jueves, 13 de septiembre de 2018

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA: por donde Dios nos concede mayores gracias



                       En La Semana del Buen Cristiano dedicamos el día Jueves a meditar el Misterio Eucarístico, la gran fortuna que tenemos los católicos de poder ir a visitar a Nuestro Señor en el Sagrario, que por nuestro amor ha bajado al Altar por manos de los sacerdotes, por quienes también dedicamos de manera especial nuestras oraciones de hoy.

                        Siempre que te sea posible, asiste con piedad sincera al Santo Sacrificio de la Misa y de no poder, guarda unos instantes en la intimidad de casa, figúrate frente al Sagrario, como si estuvieras realmente allí y reza la Estación a Jesús Sacramentado y la Comunión Espiritual; puedes hacer este acto de piedad varias veces en el día, según tus obligaciones y tu amor a Dios... piensa en aquellas almas que andan apartadas de Dios, que no asisten a la Santa Misa, que jamás comulgan; con tus Comuniones Espirituales puedes reparar a Jesús por tantas faltas de amor hacia Su Santísimo Sacramento. Únete a Su Dolor y Soledad en los Sagrarios, donde noche y día nos aguarda esperando nuestra limosna de cariño...




               Siendo la Misa como es de valor infinito, bastaría una sola para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio. Sin embargo, este efecto infinito no se nos aplica en toda su plenitud, sino en grado limitado y finito, según las disposiciones de nuestra alma. Está claro que no gana igual el que oye la Misa con tibieza y poca devoción que el que la oye con gran fervor y extraordinaria devoción. 

               No obstante, aun independientemente de nuestras disposiciones, la Misa como los demás Sacramentos, confieren la gracia ex opere operato, esto es, por su propia virtud intrínseca independientemente de las disposiciones del sujeto, con tal, naturalmente, que no ponga obstáculos a la gracia. Es de Fe que el valor de una Misa es infinito; pero ese valor no se nos aplica a nosotros en su totalidad sino en cierta medida según nuestras disposiciones. El mérito sobrenatural se valora, ante todo, por la virtud de la caridad. 

               La intensidad del amor de Dios con que se realiza una acción determina el grado de su mérito. Pero hay dos clases de mérito: el de condigno, que se funda en razones de justicia, y el de congruo, que no se funda en razones de justicia ni tampoco en pura gratitud, sino en la liberalidad del que recompensa. Por tanto, dos acciones hechas con la misma intención y el mismo grado de caridad, aunque en justicia pueda parecer que deba corresponderías el mismo mérito, en la práctica podrá haber un mérito muy desigual, porque congruamente Dios haya querido recompensarla más. Por eso, por la Misa, porque en ella se ofrece la Víctima más agradable a Dios, es por donde Dios nos concede mayores gracias.

              Es una verdad incontestable, que todas las religiones que existieron desde el principio del mundo establecieron algún sacrificio que constituyó la parte esencial del culto debido a Dios: empero, como sus leyes eran o viciosas o imperfectas, también los sacrificios que prescribían participaban de sus vicios o de sus imperfecciones. Nada más vano que los sacrificios de los idólatras, y por consiguiente no hay necesidad de mencionarlos. 

              En cuanto a los de los hebreos, aun cuando profesaban entonces la verdadera Religión, eran también pobres e imperfectos, pues sólo consistían en figuras: Infirma et egena elementa, según expresión del Apóstol San Pablo, porque no podían borrar los pecados ni conferir la gracia divina. 

               El Sacrificio, pues, que poseemos en nuestra Santa Religión es el de la Santa Misa, el único Sacrificio Santo y de todo punto perfecto. Por medio de él todos los fieles pueden honrar dignamente a Dios, reconociendo Su dominio soberano sobre nosotros, y protestando al mismo tiempo su propia nada. Por esta razón el Santo Rey David le llama Sacrificium justitiae, sacrificio de justicia, no sólo porque contiene al Justo por excelencia y al Santo de los Santos, o mejor dicho, a la Justicia y Santidad por esencia, sino porque santifica las almas por la infusión de la gracia y por la abundancia de dones celestiales que les comunica. 

               Siendo, pues, este Augusto Sacrificio el más venerable y excelente de todos, y a fin de que te formes la sublime idea que debes tener de un tesoro tan precioso, vamos a explicar sucintamente algunas de sus divinas excelencias, porque para explicarlas todas se necesitaba otra inteligencia superior a la nuestra.


Continuará...


(San Leonardo de Porto-Mauricio, en su obra "El Tesoro escondido de la Santa Misa")


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