sábado, 31 de diciembre de 2022

LA INTENCIÓN DE SOMETERME A VUESTRA SANTÍSIMA VOLUNTAD

  


               Oh Señor, cuya Misericordia no tiene límites, cuya Bondad es un tesoro inagotable, doy gracias a vuestra Majestad piadosísima por todos los beneficios que me habéis hecho, y en particular, por el tiempo que me concedéis para llorar mis culpas, y reparar mis desórdenes. ¿Quién sabe si el año que hoy acaba, no será tal vez el último entero de mi vida?.

               No, no quiero más resistir a vuestras invitaciones tan amorosas. Pésame, oh mi Bien supremo, de haberos ofendido y propongo hacer de hoy en adelante continuos Actos de Amor, a fin de compensar el tiempo perdido.

              Sin embargo, como las ocupaciones de la vida no me permiten dirigir mis pensamientos sin interrupción para Vos, hago hoy el siguiente propósito, que será válido durante todo el año que viene y todo el tiempo de mi vida: 

          - Cada vez que levante los ojos para contemplar el Cielo, tengo intención de glorificar vuestras perfecciones infinitas. 

          - Cuantas veces respire, quiero ofreceros la Pasión y la Sangre de mi Divino Redentor, así como los merecimientos de todos los Santos, para la Salvación del mundo entero y en satisfacción de los pecados que se cometieron. 

          - Toda vez que me golpee en el pecho, quiero maldecir y detestar cada uno de los pecados cometidos desde el principio del mundo, y quisiera poder repararlos con mi sangre. 

          - Finalmente, a cada movimiento de las manos, o de los pies, o de cualquier otra parte del cuerpo, tengo la intención de someterme a vuestra Santísima Voluntad, deseando que de conformidad con ésta, se hagan todas las cosas. 

               Para que este propósito mío nunca más sea violado, lo confirmo y lo sello con las Santas Llagas de Jesucristo y lo deposito en Vuestras manos, Santa María Madre de la perseverancia.


Fórmula compuesta por San Clemente María Hofbauer, Redentorista



jueves, 29 de diciembre de 2022

AMA Y NADA TEMAS... Sor Josefa Menéndez, Víctima escogida del Sagrado Corazón de Jesús

  


               Jesús mío, una sola cosa deseo: que el mundo entero os conozca, y sobre todo, las almas que escogisteis por Esposas de vuestro Corazón adorable. Si os conocen os amarán, porque sois el Único Bien. Abrasadme en vuestro Amor y esto me basta. Abrasad a las almas todas, y correremos hacia Vos por el camino más recto, que es el camino del Amor. 

               No quiero más que amar y amar a Vos sólo. Todo lo demás será para mí como sendas para ir a Vos. Si yo pudiera, aún a costa de mi vida, todas las almas traería a vuestro Divino Corazón... Jesús, me has dado hambre y sed de que Te amen todas las almas; y con esta intención, Te lo ofreceré todo, saldré al encuentro de lo que más me cueste. Te prometo que en todo me sujetaré a Tu obediencia, siendo sencillo y pequeño, como un niño, y así dejarme guiar de Ti.


Sor Josefa Menéndez en "Un Llamamiento al Amor", 
el Martes 29 de Junio de 1920



               María Josefa Menéndez y del Moral nació en la ciudad de Madrid, el 4 de Febrero de 1890 y fue bautizada a los cinco días, en la Parroquia de San Lorenzo. Su padre, Leonardo, era un reconocido militar de artillería y su madre, Lucía, una mujer fuerte y piadosa. 

               Josefa tuvo una infancia feliz rodeada por tres hermanas menores y un hermano menor que murió pronto. Pertenecía a una familia modesta pero muy cristiana, por eso, desde su tierna infancia confesó y se dirigió espiritualmente con el Padre José María Rubio, jesuita, conocido como "el Apóstol de Madrid". 

                Como costurera, e hija mayor, desde 1907, tuvo que intensificar el trabajo para contribuir a la maltrecha economía familiar; por eso abre con su hermana Mercedes un taller de costura.

               Para responder al Divino Llamamiento no vaciló en dejar su Patria; así, el 4 de Febrero de 1920, justo cuando cumplía 30 años, ingresó en la Sociedad del Sagrado Corazón de Poitiers (Francia), donde tomó el santo hábito el 16 de Julio del mismo año. 

               Nuestro Señor había fijado en ella una mirada de predilección, y por eso, desde su entrada a la vida religiosa le manifiesta Su Corazón y Su sed de salvación de las almas, asociando íntimamente a Sor Josefa a los sufrimientos de Su Pasión.

               Pero las gracias de Dios permanecieron ocultas a cuantas la rodeaban, y desde el día de su llegada hasta su muerte, logró pasar desapercibida, en medio de la sencillez de una vida de la más exquisita fidelidad.

               Y en esta vida oculta, Jesús le descubrió Su Corazón. "Quiero – le dijo- que seas el Apóstol de Mi Misericordia. Ama y nada temas. Quiero lo que tú no quieres... pero puedo lo que tú no puedes... A pesar de tu gran indignidad y miseria, me serviré de ti para realizar Mis designios".

               Viéndose objeto de estas predilecciones divinas, y ante el Mensaje que debía transmitir, la humilde Hermanita temblaba y sentía levantarse gran resistencia en su alma. La Santísima Virgen fue entonces para ella la estrella que guía por camino seguro, y encontró en la Obediencia su mejor y único refugio, sobre todo, al sentir los embates del enemigo de todo bien, a quien Dios dejó tanta libertad.

               Su pobre alma experimentó terribles asaltos del infierno, y en su cuerpo llevó a la tumba las huellas de los combates que tuvo que sostener. Con su vida ordinaria de trabajo callado, generoso v a veces heroico, ocultaba el misterio de gracia y de dolor que lentamente consumía todo su ser.

               


Tumba de Sor Josefa en el Cementerio de Poitiers


               
 
Apenas tres años bastaron al Divino Dueño para acabar y perfeccionar Su obra en Josefa, y confiarle sus deseos. Como Él había dicho, llegó la muerte en el momento señalado, dando realidad a sus palabras: "Como eres víctima por Mí escogida, sufrirás y abismada en el sufrimiento morirás". 

               Y así habían de realizarse, de manera imprevista los designios de amor que Nuestro Señor Jesucristo le había manifestado el 7 de Octubre de 1923: "Pronto te llevaré a la claridad sin fin. Entonces Mis palabras se leerán y se conocerá Mi Amor."

               Sor Josefa murió para este mundo el Sábado 29 de Diciembre de 1923, a los 33 años, consumida por la ardiente sed de las almas que le había comunicado el Corazón de Jesús.

               Pronto se dejó sentir la intercesión de Sor Josefa. El Corazón de Jesús cumplía Su promesa: "Este será nuestro trabajo en el Cielo: enseñar a las almas a vivir unidas a Mí". y otro día: "Mis palabras llegarán hasta los últimos confines de la tierra". 



martes, 27 de diciembre de 2022

ANIVERSARIO DE LA PRIMERA REVELACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS a Santa Margarita María de Alacoque

 

“Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, 
y renueva en mí un espíritu firme” 

(Salmo 51)




               Santa Gertrudis de Helfta, religiosa cisterciense, tuvo una profunda experiencia mística en la que llegó a reclinar su cabeza en el Costado de Cristo y oír los latidos de Su Corazón.

               En esta visión le llegó a preguntar a San Juan Evangelista por qué no había hablado de lo que sintió y entendió cuando reclinó la cabeza en el Costado de Nuestro Señor y escuchó los latidos. Él le respondió que su misión en ese tiempo en el que la Iglesia se formaba era hablar únicamente sobre la Palabra del Verbo Encarnado, pero que en los últimos tiempos es cuando les estaba reservada la gracia de oír la voz elocuente del Corazón de Jesús. A esta voz, el mundo, debilitado en el amor a Dios, se renovará, se levantará de su letargo y será inflamado en la Llama del Amor Divino.

               Tal día como hoy, el 27 de Diciembre de 1673, Festividad litúrgica de San Juan Evangelista, el Sagrado Corazón de Jesús manifestaba a Santa Margarita María de Alacoque la conocida como Primera Gran Revelación.

               Nuestro Señor le hace reposar en Su Divino Pecho, donde le descubre las maravillas de Su Amor y los Secretos de Su Corazón y así le confía...

               "Mi Divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres, que pudiendo contener en Él las llamas de Su ardiente Caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones"

               Jesús le pide enseguida su corazón, el cual ella le rogó que tomara. Y lo hizo poniéndolo en Su propio Corazón, (1) donde se lo enseñó como un pequeño átomo que se consumía en aquella ardiente hoguera. El corazón de Santa Margarita se convierte al contacto con el Corazón de Jesús, en llama encendida, llama que viene del Corazón de Jesús, que luego se lo deja de nuevo en el pecho de la Santa, como una llama ardiente en forma de corazón. Esta llama nunca se consumirá.


   NOTAS ACLARATORIAS

          1 El cambio o intercambio de corazones es una experiencia mística y a la vez corpórea, que consiste en intercambiar el corazón propio por el de Cristo Nuestro Señor; una profunda transformación sobrenatural de la voluntad y los afectos que el así favorecido no quiere o ama a otra cosa, sino lo que Dios quiere y ama. Fenómeno muy singular que se ha dado en pocos Santos, elevados místicos, almas muy piadosas, con un grado elevadísimo de unión con Dios Trino. A parte del caso de Santa Margarita también se produjo en algún momento de la vida de Santa Gertrudis, Santa Verónica Giuliani y Santa Rosa de Lima entre otras.




lunes, 26 de diciembre de 2022

LA CARIDAD CON NUESTROS DIFUNTOS

          

Una breve Meditación sobre la caridad de rezar
 por las Almas del Purgatorio 
en la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo


                En estos días cercanos a la Navidad muchos andan realmente ocupados: compran regalos, preparan banquetes, adornan la casa, viven como un frenesí de felicidad... falsa felicidad, porque olvidan el origen de esta Festividad: el Nacimiento de Cristo Nuestro Redentor.

               Tal vez encontremos católicos que sí se toman estos días como lo que son, de gozo espiritual, de alegría cristiana, de esperanza en que una vez más, vemos en pañales y en la pobreza a Aquél que un día volverá como Juez; por eso nos enternece que Dios se ha hecho hombre, de nuestra misma condición y Su Testimonio, como el de la Virgen y San José, es el mayor ejemplo de amor a la Pobreza, de ser humildes hasta el punto de guarecerse en una gruta destinada al ganado.

               Y si seguimos contemplando este Misterio del inicio de nuestra Redención, pronto nos vendrán a la mente aquellos que un día compartieron la Navidad con nosotros y hoy, ya no están en este mundo... nuestros padres, abuelos, hermanos, amigos... Que ese recuerdo por nuestros Difuntos no sea un mero sentimiento fugaz de pesar o angustia, sino un momento de oración sincera, de súplica que brote del corazón, para rogar a Dios y a la Virgen María que les ayuden a alcanzar el Cielo. Y es que pocas veces pensamos en las realidades eternas, aquellas mismas que nacen de la Misericordia de Dios, como lo es el Bendito Purgatorio, también llamado Cárcel de Amor.




                La Fe Católica nos enseña que así como los Ángeles fueron creados como espíritus puros, y por eso están en presencia de Dios, en un continuo acto de adoración, el hombre fue creado originalmente puro en cuerpo y alma, pero cayó por el pecado de nuestros padres Adán y Eva. Desde allí hasta ahora el hombre nace con el pecado original manchando su alma, y tiene su vida, gracia divina, para elegir el camino estrecho que conduce al Creador o la amplia calle para perderse eternamente. Sólo las almas puras pueden estar en Presencia de Dios, en el Cielo, como lo están los Ángeles ("Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" Evangelio de San Mateo, cap. 5)

               El Bendito Purgatorio es pues una ayuda que Dios nos regala para completar lo que no hicimos en nuestra vida en la tierra, purgando los pecados y falta de amor en que incurrimos, así como para purificar nuestro afecto al pecado.

                Las Almas retenidas en el Purgatorio nos tienen a nosotros, sus Hermanos en la Fe, a quienes acudir para ser socorridas en el trance de sus sufrimientos purificativos; buscan que tengamos presente su existencia, su dolor y también su alegría de ser almas que ya están salvadas. Cuando un familiar nuestro fallece, debe ser motivo de inmensa alegría pensar que el alma está en el Purgatorio, que se ha salvado. Pero también, y mucho más importante aún, es la necesidad urgente y apremiante de orar e implorar a Dios por esta alma, para que sea liberada del Purgatorio lo antes posible.

                 Toma unos minutos y plantéate: ¿Cuántos de nuestros familiares habrán ido al Purgatorio?, ¿hacemos algo para liberarlos?, ¿rezamos por sus almas?, ¿ofrecemos Misas por su salvación en el Paraíso?

               ¿Y cómo podemos ayudar a las Almas del Purgatorio?. La forma más efectiva es ofrecer y escuchar Misas por Ellas, el Cuerpo Santísimo de Cristo, Su Preciosísima Sangre, que se inmola y derrama cada día en nuestros Altares, es el modo más poderoso de liberarlas por anticipado.

               "...cuando queramos liberar a nuestros seres queridos que están en el Purgatorio... ofrezcamos al Padre, por medio del Santo Sacrificio de la Misa, a Su Hijo Dilecto, junto con todos los méritos de Su Pasión y Muerte, así no podrá rechazarnos nada." San Juan María Vianney

               También es muy efectiva la oración por ellas del Santo Rosario de la Virgen  o repetir la oración de Santa Gertrudis. Sea nuestra caridad acordarnos cada día de las Almas del Purgatorio, conversar interiormente con Ellas, pedir a Dios repetidas veces su liberación... Cuando se pasa cerca de un cementerio, hagamos sobre nosotros la señal de la Cruz y no dejemos de saludarlas y pedir a Dios por Ellas. Difundir la importancia de reconocer y ayudar a las Benditas Almas, reducir la enorme ignorancia que existe sobre tan fundamental tema, es también un modo poderoso de socorrerlas.





                Toda ocasión es buena, como lo son también los pequeños sacrificios corporales que suframos y que podemos ofrecer a Dios a cambio del alivio de las Almas del Purgatorio; también es más que recomendable soportar las contradicciones, humillaciones o cualquier agravio hacia nuestra persona: ofrécelo todo por la pronta liberación de aquellas Almas que sufren en el Purgatorio por la soberbia que derrocharon en este mundo. 

                San Alfonso María Ligorio decía que "aunque las Santas Almas del Purgatorio no pueden ya lograr méritos para sí mismas, pueden obtener para nosotros grandes gracias." No son, formalmente hablando, intercesores, como lo son los Santos, pero a través de la dulce Providencia de Dios, pueden obtener para nosotros asombrosos favores, espirituales y materiales así como defendernos de los peligros que nos puedan acechar. Santa Catalina de Bolonia, hablando sobre la intercesión del Purgatorio aseguraba: “He recibido muchos y grandes favores de los Santos, pero mucho más grandes de las Santas Almas del Purgatorio”.

            No son pocos los Místicos que afirman que en días señalados por la Fe, como el día de Pascua de Resurrección o en la Fiesta de la Navidad, las puertas del Purgatorio se abren de manera especial para liberar a multitud de Almas, al igual que Nuestro Señor mandó abrir la puerta del sepulcro de su difunto amigo Lázaro; no desaprovechemos estos días para incrementar nuestras oraciones por nuestras Hermanas del Purgatorio y conseguir así, en la Patria Eterna, una legión de santos amigos a los que nos uniremos en alabanza a Dios.



             

domingo, 25 de diciembre de 2022

NAVIDAD, EL PRIMER DÍA DE LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA

  


               El día de Navidad fue el primer día de vida de la Civilización Cristiana. Vida aún germinativa e incipiente, como las primeras claridades del sol que nace, pero vida que ya contenía en sí todos los elementos incomparablemente ricos de la esplendida madurez a la que estaba destinada.

               En efecto, si es cierto que la civilización es un hecho social, que para existir como tal ni siquiera puede contentarse con influenciar un pequeño puñado de personas sino que debe irradiarse sobre una colectividad entera, no puede decirse que la atmósfera sobrenatural que emanaba del Pesebre de Belén sobre los circunstantes, ya estaba formando una Civilización.

               Pero si, por otro lado, consideramos que todas las riquezas de la Civilización Cristiana se contienen en Nuestro Señor Jesucristo como en su fuente única, infinitamente perfecta, ya que la luz que comenzó a brillar sobre los hombres en Belén habría de extender cada vez más sus claridades hasta difundirse por el mundo entero transformando las mentalidades, aboliendo e instituyendo costumbres, infundiendo un espíritu nuevo en todas las culturas, uniendo y elevando a un nivel superior todas las civilizaciones, se puede decir que el primer día de Cristo en la tierra fue desde luego el primer día de una era histórica.

               ¿Quién lo hubiese dicho? No hay ser humano más débil que un niño. No hay habitación más pobre que una gruta. No hay cuna más rudimentaria que un pesebre. Sin embargo, este Niño, en aquella gruta, en aquel pesebre, habría de transformar el curso de la Historia.

               ¡Y qué transformación!. La más difícil de todas, pues se trataba de orientar a los hombres en el camino más opuesto a sus inclinaciones: la vía de la austeridad, del sacrificio, de la Cruz. Se trataba de convidar para la Fe a un mundo descompuesto por las supersticiones, por el sincretismo religioso y por el escepticismo completo. Se trataba de convidar para la justicia a una humanidad inclinada a todas las iniquidades. Se trataba de convidar al desapego a un mundo que adoraba el placer bajo todas sus formas. Se trataba de atraer hacia la pureza a un mundo en que todas las depravaciones eran conocidas, practicadas, aprobadas. Tarea evidentemente inviable, pero que el Divino Niño comenzó a realizar desde el primer instante en esta tierra, y que ni la fuerza del odio, ni la fuerza del poder, ni la fuerza de las pasiones humanas podría contener.

               Dos mil años después del Nacimiento de Cristo, parecemos haber vuelto al punto inicial. La adoración del dinero, la divinización de las masas, la exasperación del gusto de los placeres más vanos, el dominio despótico de la fuerza bruta, las supersticiones, el sincretismo religioso, el escepticismo, en fin, el neo-paganismo en todos sus aspectos invadieron nuevamente la tierra. Y de la gran luz sobrenatural que comenzó a resplandecer en Belén muy pocos rayos brillan aún sobre las leyes, las costumbres, las instituciones y la cultura. Mientras tanto crece sorprendentemente el número de los que se rehúsan con obstinación a oír la Palabra de Dios, de los que por las ideas que profesan, por las costumbres que practican, están precisamente en el polo opuesto a la Iglesia.

               Asombra que muchos pregunten cuál es la causa de la crisis titánica en que el mundo se debate. Basta imaginar que la humanidad cumpliese la Ley de Dios, que ipso facto la crisis dejaría de existir. El problema, pues, está en nosotros. Está en nuestro libre arbitrio. Está en nuestra inteligencia que se cierra a la verdad, en nuestra voluntad que, solicitada por las pasiones, se rehúsa al bien. La reforma del hombre es la reforma esencial e indispensable. Con ella, todo estará hecho. Sin ella, todo cuanto se hiciere será nada.

               Y no terminemos sin descubrir una enseñanza más, suave como un panal de miel. Sí, hemos pecado. Sí, inmensas son las dificultades que nos deparan para volver atrás, para subir. Sí, nuestros crímenes y nuestras infidelidades atrajeron merecidamente sobre nosotros la Cólera de Dios. Pero, junto al pesebre, está la Medianera clementísima, que no es jueza sino Abogada, que tiene hacia nosotros toda la compasión, toda la ternura, toda la indulgencia de la más perfecta de las madres.

               Puestos los ojos en María, unidos a Ella, por medio de Ella, pidamos en esta Navidad la gracia única, que realmente importa: el Reino de Dios en nosotros y en torno de nosotros.

               Todo lo demás nos será dado por añadidura. 



sábado, 24 de diciembre de 2022

SENTÍ QUE ENTRABA EN MI CORAZÓN LA CARIDAD

  



Pintura de Celine Martin, hermana de Santa Teresita, que retrató
a la Santa como un Ángel junto a la Sagrada Familia

               En la Nochebuena de 1886, a pocos días de cumplir los catorce años, Santa Teresita recibió una gracia espiritual que le marcará el resto de su vida. Aspiraba desde esa edad a ser esposa de Cristo, como Carmelita Descalza pero fue en esa Navidad, cuando el Divino Niño Jesús, hecho hombre, inocente y débil, encantó el corazón de Teresita, que dejó por escrito este hecho en su biografía:

               «No sé cómo podía ilusionarme con la idea de entrar en el Carmelo estando todavía, como estaba, en los pañales de la infancia…

               Era necesario que Dios hiciera un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento, y ese milagro lo hizo el día inolvidable de Navidad. En esa noche luminosa que esclarece las delicias de la Santísima Trinidad, Jesús, el dulce Niñito recién nacido, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz… En esta noche, en la que Él se hizo débil y doliente por mi amor, me hizo a mí fuerte y valerosa; me revistió de Sus armas, y desde aquella noche bendita ya no conocí la derrota en ningún combate, sino que, al contrario, fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, «una carrera de gigante».

               Se secó la fuente de mis lágrimas, y en adelante ya no volvió a abrirse sino muy raras veces y con gran dificultad, lo cual justificó estas palabras que un día me habían dicho: «Lloras tanto en la niñez, que más tarde no tendrás ya lágrimas que derramar…»

               Fue el 25 de Diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez; en una palabra, la gracia de mi total conversión. Volvíamos de la Misa de Gallo, en la que yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso.

               Cuando llegábamos a los Buissonnets, me encantaba ir a la chimenea a buscar mis zapatos. Esta antigua costumbre nos había proporcionado tantas alegrías durante la infancia, que Celina quería seguir tratándome como a una niña, por ser yo la pequeña de la familia… Papá gozaba al ver mi alborozo y al escuchar mis gritos de júbilo a medida que iba sacando las sorpresas de mis zapatos encantados, y la alegría de mi querido rey aumentaba mucho más mi propia felicidad.

                Pero Jesús, que quería hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la niñez, me quitó también sus inocentes alegrías: permitió que papá, que venía cansado de la Misa del Gallo, sintiese fastidio a la vista de mis zapatos en la chimenea y dijese estas palabras que me traspasaron el corazón: «¡Bueno, menos mal que éste es el último año…!»

                 Yo estaba subiendo las escaleras, para ir a quitarme el sombrero. Celina, que conocía mi sensibilidad y veía brillar las lágrimas en mis ojos, sintió también ganas de llorar, pues me quería mucho y se hacía cargo de mi pena. «¡No bajes, Teresa! -me dijo-, sufrirías demasiado al mirar así de golpe dentro de los zapatos».

                Pero Teresa ya no era la misma, ¡Jesús había cambiado su corazón! Reprimiendo las lágrimas, bajé rápidamente la escalera, y conteniendo los latidos del corazón, cogí los zapatos y, poniéndolos delante de papá, fui sacando alegremente todos los regalos, con el aire feliz de una reina. Papá reía, recobrado ya su buen humor, y Celina creía estar soñando … Felizmente, era un hermosa realidad: ¡Teresita había vuelto a encontrar la fortaleza de ánimo que había perdido a los cuatro años y medio, y la conservaría ya para siempre…!



                Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo… La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado.

                Yo podía decirle, igual que los apóstoles: «Señor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada». Y más misericordioso todavía conmigo que con los apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces… Hizo de mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad… Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la Caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz…!»


Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz

Historia de un alma



jueves, 22 de diciembre de 2022

EL SACRIFICIO REPETIDO TODOS LOS DÍAS EN EL ALTAR

    


              La Santa Misa es la fuente primaria e indispensable del verdadero espíritu Cristiano. La Santa Misa es en sí misma una oración, incluso la más excelsa oración que existe. Es el Sacrificio, ofrecido por Nuestro Redentor en la Cruz, y repetido todos los días en el Altar. 

               Si deseas escuchar la Misa como debe ser escuchada, tienes que seguir con los ojos, con el corazón y con la boca todo lo que ocurre en el Altar. 

               Además, tienes que rezar con el Sacerdote las santas palabras pronunciadas por él en Nombre de Cristo y que Cristo pronuncia a través de él. 

              Tienes que asociar tu corazón con los santos sentimientos contenidos en estas palabras, y de ese modo debes de seguir todo lo que ocurre en el Altar. Cuando te portas así, haz rezado la Santa Misa.

               Las devociones de la Iglesia católica son todas bellas, todas santas, pero la devoción al Santísimo Sacramento es, entre todas ellas, la más sublime, la más tierna y la más eficaz.

              Jesucristo y su Iglesia desean que todos los fieles cristianos se acerquen diariamente al Sagrado Convite, principalmente para que unidos con Dios por medio del sacramento en él tomen fuerzas para refrenar las pasiones, purificarse de las culpas leves cotidianas, e impedir los pecados graves a que está expuesta la debilidad humana.


Papa San Pío X



martes, 20 de diciembre de 2022

Promesas a los Devotos de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo. 2ª Gracia: Unión continua con Cristo

 


               Eran casi mediados del convulso siglo XIX, cuando Jesucristo Nuestro Señor se reveló a una sencilla carmelita descalza, Sor María de San Pedro y de la Sagrada Familia, en la ciudad francesa de Tours, para manifestarle Su deseo de ser reparado y consolado en Su Santa Faz. 

               A la vez que el Señor instruía a la carmelita en los Misterios de Su Pasión, le animaba para dar a conocer a las almas la necesaria Devoción por la Santa Faz, donde quedaron esculpidos los sufrimientos redentores de Cristo Nuestro Señor. 

               De los escritos de la mística francesa concluimos que quien venera la Santa Faz de Jesucristo, es devoto de Su Pasión y de Su Cruz Santísima, por tanto, amigo fiel e íntimo de Aquél que dio Su Vida por nosotros, por cada alma. Y porque Nuestro Señor sabe premiar a los que le aman y defienden Su Causa, reveló a la misma Sor María de San Pedro una serie de Promesas, gracias espirituales, a cuantos abrazasen con amor y fidelidad la reparación a Su Santa Faz. 


Únete a las oraciones de cuantas almas hoy Martes, 
elevan plegarias de reparación y súplica a la Santa Faz;
si tienes unos minutos, recógete en silencio y reza las






domingo, 18 de diciembre de 2022

LA FE PURA E INMACULADA: PARA QUE LA VERDAD SEA AMADA, por Monseñor Pío Espina

 

               Es preciso que Él crezca y nosotros disminuyamos... ¿en qué sentido? En que nosotros debemos ser la Luz de Cristo, la sal de la tierra, los faros puestos en medio de la oscuridad, pero no para que la gente nos siga a nosotros personalmente.




               La Iglesia es Una porque Dios es Uno, la Doctrina es una, la Verdad es una. Es preciso que Él crezca en los corazones de la gente y que si es a través nuestra ¡bendito sea Dios!, porque eso son méritos que Dios nos va a premiar en el Cielo y ésa es la función del Cristiano, que otros vean, como dice Nuestro Señor Jesucristo "que vean nuestras buenas obras para que glorifiquen al Padre que está en los Cielos", no para que nos glorifiquen a nosotros... que otros vean que detrás de cada uno de nosotros está Dios y que uno haga como San Juan Bautista, disminuya, para que el que verdaderamente brille refulgentemente siempre sea Nuestro Señor en el corazón de la gente. No somos seguidores de hombres, "yo soy de Cristo".

               Nosotros tenemos que ser instrumentos de Nuestro Señor Jesucristo para que la Verdad crezca en los corazones de los Fieles, para aumentar su número... ése es el verdadero sentido del Catolicismo, de la Iglesia, que es Católica, Universal, geográficamente y temporalmente. La verdad es la misma que Cristo Nuestro Señor enseñó en Su Evangelio, que venía preparando desde el Antiguo Testamento, desde la Creación del Mundo y del Hombre, que se cumplieron todas las Profecías del Antiguo Testamento en la Venida del Mesías y que comenzó en el Nuevo Testamento; todo gira alrededor de Cristo Nuestro Señor: el Antiguo y el Nuevo Testamento. 

               La Verdad es Una, fue allí la Verdad, es hoy la Verdad y mañana será la Verdad, porque Jesucristo es ayer, hoy y para siempre, y nosotros debemos ser como espejos de esa Verdad, para que cuanta más gente la vea y la adquiera en su corazón, ame a la Verdad y se salve. 

               Dios siempre da la gracia para salvarnos y nosotros debemos ser instrumentos unidos a Dios para que la ignorancia que padecen muchas almas se disipe, para que ese error desparezca y para que la Verdad sea amada. Y la Verdad no es otra que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada, Nuestro Señor Jesucristo. Nuestro amor a la Verdad entonces se va a traducir por el amor a Jesucristo, a Su Doctrina, a Su Iglesia, a Su Magisterio, la Verdad de siempre, porque ésta no disminuye.

               "En vuestra paciencia salvareis vuestras almas" enseña San Pablo; y también, enseña Nuestro Señor Jesucristo, "el que perseverare hasta el fin ése será salvo". Por supuesto que la perseverancia tiene que ser en la Verdad y en la consecuencia de los Dogmas Cristianos, en la consecuencia de la Doctrina Cristiana, en la consecuencia de la Moral Cristiana, de las prácticas de la Iglesia Católica: la recepción de los Sacramentos, escuchar la Santa Misa, el rezo cotidiano del Santo Rosario, las oraciones diarias de la mañana y por la noche, santificar los alimentos antes de sentarnos a la mesa, ofrecer a Dios el trabajo antes de comenzar la labor, vivir en Presencia de Dios, porque así nos vamos a santificar... ésa es la paciencia que nos da el consuelo y la esperanza de que algún día vamos a ser retribuidos en el Cielo por ese Niño que está por nacer.

               Pidamos a la Virgen que nos enseñe a agradar a Nuestro Señor Jesucristo en la tierra para que lo gocemos por la eternidad en el Cielo. 


Monseñor Pío Espina
Extractos del Sermón del II Domingo de Adviento, 
Molinari, Córdoba, Argentina, 4 de Diciembre de 2022 



viernes, 16 de diciembre de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Piccarreta. VIGÉSIMA CUARTA Y ÚLTIMA HORA: La Sepultura de Jesús

                  

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Piccarreta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 4 A LAS 5 DE LA TARDE 

VIGÉSIMA CUARTA Y ÚLTIMA HORA 

La Sepultura de Jesús


                 ¡Oh Jesús mío, Dolorosa Mamá mía, ya veo que te dispones al último sacrificio: tener que dar sepultura a tu Hijo Jesús muerto. Y resignadísima a los Quereres del Cielo, lo acompañas y con tus mismas manos lo depones en el sepulcro... Y mientras recompones esos miembros, tratas de decirle un último adiós, de darle el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. El amor te deja clavada sobre esos miembros, y por la fuerza del dolor y del amor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu muerto Hijo... Pobre Mamá, ¿cómo harás ya sin Jesús? El es tu vida, tu todo... y sin embargo, es el Querer del Eterno el que así lo quiere. Ahora tendrás que combatir con dos potencias insuperables: el Amor y el Querer Divino... El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte, pero el Querer Divino se impone y quiere este sacrificio... Pobre Mamá, ¿cómo harás? ¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a ayudarla a separarse del cuerpo muerto de Jesús... pues si no, Ella morirá! 

               Mas, oh prodigio, mientras parecía extinguida juntamente con Jesús, oigo su voz temblorosa e interrumpida por sollozos, que dice: “Hijo, Hijo amado, éste era el único consuelo que me quedaba y que mitiga mis penas: tu Santísima Humanidad, desahogarme sobre estas llagas y adorarlas y besarlas... Pero ahora también se me quita esto, porque el Querer Divino así lo quiere. Y Yo me resigno. Pero sabe, oh Hijo, que lo quiero... y no puedo. Al solo pensamiento de hacerlo, las fuerzas se me desvanecen y la vida me abandona... Ah permíteme, oh Hijo, que para poder recibir fuerza y vida para esta amarga separación, me deje sepultada enteramente en ti, y que para mi vida tome tu vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que Tú eres... Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme la fuerza de cumplir el sacrificio de separarme de ti.” 

               Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, sus afligidos y ofendidos pensamientos y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza... ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya para poder darle vida por vida!... Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús...

               Dolorosa Mamá, te veo que besas los ojos apagados de Jesús. Y se me parte el corazón al ver que Jesús ya no te mira más... ¡Cuántas veces esos ojos divinos, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían resucitar de la muerte a la vida! Pero ahora, al ver que ya no te miran, te sientes morir... Por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y que tomas para ti los suyos, sus lágrimas y la amargura de esa mirada que ha sufrido tanto al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios. Veo que besas también, oh traspasada Mamá, sus santísimos oídos, y lo llamas y le dices: “Hijo mío, ¿pero es posible que ya no me escuches más? Tú, que me escuchabas y que atendías hasta el más pequeño gesto mío... 

               Y ahora que lloro y que te llamo ¿no me escuchas? ¡Ah, el amor verdadero es el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi propia vida, ¿y ahora tendré que sobrevivir a tan gran dolor? Por eso, oh Hijo, dejo mis oídos en los tuyos y tomo para Mí todo lo que han sufrido tus santísimos oídos, el eco de todas las ofensas que en ellos resonaban... Sólo esto me puede dar la Vida: tus penas y tus dolores...”. Y mientras esto dices, es tan intenso el dolor y las angustias en tu Corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento... ¡Pobre Mamá mía, pobre Mamá mía, cuánto te compadezco! ¡Cuántas muertes crueles estás sufriendo! Pero, Mamá dolorosa, el Querer divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas: “¡Hijo adorado, cómo estás desfigurado; si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi Vida, mi todo, no sabría reconocerte... tanto has quedado irreconocible! 

               Tu natural belleza se ha convertido en deformidad, tus rosadas mejillas se han hecho violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro -que mirarte y quedar arrobado era una misma cosa- se ha transformado en la palidez de la muerte, oh Hijo amado... ¡Hijo, a qué has quedado reducido! ¡Qué horrible trabajo ha realizado el pecado en tus santísimos miembros! ¡Oh, cómo quisiera tu inseparable Mamá devolverte tu primitiva belleza! Quiero fundir mi cara en la tuya y tomar para Mí tu rostro, las bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro adorable... ¡Ah Hijo, si me quieres aún viva, dame tus penas, de lo contrario me muero!”. 

                Y tan grande es el dolor que te sofoca, que te corta las palabras y quedas como extinguida sobre el rostro de Jesús... ¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, venid a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga, y ya no le quedan más vida ni fuerzas... Pero el Querer Divino, rompiendo estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida. Y llegas ya a su boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas: “Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá... ¿Pero es posible que no haya de volver a escuchar nunca más tu voz? Todas las palabras que en vida me dijiste, como otras tantas flechas me hieren el Corazón de dolor y de amor; y ahora, al verte mudo, estas flechas se remueven en mi lacerado Corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra... y no obteniéndola, me desgarran y me dicen: “Así es, ya no más lo escucharás; no volverás a oír más sus dulces acentos, la armonía de su palabra creadora, que en ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía... 

               ¡Ah, mi paraíso se terminó y no tendré sino amarguras! ¡Ah Hijo, quiero darte mi lengua para reanimar la tuya! Ah, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y tus plegarias; y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor podrá ser más soportable... y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas...”. Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que están contigo quieren ya cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús... las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al Corazón y dejando tus manos en las suyas, tomas para ti los dolores y las heridas que han deshecho esas manos Santísimas... Y llegando a los pies de Jesús y mirando la cruel destrucción que los clavos han hecho en sus pies, pones en ellos los tuyos y tomas para ti esas llagas, entregándote en lugar de Jesús a correr en busca de todos los pecadores para arrancarlos al infierno... Angustiada Mamá, ya veo que le dices el último Adiós al Corazón traspasado de Jesús... 

              Aquí te detienes; es el último asalto que recibe tu Corazón materno, y te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el Corazón Santísimo de Jesús; y Tú, viéndote sin Corazón, te apresuras a tomar para ti el Corazón Sacratísimo de Jesús, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos ardentísimos, no realizados por la ingratitud de ellas, y los dolores, las heridas que traspasan ese Corazón sagrado y que te tendrán crucificada durante toda tu vida... Y mirando esa ancha herida, la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la vida de Jesús, sientes las fuerzas para soportar la amarga separación... Y así, lo abrazas y te retiras... y estás a punto de permitir que sea cerrado el sepulcro con la piedra... Pero yo, dolorosa Mamá mía, llorando te suplico que no permitas aún que Jesús nos sea quitado de nuestra mirada; espera que primero me encierre en Jesús para tomar su Vida en mí... Si no puedes vivir sin Jesús Tú, que eres la Sin Mancha, la Santa, la Llena de Gracia, mucho menos podré yo, que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados... ¿Cómo voy a poder vivir sin Jesús? Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poner a Jesús por entero en mí, así como lo has puesto en ti... Comienza a cumplir conmigo el oficio de Madre que te dio Jesús estando en la Cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu Corazón materno, enciérrame toda por completo en Jesús con tus mismas manos maternas. Encierra los pensamientos de Jesús en mi mente, a fin de que no entre en mí ningún otro pensamiento. 

                Encierra los ojos de Jesús en los míos para que nunca pueda escapar yo a su mirada. Pon sus oídos en los míos para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer... Su rostro ponlo en el mío a fin de que contemplando ese Rostro tan desfigurado por amor a mí, lo ame, lo compadezca y repare. Pon su lengua en la mía, para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús. Pon sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice, tomen vida en las obras y movimientos de Jesús. Sus pies ponlos en los míos, a fin de que cada paso que yo dé sea vida, salvación, fuerza y celo para todas las criaturas... Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su Corazón y que beba su Preciosísima Sangre, y encerrando Tú su Corazón en el mío, haz que pueda vivir yo de su amor, de sus deseos y de sus penas... 

                Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición... Veo que ahora ya permites que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada, la besas y llorando dices tu último Adiós a Jesús... y después te alejas del sepulcro. Pero tu dolor es tanto que quedas petrificada y helada... Traspasada Mamá, contigo le digo Adiós a Jesús y, llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación. Quiero ponerme a tu lado para decirte en cada suspiro tuyo, en cada dolor, una palabra de consuelo, para darte una mirada de compasión... Recogeré tus lágrimas, y si te veo desvanecerte, te sostendré en mis brazos. Ahora veo que te ves obligada a volver a Jerusalén por ese mismo camino, por donde viniste... 

               Unos cuantos pasos y te encuentras de nuevo ante la Cruz, sobre la que Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y corres a ella, la abrazas, y viéndola tintada en sangre, en tu Corazón se renuevan uno por uno todos los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella... Y no pudiendo contener tu dolor, entre sollozos exclamas: “¡Oh Cruz! ¿Tan cruel habías de ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada lo has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? No has permitido siquiera a Mí, su dolorosa Mamá, que le diera un sorbo de agua al menos, cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; sentía Yo licuárseme el Corazón traspasado y hubiera querido dar a aquellos labios mi Corazón licuefacto para calmar su sed, pero tuve el dolor de verme rechazada... Oh Cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada al contacto de mi Hijo. Esa crueldad que usaste con El, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que El ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fortaleza para las almas que sufren, para que ninguna se pierda por causa de cruces y tribulaciones. Mucho me cuestan las almas; me cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo, como Madre y Corredentora, las confío todas a ti, oh Cruz.” 

               Y besándola y volviéndola a besar te alejas... ¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! A cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y su amargura, te inundan como oleadas, te ahogan, y a cada momento te sientes morir. Pocos pasos más... y llegas al sitio donde esta mañana lo encontraste bajo el enorme peso de la Cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza, las cuales, a los golpes de la Cruz penetraban más y más y en cada golpe le procuraban dolores de muerte... 

                La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya, buscaba piedad, pero los soldados, para privar de ese consuelo a Jesús y a ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; y ahora, viendo la tierra empapada, te postras por tierra, y mientras besas esa Sangre te oigo decir: “Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta Sangre, para que ninguna gota sea pisoteada y profanada.” Mamá dolorosa, déjame qué te dé la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo que agonizas en la Sangre de Jesús... Pero al proseguir tu camino, nuevos dolores encuentras. Por doquier ves huellas de su Sangre y recuerdas el dolor de Jesús... Por eso apresuras tus pasos y te encierras en el Cenáculo. 

                Yo también me encierro en el Cenáculo, pero mi Cenáculo sea el Corazón Santísimo de Jesús; y desde su Corazón quiero venir a tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta Hora de amarga desolación... No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor. Desolada Mamá, mira a esta pequeña hija tuya; soy demasiado pequeña, y sola no puedo ni quiero vivir. Tómame sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, haz conmigo de Mamá. Tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén... Mira mi miseria y derrama sobre mis llagas una lágrima tuya, y cuando me veas distraída, estréchame a tu Corazón materno, y en mí vuelve a llamar la Vida de Jesús... 

               Pero mientras esto te suplico, me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores, y siento que el corazón se me rompe al ver que al mover tu cabeza sientes que te penetran más las espinas que has tomado de Jesús, con las punzadas de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos, te hacen derramar lágrimas de sangre... Y mientras lloras, teniendo en los ojos la vista de Jesús, desfilan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas... ¡Cómo sientes su amargura! 

               ¡Cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en ti sus mismas penas! Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de las criaturas te los hieren, y Tú repites una vez más: “¡Hijo, cuánto has sufrido!”. 

                Desolada Mamá, ¡cuánto te compadezco! Permíteme que te limpie tu rostro todo bañado en lágrimas y en sangre..., pero me siento retroceder al verlo ahora violáceo, irreconocible y pálido, con una palidez mortal... ¡Ah, comprendo, son los malos tratos que le han dado a Jesús, que has tomado sobre ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que al mover tus labios en tu oración o para dejar escapar suspiros de fuego de tu pecho, siento tu aliento amarguísimo y tus labios abrasados por la sed de Jesús... 

                ¡Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco! Tus dolores parece que van creciendo cada vez más, y parecen darse la mano entre ellos... Y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos... En ellas precisamente sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas, que repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más.

                ¡Cuánto te compadezco! Tú eres la verdadera Madre Crucificada, hasta el punto que ni siquiera tus pies quedan sin clavos; más aún, no sólo te los sientes clavar, sino también como arrancar por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y Tú corres tras ellas para que no se precipiten en las eternas llamas infernales... Pero no es todavía todo, Crucificada Mamá. Todas tus penas, reuniéndose juntas, resuenan haciendo eco en tu Corazón, y te lo traspasan, no con siete espadas, sino con miles de espadas; y mucho más porque teniendo en ti el Corazón Divino de Jesús, que contiene a todos los corazones y envuelve en su latido los latidos de todos, ese latido divino va diciendo en sus latidos: “Almas, Amor”, y Tú, en ese latido que dice “Almas” te sientes correr en tus latidos todos los pecados, y te sientes dar la muerte por cada uno de ellos; y en ese otro latido que dice “Amor”, te sientes dar la vida; de manera que estás en un acto continuo de muerte y vida. Crucificada Mamá, mirándote, compadezco tus dolores... éstos son inenarrables. 

               Quisiera transformar mi ser en lengua, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores mis compadecimientos son nada. Por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a ti sus armonías, sus contentos, sus bellezas, para que endulcen y compadezcan tus intensos dolores; que te sostengan entre tus brazos y que te devuelvan todas tus penas convertidas en amor. Y ahora, desolada Mamá, gracias en nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te ruego, por ésta tan amarga desolación tuya, que me vengas a asistir en la hora de mi muerte, cuando mi pobre alma se encontrará sola, abandonada de todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida; ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo; lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la Sangre de Jesús, revísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús; y en virtud de sus penas y de sus dolores, haz desaparecer de mí todos mis pecados, dándome el total perdón. 

               Y al expirar mi alma, recíbeme entre tus brazos y ponme bajo tu manto, ocúltame a la mirada del Enemigo, llévame en un vuelo al Cielo y ponme en los brazos de Jesús... ¡Quedemos en este acuerdo, querida Mamá mía! Y ahora te ruego que les hagas la compañía que te he hecho hoy a todos los moribundos presentes y futuros, a todos hazles de Madre; son los momentos extremos y se necesitan grandes auxilios, por eso, a ninguno niegues tu oficio materno... Y por último unas palabras: Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el Corazón Sacratísimo de Jesús, y Tú, doliente Mamá mía, hazme de centinela para que Jesús no me tenga que echar fuera de su Corazón, y para que yo, ni aun queriendo, pueda salir jamás... Y ahora, te beso Tu mano materna y Tú dame tu bendición...

               


Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia





lunes, 12 de diciembre de 2022

MARÍA SANTÍSIMA DE GUADALUPE, Emperatriz de América

  


               Eran los albores del siglo XVI, y la Iglesia en el Viejo Continente estaba acosada por dolorosas heridas. La herejía luterana había roto la unidad de la Fe en los reinos germánicos, arrastrando consigo a numerosos adeptos. Inglaterra capituló ante los deseos de Enrique VIII, quien usurpó el control de la Iglesia, prescindiendo del Papa. Zwingli trajo las ideas luteranas a Suiza. En Francia, Calvino emprendió un intento similar de sedición religiosa... Se estaba dando el primer paso de un largo proceso de disgregación en el Cuerpo Místico de Cristo, y el Concilio de Trento reaccionó, utilizando medios sin precedentes en la vida pastoral y teológica de la Iglesia.

               En el Nuevo Continente al otro lado del mar, los descubrimientos de Colón, fomentados por expediciones marítimas en curso, despertaron en muchos corazones dos sentimientos encontrados: esperanza y perplejidad. Esperanza ante un mundo desconocido y prometedor que se abría al Reino de Dios; perplejidad ante la realidad del tipo humano indígena, típicamente inmerso en un estilo de vida salvaje durante incontables generaciones, y acostumbrado a indecibles atrocidades.

               La idolatría reinaba entre los amerindios, ¡y no cualquier idolatría! El fomento del odio, la venganza y la rivalidad fue inculcado en las mentes y exteriorizado en tótems y en divinidades anhelantes de sacrificios humanos. A esto se sumaba el libertinaje moral, el hurto, las guerras interminables y muchas otras tendencias que hacen preguntarse: ¿quiénes estaban personificados en los ídolos precolombinos? ¿Quién fue el que se benefició de estas aberraciones? Tal red de creencias sangrientas y antropófagas, esparcida por los vastos territorios americanos, podría compararse a un gran cuerpo idólatra que nutrió a sus miembros con excesos pecaminosos.

               La Iglesia no podía permanecer indiferente al bien de las almas. Por lo tanto, comenzó la difícil misión de catequizar a un pueblo salvaje, tan bárbaro que algunos incluso cuestionaron si los amerindios tenían alma... 

               Decenas de misioneros, sobre todo pertenecientes a Órdenes Religiosas, emprendieron una iniciativa más difícil que someter con las armas: conquistar el corazón de los indígenas para Cristo. Sin embargo, no estaban solos...¡la misma Madre de Dios se encargó de esta tarea! Y su primera intervención visible, reconocida por la Iglesia, fue precisamente la Aparición de la Virgen de Guadalupe.

               Cuauhtlatoatzin -hablando águila, en lengua náhuatl- era el nombre de un indio nacido en 1474, en la ciudad de Cuautlitlán, aliado de los españoles en la lucha contra los aztecas y ubicado a veinte kilómetros de la capital. Estuvo casado con una indígena de nombre Malintzin y, en 1524, con el Santo Bautismo, recibió el nombre cristiano de Juan Diego, y ella, María Lucia. Tenía cincuenta y siete años, y ya era viudo, cuando se produjo el gran acontecimiento de su vida, en la madrugada del Sábado 9 de Diciembre de 1531.

               Se dirigía a toda prisa a la Ciudad de México para recibir instrucción en la doctrina católica y asistir a la Santa Misa cuando, al pasar por el Cerro del Tepeyac (que fue una vez el lugar más notorio de sacrificio de niños en la cultura azteca), escuchó el hermoso canto de los pájaros, como preludio de una voz cautivadora que le hacía señas con ternura: "Juanito, Juan Dieguito!" Lejos de sentir miedo o buscar esconderse, sintió que su corazón inocente se desbordaba de alegría y subió a lo alto del montículo para buscar el origen de esa voz .

               Allí se encontró con una Doncella tan resplandeciente como el sol, de pie sobre rocas que brillaban como joyas preciosas. La tierra mostraba los colores del arco iris y el follaje brillaba con tonos de jade, oro y turquesa. Fue la Virgen Madre de Dios quien hizo señas a su humilde servidor, para confiarle la misión de comunicar al Obispo de México su deseo de que se construyera en ese lugar una "casita sagrada", pues ella deseaba erigir una pedestal allí para glorificar a su Hijo amadísimo.

               Juan Diego se presentó ante Fray Juan de Zumárraga, un Sacerdote franciscano que había sido nombrado obispo, pero aún no había recibido la ordenación episcopal, y le explicó todo lo que Nuestra Señora le había revelado. El Prelado no le prestó atención ese día en particular...

                Desolado, volvió al Tepeyac, para expresarle a la Madre celestial su incapacidad para cumplir la misión que le había encomendado. La Santísima Virgen, sin embargo, lo animó a volver al Obispo y repetir la petición del Cielo.


               

               Al día siguiente, Domingo, Juan Diego volvió a transmitir el mensaje a fray Zumárraga. Este último quedó impresionado con su insistencia y con los detalles y la coherencia de su relato de las apariciones, pero no quedó convencido: exigió una señal para confirmar su autenticidad. El mensajero de María asintió sin dudarlo y le preguntó qué señal deseaba. Algo desconcertado por la compostura del indio, Fray Zumárraga lo despidió sumariamente.

               Juan Diego volvió al Tepeyac y transmitió a la Señora la demanda de la Autoridad Eclesiástica. Ella respondió:

               -Muy bien, hijo mío. Regresa mañana a la ciudad para llevar al Obispo la señal solicitada. Te estaré esperando aquí.

               Al regresar a casa, Juan Diego encontró a su tío Juan Bernardino al borde de la muerte, aquejado de una repentina enfermedad, y pasó todo el día cuidando al único familiar que le quedaba, quien lo había cuidado desde niño en lugar de sus difuntos padres. Sin embargo, todos sus esfuerzos por restaurar la salud de su tío resultaron inútiles. El martes por la mañana temprano salió a buscar un Sacerdote para que le administrara los últimos sacramentos.

               Dos misiones muy distintas marcaron el viaje: conseguir la señal celestial de una historia que comenzaba y ayudar a un moribundo en sus últimos momentos. 

               De camino a la ciudad, Juan Diego pasó por alto el sitio donde había visto tres veces a Nuestra Señora, temiendo no tener tiempo para realizar ambas tareas. Tomó un atajo, con la intención de subir al Tepeyac en la tarde. Perturbado por la angustia y la urgencia, ni siquiera pensó en pedirle un milagro…

               Ella, sin embargo, familiarizada con las vicisitudes de la vida humana, apareció en el camino y le preguntó a dónde iba. Juan Diego cayó de rodillas, la saludó cariñosamente y le explicó la angustiosa situación que le impedía cumplir el plan celestial. La amable Señora respondió:

               -Escucha y deja que penetre en tu corazón, el más pequeño de mis hijos: no te turbes ni te cargues de dolor. No temas ninguna enfermedad ni aflicción, ansiedad ni dolor. ¿No estoy aquí que soy vuestra Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No soy yo tu fuente de vida? ¿No estás en los pliegues de mi manto? ¿En el cruce de mis brazos? ¿Hay algo más que necesites? No te preocupes por la enfermedad de tu tío, no morirá ahora. No tengáis duda de que ya está curado.

              En ese momento -según supo más tarde-, ella también se apareció a su tío y lo curó. Luego envió a Juan Diego a la cima del cerro para que recogiera las rosas que encontraría allí y se las llevara. Llegando allí, se asombró de ver una gran variedad de fragantes rosas castellanas, fuera de temporada; los recogió apresuradamente y los ató en su tilma rústica y se las llevó a Nuestra Señora. Ella las arregló en el manto del buen indio, quien inmediatamente se dispuso a dárselas al Obispo.



               Tras una larga espera, finalmente fue recibido por Fray Zumárraga. Entonces pudo contar todo lo que había sucedido y darle la señal enviada por la Virgen María. Abrió su tilma de la que cayeron las numerosas rosas y salió a la luz un milagro aún más estupendo: manos invisibles habían impreso en la tilma la imagen de la Santísima Virgen, tal como apareció aquel día en el Cerro del Tepeyac y puede ser venerada hoy en la Basílica de Guadalupe.

               Juan Bernardino, desde su casa, esperaba el regreso de Juan Diego para contarle de la Señora resplandeciente que también se le había aparecido a él, llevándole la anhelada cura y revelándole el nombre con el que deseaba ser venerada: "La perfecta Santísima Virgen María de Guadalupe". 

               Así, se habían obrado dos milagros complementarios ricamente significativos. En ese contexto histórico, la restauración de la salud del venerable anciano representó la curación de la humanidad y un cambio radical en la historia del continente. La imagen milagrosa impresa en la tilma indicaba que María se estaba involucrando por completo en la evangelización de las Américas, de manera mística, lo que llevó a los Papas del siglo XX a proclamarla Emperatriz y Patrona de este Nuevo Continente.