Casi cada lunes hemos dedicado este espacio para dar a conocer la devoción por las Benditas Ánimas del Purgatorio, aquellas Bienaventuradas almas que por sus deudas pendientes con la Justicia de Dios, están retenidas en una Cárcel de Amor, donde a pesar de la separación temporal con Dios, tienen el consuelo de que en algún momento acabarán sus tormentos y podrán reunirse un día con Él, en la compañía de la Inmaculada Madre de Dios, de los Santos y Ángeles...
Sin embargo hoy, queremos tratar sobre el destino de otras almas, aquellas que mueren enemistadas con Dios, que han renunciado amarle, que se han negado a pertenecer a Su Iglesia... y cuyo destino final es el Infierno.
Es Dogma de Fe Católica que los que mueren en pecado mortal, nunca han de ir al Cielo, sino que inmediatamente después de la muerte se precipitarán en el Infierno.El Infierno es un lugar de tormentos espantosos donde los condenados se ven privados de la visión de Dios y sufren, con los demonios, suplicios horribles que nunca jamás acabarán. Las penas del Infierno no se comparan con las del Santo Purgatorio, y las almas en el Infierno no tienen la esperanza de salir de allí jamás.
EL INFIERNO ES ETERNO. La Fe lo proclama, y Jesucristo lo asegura en más de quince pasajes del Evangelio entre los cuales bastará citar la sentencia que pronunciará en contra de los condenados:"APARTAOS DE MÍ, MALDITOS, ID AL FUEGO ETERNO (Evangelio de San Mateo, cap. 25, vers. 41). Todas las objeciones contra el Infierno y su eternidad se estrellan contra la palabra del Evangelio; tales objeciones proceden más de gente impía o de mal vivir; personas que, por lo mismo, están muy interesadas en que no haya Infierno.
LAS ALMAS DE LOS CONDENADOS
NUNCA VERÁN A DIOS
LAS ALMAS CONDENADAS AL INFIERNO SUFREN ETERNAMENTE dos penas: la PENA DE DAÑO, que consiste en la separación de Dios durante toda la eternidad; y la PENA DE SENTIDO, que consiste en estar sumergido en un fuego devorador que nunca se ha de apagar. En las palabras que Jesucristo ha de pronunciar en el Juicio Final viene indicada la doble pena del Infierno: "Apartaos de mi, malditos", he aquí la pena de daño; "Id al fuego eterno", he aquí la pena de sentido.
1- PENA DE DAÑO: Si el condenado pudiera, como en este mundo, estar separado de Dios sin sufrir por esta separación, su desgracia no sería tan dura; pero no es así: perdió a su Dios, a su Creador, a su Padre y a su Bienhechor en el tiempo, y había de ser su fin supremo y su dicha en la eternidad; y al perderlo, comprende su desventura, pues con las luces que tiene, conoce mucho mejor las perfecciones de Dios: su arrebatadora hermosura, su bondad inefable, sus riquezas imcomparables, etc. Así como el hierro es atraído por el imán, el condenado es atraído por la Divinidad; pero el pecado es como una barrera infranqueable entre Dios y él. ¡Que suplicio, que desesperación! La estricta aplicación de la justicia vengadora del Soberano Juez ha reemplazado a los amorosos llamamientos de la divina misericordia; y este conflicto de deseo y odio, de atracción y de repulsión, y sobre todo ese alejamiento definitivo y eterno de Dios, constituye la pena de daño.
2- PENA DE SENTIDO: Esta pena es universal, de una violencia inconcebible, de una continuidad desesperante, dado que nunca ha de cesar, ni disminuir en su intensidad. "Arderán los condenados en un fuego inextinguible, en medio de las tinieblas, donde no habrá sino llanto y crugir de dientes" (S. Mat- XXII,13).
Irán ahí todos los que mueran en pecado mortal. El momento de la muerte es decisivo. El alma permanece eternamente en el estado en que se halla en ese instante supremo: por consiguiente, si está en pecado mortal, va inmediatamente al Infierno y comienza su desgraciada eternidad (una muerte eterna).
Las almas que están en el Infierno, están fuera del alcance de nuestras oraciones, pues no se encuentran en esta comunión. Ya por ellas no hay nada que hacer, pues están eternamente separadas de Dios.
Para ello debemos preservarnos del pecado y practicar la virtud, para lo cual es indispensable ser devoto e imitador de Nuestra Señora la Virgen María; este es el gran secreto para conservar la paz del alma durante la vida, y para alentarse en los momentos supremos y angustiosos de la muerte, con inmortales esperanzas y consuelos suavísimos. Acordaos, además, a menudo de los siguientes avisos de San Agustín:
1- En vez de empeñarnos en evitar una muerte prematura, hagamos cuanto esté de nuestra parte para evitar el pecado que es causa de la muerte eterna.
2- Aquel que carece de tiempo para pensar en la eternidad, tendrá en la eternidad tiempo sobrado para arrepentirse de ello.
1- PENA DE DAÑO: Si el condenado pudiera, como en este mundo, estar separado de Dios sin sufrir por esta separación, su desgracia no sería tan dura; pero no es así: perdió a su Dios, a su Creador, a su Padre y a su Bienhechor en el tiempo, y había de ser su fin supremo y su dicha en la eternidad; y al perderlo, comprende su desventura, pues con las luces que tiene, conoce mucho mejor las perfecciones de Dios: su arrebatadora hermosura, su bondad inefable, sus riquezas imcomparables, etc. Así como el hierro es atraído por el imán, el condenado es atraído por la Divinidad; pero el pecado es como una barrera infranqueable entre Dios y él. ¡Que suplicio, que desesperación! La estricta aplicación de la justicia vengadora del Soberano Juez ha reemplazado a los amorosos llamamientos de la divina misericordia; y este conflicto de deseo y odio, de atracción y de repulsión, y sobre todo ese alejamiento definitivo y eterno de Dios, constituye la pena de daño.
2- PENA DE SENTIDO: Esta pena es universal, de una violencia inconcebible, de una continuidad desesperante, dado que nunca ha de cesar, ni disminuir en su intensidad. "Arderán los condenados en un fuego inextinguible, en medio de las tinieblas, donde no habrá sino llanto y crugir de dientes" (S. Mat- XXII,13).
Irán ahí todos los que mueran en pecado mortal. El momento de la muerte es decisivo. El alma permanece eternamente en el estado en que se halla en ese instante supremo: por consiguiente, si está en pecado mortal, va inmediatamente al Infierno y comienza su desgraciada eternidad (una muerte eterna).
Las almas que están en el Infierno, están fuera del alcance de nuestras oraciones, pues no se encuentran en esta comunión. Ya por ellas no hay nada que hacer, pues están eternamente separadas de Dios.
PARA EVITAR EL INFIERNO
1- En vez de empeñarnos en evitar una muerte prematura, hagamos cuanto esté de nuestra parte para evitar el pecado que es causa de la muerte eterna.
2- Aquel que carece de tiempo para pensar en la eternidad, tendrá en la eternidad tiempo sobrado para arrepentirse de ello.
“La Santa Iglesia Romana firmemente cree, profesa y predica que todos aquellos que están fuera de la Iglesia Católica, no solo los paganos sino también los judíos y herejes o cismáticos, no pueden compartir la vida eterna y se irán al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, a menos que se unan a la Iglesia antes del fin de sus vidas; que la unidad de este cuerpo eclesiástico es de tal importancia que solamente para aquellos que moran en él contribuyen los sacramentos de la Iglesia a la salvación; y el ayuno, la caridad y otras obras de piedad y prácticas de la milicia cristiana producen recompensas eternas; y que nadie puede ser salvado, sin importar cuánto haya regalado en beneficencia y cuánta sangre haya derramado en nombre de Cristo, a menos que haya perseverado en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica.”
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia
Bula “Cantate Domino”, 1441, Ex Cátedra
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