Se habla de cambiar los modos sociales del mundo para llegar a obtener un mundo mejor. Es la ilusión y el anhelo de todos: vivir un mundo mejor. Y está fomentado este estímulo y este deseo de la transformación del mundo en el deseo de ver y poseer a Dios, Sumo Bien, pues para Dios y para el Sumo Bien hemos sido criados todos los hombres. Sin la esperanza de la felicidad faltaría el atractivo para vivir esta trabajosa vida de la tierra tan llena de sinsabores y muy duras necesidades.
Vivimos "una mala noche en una mala posada". Esperamos el amanecer del mañana en el Palacio de Dios, Nuestro Padre, lleno de delicias y de todos los gozos sin límites, ni en el número, ni en el tiempo, ni en la intensidad y variedad. La tierra no es el centro de las almas. El centro de las almas y de la felicidad es Dios glorioso en el Cielo, donde le veremos y poseeremos. Dios es el Cielo verdadero y la felicidad cumplida.
Alma mía y cuerpo mío, habéis sido creados para disfrutar la dicha del Cielo en la Vida y en el Gozo de Dios. Aquí en la tierra estáis de paso para sembrar buenas obras y obtener méritos que disfrutaréis después en el Cielo para siempre.
Quiero cerrar estos ojos del cuerpo y recrearme en el esplendor y dicha del mañana del Cielo, que no tiene término. Quiero recrearme en lo que será mi felicidad para siempre, mirándolo con mirada de Fe. ¿Cómo será, Dios mío, mi felicidad?. Porque ahora estoy contra mi voluntad y mi deseo, viviendo y viendo vivir descontentos, desazones e intranquilidades. La vida de la tierra está llena de necesidades, de miserias, de quejas y de lágrimas. Aun los hombres que abundan en bienes y gozan de buena salud y de la estima y admiración de los demás están en continuas preocupaciones, en incertidumbres y no son de envidiar.
San Hilario nació en el paganismo y fue criado y educado en la doctrina y en los modos de vida de la gentilidad, y se hacía esta reflexión: "Muy poco favor nos han hecho los dioses y nada tenemos que agradecerles por habernos criado para esta vida tan llena de dolores, de desgracias, de luchas y toda ella tan arrastrada e incierta". Hablaba en él la razón natural del hombre de talento. Cuando se convirtió al Cristianismo y aprendió que hemos sido criados para la felicidad del Cielo, y qué es el Cielo, comprendió la grandeza de haber nacido y el agradecimiento que por ello se debía a Dios.
No he sido criado para la tierra; sólo estoy de paso en la tierra, haciendo méritos que me premiarán eternamente con la felicidad del Cielo. La Fe y la Esperanza Cristiana hacen de la muerte el arco triunfal para entrar a tomar posesión del Cielo. Cuando falta la Fe y no luce la luz de la Esperanza que ilumina la puerta del Cielo y su atmósfera de felicidad indeficiente, se agolpan a la mente las lamentaciones e imprecaciones del doliente de Idumea para repetir su frase de "bienaventurados son los no nacidos" (Job 3, 16). Las desgracias de la vida, envueltas en negruras sin esperanza, han ofuscado a muchos y conducido a buscar el descanso dejando de existir sobre la tierra con una muerte violenta, no conociendo que iban a la desgracia perdurable. El suicidio es el fruto nocivo de no creer y de carecer de la esperanza del Cielo.
¡Oh luz de la Esperanza! ¡Tú transformas en hermosura y en alegría todas las penas y sufrimientos míos mostrándome su premio en el Cielo!. Por eso los Santos estimaban los sufrimientos y las cruces como las más valiosas joyas. Aun sin la alegre aceptación que las almas héroes sentían por los dolores, enseñados por la Fe, cantaba y alababa a la muerte en dulces versos un poeta diciendo:
Idea que expresaba ya siglos antes en versos vigorosos la fe de Quevedo, diciendo:
NOTA
1) Federico Balart: Poesías. A la muerte
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