La primera celebración litúrgica del Nombre de María tuvo lugar en España, en 1513, en la ciudad de Cuenca (España), después de que el Papa León X, concediera a la Catedral de la ciudad dedicar una Capilla con ese título.
Debido a la promulgación del Misal de San Pío V en 1570, se hizo necesaria una nueva petición. Por esta razón, el Canónigo Juan del Pozo Palomino, pidió y obtuvo del Papa Sixto V, el 17 de Enero de 1587, poder seguir celebrando dicha Fiesta del Dulce Nombre de María en la Catedral, como Fiesta de la Octava de la Natividad de María y en 1588, logró que se le concediera a toda la Diócesis de Cuenca.
Pero el fervor mariano de los españoles y en particular, del fraile trinitario Beato Simón de Rojas, obtuvo de Roma el 31 de Mayo de 1622, el permiso para celebrar el Dulce Nombre de María en todas las casas y capillas de la Orden de los Trinitarios de Castilla, así como en la Diócesis de Toledo.
Meses más tarde, el 5 de Enero de 1623, su Católica Majestad el Rey Felipe IV logró la extensión de la Fiesta a todas las provincias españolas, de tal modo que pudiesen rezar el Oficio del Dulce Nombre de María, todos los Sábados (menos en Cuaresma y Adviento).
En 1671, el Papa Clemente X autorizó la celebración del Dulce Nombre de María en todos los dominios españoles
En 1683, el Papa Inocencio XI formó una gran coalición cristiana con el Emperador Leopoldo I, el Rey Juan III Sobieki de Polonia y tropas húngaras para repeler a los mahometanos que amenazaban con invadir Europa. Los ejércitos cristianos conseguirán vencer a los turcos a las puertas de Viena en 1683 y reconquistar Budapest tres años más tarde, con lo que Hungría se verá libre de la presión turca. Como recuerdo por la victoria en Viena, el Papa Inocencio XI proclamó la Festividad del Dulce Nombre de María el 12 de Septiembre de ese mismo año, extendiendo su celebración a toda la Iglesia Universal.
Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el Santísimo Nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene... Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les otorgará.
El Padre Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el Nombre de María, dando como razón que este Nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias.
De modo parecido, San Camilo de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los Nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los Nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban.
Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos Nombres de Jesús y de María, expiró el Santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los Nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.¡Dichoso –decía San Buenaventura– el que ama Tu Dulce Nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable Tu Nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.
Quién tuviera la dicha de morir como murió Fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al Cielo en Tu compañía”. O como murió el Beato Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el Dulcísimo Nombre de María.
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.