Estos escritos gozan de licencia eclesiástica, prueba de ello el “Nihil obstat”, que Monseñor Francesco M. Della Queva, Delegado del Arzobispo de Tarento (Apulia, Italia) concedió en la Fiesta de Cristo Rey de 1937.
Para obtener mejor provecho de esta lectura, procura recogerte en tu dormitorio o en un lugar discreto de la casa; sitúate ante una imagen de la Virgen que te inspire devoción, aunque se trate de una sencilla estampa; cierra los ojos y oídos corporales, eleva tu corazón al Cielo y busca en tu corazón la intimidad de hijo con Jesús Nuestro Señor y con la Celestial Madre.
Que la Santa Presencia de estos tus amores, Jesús y María, te acompañe a lo largo del día de hoy, y que Ellos sean siempre tu aliento y sostén en la lucha continua de la familia, del trabajo, de los problemas cotidianos...
El alma a su Gloriosa Reina:
Mi querida Mamá Celestial, estoy de regreso entre Tus brazos maternos, y al mirarte veo que una dulce sonrisa aflora sobre Tus labios purísimos. Tu actitud hoy es toda de fiesta, me parece que quieres narrarme y confiar a Tu hija alguna cosa que más me sorprenda. Mamá Santa, ¡ah! Te ruego, toca mi mente con Tus manos maternas, vacía mi corazón a fin de que pueda comprender Tus santas enseñanzas y ponerlas en práctica.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, hoy tu Mamá está de fiesta porque quiero hablarte de Mi partida de la tierra al Cielo, día en el cual terminé de cumplir la Divina Voluntad sobre la tierra, porque no hubo en Mí ni un respiro, ni un latido, ni un paso en el cual el Fiat Divino no tuviera Su acto completo, y esto Me embellecía, Me enriquecía, Me santificaba tanto, que los mismos Ángeles quedaban raptados.
Ahora, tú debes saber que antes de partir para la Patria Celestial, Yo con Mi amado Juan regresamos de nuevo a Jerusalén, era la última vez que en carne mortal estaba sobre la tierra, toda la Creación, como si lo hubiera intuido, se postraba a Mi alrededor, desde los peces del mar que Yo navegaba, hasta el más pequeño pajarito querían ser bendecidos por su Reina, y Yo bendecía a todos y les daba el último adiós.
Ahora, habiendo llegado a Jerusalén y retirándome dentro de un departamento donde me llevó Juan, Me encerré para no salir más. Ahora hija bendita, tú debes saber que comencé a sentir en Mí un martirio tal de amor, unido con ansias ardientes de alcanzar a Mi Hijo en el Cielo, que Me sentía consumir, hasta a sentirme enferma de amor, y tenía fuertes delirios y desfallecimientos todos de amor. Yo no conocí jamás enfermedad ni cualquier indisposición ligera, a Mi naturaleza concebida sin pecado y vivida toda de Voluntad Divina le faltaba el germen de los males naturales, si las penas Me cortejaron tanto, fueron todas en orden sobrenatural, y estas penas fueron para tu Mamá Celestial triunfos y honores, y Me daban el campo para hacer que Mi Maternidad no fuera estéril, sino conquistadora de muchos hijos.
Mira entonces hija querida qué significa vivir de Voluntad Divina, perder el germen de los males naturales que producen no honores y triunfos, sino debilidades, miserias y derrotas. Por eso hija queridísima, escucha la última palabra de tu Mamá que está por partir al Cielo, no partiría contenta si no dejara a Mi hija al seguro, antes de partir quiero hacerte Mi Testamento, dejándote por dote aquella misma Voluntad Divina que posee tu Mamá y que tanto Me ha agraciado, hasta volverme Madre del Verbo, Señora y Reina del Corazón de Jesús y Madre y Reina de todos.
Escucha hija querida, es el último día del mes a Mí consagrado, Yo te he hablado con tanto amor de lo que obró la Divina Voluntad en Mí, del gran bien que Ella sabe hacer y qué significa hacerse dominar por Ella, te hablado también de los graves males del humano querer, pero ¿crees tú haya sido una simple narración? No, no, tu Mamá cuando habla quiere dar, Yo, en el ímpetu de Mi amor en cada palabra que te decía ataba tu alma al Fiat Divino y te preparaba la dote en la cual tú pudieses vivir rica, feliz, dotada de Fuerza Divina.
Ahora que estoy por partir acepta Mi Testamento, tu alma sea el papel donde Yo escriba con la pluma de oro del Querer Divino, y con la tinta de Mi ardiente Amor que Me consume, la testificación de la dote que te hago. Hija bendita, asegúrame que no harás jamás tu voluntad, pon tu mano sobre Mi Corazón materno y júrame que encerrarás tu voluntad en Mi Corazón, así, no sintiéndola, no tendrás ocasión de hacerla, y Yo Me la llevaré al Cielo como un triunfo y victoria de Mi hija.
¡Ah! hija querida, escucha la última palabra de tu Mamá que muere de puro amor, recibe Mi última bendición como sello de la Vida de la Divina Voluntad que dejo en ti, que formará tu Cielo, tu Sol, tu mar de amor y de gracia. En estos últimos momentos, tu Mamá celestial quiere ahogarte de amor, desahogarse en ti, para que obtenga el intento de escuchar tu última palabra, que preferirías morir, que harías cualquier sacrificio antes que dar un acto de vida a tu voluntad, dímela hija Mía, dímela.
El alma:
Mamá Santa, en el arrebato de mi dolor Te lo digo llorando, que si Tú ves que yo esté por hacer un solo acto de mi voluntad, hazme morir, ven Tú misma a tomar mi alma en Tus brazos y llévame allá arriba; y yo de corazón lo prometo, lo juro, no hacer jamás, jamás mi voluntad.
La Reina de Amor:
¡Hija bendita, cómo estoy contenta! No podía decidirme a narrarte Mi partida al Cielo si no permaneciera asegurada Mi hija sobre la tierra y dotada de Voluntad Divina, pero ten la seguridad que desde el Cielo no te abandonaré ni te dejaré huérfana, sino que te guiaré en todo, y en la más pequeña necesidad tuya, hasta en la más grande, llámame, y Yo vendré rápido a hacerte de Mamá.
Ahora, hija querida, escúchame, Yo estaba enferma de amor, y el Fiat Divino para consolar a los Apóstoles y a Mí también, permitió casi en modo prodigioso que todos los Apóstoles, excepto uno, Me hicieran corona en el momento en que estaba por partir al Cielo, todos sentían el dolor del corazón y lloraban amargamente, Yo consolé a todos recomendando en modo especial a la Santa Iglesia naciente e impartí a todos la materna bendición, dejando en sus corazones, en virtud de ella, la paternidad de amor hacia las almas.
Mi querido Hijo no hacía otra cosa que ir y venir del Cielo, no podía estar más sin Su Mamá, y dando el último suspiro de puro amor en la interminabilidad del Querer Divino, Mi Hijo Me recibió entre Sus brazos y Me condujo al Cielo en medio a las Legiones Angélicas que alababan a Su Reina. Puedo decir que el Cielo se vació para venir a Mi encuentro, todos Me festejaban, y al mirarme quedaban raptados y en coro decían: "¿Quién es Ésta que viene del exilio toda apoyada en su Señor? Toda bella, toda Santa, con el cetro de Reina, y es tanta Su grandeza que los Cielos se han abajado para recibirla, ninguna otra criatura ha entrado en estas regiones celestiales tan adornada y hermosa, tan poderosa, que tiene la supremacía sobre todo".
Ahora hija mía, ¿quieres tú saber quién es Ésa que todo el Cielo alaba y por quien quedan raptados? Yo Soy tu Mamá que jamás hice Mi voluntad, y el Querer Divino Me abundó tanto, que extendió cielos más bellos, soles más fúlgidos, mares de Belleza, de Amor, de Santidad, que podía dar luz a todos, Amor, Santidad a todos, y encerrar dentro de Mi Cielo todo y todos, era el obrar de la Divina Voluntad obrante en Mí lo que había obrado prodigio tan grande, era la única criatura que entraba en el Cielo porque había hecho la Divina Voluntad sobre la tierra como se hace en el Cielo, y que había formado Su Reino en Mi Alma.
Ahora, toda la Corte Celestial al verme quedaba maravillada, porque mirándome me encontraban Cielo, y volviéndome a ver me encontraban Sol, y no pudiendo separar su mirada, mirándome más a fondo Me veían mares y encontraban también en Mí la tierra tersísima de Mi humanidad con las más bellas flores, y raptados exclamaban: "Cómo es bella, todo ha concentrado en Ella, nada le falta, de todas las obras de Su Creador es la única completa de toda la Creación".
Ahora hija bendita, tú debes saber que fue la primera fiesta que se hizo en el Cielo a la Divina Voluntad que tantos prodigios había obrado en Su Criatura. Así que Mi entrada en el Cielo fue festejada por toda la Corte Celestial como aquello que puede obrar de bello, de grande en la criatura el Fiat Divino. Desde entonces no se han repetido más estas fiestas, y por eso tu Mamá ama tanto que la Divina Voluntad reine en modo absoluto en las almas, para darle campo para hacerla repetir Sus grandes prodigios y Sus fiestas maravillosas.
El alma:
Mamá de Amor, Emperatriz Soberana, ¡ah! desde el Cielo donde gloriosamente reinas, voltea Tu mirada piadosa sobre la tierra y ten piedad de mí, ¡oh! cómo siento la necesidad de mi querida Mamá, siento que me falta la vida sin Ti, todo se me tambalea sin mi Mamá, por eso no me dejes a medio camino, sino continúa a guiarme hasta que todas las cosas para mí se conviertan en Voluntad de Dios, a fin de que forme en mí Su Vida y Su Reino.
Florecita:
Hoy para honrarme recitarás tres Glorias a la Santísima Trinidad para agradecerle, a nombre Mío, por la grande Gloria que Me dio cuando fui asunta al Cielo y Me rogarás que venga a asistirte en el punto de tu muerte.
Jaculatoria:
Mamá Celestial, encierra mi voluntad en Tu Corazón y déjame el Sol de la Divina Voluntad en mi alma.
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