Breve semblanza del Seráfico San Francisco de Asís:
Nació en Asís, una ciudad sobre la ladera del Monte Subasio (Italia) en 1181. Su madre lo bautizó Juan, pero su padre lo cambió por Francisco. Pertenecía a una familia rica, dedicada al comercio de telas.
San Francisco pasó gran parte de su juventud dedicado a cosas mundanas, sin importarle mucho Dios; incluso durante un tiempo fue soldado, pero un sueño le advirtió que no era su camino. Peregrinó entonces a Roma y oyó que el Señor le pedía reparar su casa . Es entonces cuando decide renunciar a todos sus bienes, desafiando a su padre, Pedro Bernardone que tenía pensado su futuro como comerciante. Así, a los veinticinco años, ciñe el hábito de los penitentes, atándose una cuerda a la cintura.
De esta manera, vivió un tiempo en soledad y luego fundó con doce compañeros la Orden de Frailes Menores (franciscanos) que fue aprobada por el Papa Inocencio III en 1209.
Llegando al ocaso de su vida, durante una Cuaresma, San Francisco decide retirarse a orar y ayunar al Monte Alvernia. Una mañana, cuando nuestro santo se encontraba en oración, tuvo la visión celestial de un serafín: tenía seis alas resplandecientes. Entre ellas apareció representada la imagen de Nuestro Señor clavado en la Cruz. Dos alas del serafín se elevaban sobre su cabeza, las otras dos aparecían extendidas, en actitud de volar, y las restantes le cubrían el cuerpo.
Al desaparecer aquella prodigiosa visión, surgieron llagas en sus manos y pies, semejantes a las de Jesús Crucificado, igual que lo acababa de contemplar en el éxtasis. También en el costado, se reprodujo una herida que recordaba a la que el soldado romano Longinos, infringió a Jesús ya muerto en la Cruz. Pero el milagro de la estigmatización no terminaba ahí: los biógrafos de San Francisco nos cuentan que mientras el santo recibía las Santas Llagas, la vegetación del Monte Alvernia comenzaba a arder con impresionantes llamas, produciendo enormes resplandores que despertaron a los pastores y vecinos del lugar.
A diferencia de otros estigmatizados, los estigmas de San Francisco, presentaban unas características muy particulares y que jamás se reprodujeron de igual manera en otros casos de estigmatización; así, Tomás de Celano, testigo de la época, nos relata estas características de los estigmas de San Francisco: “Sus manos y sus pies estaban atravesados por la mitad, como con clavos; las cabezas de éstos asomaban por la parte interior de las manos y por la parte superior de los pies; las puntas, por el otro lado. Las marcas del interior de las manos eran redondas, las del otro alargadas”.
San Buenaventura preguntó sobre los estigmas de San Francisco a algunos discípulos del santo, y que dieron el siguiente testimonio: “Los clavos eran negros y como de hierro, y hasta tal punto eran una misma cosa con la carne, que de cualquier cosa que se apretase, salían por el otro lado. En cambio, la llaga encarnada del costado, que por contracción de la carne había adoptado una forma circular, producía el efecto de una hermosa rosa”.
A pesar de la novedad de tan milagrosos hechos, San Francisco siempre intentó ocultar las llagas ante los ojos de los suyos; sin embargo, por obediencia, tuvo que mostrarlas ante la mirada de varios Cardenales e incluso del mismo Papa Alejandro IV, que certificó la veracidad de la estigmatización, amenazando con penas eclesiásticas a quienes impugnaran la verdad de las llagas del Santo.
San Francisco murió en 1226; en ese momento, varias decenas de frailes, su hija espiritual, Santa Clara de Asís y otras franciscanas, pudieron venerar aquellas santas heridas que el santo les ocultó en vida. Dicen que incluso las llagas sangraron después de muerto; algunos frailes empaparon un lienzo con aquella sangre, que guardaron como una preciosa reliquia que aún hoy día se conserva.
Fue canonizado por el Papa Gregorio IX, tan sólo dos años después de su muerte. El prodigioso hecho de la estigmatización de San Francisco, se conmemora en la Iglesia cada año el 17 de Septiembre.
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