Padre Pío proyecta la creación de un Hospital, "la Casa Sollievo della Sofferenza", que sería inaugurada el 5 de Mayo de 1956.



Toca sobre la imagen para verla en su tamaño original


               A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los "Grupos de Oración del Padre Pío". Los Grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros.

               Desde 1959, periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y calumniosos contra la "Casa Alivio del Sufrimiento". Para quitar al Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el sostenimiento de la Casa, sus enemigos envidiosos planearon una serie de documentaciones falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos en su confesionario para sorprenderlo en error.

               Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le quitaron la administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de Oración fueron dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir a sus Misas ni confesarse con él.

               El Padre Pío sufrió mucho a causa de esta última persecución que duró hasta su muerte, pero su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia fue firme y constante. En medio del dolor que este sufrimiento le causaba, solía decir: "Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una madre".

               El Viernes 20 de Septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de haber recibido los estigmas del Señor; celebró la Santa Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del altar había 50 grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De la misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50 años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían desaparecido sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo cual el Señor ha confirmado su origen místico y sobrenatural.

               Tres días después, murmurando por largas horas "¡Jesús, María!", muere el Padre Pío... era el 23 de Septiembre de 1968. 



sábado, 21 de septiembre de 2024

SOBRE LA INMACULADA CONCEPCIÓN, en el 170 Aniversario del Dogma

  


               La Inmaculada Concepción es Patrona y Protectora de España desde la declaración del Rey Felipe IV en 1644, más tarde confirmada por el monarca Carlos III y por el Papa Clemente XIII en 1760.

               El Papa Alejandro VII firmó la Bula "Sollicitudo Omnium Ecclesiarum" el 8 de Diciembre de 1661, en la que le mismo Pontífice llegó a intervenir directamente, corrigiendo el texto hasta en siete ocasiones: definía el término "conceptio" y se aclaraba la festividad de la Concepción de la Virgen a favor de los "inmaculistas", tratando ya duramente a quienes sostuviesen lo contario.

               Si antes había habido festejos por todos los reinos con logros menores, ahora las celebraciones se superaban entre ellas. Y así, el 2 de Julio de 1664, la Festividad de la Concepción incorporase el rezo con octava, vigilia y ayuno; bajo el reinado de Felipe IV, la Fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de Diciembre fue considerada de precepto en todos los territorios españoles, incluidos los Reinos de Ultramar, por los cuales se extendió rápidamente la devoción a la Inmaculada Concepción. En 1708, sesenta y cuatro años después de la declaración española, el Papa Clemente XI proclama que el 8 de Diciembre será fiesta de guardar en toda la Iglesia.

               Felipe IV, amigo y confidente de una monja concepcionista, la Madre Sor María de Jesús, moriría el 17 de Septiembre de 1665 sin haber logrado la definición dogmática, pero Nuestro Señor lo mantuvo firme en la defensa de su Madre en todo este camino. El Rey falleció con esa tristeza.

               Pasarían dos siglos para el Dogma, pero las Españas no abandonaron, ni por un momento, ni el fervor inmaculista ni su defensa: en la regencia de Doña Mariana de Austria, se consiguió del Papa, en 1672 que la Fiesta de la Inmaculada se elevase a rito doble con octava para las Españas; por las gestiones e instancia de Carlos II, el Papa Inocencio XII extendió esa gracia para toda la Iglesia en 1693 mediante la Bula "In Ecclesia".

               Parecía que todo estaba resuelto, pero el maculismo no había sido todavía extirpado teniendo que intervenir directamente el Rey:  pidió al rey de Francia, Luis XIV, que apoyara la iniciativa, pero Francia consideró que no era el momento.

               Con el trono español, no sólo se heredaban reinos sino también el encargo, ya secular, de lograr de Roma la declaración del Dogma de la Inmaculada Concepción. Tanto era así que Felipe V, como el pretendiente al trono español, el Archiduque Carlos, se ponían bajo la protección de la Inmaculada en sus contiendas.

               En 1708, el Papa Clemente XI, mediante la Bula "Commissi Nobis", restablecía la Fiesta de la Inmaculada con carácter obligatorio para la Iglesia Universal. Pero nada más. Por parte del Papa no hubo más que negativas, amables, pero negativas al fin y al cabo. 



jueves, 19 de septiembre de 2024

LA SEÑORA DE LAS LÁGRIMAS BRILLANTES Y LLENAS DE AMOR

     

               "La Santísima Virgen lloró durante casi todo el tiempo que me habló. Sus lágrimas fluían lentamente, una a una, hasta Sus rodillas…y luego, como chispas de luz, desaparecían. Eran brillantes y llenas de amor. Yo hubiera querido consolarla y que no llorara. Pero me parecía que necesitaba mostrar Sus lágrimas para demostrar mejor su amor olvidado por los hombres. 

                Las lágrimas de Nuestra tierna Madre, lejos de debilitar Su aire majestuoso de Reina y Señora, parecían, por el contrario, embellecerla, hacerla más amable, más radiante. Los ojos de la Santísima Virgen, Nuestra tierna Madre, no pueden describirse con lenguaje humano. Haría falta un serafín para hablar de ellos, haría falta el lenguaje mismo de Dios, de Dios que formó a la Virgen Inmaculada, Obra Maestra de Su Poder. 

                Los ojos de la augusta María parecían mil y mil veces más hermosos que los brillantes, los diamantes y las piedras preciosas. Eran como la Puerta de Dios, a través de la cual se veía todo lo que puede encantar el alma... bastarían para ser el Cielo de un bienaventurado; bastaría para hacer entrar a un alma en la plenitud de la Voluntad del Altísimo, entre todos los acontecimientos que se suceden en el curso de la vida; bastaría para impulsar a un alma a continuos actos de alabanza, de acción de gracias, de reparación y de expiación..."


Declaración de Mélanie Calvat, recogida por el Padre Fray Pie 
Raymond Régamey O.P. en “Les plus beaux textes sur la Vierge




               Sucedió este gran acontecimiento en una meseta montañosa al sudeste de Francia, cerca del poblado de La Salette. Un niño llamado Maximino Giraud, de once años y la joven Melania Mathieu, de quince años, estaban cuidando el ganado. Melanie estaba acostumbrada y entrenada a este tipo de trabajo desde que tenía nueve años de edad, pero todo era nuevo para Maximino. Su padre le había pedido que lo hiciera como un acto generoso para cooperar con el granjero que tenía a su ayudante enfermo por esos días. 

               Según el propio Relato de Melania: El día 18 de Septiembre de 1846, víspera de la Aparición de la Santísima Virgen, estaba yo sola, como siempre, cuidando el ganado de mi amo, alrededor de las once de la mañana vi a un niño que se aproximaba hacía mí. Por un momento tuve miedo, pues me parecía que todos deben saber que evitaba todo tipo de compañía. El niño se acercó y me dijo: "Hey niña, voy a ir contigo, soy de Corps". A estas palabras mi malicia natural se mostró y le dije: "No quiero a nadie a mi alrededor. Quiero estar sola". Pero el, siguiéndome, dijo: "Mi amo me envió aquí para que contigo cuidara el ganado. Vengo de Corps". Me separé molesta de el, dándole a entender que no quería a nadie alrededor mío. Cuando estaba ya a cierta distancia me senté en la hierba. Usualmente de esta forma hablaba a las florecitas o al Buen Dios.

               Después de un momento, detrás de mí estaba Maximino sentado y directamente me dijo: "Déjame estar contigo, me portaré muy bien". Aún en contra de mi voluntad y sintiendo un poco de lástima por Maximino le permití quedarse. Al oír la campana de la Salette para el Angelus, le indiqué elevar su alma a Dios. El se quitó el sombrero y se mantuvo en silencio por un momento. Luego comimos y jugamos juntos. Cuando cayó la tarde bajamos la montaña y prometimos regresar al día siguiente para llevar al ganado nuevamente.

              Al día siguiente, sábado, 19 de Septiembre, de 1846, el día estaba muy caluroso y los dos jovencitos acordaron comer su almuerzo en un lugar sombreado. Melania había descubierto que Maximino era muy buen niño, simple y dispuesto a hablar de lo que ella deseara. Era muy flexible y juguetón, pero si un poco curioso. Llevaron el ganado a una pequeña quebrada y encontrando un lugar agradable decidieron tomar una siesta. Ambos durmieron profundamente. Melania fue la primera en despertar. El ganado no estaba a su vista, entonces rápidamente llamó a Maximino. Juntos fueron en su búsqueda por los alrededores y lo encontraron pastando plácidamente.

               Los dos jóvenes volvían en la búsqueda de sus utensilios donde habían llevado su almuerzo y cerca de la quebrada en donde habían hecho la siesta divisaron un globo luminoso que parecía dividirse. Melania pregunta a Maximino si el ve lo que ella esta viendo. ¡Oh Dios mío!, exclamó Melania dejando caer la vara que llevaba. Algo fantásticamente inconcebible la inundaba en ese momento y se sintió atraída, con un profundo respeto, llena de amor y el corazón latiéndole más rápidamente. Vieron a una Señora que estaba sentada en una enorme piedra. Tenía el rostro entre sus manos y lloraba amargamente. Melania y Maximino estaban atemorizados, pero la Señora, poniéndose lentamente de pie, cruzando suavemente sus brazos, les llamó hacía ella y les dijo que no tuvieran miedo. Agregó que tenía grandes e importantes nuevas que comunicarles. Sus suaves y dulces palabras hicieron que los jóvenes se acercaran apresuradamente. Melania cuenta que su corazón deseaba en ese momento adherirse al de la bella Señora.

ERA ALTA Y MAJESTUOSA

                La Señora era alta y de apariencia majestuosa. Tenía un vestido blanco con un delantal ceñido a la cintura, no se podría decir que era de color dorado pues estaba hecho de una tela no material, más brillante que muchos soles. Sobre sus hombros lucía un precioso chal blanco con rosas de diferentes colores en los bordes. Sus zapatos blancos tenían el mismo tipo de rosas. De su cuello colgaba una cadena con un crucifijo. Sobre la barra del crucifijo colgaban de un lado el martillo y del otro las tenazas. De su cabeza una corona de rosas irradiaba rayos luminosos, como una diadema. En sus preciosos ojos habían lágrimas que rodaban sobre sus mejillas. Una luz más brillante que el sol pero distinta a éste le rodeaba.

                  Le dijo a los jóvenes que la mano de su Hijo era tan fuerte y pesada que ya no podría sostenerla, a menos que la gente hiciera penitencia y obedeciera las leyes de Dios. Si no, tendrían mucho que sufrir. "La gente no observa el Día del Señor, continúan trabajando sin parar los Domingos. Tan solo unas mujeres mayores van a Misa en el verano. Y en el invierno cuando no tienen más que hacer van a la iglesia para burlarse de la Religión. El tiempo de Cuaresma es ignorado. Los hombres no pueden jurar sin tomar el Nombre de Dios en vano. La desobediencia y el pasar por alto los Mandamientos de Dios son las cosas que hacen que la mano de Mi Hijo sea más pesada".

                La Santísima Virgen continuó conversando y les predijo una terrible hambruna y escasez. Dijo que la cosecha de patatas se había echado a perder por esas mismas razones el año anterior. Cuando los hombres encontraron las patatas podridas, juraron y blasfemaron contra el Nombre de Dios aún más. Les dijo que ese mismo año la cosecha volvería a echarse a perder y que el maíz y el trigo se volverían polvo al golpearlo, las nueces se estropearían, las uvas se pudrirían. Después, la Señora comunica a cada joven un secreto que no debían revelar a nadie, excepto al Santo Padre, en una petición especial que el mismo les haría.

               La Señora agregó que si el pueblo se convirtiera, las piedras y las rocas se convertirían en trigo y las patatas se encontrarían sembradas en la tierra. Entonces preguntó a los jovencitos: "¿Hacéis bien vuestras oraciones, hijos Míos?" Respondieron los dos: "¡Oh! no, Señora; no muy bien." ; "¡Ay, hijos Míos! Hay que hacerlas bien por la noche y por la mañana. Cuando no podáis hacer más, rezad un Padrenuestro y un Avemaría; y cuando tengáis tiempo y podáis, rezad más."




DESPUÉS DE LA APARICIÓN...

               Con su voz maternal y solícita les termina diciendo: "Pues bien, hijos míos, decid esto a todo Mi pueblo". Luego continuó andando hasta el lugar en que habían subido para ver donde estaban las vacas. Sus pies se deslizan, no tocan más que la punta de la hierba sin doblarla. Una vez en la colina, la hermosa Señora se detuvo. Melania y Maximino corren hacia ella apresuradamente para ver a donde se dirige. La Señora se eleva despacio, permanece unos minutos a unos metros de altura, mira al cielo, a su derecha (¿hacia Roma?), a su izquierda (¿Francia?), a los ojos de los niños, y se confunde con el globo de luz que la envuelve. Este sube hasta desaparecer en el firmamento.

               Al principio solo algunos creían lo que los jóvenes decían haber visto y oído. Los campesinos que habían contratado a los jóvenes estaban sorprendidos que, siendo estos tan ignorantes, fueran capaces de transmitir y relacionar tan complicado mensaje tanto en francés, el cual no entendían bien, como en patuá (dialecto francés) en el cual describían exactamente lo que decían.

               A la mañana siguiente Melania y Maximino fueron llevados a ver al Párroco. Era un Sacerdote de edad avanzada, muy generoso y respetado. Al interrogar a los jóvenes, escuchó todo el relato, ante el cual quedó muy sorprendido y realmente pensó que ellos decían la verdad. En la Misa del Domingo siguiente habló de la visita de la Señora y Su petición. Cuando llegó a oídos del Obispo que el Párroco había hablado sobre la Aparición desde el púlpito, éste fue reprendido y reemplazado por otro Sacerdote.

               Melania y Maximino eran constantemente interrogados tanto por los curiosos como por los devotos. Ellos simplemente contaban la misma historia, repitiéndola una y otra vez. A los que estaban interesados en subir la montaña, les señalaban el lugar exacto donde la Señora se había aparecido. En varias ocasiones fueron amenazados de ser arrestados si no negaban lo que continuaban diciendo. Sin ningún temor y vacilación reportaban a todos los mensajes que la Señora había dado.

               Surgió una fuente cerca del lugar donde la Señora se había aparecido y el agua corría colina abajo. Muchos milagros empezaron a ocurrir. Las terribles calamidades que fueron anunciadas se empezaron a cumplir. La terrible hambruna de patatas de 1846 se difundió, especialmente en Irlanda donde muchos murieron. La escasez de trigo y maíz fue tan severa que más de un millón de personas en Europa murieron de hambre. Una enfermedad afectó las uvas en toda Francia. Probablemente el castigo hubiera sido peor de no haber sido por los que acataron el mensaje de La Salette. Muchos comenzaron a ir a Misa. Las tiendas fueron cerradas los Domingos y la gente cesó de hacer trabajos innecesarios el Día del Señor. Las malas palabras y las blasfemias fueron disminuyendo.


Tal vez te interese leer también 


LOS DEVOTOS DE LA VIRGEN MARÍA 

o Apóstoles de los Últimos Tiempos

o bien

EL SECRETO CONFIADO 

POR NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE 



martes, 17 de septiembre de 2024

LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

  

               En Septiembre de 1224, dos años antes de su muerte, se retiró San Francisco al Monte Alverna para consagrarse totalmente a la oración y la penitencia, y un día, mientras estaba sumido en contemplación, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo -manos, pies y costado- los estigmas de Su Pasión. Le sangraban, le causaban grandes sufrimientos y le dificultaban su vida y actividades, pero no cesó de viajar y predicar mientras sus fuerzas se lo permitieron.

               En vida del Santo, sus compañeros más cercanos pudieron ver las llagas de manos y pies, y a partir de su muerte todos pudieron contemplar también la llaga del costado. El Papa Benedicto XI concedió a la Orden Franciscana celebrar cada año la memoria de este hecho, probado por testimonios fidedignos.

               La Santa Madre Iglesia, al celebrar piadosamente en este día la conmemoración de la Impresión de las Llagas de la Pasión de Cristo en la carne de San Francisco, pide al Señor que encienda nuestros corazones con el fuego de Su Amor y nos otorgue la gracia de llevar pacientemente la Cruz de cada día.




               La Iglesia pide hoy al Señor para nosotros sus hijos que seamos fortalecidos con la asidua meditación del Misterio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

               Cada uno de nosotros llevamos también sobre nuestro cuerpo la santa señal de los Cristianos. Hemos sido ungidos, sellados y marcados con la señal salvadora de la Cruz en nuestro pecho y en nuestra cabeza al recibir el Santo Bautismo. Hemos sido marcados con la señal gloriosa de la Cruz redentora en nuestra frente al recibir el Crisma de la Confirmación.

               Habremos de meditar, pues, cada día en el santuario de nuestro corazón el Misterio que envuelve la Cruz de Cristo y buscar en ella la fuerza y la inspiración para vivir conforme a la dignidad de nuestra condición de Cristianos, hijos de Dios por la gracia de la adopción bautismal.

               San Buenaventura nos dejó escrito acerca de San Francisco, que “durante toda su vida no siguió otras huellas sino las de la Cruz, no se recreaba en otra cosa sino en meditar sobre la Cruz, ni predicaba otra cosa que no fuesen las dulzuras de la Cruz”.


RELATO DE LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS 
DE SAN FRANCISCO DE ASÍS


               Llegó el día siguiente, o sea, el de la Fiesta de la Cruz , y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:

               -Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de Tu acerbísima Pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.

               Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.

               Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la pasión de Cristo y su infinita caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.



               Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado.

               Durante esta admirable aparición parecía que todo el monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.

               En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:

               -¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de mi pasión, para que tú seas mi portaestandarte. Y así como yo el día de mi muerte bajé al limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas mis llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Ordenes, o sea, de los menores, de las monjas y de los continentes, y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la gloria del paraíso, a fin de que seas conforme a mí en la muerte como lo has sido en la vida.

               Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.

               Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.

               Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado; éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:

               -Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.

               Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera...



domingo, 15 de septiembre de 2024

NUESTRA SEÑORA DE LOS SIETE DOLORES

  

               Cuando María se ofreció a Dios completamente, junto a Su Hijo en el Templo, ya participaba con Él de la dolorosa expiación a favor del género humano. Es, por tanto cierto, que Ella participó en las mismas profundidades de Su Alma con sus más amargos sufrimientos y con sus tormentos. Finalmente fue ante los ojos de María que se consumó el Divino Sacrificio, para el cual había dado a luz y criado a la Víctima.


( Papa León XIII, Encíclica Jucunda semper, 8 de Septiembre de 1894 )






               Ella estuvo en el Calvario por divina disposición. En comunión con Su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte, abdicó Sus derechos de Madre sobre Su Hijo para conseguir la salvación de los hombres y para apaciguar la Ira Divina, y en cuanto de Ella dependía, inmoló a Su Hijo... Ella redimió al género humano con Cristo y bajo Cristo.


( Papa Benedicto XV, Carta Apostólica Inter Sodalicia, 22 de Mayo de 1918 )


               Así pues, todos cuantos estamos unidos con Cristo y los que, como dice el Apóstol, somos miembros de Su Cuerpo, partícipes de Su Carne y de sus Huesos, hemos salido del Vientre de María, como partes del cuerpo que permanece unido a la cabeza. De donde, de un modo ciertamente espiritual y místico, también nosotros nos llamamos Hijos de María y ella es la Madre de todos nosotros. Madre en espíritu… pero evidentemente Madre de los miembros de Cristo que somos nosotros. En efecto, si la Bienaventurada Virgen es al mismo tiempo Madre de Dios y de los hombres ¿quién es capaz de dudar de que Ella procurará con todas Sus fuerzas que Cristo, Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, infunda en nosotros, Sus miembros, todos Sus dones, y en primer lugar que le conozcamos y que vivamos por Él?.

               A todo esto hay que añadir, en alabanzas de la Santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de Su Carne con la que se lograría una Hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa Hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el Ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la Vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta: mi vida transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. 

                 Efectivamente cuando llegó la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la Cruz de Jesús, Su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que Su Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, Ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció Su Hijo.

               Y por esta comunión de Voluntad y de Dolores entre María y Cristo, Ella mereció convertirse con toda dignidad en Reparadora del orbe perdido, y por tanto en Dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con Su Muerte y con Su Sangre.

               Cierto que no queremos negar que la erogación de estos bienes corresponde por exclusivo y propio derecho a Cristo; puesto que se nos han originado a partir de Su Muerte y Él por su propio poder es el Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por esa comunión, de la que ya hemos hablado, de Dolores y Bienes de la Madre con el Hijo, se le ha concedido a la Virgen Augusta ser poderosísima Mediadora y Conciliadora de todo el orbe de la tierra ante Su Hijo Unigénito.

               Así pues, la fuente es Cristo y de Su plenitud todos hemos recibido; por quien el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo nutren… va obrando su crecimiento en orden a su conformación en la Caridad. A su vez María, como señala San Bernardo, es el Acueducto; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues Ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los dones espirituales..."


( Papa San Pío X, Carta Encíclica Ad diem illud laetissimum, 2 de Febrero de 1904 )





Tal vez te interese leer también

Corona de los Siete Dolores 
de Nuestra Señora




sábado, 14 de septiembre de 2024

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

 

"Nos autem praedicamus Christum crucifixum, 
iudaeis quidem scandalum, gentibus autem stultitiam"

   



              El Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente ( Imperio Bizantino con sede en Constantinopla ) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.


              De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

              La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol ), Derkeveh, Urma, Saro...

             El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.


             Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia, quedó establecida la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.


              A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 




El mayor fragmento de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo se venera en 
el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, Cantabria (España). Las medidas del 
Leño Santo son de 63, 5 cm. el palo vertical, 39,3 cm. el travesaño y 3,8 cm. de grosor 



              El Patriarca, le recordó entonces que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos harapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca de Jerusalén impartió la bendición la Sagrada Reliquia de la Cruz.

               Con el tiempo, la Santa Cruz sería dividida para poder así ser repartida por todo el orbe católico; algunas veces en pequeñas astillas (reliquias mínimas); en otras ocasiones los trozos serían más grandes, para ir colocados en bellos relicarios o en la cruz pectoral de algún piadoso Obispo. Por último, existen reliquias notables, de tamaño considerable, algunas se veneran en Roma pero la reliquia insigne, el trozo más grande de la Santa Cruz de Nuestro Señor se venera en España, en Cantabria.

               Fue Santo Toribio de Astorga, un importante Obispo, el que estando en Jerusalén custodiando las reliquias de Jesucristo, obtuvo permiso del Papa de la época para trasladar el brazo izquierdo de la Cruz de Cristo hasta Astorga. Esta reliquia así como sus restos, una vez muerto, eran de enorme valor para la cristiandad. Es por ello que todo se trasladó hasta Liébana ante el inminente avance de la invasión de los musulmanes, donde en la actualidad se sigue venerando por parte de los fieles que allí acuden en peregrinación.




Detalles del Santo Lignum Crucis de Liébana








Sé buen católico, difunde tu Fe.
Haz un buen apostolado compartiendo este artículo
para mayor Gloria de Dios y bien de las almas