domingo, 30 de diciembre de 2018

JESÚS, MARÍA y yo, un sólo corazón


                 En el Primer Mandamiento entregado a Moisés, Dios mismo nos manda a que lo amemos “con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas” (Deuteronomio, cap. 6, vers. 5).

                 El corazón siempre ha representado el lugar físico donde tendrían cabida las emociones, los deseos, los afectos, las actitudes; los sentimientos del ser humano, pero también la falta de ellos, prueba de ello nos la trae el Evangelista San Juan cuando explica lo sucedido en la Última Cena:

        “Estaban comiendo la cena y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote (…) el propósito de entregarle” (Evangelio de San Juan, cap. 13,vers. 2).




                Por eso vengo una vez más a sugerirte que entregues tu corazón mediante la Consagración personal a los Sagrados Corazones de Jesús y de María; si así lo haces, el mal no encontrará en él un lugar para el pecado.

                El Señor, que bien sabe que nuestros corazones son limitados para sentir el amor infinito que se debe a un Dios infinito, nos prometió desde la antigüedad, que Él nos daría un corazón y un espíritu nuevos, que nos permitirían cumplir con Su mandato. Este nuevo corazón es el Corazón de Jesús, Su Hijo, cuya Encarnación viene a dar cumplimiento a varias Profecías:

        “Les daré un corazón nuevo, y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26).

EL CIELO NOS PIDE LA DEVOCIÓN A LOS SAGRADOS CORAZONES

                 En el siglo XIV, la Virgen Nuestra Señora le manifestó a Santa Brígida de Suecia:

        “Jesús y yo nos amamos tan tiernamente en la tierra, que éramos un solo corazón”

                Durante una visión que esta Mística tuvo de la Pasión y Crucifixión de Cristo, Nuestra Señora le reveló además:

        “…Su sufrimiento se volvió Mi sufrimiento, porque Su Corazón era el Mío. Y tal como Adán y Eva vendieron al mundo (…) Mi Hijo y Yo redimimos al mundo con un Corazón”.

                Pero sería en el siglo XVII cuando el Sagrado Corazón se manifestaría en toda Su Gloria para pedir a Santa Margarita que extendiese el culto a Su Corazón al tiempo que le manidestaba su dulce queja: 

        “Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres y al que nada se ha perdonado hasta consumirse y agotarse para demostrarles Su amor.Y en cambio, no recibe de la mayoría más que ingratitudes, por las irreverencias, desprecios y sacrilegios hacia Él en este Sacramento de Amor.”

                Casi al mismo tiempo, San Juan Eudes, recibiría de Nuestro Señor la siguiente inspiración:

        “Os he dado este admirable Corazón de Mi amadísima Madre, que es uno conmigo, para que sea auténticamente vuestro corazón”.

                En el transcurso de las Apariciones de Fátima, la Devoción por los Sagrados Corazones de Jesús y de María quedó latente desde que el Ángel de Portugal manifestó a los niños:

        “Los Sagrados Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia”

                 Y así el 13 de Junio de 1917 la Virgen le dijo a  la niña Lucía Dos Santos:

“Dios quiere que tú permanezcas en el mundo por algún tiempo, porque Él quiere usarte para establecer en el mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón”.






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