miércoles, 22 de mayo de 2024

LA REINA DEL CIELO EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD. DÍA 22º

  

Me sentí de tal manera traspasada 
que Me sangró el Corazón y se abrieron 
nuevas venas de dolores... 


               Durante el Mes de María procuraré compartir a diario (si Dios quiere) unas meditaciones extraídas del libro "La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad", de la mística italiana Luisa Piccarreta; advierto que cuando en el diálogo con la Madre de Dios encuentres que el interlocutor habla en femenino, no es porque este ejercicio esté destinado sólo a las mujeres, sino porque se refiere al alma, por lo que también un varón puede y debe practicarlo. 

               Estos escritos gozan de licencia eclesiástica, prueba de ello el “Nihil obstat”, que Monseñor Francesco M. Della Queva, Delegado del Arzobispo de Tarento (Apulia, Italia) concedió en la Fiesta de Cristo Rey de 1937. 

               Para obtener mejor provecho de esta lectura, procura recogerte en tu dormitorio o en un lugar discreto de la casa; sitúate ante una imagen de la Virgen que te inspire devoción, aunque se trate de una sencilla estampa; cierra los ojos y oídos corporales, eleva tu corazón al Cielo y busca en tu corazón la intimidad de hijo con Jesús Nuestro Señor y con la Celestial Madre. 

               Que la Santa Presencia de estos tus amores, Jesús y María, te acompañe a lo largo del día de hoy, y que Ellos sean siempre tu aliento y sostén en la lucha continua de la familia, del trabajo, de los problemas cotidianos...




Reza ahora, despacio y con devoción,
 tres Avemarías a Nuestra Santa Madre...


El alma a su Mamá celestial: 

               Mamá Santa, heme aquí junto a Ti para acompañarte al Templo, donde vas a cumplir el más grande de los sacrificios, esto es, dar la Vida del Celestial Infante en poder de cada una de las criaturas, a fin de que se sirvan de Ella para ponerse a salvo, para santificarse. Pero ¡ay, qué dolor!. Muchos se servirán de Ella para ofenderlo e incluso para perderse. ¡Ah! Mamá mía, deposita al pequeño Jesús en mi corazón, y yo Te prometo y juro amarlo siempre y tenerlo como vida de mi pobre corazón. 

Lección de la Reina del Cielo: 

               Hija queridísima, cómo estoy contenta por tenerte cerca, Mi materno Corazón siente la necesidad de desahogar Mi amor y confiarte Mis secretos. Está atenta a Mis lecciones y escúchame, tú debes saber que son ya cuarenta días que Nos encontramos en esta gruta de Belén, la primera morada de Mi Hijo acá abajo; pero ¡cuántas maravillas en esta gruta!. El Celestial Infante en un arrebato de amor descendió del Cielo a la tierra, fue concebido y nació, y sentía la necesidad de desahogar este amor, así que cada respiro, latido y movimiento, eran un desahogo de amor que hacía; cada lágrima, llanto y gemido eran desahogo de amor; también el sentirse aterido de frío, Sus labios lívidos y temblorosos, eran todos desahogos de amor que hacía, y buscaba a Su Mamá para poner en Mí este amor que no podía contener, y Yo estaba en poder de Su amor, así que me sentía herir continuamente y sentía a mi querido pequeño palpitar, respirar, moverse en Mi materno Corazón, lo sentía llorar, gemir y sollozar, y quedaba inundada por las llamas de Su amor. 

               Ya la circuncisión Me había abierto desgarros profundos, en los cuales Me vertió tanto amor, que Me sentía Reina y Madre de Amor. Yo Me sentía raptada al ver que en cada pena, lágrima y movimiento que hacía Mi dulce Jesús, buscaba y llamaba a Su Mamá como amado refugio de Sus actos y de Su Vida. ¿Quién puede decirte hija mía lo que pasó entre el Celestial Niño y Yo en estos cuarenta días?. 

               La repetición de Sus actos junto Conmigo, Sus lágrimas, Sus penas, Su amor, estaban como transfundidos juntos, y lo que hacía Él hacía Yo. Ahora, habiendo llegado el término de los cuarenta días, el querido Niño, más que nunca ahogado en Su amor, quiso obedecer a la Ley y presentarse al Templo para ofrecerse por la salvación de cada uno. 

               Era la Divina Voluntad que Nos llamaba al gran sacrificio, y nosotros pronto obedecimos. Hija mía, este Fiat Divino cuando encuentra la prontitud en hacer lo que Él quiere, pone a disposición de la criatura Su fuerza divina, Su Santidad, Su potencia creadora de multiplicar aquel acto, aquel sacrificio por todos y por cada uno, pone en aquel sacrificio la monedita de valor infinito, con la cual se puede pagar y satisfacer por todos. Ahora, era la primera vez que tu Mamá y San José salíamos juntos con el pequeño Jesús, toda la Creación reconoció a su Creador y se sintieron honrados en tenerlo en medio a ellos, y poniéndose en actitud de fiesta nos acompañaron a lo largo del camino. 

               Llegados al Templo nos postramos y adoramos a la Majestad Suprema, y después lo pusimos en brazos del Sacerdote, que era Simeón, el cual lo ofreció al Eterno Padre por la salvación de todos, y mientras lo ofrecía, inspirado por Dios reconoció al Verbo Divino, y exultando de inmensa alegría adoró y agradeció al querido Niño, y después del ofrecimiento profetizó y predijo todos Mis dolores. ¡Oh! cómo el Fiat Supremo dolorosamente hizo sentir a Mi materno Corazón, con sonido vibrante, la fatal tragedia de todas las penas que habría de sufrir Mi Hijo Divino. Cada palabra era espada cortante que Me atravesaba, pero lo que más Me traspasó el Corazón, fue el oír que este Celestial Infante sería no sólo la salvación, sino también la ruina de muchos y el blanco de las contradicciones. ¡Qué pena!. ¡Qué dolor!. Si el Querer Divino no Me hubiera sostenido habría muerto al instante de puro dolor. En cambio Me dio vida para comenzar a formar en Mí el reino de los dolores en el reino de Su misma Divina Voluntad, así que, con el derecho de Madre que tenía sobre todos, adquirí también el derecho de Madre y Reina de todos los dolores. ¡Oh! sí, con Mis dolores adquirí la monedita para pagar las deudas de Mis hijos, y también de los hijos ingratos. 

               Ahora hija mía, tú debes saber que por la Luz de la Divina Voluntad que en Mí reinaba, ya conocía todos los dolores que debían tocarme, y más de aquellos que Me dijo el Santo Profeta; más bien puedo decir que Me profetizó los dolores que Me vendrían de la parte externa, pero de los dolores internos, que más Me habrían traspasado, de las penas internas entre Mi Hijo y Yo, no Me dijo nada; pero con todo y esto, en aquel momento tan solemne del ofrecimiento de Mi Hijo, al oírmelos repetir, Me sentí de tal manera traspasada que Me sangró el Corazón y se abrieron nuevas venas de dolores y desgarros profundos en mi alma. 

               Ahora escucha a tu Mamá, en tus penas, en los encuentros dolorosos que también a ti no te faltan, cuando sepas que el Querer Divino quiere algún sacrificio de ti, está pronta, no te abatas, sino que repite rápidamente el querido y dulce Fiat, o sea, "lo que quieras Tú, lo quiero yo", y con amor heroico haz que el Querer Divino tome su puesto real en tus penas, para que te las convierta en moneditas de infinito valor con las cuales podrás pagar tus deudas, incluso aquellas de tus hermanos, para rescatarlos de la esclavitud de la voluntad humana, para hacerlos entrar como hijos libres en el Reino del Fiat Divino, porque tú debes saber que el Querer Divino agradece tanto el sacrificio por Él querido de la criatura, que le cede sus derechos divinos y la constituye reina del sacrificio y del bien que surgirá en medio a las criaturas. 

El alma a su Madre celestial: 

               Mamá Santa, en Tu Corazón traspasado pongo todas mis penas, que Tú sabes cómo me afligen. ¡Ah! hazme de Mamá y vierte en mi corazón el bálsamo de Tus dolores, a fin de que tenga Tu misma suerte, de servirme de mis penas para cortejar a Jesús, tenerlo defendido y reparado de todas las ofensas, y como medio seguro para conquistar el Reino de la Divina Voluntad, y hacerlo venir a reinar sobre la tierra. 

Florecita: 

               Hoy para honrarme vendrás a Mis brazos para que te ofrezca junto con Mi Hijo al Celestial Padre, para obtener el Reino de la Divina Voluntad. 

Jaculatoria: 

               Mamá Santa, derrama Tu dolor en mi alma, y convierte todas mis penas en Voluntad de Dios.



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