lunes, 11 de abril de 2022

EL SACRIFICIO QUE MÁS AGRADA A DIOS

 



               Yo: Señor, cómo querría yo reemplazar a Magdalena sobre la Tierra, pues bien sé que su amor Te era muy dulce!

              Él: Ofréceme el amor de Magdalena. Porque a Mí todo Me es presente y por la Comunión de los Santos, todo te pertenece. Te cuesta trabajo creer en estos Misterios, que son una invención de tu Dios. Aprovéchate de su Magnificencia y para eso, cree en Ella. Todas estas invenciones Mías son para el bien de Mis hijos, no para Mí. Humíllate tú como se humilló Magdalena, en la Fe y en el Amor. 

               Dime en secreto y con frecuencia, tus faltas. Deplóralas. No te puedes imaginar la manera como te escucho. Y si tu corazón se agita cuando Me confiesas tus faltas, ¿qué decir del Mío cuando le las escucho? Que el amor, hija, te arrebate de tu manera ordinaria, para que aprendas a ser, como Magdalena, una mujer nueva y dispuesta a todo sacrificio. Ella había sido bien rica de las cosas de este Mundo, pero no tenía nada cuando vivía en la gruta. Me esperaba. Espiaba el momento supremo y entre todas sus penitencias, la mayor era la de seguir viviendo. Di con ella: ¿Hasta cuándo Te veré, mi dulce Maestro? Apresúrate, Divino Jardinero, a cortar esta flor que no se abre sino para Tí.

               Estos deseos, estos suspiros amorosos, Yo los acojo. Me los ofrezco a Mí mismo como incienso que sube. Incienso vivo y perfumado. El sacrificio que más agrada a Dios es el de un corazón roto de dolor y el dolor más grande que puedas tener es el de no amar bastante. 

               Toma pues el amor de todos los Santos y ofrécemelo como por primera vez. Pídele a Magdalena que te ayude, ella, que tan bien supo amar. Ella unirá su vida de reclusa con tu vida de solitaria. Invítala y cerca de vosotras dos encontraré Yo la morada íntima de las confidencias, de esas conversaciones que no se expresan sino con silencios.”


22 de Julio 1943


De los escritos de la mística Gabrielle Bossis "Él y yo", 
con el imprimatur en 1957 de Monseñor Jacques Le Cordier, 
Obispo auxiliar de París; también del Obispo de Nantes, 
Monseñor Villepellet, del entonces Obispo Auxiliar 
y Vicario General de la Arquidiócesis de México, 
Monseñor Francisco Orozco y del Obispo Auxiliar
de Madrid-Alcalá Monseñor García Lahiguera.



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