sábado, 30 de abril de 2022

SANTA CATALINA DE SIENA

  

                “Cuando un alma se eleva a Dios con ansias de ardentísimo deseo de honor a Él y de la salvación de las almas, se ejercita por algún tiempo en la virtud, se aposenta en la celda del conocimiento de sí misma y se habitúa a ella para mejor entender la Bondad de Dios; porque al conocimiento sigue el amor, y, amando, procura ir en pos de la verdad y revestirse de ella”





               Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa "Pura"), era la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de Ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.

               Desde niña, empezó a orar a la Reina de Siena, y a menudo se le oía rezar el Avemaría bajando las escaleras de su casa. Un día cuando tenía 6 años de edad y mientras caminaba por las calles de Siena con su hermano, elevó su mirada y de repente vio sobre el techo de la Iglesia de Santo Domingo, al Rey de Reyes sobre un espléndido trono, vestido como el Papa con su corona Papal; y con Él estaban San Pedro, San Pablo y San Juan. Jesús mirando con ternura a Catalina, despacio y solemnemente la bendijo, haciendo tres veces la señal de la Cruz sobre ella con su mano derecha, como lo hace un obispo. Desde ese momento Catalina dejó de ser una niña, se enamoró profundamente de su amado Salvador.

               Al año siguiente, ante un cuadro de Nuestra Señora, se ofreció al Señor que la había  bendecido. En este momento tan crucial oró a la Virgen:

                    "¡Santísima Virgen, no mires mi debilidad, sino dame la gracia de tener como esposo a Aquel  a quien yo amo con toda mi alma, tu Santísimo Hijo, Nuestro Único Señor, Jesucristo! Le prometo a Él y a Ti, que nunca tendré otro esposo"

               Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios más humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.

               Con su ejemplo de humildad, obediencia y caridad ante su familia, los conquistó y entonces le permitieron ser miembro de la Tercera Orden de Santo Domingo y tener un cuarto privado. Allí comenzó a hacer actos de mortificación heroicos. Se alimentaba principalmente de hierbas y vestía con telas muy crudas. Asistía con gran generosidad a los pobres, a los enfermos, consolaba a los presos. Su sometimiento de la propia voluntad al Señor, aún en sus penitencias, daba verdadero valor a lo que hacía. Pero sus experiencias místicas no le quitaban las pruebas. Sufría por su temperamento al que dominaba con gran paciencia y por los baños calientes que le ordenaron los médicos. En medio de sus dolencias oraba sin cesar para expiar sus ofensas y purificar su corazón.

               Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la Tercera Orden de Santo Domingo. Tenía 16 años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos, a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible Peste Negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.

               En la noche anterior a su profesión en la Orden, después de pasar por una severa prueba en la cual el demonio se le apareció como un caballero muy guapo y elegante, y le ofreció un traje de seda con joyas brillantes, Catalina se tiró sobre el crucifijo y gritó:

                    "¡Mi único, mi amado esposo. Tú sabes que jamás he deseado a nadie más que a Ti. Ven en mi ayuda, mi amado Salvador!"

               De pronto, frente a Catalina estaba la Madre de Dios, teniendo en sus manos un traje de oro, y con su voz suave y tierna, la Virgen le dijo:

                    "Este vestido, hija mía, lo he traído del Corazón de mi Hijo. Estaba escondido en la Herida de su costado como en una canasta de oro, y te lo hice con mis propias manos"

               Entonces con ferviente amor y humildad, Catalina inclinó la cabeza, mientras la Virgen le imponía este vestido celestial.

               Por fin, en 1635, a los 18 años (según algunos escritores a los 20 años), recibió el hábito de la Tercera Orden Dominica. Durante tres años después de recibir el hábito, Catalina vivió, en la santa soledad de su pequeño cuarto y en su capilla favorita. Allí pasó un entrenamiento estricto basado en la auto-negación y desarrollo espiritual bajo la dirección personal de Cristo y de su Madre. No hablaba sino con Dios, la Virgen y su confesor.




               Catalina tenía gran devoción al Niño Jesús. Una noche de Navidad, mientras oraba con sus hermanas de la Tercera Orden en la Iglesia de Santo Domingo, se le concedió una visión muy impresionante. La Virgen María de rodillas adorando en oración ferviente al recién nacido, el Divino Niño. Catalina estaba tan sobrecogida que suplicó humildemente a la Virgen que le permitiera cargar al Niño por un momento. Con una sonrisa afectuosa, la Virgen tomó el Niño y se lo entregó a Catalina, quien teniéndolo en sus brazos, lo besó y le susurró en el oído los nombres de todos sus seres queridos.

               La serpiente, viendo su vida angelical, la asaltaba buscando destruir su virtud. Llenaba su imaginación con las más sucias representaciones y asaltaba su corazón con las más bajas y humillantes tentaciones. Después su alma quedaba en una nube de oscuridad, la más severa prueba imaginable. Se veía a sí misma cientos de veces al borde del precipicio, pero siempre sostenida por una mano invisible.

               Sus armas eran: la oración ferviente, la humildad, resignación y confianza en Dios.

               Así venció las pruebas que sirvieron mucho para purificar su corazón. Nuestro Señor la visitó después y ella le dijo:

                   "¿Dónde estabas, mi divino Esposo, mientras yo yacía en tan temible condición de abandono?"

               Jesús le contestó:

                    "Estaba contigo"

                    "¿Cómo? -replicó ella-, ¡¿entre las sucias abominaciones en que infectaban mi alma?!"

               Él le dice:

                    "Eran desagradables y sumamente dolorosas para ti. Este conflicto, por lo tanto, fue tu mérito, y la victoria sobre ellas, fue debido a mi presencia"

               El enemigo también la invitaba al orgullo, sin escatimar ni violencia ni estrategia alguna para seducirla a sus vicios. Pero la humildad era su defensa. Dios la recompensó con su caridad para los pobres y muchos milagros.



               Un día, después de que Catalina había orado todo el día con extraordinaria fe, Nuestro Señor se le apareció y le dijo:

                    "Ya que por amor a Mi has renunciado a todos los gozos terrenales y deseas gozarte sólo en Mi, he resuelto solemnemente celebrar Mi Desposorio contigo y tomarte como mi esposa en la fe"

               Mientras el Señor hablaba, aparecieron muchos Ángeles, su Santísima Madre, San Juan, San Pablo y Santo Domingo. Y mientras el Rey David tocaba una dulce música en su arpa, nuestra amorosa Madre tomó la mano de Catalina y la puso en la mano de su Hijo. Entonces Jesús, puso un anillo de oro en el dedo de Catalina, y dijo:

                    "Yo, tu Creador y Salvador, te acepto como esposa y te concedo una fe firme que nunca fallará. Nada temas. Te he puesto el escudo de la fe y prevalecerás sobre todos tus enemigos"

               En otra ocasión, en el transcurso de una visión sobrenatural, Nuestro Señor le presentó dos coronas, una de oro y la otra de espinas, invitándola a escoger la que más le gustara. Ella respondió:

                    "Yo deseo, oh Señor, vivir aquí siempre conformada a tu pasión y a tu dolor, encontrando en el dolor y el sufrimiento mi respuesta y deleite"

               Entonces, con decisión tomó la corona de espinas y la presionó con fuerza sobre su cabeza.




               Dos veces, en fiestas litúrgicas especiales, la Virgen le ayudó milagrosamente. Durante una Misa de año nuevo, Catalina estaba tan sobrecogida por la emoción, que cuando se puso de pie para ir a recibir la comunión estuvo a punto de caer. La Virgen, con sus manos tiernas y al mismo tiempo fuertes, la sostuvo hasta que se recuperó.

               Un día de la Asunción, que tradicionalmente era la fiesta más grande del año en Siena, la ciudad de la Virgen, Catalina estaba muy enferma en cama, y deseaba intensamente por lo menos poder ver la catedral. De pronto se encontró en el atrio de la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora, y pudo caminar perfectamente y participar en la Misa solemne dedicada a la Virgen.

               A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los 25 años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el Papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñón para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

               Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado "Diálogo de la Divina Providencia", donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus 375 cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua italiana.

               Santa Catalina tenía un profundo amor a la Sagrada Eucaristía, a la Santísima Virgen y a los pobres. Tuvo muchas experiencias místicas, entre ellas: el Desposorio con Cristo, innumerables profecías, el don de los estigmas, así como ayunos de largos períodos (en los cuales se alimentaba solamente de la Sagrada Comunión)

               Santa Catalina murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de 33 años, el 29 de Abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El Papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como Patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y Protectora del Pontificado.



viernes, 29 de abril de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Picarretta. DÉCIMOCUARTA HORA

             

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 6 A LA 7 DE LA MAÑANA 

DÉCIMOCUARTA HORA 

Jesús de nuevo ante Caifás
y después es llevado a Pilatos


                 Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, pero estás tan agotado que a cada paso vacilas. Y yo quiero ponerme a Tu lado para sostenerte cuando estés a punto de caer... Pero veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh Jesús mío, como sol apareces en medio de ellos, y aunque desfigurado, envías luz por todas partes... 

               Veo que Caifás se estremece de gusto al verte tan malamente reducido, y a los reflejos de Tu luz se ciega todavía más, y en su furor te pregunta de nuevo: “¿Así que Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú, amor mío, con una majestad suprema, con una voz llena de gracia y con Tu habitual acento tan dulce y conmovedor que rapta los corazones, respondes: “Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios”. Y ellos, a pesar de que sienten en ellos mismos toda la potencia de Tus palabras, sofocando todo y sin querer saber más, con voces unánimes gritan: “¡Es reo de muerte, es reo de muerte!”. Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilatos. Y Tú, Jesús mío, viéndote condenado, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación que casi la arrebatas al inicuo pontífice, y reparas por todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por todos aquellos que, en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos. 

               Vida mía, Tus reparaciones y plegarias hacen eco en mi corazón, y reparo y suplico en unión Contigo. Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les quedaba de Ti, viéndote condenado a muerte, añaden nuevas cuerdas y cadenas y te oprimen tan fuerte que impiden casi el movimiento a Tu Divina Persona, y empujándote y arrastrándote, te sacan del palacio de Caifás... 

               Turbas de populacho te esperan, pero nadie para defenderte; y Tú, divino sol mío, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con Tu luz... Al dar los primeros pasos, queriendo encerrar en los Tuyos todos los pasos de las criaturas, suplicas y reparas por quienes dan sus pasos para obrar con fines malos: unos para vengarse, otros para matar, otros para traicionar, otros para robar, y para tantas otras cosas pecaminosas... Oh, cómo hieren Tu Corazón todas estas culpas, y para impedir tanto mal oras, reparas y te ofreces a Ti mismo por entero. 

               Pero mientras te sigo, veo que Tú, sol mío Jesús, apenas comienzas a bajar del palacio de Caifás. Poco después te encuentras con María, nuestra hermosa y dulce Mamá. Y vuestras recíprocas miradas se encuentran, se hieren, y aunque os es un alivio el veros, de ahí nacen nuevos dolores: Tú, al ver a la dulce Mamá traspasada, pálida y enlutada, y la querida, Mamá al verte a Ti, sol divino, eclipsado, cubierto con tantos oprobios, en lágrimas y con un manto de sangre... Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de miradas: con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra, vuestros Corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro, han de dejar de mirarse, porque los soldados lo evitan, y así, pisoteado y arrastrado, te hacen llegar a Pilatos. Jesús mío, me uno a mi doliente Mamá para seguirte, para fundirme junto con Ella en Ti; y Tú, dirigiéndome una mirada de amor, bendíceme...



Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia





jueves, 28 de abril de 2022

SAN LUIS MARÍA GRIGNIÓN DE MONTFORT, APÓSTOL DE NUESTRA SANTA MADRE

 



               Breve reseña biográfica de un Sacerdote enamorado de Nuestra Señora la Virgen María

              San Luis nació en Montfort, Francia el 31 de Enero de 1673 de una familia muy numerosa, siendo el mayor de 18 hermanos. Uno de ellos murió en su infancia, 3 fueron Sacerdotes y 3 religiosas. San Luis sobresalía entre sus amigos por su habilidad y su extraordinaria fortaleza física. De carácter era mas bien tímido y prefería la soledad.

              Desde joven, San Luis sentía una gran devoción a la Divina Eucaristía y a la Virgen María. Frecuentemente lo encontraban rezando por largo rato frente a una imagen de la Virgen. Cuando tenía suficiente edad, pidió permiso para asistir por las mañanas a la Santa Misa de la Parroquia; como la Iglesia le quedaba a dos millas de su casa, tenía que levantarse muy temprano para llegar a tiempo.  Mientras estudiaba con los Jesuitas en Rennes siempre visitaba la iglesia antes y después de las clases. Participó en una sociedad de jóvenes que durante las vacaciones servían a los pobres y los enfermos incurables.

              Pero no todo en su juventud era de color de rosas. Su padre, Jean Grignión, tenía la fama de ser uno de los hombres más coléricos en toda la región de Rennes. Y como Luis era el hijo mayor, era quien sentía más el peso de la furia. Su padre constantemente lo incitaba a la ira. Ya por sí mismo Luis tenía un temperamento tan fuerte como el de su padre, lo cual le hacía aún más difícil soportar aquellas pruebas. Para evitar un enfrentamiento con su padre, y el mal que su ira podría traer, Luis salía corriendo. Así evitaba la ocasión de pecado. Era todo lo que Luis podía hacer para controlar su temperamento... sin quererlo, su padre le proporcionó un medio para entrar en la lucha por la santidad a una temprana edad.

              En 1693, a los 20 años, siente el llamado de consagrar su vida a Dios en el Sacerdocio. La primera reacción de su padre no era favorable, pero cuando vio la determinación de su hijo, le dio la bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis sale de su casa hacia París.

              Su tiempo en el Seminario estuvo lleno de grandes pruebas: era poco comprendido por los demás. No sabían cómo lidiar con el, si tratarlo como a un santo o como a un fanático. Sus superiores, pensando que toda su vida estaba movida mas bien por el orgullo que por el celo de Dios, lo mortificaban día y noche. Lo humillaban y lo insultaban en frente de todos. Sus compañeros en el Seminario, viendo la actitud de los superiores, también lo maltrataban mucho. Se reían de él, lo rechazaban muy a menudo. Y todo esto San Luis lo recibió con gran paciencia y docilidad. Es mas, lo miraba todo como un gran regalo de Cristo quién le había dado a participar de Su Cruz

              El 5 de Junio de 1700, San Luis, de 27 años, fue ordenado Sacerdote. Tras años de incomprensiones y ataques por parte del Clero y parte del Episcopado francés, decide, en el año 1706, recurrir al Santo Padre, el Papa Clemente XI, que le imparte su Bendición y lo nombra Misionero Apostólico, quedando así bajo la protección directa del Papa.

              San Luis llegará a hacer 200 Misiones y retiros, especialmente en la región noroccidental de Francia: el Poitou, Vendée y en Bretaña. Con gran celo predicaba de pueblo en pueblo el Evangelio. Su lenguaje era sencillo pero lleno de fuego y amor a Dios.  Sus Misiones se caracterizaban por la presencia de María nuestra Señora, ya que siempre promovía el rezo del Santo Rosario y hacía procesiones y cánticos a la Virgen, por la que predicaba sin cesar la Esclavitud Mariana. Sus exhortaciones movían a los pobres a renovar sus corazones y, poco a poco, volver a Dios, a los sacramentos y al amor a Cristo Crucificado. Jamás cesaron los ataques, ni por parte del Clero corrupto, ni de los jansenistas.




              El 1 de Abril de 1716 comenzó su última Misión en Saint-Laurent-sur-Sèvre. Presintiendo que su muerte estaba próxima, pidió que, cuando lo pusiesen en el ataúd, le fuesen mantenidas en el cuello, los brazos y los pies las cadenas que usaba como señal de Esclavitud de Amor a la Santísima Virgen. Murió en la tarde del 28 de Abril de 1716. Fue enterrado en el mismo pueblo de Saint-Laurent-sur-Sèvre, en la basílica que hoy lleva su nombre.

              San Luis regaló a la Iglesia las obras más grandes que se han escrito sobre la Virgen Santísima, siendo la mayor de todas "El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen". Además escribió "El Secreto de la Virgen", y "El Secreto del Rosario". A estos se añade "A los Amigos de la Cruz".  La Iglesia ha reconocido sus libros como expresión auténtica de la Doctrina Eclesial; así, el Papa Pío XII, quién canonizó a San Luis dijo: "Son libros de enseñanza ardiente, sólida y autentica." Años antes, el Papa San Pío X, el 27 de Diciembre 1908 , escribió una dedicatoria en una copia de El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen con la que concedió la Bendición Apostólica a los lectores: "Estamos en gran medida de la verdadera devoción a María, escrito de forma tan maravillosa por el Beato de Montfort, y con gran corazón otorgamos la Bendición Apostólica a todos los que lean este Tratado ".




miércoles, 27 de abril de 2022

SAN PEDRO CANISIO, DOCTOR DE LA IGLESIA, MARTILLO DE HEREJES. Oración para conservar la Verdadera Fe

 



               San Pedro Canisio nació en Nimega de Güeldres, Países Bajos, en 1521, el mismo año en que Lutero con abierta rebelión se apartó de la Iglesia, y en que San Ignacio de Loyola, en España, abandonando la milicia terrena, se resolvió a luchar las batallas del Señor. Con esto significó Dios con qué adversarios habría de pelear y con qué capitán alcanzaría la victoria. En Colonia, a donde se había dirigido por razón de estudios, hizo voto perpetuo de castidad, y poco después ingresó en la Compañía de Jesús. Siendo ya Sacerdote, emprendió la defensa de la Fe Católica por medio de Misiones, Sermones y escritos. 

               Por su preclara sabiduría y por su reconocida experiencia, fue llamado por el Cardenal de Augusta y por los Legados Pontificios, interviniendo en distintas ocasiones en el Concilio Tridentino, cuyos decretos fueron por él promulgados en Alemania por encargo del Papa Pío IV, el cual le confirió también la misión de llevarlos a la práctica. 

               Por mandato del Sumo Pontífice Paulo IV intervino en la Dieta de Augsburgo, y en tiempo del Papa Gregorio XIII desempeñó diversas legaciones con ánimo resuelto, sin que le arredrasen las dificultades, e intervino en gravísimos asuntos religiosos, llevándolos a feliz término, aún con peligro de su propia vida.

               Ardía en el fuego de la caridad divina que antaño había respirado en las profundidades del Corazón de Jesús en sus visitas a la Basílica Vaticana, y aspiraba sólo la difusión y propagación de la gloria divina; no es posible reseñar los trabajos que emprendió por espacio de más de cuarenta años, y las fatigas que sobrellevó a fin de preservar a muchas ciudades y provincias de Alemania del contagio de la herejía, o para restituir a la fe católica las que estaban contaminadas por falsas doctrinas. Redactó el Sumario de la Doctrina Cristiana en 1555, que se centraba sobre todo en los puntos teológicos objeto de controversia entre Católicos y Protestantes.

                En la Dieta de Ratisbona y de Augusta excitó a los príncipes a la defensa de los derechos de la Iglesia y a la enmienda de las costumbres del pueblo; en la de Worms redujo al silencio a los insolentes maestros de la impiedad. Constituido por San Ignacio como Superior de la Provincia de Alemania, edificó casas y colegios en muchas partes. Dotó y amplió, con toda suerte de medios, al Colegio Germánico de Roma. Restauró en las Academias el estudio de las letras divinas y humanas, que había decaído; escribió muchos escritos para la instrucción de los Fieles. Fue llamado el "Martillo de los herejes" y el segundo Apóstol de Alemania.

                En medio de tantas ocupaciones, se mantenía en unión con Dios por la plegaria y la asidua meditación de las cosas celestiales, en la cual no pocas veces derramaba abundantes lágrimas, y quedaba privado del uso de los sentidos. 

               Fue honrado en gran manera por los príncipes y por hombres de virtud eminente, así como por cuatro Sumos Pontífices, y con todo era tal su humildad, que se consideraba el más pequeño de todos. Rehusó por dos veces el Obispado de Viena. Sumiso en gran manera a sus Superiores, estaba dispuesto a dejarlo y emprenderlo todo para obedecerles, aún con peligro de su salud o de su vida. Gracias a su mortificación voluntaria guardó perpetua castidad. 

               Finalmente, en Friburgo de Suiza, en donde había trabajado mucho durante los últimos años de su vida por la Gloria de Dios y el bien de las almas, voló al cielo el día 21 de Diciembre del año 1597, a los 77 años. 

               El Papa Pío IX agregó a este celoso defensor de la Verdad Católica al número de los Beatos en 1864. Y resplandeciendo con nuevos milagros, el Sumo Pontífice Pío XI en el Año del Jubileo de 1925, le incluyó en el número de los Santos, al propio tiempo lo declaró Doctor de la Iglesia Universal por su heroica defensa del Catecismo.


Oración de San Pedro Canisio 
para conservar la Verdadera Fe


               Para mi salvación, confieso en voz alta todo lo que los Católicos, con razón han creído siempre en sus corazones. Aborrezco a Lutero, odio a Calvino, maldigo a todos los herejes; no quiero tener nada en común con ellos, porque no hablan ni escuchan rectamente, y no poseen la única regla de la Verdadera Fe propuesta por la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Me uno en comunión con Ella, abrazo la Fe, sigo la Religión y apruebo la Doctrina de los que escuchan y siguen a Cristo, no sólo cuanto se enseña en las Escrituras, sino incluso en los Concilios Ecuménicos y lo que se define por boca de la Cátedra de Pedro, testificándola con la Autoridad de los Padres. 

               También me declaro hijo de la Iglesia Romana, a la que los impíos y blasfemos persiguen, desprecian y abominan como si fuera anticristiana; no me alejo en ningún punto de su autoridad, ni me niego a dar la vida y derramar mi sangre en su defensa. Creo que la salvación por los Méritos de Cristo sólo podemos alcanzarla en unidad de esta misma Iglesia.

               Con San Jerónimo, declaro permanecer unido con todos los que están unidos a la Cátedra de Pedro, con San Ambrosio, prometo seguir en todo a la Iglesia Romana a la que reconozco respetuosamente, con San Cipriano, como la raíz y madre de la Iglesia universal. Me baso en esta Fe en la doctrina que aprendí de niño, que de joven confirmé como me la enseñaron los adultos y que, hasta ahora, con mis débiles fuerzas defendí. Para hacer esta profesión no me mueve otra razón que la Gloria y el Honor de Dios, la conciencia de la verdad, la autoridad canónica de la Santa Escritura, el consenso de los Padres de la Iglesia, el testimonio de Fe que debo dar a mis hermanos y, finalmente, la salvación eterna en el Cielo y la felicidad prometida a los verdaderos creyentes.

               Si se da el caso de que debido a mi Fe, soy despreciado, maltratado y perseguido, lo consideraré como una extraordinaria gracia y favor, porque significará que Vos, mi Dios, me concedéis la oportunidad de sufrir por la justicia y no queréis que me sean benévolos aquellos que, como enemigos declarados de la Iglesia y de la Verdad Católica, no pueden ser vuestros amigos. Sin embargo, perdonadlos, Señor, porque instigados por el Diablo, y cegados por el brillo de una doctrina falsa, no saben o no quieren saber lo que hacen.

               Concededme esta gracia, tanto en la vida y como en la muerte, y que siempre sea testigo fidedigno de la sinceridad y fidelidad que os debo a Vos, a la Iglesia y a la Verdad, que no me aleje de vuestro Santo Amor y que permanezca en comunión con aquellos que temen y guardan vuestros preceptos en la Santa Iglesia Romana, a cuyo juicio me someto yo y todas mis obras, con ánimo pronto y respetuoso. 

              Que todos los Santos, triunfantes en el Cielo o militantes en la tierra, unidos indisolublemente en el vínculo de la paz con la Iglesia Católica exaltando vuestra inmensa bondad, rueguen por mí. A Vos, que sois el Principio y Fin de todos mis bienes, sea todo Honor y Gloria por los siglos de los siglos.




martes, 26 de abril de 2022

LOS TRECE MARTES DE SAN ANTONIO. Séptimo Martes

       



            Por la señal de la Santa Cruz + de nuestros enemigos + líbranos, Señor, Dios nuestro + 

            En el Nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.


ACTO DE CONTRICIÓN


            Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quién sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

            Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en Vuestra Bondad y Misericordia infinita, que me los perdonaréis, por los méritos de Vuestra Preciosísima Sangre, Pasión y Muerte y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en Vuestro Santo Amor y servicio, hasta el fin de mi vida. Amén.

ORACIÓN INICIAL


            Postrado a tus pies, oh amantísimo protector mío San Antonio, te ofrezco el piadoso ejercicio que voy a practicar para que me alcances del Señor el perdón de mis pecados, las virtudes propias de mi estado, la perseverancia final y la gracia especial que solicito con esta devoción. Más si ésta no me conviniese, obtenme conformidad con la Voluntad de Dios. Amén.


MARTES 7º: LA BENIGNIDAD

            ¡Oh, soberano y suavísimo San Antonio! Alcanzadme una santa benignidad para con mis prójimos, a fin de que no quiera otras armas contra mis enemigos más que orar por ellos y hacerlos bien.      

A continuación rezamos un Padrenuestro
un Avemaría y un Gloria. Luego, terminamos 
rezando el tradicional Responsorio de San Antonio...




Y terminamos este ejercicio piadoso signándonos 
en el Nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.



lunes, 25 de abril de 2022

CUANDO SUFRES CON DULCE PACIENCIA

 


               En la iglesia de Fresne. Él: Hija Mía, ¿no comprendes que las penas que te mando están medidas y como calculadas sobre lo que tú puedes?. Son favores que te ligan a tu Amado. Dame las gracias por esas penillas que Yo pongo en tu corazón como una florecita delicada. Él te encuentra más hermosa cuando sufres con dulce paciencia unida a Su Paciencia. Tu alma toma entonces como un rostro nuevo cuyos rasgos están tomados de los Suyos, Sé flexible y dócil en Mis Manos. 

               Humíllate siempre, como quien ha merecido sus infortunios. Yo lo sufrí todo, siendo El Inocente. ¿No te sientes dispuesta a sufrirlo todo para consumar nuestra Unión”? ¿O La tienes ya por suficiente y no la deseas todavía más estrecha? ¿Piensas que tu amor Me ha dicho ya su última palabra? Déjate a ti misma y pasa dentro de Mí. Ganarás con el cambio. 

               Casas, las hay de muchas clases; pero la mas dulce es la Casa de la intimidad del Esposo: si tú llegas a probarla, querrás tener allí tu morada  permanente. Y una vez en ella, ¿quién podrá alcanzarte?. Estás en Brazos del Único, pues a Él te has dado. Le has dado tu honor, tus bienes, tu corazón; Él acudirá a todos los medios para tu santificación, que es el fin de los fines. Amar y agradar a Dios, ¡qué importa el resto!

              Cuando veas a Dios, .. ¡Cómo te alegraras de haberlo amado y servido! De haberlo glorificado sin regatear y de todo corazón. No temas las tribulaciones, pues por su medio creces y subes; te ayudan a amarme más y Yo te aguardo en una encrucijada, para ver cómo, superas el obstáculo. Me pregunto: ‘Va a pedirme auxilio? ¿Me dará finalmente, en un impulso filial, toda su confianza?’ ¡Cuán grande es la paz de un alma que se Me confía totalmente!


29 de Julio 1943


De los escritos de la mística Gabrielle Bossis "Él y yo", 
con el imprimatur en 1957 de Monseñor Jacques Le Cordier, 
Obispo auxiliar de París; también del Obispo de Nantes, 
Monseñor Villepellet, del entonces Obispo Auxiliar 
y Vicario General de la Arquidiócesis de México, 
Monseñor Francisco Orozco y del Obispo Auxiliar
de Madrid-Alcalá Monseñor García Lahiguera.



domingo, 24 de abril de 2022

DOMINICA IN ALBIS

  

               El nombre de «Dominica in albis» es uno de los más antiguos. En realidad es «in albis vestibus depositis», es decir, cuando los neófitos (los que habían sido bautizados en la Vigilia Pascual), asistían dicho Domingo a la celebración de la Santa Misa, habiendo ya depuesto (en las vísperas del sábado de la Octava) sus albas o vestiduras blancas, recibidas aquella noche en que renacieron a la vida eterna y que habían vestido durante toda la Octava.

               Es también Domingo «de Quasimodo», ya que, como otros domingos importantes del Año Litúrgico (por ejemplo, Domingo «de Laetare» – IVº de Cuaresma), toma el nombre de las primeras palabras de la antífona del Introito (o canto de entrada). En este caso, la antífona es un texto de la 1ª Carta de San Pedro, cap. 2, vers. 2: Quasimodo geniti infantes, alleluia: rationabiles, sino dolo lac concupiscite, alleluia,alleluia, alleluia. "Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura".




               Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros.

              Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.

              Jesús les dijo otra vez: La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.

              Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

               Tomás, uno de los Doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.

               Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: La paz sea con vosotros. Luego dice a Tomás: Mete aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel.

                Tomás le contestó: Señor mío y Dios mío.

               Dícele Jesús: Porque me has visto, Tomás, has creído. Bienaventurados los que sin ver creyeron.

               Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos milagros que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.



sábado, 23 de abril de 2022

"LOS SAGRADOS NOMBRES DE JESÚS Y DE MARÍA EN EL CORAZÓN"

  



               Pero, ¿qué serán estos servidores, Esclavos e Hijos de María? Serán fuego encendido (Sal. 104, 4; Heb. 1,7), ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del Amor Divino. Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en manos de un guerrero (Sal. 127, 4).

               Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación. Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo (ver II Cor. 2, 15-16) para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte. 

               Serán nubes tronantes y volantes (ver Is. 60,8), en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la Palabra de Dios y de la Vida Eterna, tronarán contra el pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces, y con la espada de dos filos de la Palabra de Dios (Heb. 4,12; Ef. 6,17) traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo. 

               Serán los Apóstoles auténticos de los Últimos Tiempos a quienes el Señor de los Ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos. Dormirán sin oro ni plata y –lo que más cuenta– sin preocupaciones en medio de los demás Sacerdotes, Eclesiásticos y Clérigos (Sal 68,14).

               Tendrán, sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la Gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y sólo dejarán en pos de sí, en los lugares donde prediquen, el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda la Ley (ver Rom. 13,10).

               Por último, sabemos que serán verdaderos Discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura Verdad, conforme al Santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea. Llevarán en la boca la espada de dos filos de la Palabra de Dios (Heb. 4,12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la Cruz; en la mano derecha, el Crucifijo; el Rosario en la izquierda; los Sagrados Nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo. Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para extender Su Imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo sucederá esto?... ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros nos toca callar, orar, suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia al Señor (Sal. 40 ,2).


San Luis María Grignión de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción, nº 56-59



viernes, 22 de abril de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Picarretta. DÉCIMOTERCERA HORA

            

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 5 A LA 6 DE LA MAÑANA 

DÉCIMOTERCERA HORA 

Jesús en la prisión


                Prisionero Jesús mío, me despierto y no te encuentro; el corazón me late fuerte y delira de amor. Dime ¿dónde estás? Ángel mío, llévame a casa de Caifás... Pero por más que busco, recorro e indago por todas partes, no te encuentro... Pronto, amor mío, mueve con Tus manos las cadenas con que tienes atado mi corazón al Tuyo y atráeme hacia Ti para que, atraída por Ti, pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en Tus brazos. 

               Amor mío, ya siento que me atraes, herido por mi voz y queriendo mi compañía... Pero veo que te ha puesto en la cárcel...Y mi corazón, mientras exulta de gozo por encontrarte, me lo siento herido de dolor al ver a qué estado te han reducido. Te veo con las manos atrás atadas a una columna, con los pies inmovilizados y atados, con Tu Santísimo Rostro golpeado, hinchado y ensangrentado por las bárbaras bofetadas recibidas...Tus ojos santísimos están lívidos, con la mirada cansada y apagada por la vigilia; Tus cabellos todos en desorden; Tu Santísima Persona toda golpeada, y hay que agregar que no te puedes valer por Ti solo para ayudarte y limpiarte, porque estás atado. Y yo, oh Jesús mío, llorando y abrazándome a Tus pies exclamo: ¡Ay, cómo te han dejado, oh Jesús! 

               Y Jesús, mirándome, me responde: “Ven, oh hija, y pon atención a todo lo que ves que hago Yo, para que lo hagas tú junto Conmigo y pueda Yo así continuar mi vida en ti.” Y veo con asombro que en vez de ocuparte de Tus penas, con un amor indecible quieres ocuparte en glorificar al Padre para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a hacer, y llama en torno a Ti a todas las almas para tomar sobre Ti todos sus males y darles todos Tus bienes...Y como ya hemos llegado al alba del nuevo día, oigo Tu Voz dulcísima que dice: “Padre Santo, te doy las gracias por todo lo que he sufrido y por lo que me queda por sufrir. Y así como esta aurora llama al día y el día hace surgir el sol, quiero que así la aurora de la gracia despunte en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol Divino, surja en todos los corazones y reine en todos. Mira, oh Padre, a todas las almas, pues Yo quiero responderte por todas ellas, por sus pensamientos, por sus palabras, por sus obras, por sus pasos, etc... a costa de Mi Sangre y de Mi Muerte.” 

               Jesús mío, amor sin límites, me uno a ti y también yo te agradezco por cuanto me has hecho sufrir y por lo que me quede por sufrir, y te suplico que hagas surgir en todos los corazones la aurora de la gracia para que Tú, Sol Divino, puedas resurgir en todos los corazones y reinar en todos. 

               Pero veo que Tú, dulce Jesús mío, también reparas por todas las primicias de los pensamientos, de los afectos y de las palabras que desde el principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y reúnes en Ti como si fueran uno solo, los pensamientos, los afectos y las palabras de las criaturas, para dar al Padre la Reparación y la Gloria que ellas le deben. Jesús mío, Maestro Divino, ya que disponemos en esta prisión de una hora libre y estamos solos, quiero hacer no sólo lo que haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme toda en Ti. Por tanto, me acerco a Tu Santísima Cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes ofuscadas y llenas de tierra, que no tienen ni siquiera un pensamiento para Ti; y fundiéndome en Tu mente quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y fundirlos en Tus pensamientos para hallar suficiente reparación por todos los malos pensamientos y por tantas luces y santas inspiraciones sofocadas... quiero hacer de todos los pensamientos uno solo con los Tuyos para darte la verdadera Reparación y perfecta Gloria. 

               Afligido Jesús mío, beso Tus ojos cargados de lágrimas y de tristeza. Y como tienes las manos atadas a la columna no puedes secártelos ni limpiarte los salivazos con que te han ensuciado, y como es insoportable la postura en que te han atado, no puedes cerrar los ojos cansados para reposar un poco...y yo quiero enjugarte los ojos y suplicarte  perdón, dándote reparación por todas las veces que no hemos tenido la intención de agradarte y de mirarte para ver qué querías de nosotros, que debíamos de hacer y a dónde querías que fuésemos; y en Tus ojos quiero fundir los míos y los de todas las criaturas, para poder reparar con Tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la vista. 

               Piadoso Jesús mío, beso Tus oídos santísimos para repararte por los insultos de toda la noche, y mucho más todavía por el eco que resuena en tus oídos por todas las ofensas de las criaturas... y te pido perdón y te reparo por todas las veces que nos has llamado y hemos sido sordos, fingiendo no escucharte, y Tú, cansado bien mío, has repetido Tu llamada, pero en vano... Quiero fundir en Tus oídos los míos y los de todas las criaturas para darte una continua reparación completa. 

               Enamorado Jesús, beso Tu Rostro Santísimo, todo lívido e hinchado por los golpes... y te pido perdón y te reparo por cuantas veces nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros, uniéndonos a Tus enemigos, te hemos dado bofetadas y salivazos... Jesús mío, quiero fundir mi rostro en el Tuyo, para restituirte Tu hermosura natural y darte entera reparación por todos los desprecios hechos a Tu adorable Majestad. 

               Amargado Bien mío, beso Tu dulcísima boca, dolorida por los golpes y abrasada por el amor... y quiero en Tu lengua fundir la mía y la de todas las criaturas, para reparar con Tu misma lengua por todos los pecados y las conversaciones malas que se tienen. Quiero, sediento Jesús mío, hacer de todas las voces una sola con la Tuya, para hacer que cuando las criaturas estén a punto de ofenderte, Tu voz, corriendo en las voces de ellas, sofoque esas voces de pecado y las cambien en voces de alabanza y de amor. 

               Enamorado Jesús, beso Tu cuello oprimido por esas pesadas cadenas y cuerdas, que yéndote desde el pecho hasta detrás de los hombros y sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a la columna. Tus manos ya están hinchadas y amoratadas por la estrechez de las ataduras, tanto que de ellas brota sangre... Ah, Jesús encadenado, permíteme que te desate; y si gustas ser atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces te aliviarán en vez de hacerte sufrir... 

               Y mientras te desato, quiero fundirme en Tu cuello, en Tu pecho, en Tus hombros, en Tus manos y en Tus pies para poder reparar Contigo por todos los apegos y llevar a todas las almas las cadenas de Tu Amor, para reparar por todas las frialdades y llenar los pechos de todas las criaturas con Tu fuego, porque veo que es tanto el que Tú tienes que no puedes contenerlo; para reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a las comodidades, y dar a todos el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento...

               Quiero fundirme en Tus manos para reparar por todas las malas obras y por el bien hecho malamente y con presunción, y dar a todos el perfume de Tus obras. Y fundiéndome en Tus pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte y dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente. 

               Y ahora, dulce Vida mía, permíteme que, fundiéndome en Tu Corazón, encierre todos los afectos, los latidos, los deseos, para repararlos Contigo y dar Tus afectos, Tus latidos y Tus deseos a todos, para que ninguno vuelva a ofenderte. Pero oigo ya que en mis oídos resuena el chirrido de la llave... Son Tus enemigos que vienen a llevarte... ¡Jesús, me siento estremecer! ¡Me siento helar la sangre porque Tú estarás de nuevo en manos y a merced de ellos! ¿Qué va a ser de Ti? Pero me parece oír también el ruido de las llaves de los Sagrarios... Cuántas manos profanadoras vienen a abrirlos y tal vez a hacerte descender a corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas te ves forzado a encontrarte... 

               Prisionero Jesús mío, quiero encontrarme en todas Tus cárceles de amor para ser espectadora cuando Tus Ministros te sacan... y hacerte compañía y repararte por las ofensas que recibes... Pero veo que Tus enemigos ya llegan, y Tú saludas al naciente sol, al último de Tus días, y ellos, al desatarte, viéndote lleno de majestad y que los miras con tanto amor, en pago descargan sobre Tu Rostro bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer y ensangrentar con Tu Preciosísima Sangre. Amor mío, antes que salgas de la prisión, en mi dolor te ruego que me bendigas para tener la fuerza de seguirte en todo lo demás de Tu Pasión.



Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia