jueves, 14 de abril de 2022

LA INSTITUCIÓN DE LA SANTA MISA Y DEL SACERDOCIO, según las Revelaciones de Ana Catarina Emmerich

 

               Jesús se colocó entre Pedro y Juan, las puertas estaban cerradas; todo se volvió misterioso y solemne. Cuando sacaron el cáliz de la bolsa y se la llevaron a la parte separada de la sala, Jesús oró y habló solemnísimamente. Vi que Jesús les explicó la Cena y toda la ceremonia; me pareció un Sacerdote que enseñara a otros a decir Misa.




               Sacó la patena de la bandeja donde estaban los vasos; tomó un paño blanco que cubría el cáliz y aún sobraba, y lo extendió sobre ella. Después vi que retiró de encima del cáliz la tapa redonda y la puso sobre la patena que había recubierto. Del plato que estaba al lado sacó los panecillos que habían estado cubiertos por el paño y los puso delante de sí encima de la patena; los panecillos eran rectangulares, alargados y estaban amontonados a ambos lados de la patena; la rebasaban a lo ancho.

               Luego acercó un poco el cáliz y extrajo de él una copa más pequeña que tenía dentro, y a su lado puso, a derecha e izquierda, las seis copas que rodeaban el cáliz. Entonces bendijo el pan y creo que también los óleos, que estaban cerca. Elevó con ambas manos la patena con los panes, miró al cielo, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la tapó. Después tomó el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que Él había bendecido antes. Añadió otro poco de agua, que echó con una cucharita, bendijo el cáliz, lo alzó orando, lo ofreció y lo volvió a dejar sobre la mesa. 

               Durante estos actos Jesús se mostraba cada vez más cordial y entrañable; les dijo que iba a darles todo lo que tenía, es decir, Él mismo; era como si se hubiera derretido completamente de amor y le vi volverse transparente, como una sombra luminosa. 

               Jesús oró y enseñó más todavía y sus palabras salían de su boca como fuego y luz, y entraban en los apóstoles, excepto en Judas. Luego tomó la patena con los pedazos de pan, que no sé si la había puesto sobre el cáliz, y dijo: -Tomad y comed; este es Mi Cuerpo, que será dado por vosotros.

               Al decirlo extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, salió de Él un gran resplandor: Sus palabras eran luminosas e incluso el Pan se precipitaba en la boca de los Apóstoles como un cuerpo de luz, como si Él mismo fluyese dentro de ellos; vi a todos penetrados de luz; sólo Judas estaba en tinieblas. Jesús dió el pan primero a Pedro, luego a Juan y entonces hizo señas a Judas, que estaba sentado frente a Él un poco en oblicuo, para que se acercara; éste fue el tercero a quien tendió el Sacramento, pero fue como si su palabra retrocediera ante la boca del traidor. Yo estaba tan espantada, que no puedo expresar exactamente lo que sentí entonces. Jesús dijo a Judas: -Haz pronto lo que quieres hacer.

               Luego siguió dando el Santísimo Sacramento a los demás Apóstoles, que se acercaron de dos en dos; cada uno sostenía bajo el otro la pequeña cubierta rígida y ribeteada que había estado puesta sobre el cáliz.

               Jesús alzó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y dijo para sí las palabras de la consagración. Mientras lo hacía se volvió muy claro y como transparente; era que en lo que les daba, Él pasaba a ellos.

               Hizo beber a Pedro y a Juan del cáliz que tenía en las manos, y lo volvió a dejar sobre la mesa. Con la cucharita, Juan puso Santa Sangre del cáliz en las copitas, y Pedro se las acercó a los Apóstoles, que bebieron por parejas en cada copa.

               No me acuerdo bien de ésto y no estoy completamente segura, pero creo que Judas también gustó del cáliz, pero no volvió a su sitio, sino que inmediatamente salió del Cenáculo. Como Jesús le había hecho señas, los demás creyeron que le había encargado algo. Se retiró sin rezar y sin dar gracias, y así se puede ver el mal que se encarga si uno se va sin dar gracias después del pan cotidiano y del eterno. 

               Durante toda la comida, he visto sentado a los pies de Judas un pequeño monstruo rojo, que a veces le subía hasta el corazón; uno de sus pies era como un hueso pelado. Cuando Judas estuvo ante la puerta vi tres demonios a su alrededor; uno le entraba por la boca, otro lo empujaba, y el tercero corría delante de él; era como si le alumbraran, pues era de noche y corría como un insensato. (…)

               A continuación vi que Jesús ungió a Pedro y a Juan. En sus manos había vertido agua de la que había corrido por las suyas cuando instituyó el Santísimo Sacramento, y ambos habían bebido del cáliz que tenía en Sus manos.

               Desde el centro de la mesa dio unos pasos a un lado y les impuso las manos, primero en los hombros y luego en la cabeza, mientras ellos juntaban sus manos cruzando los pulgares. El Señor les ungió los pulgares y los índices con el ungüento y les hizo con él una cruz en la cabeza. Ellos se inclinaron profundamente delante de Él y no sé incluso si se arrodillaron; les dijo que aquello debía permanecer en ellos hasta el fin del mundo.

               Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron asimismo la consagración. Vi que a Pedro le cruzó sobre el pecho la estola que llevaba al cuello, y que a los demás se la atravesó sobre el pecho, desde el hombro derecho a debajo del brazo izquierdo. Sin embargo ya no sé con seguridad si esto ocurrió al instituir el Santísimo Sacramento, o sólo en este momento, durante la unción.

               Ví -pero esto no hay forma de expresarlo- que con esta unción Jesús les daba algo esencial y al mismo tiempo sobrenatural. Les dijo que después de recibir el Espíritu Santo ellos mismos consagrarían el pan y el vino y ungirían a los demás Apóstoles. 





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