viernes, 25 de agosto de 2023

LUISA LATEAU, Alma Víctima

 

"El evento de Bois D'Haine es extraordinario. 
Puede afirmar, en mi nombre, que la ciencia 
médica nunca podrá explicar tal hecho" 

Palabras del Papa León XIII sobre los hechos milagrosos
de la vida de Luisa Lateau, el 23 de Abril de 1873



               Ana Luisa Lateau nació el 29 de Enero de 1850 en Bois-d'Hainem, en Bélgica; fue la tercera hija de una familia pobre, por lo que conoció el hambre y la miseria desde su infancia. Su madre casi muere al dar a luz y estuvo postrada en cama durante dos años y medio antes de ser recuperada. Su padre murió de viruela diez semanas después de su nacimiento, Luisa -su familia y allegados la llamarían siempre por su segundo nombre- también contrajo esta enfermedad pero se recuperó. La situación familiar mejoró un poco cuando su madre volvió a trabajar como empleada agrícola y la hermana mayor fue colocada como costurera.

               Su pueblo se vio afectado en 1866 por una epidemia de cólera. A petición del Párroco, Luisa atendió a los enfermos con dedicación y sin miedo al contagio, incluso colaboró en  enterrar a los muertos. Luisa sería recibida en la Tercera Orden Franciscana, en Diciembre 1867. 

               Poco después, y mientras realizaba el Vía Crucis en la iglesia, se apoderó de una gran luz y de dolores interiores. Su salud se deterioró hasta el punto que se temió por su vida: recibió los Últimos Sacramentos el 15 de Abril de 1868, sin embargo Luisa no murió: la Providencia le tenía preparada una cruenta misión.

               A partir de 24 de Abril del mismo año, Luisa comenzó a padecer fuertes dolores se repetirán todos los Viernes; aparecerán en su débil cuerpo los estigmas de la Pasión; las santas llagas comenzaron a reproducirse primero en su costado, luego en los pies; el 8 de Mayo serían las manos las que presentaban sendas heridas por donde perdería mucha sangre; el 25 de Septiembre tendría lugar la aparición en la frente de pequeñas manchas de sangre, ocasionadas por entre ocho o doce heridas. La estigmatización se completaría en Abril 1882, cuando aparecieron rastros de azotes en todo su cuerpo, como en la flagelación de Nuestro Señor, así como una severa herida en el hombro derecho.

               La estigmatización de Luisa tenía un mismo patrón: todas estas llagas aparecían sin causa aparente en la noche de Jueves al Viernes y desaparecían a la noche siguiente. Esto se repetiría todos los Viernes, desde Abril de 1868 hasta su muerte en Agosto de 1883. Los días restantes, Luisa mostraba una actitud completamente normal, desarrollando sus labores, básicamente de costura, para sustentar a su familia.

               Al fenómeno místico del sangrado por los estigmas se añadirá, a partir de Julio de 1868, el de los éxtasis, donde Luisa quedará totalmente absorta y como fuera de este mundo, estos estados de éxtasis se podían prolongar durante ocho horas. Los éxtasis comenzaban  por la mañana, en torno a las 6, después de recibir la Sagrada Comunión; el segundo éxtasis tenía lugar alrededor de las 2 de la tarde y se prolongaba hasta por la noche.

               Durante los éxtasis, Luisa permanecía completamente ausente, no tenía la más mínima percepción de los eventos que ocurrían en su entorno. Podía permanecer en ese estado de contemplación durante horas; por lo general su rostro se transfiguraba: en ocasiones expresaba alegría, otras veces, miedo y tristeza. Luisa caminaba por la habitación, siempre en estado de éxtasis, como reviviendo el Vía Crucis. La escena terminaba simulando los gestos de la crucifixión, la agonía y muerte de Cristo.

               Durante los éxtasis, Luisa era insensible al dolor y no atendía a las llamadas, pero podía salir brevemente, a petición del Párroco de Bois-d'Haine o de algunos eclesiásticos. Durante los éxtasis, Luisa no sólo revivía la Pasión, sino que además tenía visiones de la Vida de Cristo, de la Virgen María y de los Santos.

               Estos fenómenos místicos alcanzaron otro grado cuando, a partir de 1871, el Cielo la bendijo con la inedia y la vigilia: dejó de comer, beber y dormir... pasaría las noches rezando, muchas veces arrodillada a los pies de la cama. El único alimento que aceptaría ya su estómago era la Sagrada Comunión, que recibía a diario. Este ayuno prolongado la acompañaría durante doce años, hasta su muerte.

               También gozó del don de la hierognosis, comprobado en múltiples ocasiones, como cuando le presentaban la reliquia de un Santo o algún Sacerdote aparecía vestido de seglar; Luisa distinguiría siempre entre lo bendito y lo profano, entre seglares y Sacerdotes, como también entre las formas que estaban consagradas y sin consagrar.

               A finales de 1868, el Obispo de Tournai, Gaspar-Joseph Labis, abrió una investigación canónica. La comisión formada por eclesiásticos, como el mismo Cardenal Adolphe Dechamps, Arzobispo de Malinas y un médico, el Doctor Lefebvre de la Universidad de Lovaina; ambos reconocen la sinceridad de Luisa Lateau y la autenticidad de los hechos,  concluyendo que la Ciencia no podía encontrar una explicación racional para la fenomenología que se desarrollaba en la joven  mística belga.

               Con la ayuda de la prensa y amplificando los hechos, la notoriedad de Luisa creció y superó rápidamente las fronteras de Bélgica. Los visitantes llegaban de todas partes e incluso de Rusia y Estados Unidos para ver a la mujer estigmatizada en su modesta casa en Bois-d'Haine. Tampoco faltan las polémicas, como las sátiras burlonas de la prensa atea de la época.

               La Real Academia de Medicina de Bélgica abrió una investigación en 1874. Durante 5 meses, Louise Lateau aceptó someterse a numerosos experimentos a petición de los expertos designados por la Academia. Las conclusiones de la comisión se publican en 1875: no hay engaño sobre los estigmas y los éxtasis, pero el Doctor Warlomont, atribuye los fenómenos presentados a una enfermedad del orden de las neurosis.

               En Enero 1879 su salud se deteriora drásticamente, definitivamente quedará postrada en cama desde entonces hasta su muerte. Los episodios de parálisis y ceguera de vez en cuando empeoran su enfermedad. Los fenómenos de éxtasis y sangrado de los estigmas continuará a pesar de su precaria salud.

               El comienzo de 1883 está marcado por un debilitamiento general de su salud; Luisa se expresa cada vez más con dificultad, excepto durante unos minutos que siguen al éxtasis de la Comunión.

               Después de años de entrega sin límites, Luisa rindió su alma a Dios el 25 de Agosto de 1883; tenía 33 años. Su entierro tuvo lugar el 28 de Agosto en la Iglesia de San Juan Bautista de Bois-d'Haine en presencia de varios miles de personas. Su tumba está en la parte trasera de la iglesia de Bois-d'Haine, en el antiguo cementerio comunal, donde espera la resurrección de la carne, al lado de sus padres y sus dos hermanas.




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