La Santísima Virgen María, por el amor que nos dedicaba, estaba dispuesta a ver Su Hijo sacrificado a la Justicia Divina por la barbaridad de los hombres. Este gran tormento, pues, que María suportó por nosotros – un tormento mayor de que mil muertes – merece nuestra compasión y nuestra gratitud.
Si no podemos corresponder más a un tal gran amor, al menos dediquemos algunos momentos en este día de hoy para considerar cuán grandes fueron los sufrimientos por los cuales María se hizo Reina de los Mártires; porque los sufrimientos de Su Gran Martirio excedieron los de todos los Mártires, en primer lugar por ser los más largos, y en segundo lugar por ser los mayores en intensidad”
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia
Alrededor del año 1320, la Virgen María se apareció a la mística Santa Brígida de Suecia, mostrando entonces la Celestial Señora Su Corazón herido por siete espadas; representaban estas heridas los siete dolores de la Virgen padecidos al lado de Su Hijo Jesús. La Virgen aseguró a Santa Brígida que quienes recordasen Sus Dolores y penas, alcanzarían siete gracias especiales:
1. “Concederé la paz a sus familias”.
2. “Serán iluminados sobre los Misterios Divinos”.
3. “Los consolaré en sus dolores y los acompañaré en su trabajo”.
4. Les daré lo que piden, si no contraría la Voluntad adorable de Mi Hijo Divino y la santificación de sus almas”.
5. “Los defenderé en sus batallas espirituales contra el enemigo infernal, y los protegeré en todos los instantes de sus vidas”.
6. “Los ayudaré visiblemente a la hora de su muerte, ellos verán la faz de su Madre”.
7. “Obtuve de Mi Divino Hijo esta gracia: que quien propaga esta Devoción a Mis Lágrimas y Dolores será llevado directamente de esta vida terrena a la Felicidad Eterna, porque todos sus pecados serán perdonados y Mi Hijo será su consuelo y alegría eternales”.
En 1734 el Papa Clemente XII concedió una Indulgencia Plenaria y remisión de todos los pecados a quienes recen la Corona de los Siete Dolores de Nuestra Señora diariamente, por un mes continuo y después de confesar sus pecados y comulgar, rogasen por las intenciones de la Santa Iglesia; al que verdaderamente arrepentido y confesado, o al menos con firme propósito de confesarse, rezare esta Corona, puede conseguir cada vez 100 años de indulgencia.
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