jueves, 7 de abril de 2022

EL SACERDOTE EN EL ALTAR ES COMO EL MISMO JESUCRISTO, por San Alfonso María de Ligorio

 


               Dice Santo Tomás que de los Sacerdotes se exige mayor santidad de los simples religiosos por razón de las sublimes funciones que ejercen, especialmente en la celebración del Sacrificio de la Misa: “Porque, al recibir las Órdenes Sagradas, el hombre se eleva al Ministerio elevadísimo en que ha de servir a Cristo en el Sacramento del Altar, cosa que se requiere mayor santidad que la del religioso que no está elevado a la dignidad del Sacerdocio. Por lo que añade, en igualdad de circunstancia el Sacerdote peca más gravemente que el religioso que no lo es” (...). 

              Célebre la sentencia de San Agustín “No por ser buen monje es uno buen Clérigo” (...); de lo que sigue que ningún Clérigo puede ser tenido por bueno si no sobrepuja en virtud al monje bueno. Escribe San Ambrosio que “el verdadero Ministro del Altar ha nacido para Dios y no para sí (...). Es decir, que el Sacerdote ha de olvidarse de sus comodidades, ventajas y pasatiempos, para pensar en el día en que recibió el Sacerdocio, recordando desde entonces ya no es suyo, sino de Dios, por lo que no debe ocuparse más que en los intereses de Dios. 

              El Señor tiene sumo empeño en que los Sacerdotes sean santos y puros, para que puedan presentarse ante Él libres de toda mancha cuando se le acerquen a ofrecerle sacrificios: Se sentarán para fundir y purificar la plata y purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como el oro y la plata y luego podrán ofrecer a Yahveh oblaciones con justicia (Profeta Malaquías, cap. 3, vers. 3]. Y en el Levítico se lee: Permanecerán santos para su Dios y no profanarán el Nombre de su divinidad, pues son ellos quienes ha de ofrecerlos sacrificios ígneos a Yahveh, alimento de su Dios; por eso han de ser santos (Levítico, cap. 21, vers. 6). De donde se sigue que si los sacerdotes de la antigua ley solo porque ofrecían a Dios el incienso y los panes de la proposición, simple figura del Santísimo Sacramento del Altar, habían de ser santos, ¡con cuánta mayor razón habrán de ser puros y santos los Sacerdotes de la Nueva Ley, que ofrecen a Dios el Cordero Inmaculado, su mismísimo Hijo! “Nosotros no ofrecemos, dice Escío, corderos e incienso, como los sacerdotes de la Antigua Ley, sino el mismo Cuerpo del Señor, que pendió en el Ara de la Cruz, y por eso se nos pide la santidad, que consiste en la pureza del corazón, son la cual se acercaría uno inmundo” (...) al altar. Por eso decía San Roberto Belarmino: “Desgraciado de nosotros, que, llamados a tan altísimo Ministerio, distamos tanto del fervor que exigía el Señor de los sacerdotes de la antigua Ley (...). Hasta quienes habían de llevar los vasos sagrados quería el Señor que estuviesen libres de toda mancha (...), pues “¡cuánto más puros han de ser los Sacerdotes que lleven en sus manos y en el pecho a Jesucristo!”, dice Pedro de Blois (...). Ya san Agustín había dicho: “No debe ser puro tan solo quien ha de tocar los vasos de oro, sino también aquellos en quien se renueva la muerte del Señor. 

               La Santísima Virgen María hubo de ser santa y pura de toda mancha porque hubo de llevar en Su Seno al Verbo encarnado y tratarlo como Madre: y según esto, exclama San Juan Crisóstomo, “¿no se impone que brille con santidad más fúlgida que el sol la mano del Sacerdote, que toca la Carne de un Dios, la boca que respira fuego celestial y la lengua que se enrojece con la Sangre de Jesucristo?” (...). El Sacerdote hace en el Altar las veces de Jesucristo, por lo que, como dice San Lorenzo Justiniano, “debe acercarse a celebrar como el mismo Jesucristo, imitando en cuanto sea posible Su Santidad (...). ¡Qué perfección requiere en la religiosa su confesor para permitirle comulgar diariamente!, y ¿por qué no buscará en sí mismo tal perfección el Sacerdote, que comulga también a diario?


"La Dignidad y la Santidad Sacerdotal" 
por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



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