domingo, 5 de septiembre de 2021

SAN LORENZO JUSTINIANO

 

               Debemos perseverar en la oración mientras dura la lucha; no nos asuste ni la multitud de los mismos enemigos, ni su forma de guerrear, ni sus armas refulgentes como el vidrio: dará la victoria a los que luchan el que dio valentía para orar. Testigo David, cuando dice: Bendito el Señor que no desechó mi oración, ni me negó su piedad (Salmo 65, cap. 20).



               Finalmente la virtud de la oración ilumina al hombre; pues con la oración se solucionan las dudas mejor que con cualquier otra forma de discurso, y lo oscuro se aclara más rápidamente con la oración que con el estudio; a Daniel en oración se le descubren misterios, se le otorgan revelaciones, y lo que a los sabios del siglo les estaba encubierto, se le manifiesta a él en virtud de la oración.

               La oración aplaca a Dios y a modo de escudo protege de la Ira Divina, pues ésta es función propia de la oración: por su medio se detiene la Mano airada de Dios, se aplaza su Venganza, se consigue el perdón, se aleja el castigo, se consiguen abundantes recompensas; el que ora, habla con Dios, conversa con el Juez; se le muestra presente Aquél a quien antes no podía ver por la confusión de su mente; la oración le introduce en los secretos del Juez; en la oración nadie se siente rechazado, sólo aquél que en la misma se conduce con tibieza. ¿A qué insistir más?. 

              Porque la oración es refugio para el alma santa, consuelo para el ángel bueno, tormento para el diablo, obsequio agradable a Dios, muerte de los vicios, madre de las virtudes, solaz en esta peregrinación, espejo del alma, fortaleza de la conciencia, camino de conocimiento; la oración nutre la confianza, estimula la Caridad, es alivio en la fatiga, causa de compunción, puerta del Cielo, enemiga mortal de los malos pensamientos, recogimiento del alma distraída; aviva el fuego de los afectos, imita el oficio de los Ángeles, es prenda segura de todos los bienes espirituales; el que logre perseverar en ella, no podrá perecer.

               Todos los que desean presentarse ante un rey terreno deben prepararse, de modo que ni en su porte exterior ni en sus palabras, se halle cosa desordenada que pueda contrariar el ánimo del príncipe; con mucha mayor razón deben procurar esto los que quieren acudir a la presencia del rey de los ángeles y de los hombres. Por eso, para que los que desean entregarse a la oración conozcan bien cómo deben comportarse, trataremos de explicar convenientemente ahora qué disposiciones previas han de llevar a ella.

               Primero conviene saber que la preparación para la oración es doble, remota y próxima. La preparación remota es ante todo la vida ejemplar del que pretende orar; porque ayuda mucho en orden a la perfección de la oración, el que en todo lugar, en el momento actual y a lo largo de la vida anterior nos abstengamos de acciones pecaminosas, obedeciendo a los Mandamientos Divinos; que mortifiquemos siempre nuestros oídos y nuestras lenguas, evitando conversaciones ociosas; porque todo aquello que solemos realizar con mucha frecuencia, hablando u oyendo, es lo que acude a nuestro ánimo como a su propia sede; así como los cerdos acuden a los revolcaderos pantanosos, las palomas, por el contrario, a límpidos arroyos, así los pensamientos impuros turban la mente; la vida intachable purifica el espíritu y lo santifica, y vuelve, por consiguiente, aceptable la súplica del que ora.

               En cambio, no es extraño que el Señor tarde en escuchar al pecador que apenas o quizás nunca tiene en cuenta los Mandamientos Divinos; no podemos tener confianza en nuestras oraciones los que somos negligentes en observar sus Mandatos; no es justo que consigamos lo que pedimos si nos sigue agradando el recuerdo de nuestros pecados; que no pretenda conseguir el hombre pecador el bien que pide a aquel cuyas leyes desobedece; sería contra toda justicia.

               Procure vivir, por tanto, según la Ley de Dios el que quiera que sus deseos sean atendidos.

               En cuanto a la preparación próxima, es conveniente que el espíritu se aparte de las cosas exteriores y se concentre en su interior; a esto se refiere el Señor cuando dice: tu, en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, echa la llave y reza a tu padre (Evangelio de San Mateo, cap. 6, vers. 6). Por tanto antes de orar se debe purificar el espíritu; se ha de desembarazar de pensamientos en cosas temporales, de modo que con pureza de miras se oriente verdadera y sencillamente a las cosas del espíritu, pues lejos está aún de Dios el que en la oración se halla entretenido con pensamientos del siglo. Por eso la mente de los elegidos si observa en sí algún pensamiento propio de la vida presente, lo purifica con el fuego de la penitencia y no permite que sus pensamientos anden extraviados; cuanto mayor es el fervor con que se presenta ante Dios por la oración, tanto mayor será el empeño que pondrá el que ora concentrarse en sí mismo; sin lugar a duda, no podrá entregarse a Dios el que se halle frívolamente entretenido fuera de sí.

               Pertenece también a la preparación próxima el conocimiento propio, de uno mismo. Por eso, continuamente debemos situamos en presencia de Dios, como cara a cara, y a su luz, examinar, deplorar, llorar las torpezas que hemos cometido; y no dejemos de considerar qué es lo que en nosotros es obra de la naturaleza, de la culpa, de la gracia; inútilmente pretenderemos elevar hacia Dios los ojos de nuestro corazón, si aún no estamos dispuestos a miramos a nosotros mismos; en efecto, primero debemos conocer lo invisible de nuestro espíritu, antes de intentar conocer lo invisible de Dios; si no somos capaces de conocernos a nosotros, no osemos alcanzar las cosas que están sobre nosotros; el espejo más apropiado y más importante para ver a Dios es el alma racional que se mira a sí misma.

               También entra dentro de la preparación próxima el mirar con atención a aquél a quien se ofrece el obsequio de nuestra oración; deteneos, dice el Profeta, y reconoced que yo soy Dios (Salmo 46, vers. 11), Dios, resplandor que nunca palidece, vida que nunca muere, fuente siempre manando, semillero engendrando siempre vida, principio de la sabiduría, principio también de donde toma su origen toda bondad. Tan grande es su excelencia, tan excelsa su inmensidad, que lo llena todo, lo mantiene todo, lo abarca todo, lo sobrepasa todo, todo lo conserva; y no pensemos que por una parte sostiene todo y por otra lo supera; ni que por una parte lo llena y por otra lo abarca, sino que abarcando llena, llenando abarca, sosteniendo supera, superando sostiene; gobierna desde arriba sin alterarse, lo penetra todo sin que por ello deba encogerse, y el que no se encuentra en ningún sitio por su figura corporal, de ningún sitio está ausente por su naturaleza espiritual. Con razón, por tanto, hemos de presentamos ante él, atenta y humildemente por medio de la oración ya que por su dignidad se eleva sobre toda criatura. En la medida en que nos esforcemos por comprender quién es Dios y cuán grande es, aumentará nuestra devoción al ofrecerle el obsequio de la oración.


Extractos del TRATADO DE LA ORACIÓN 
Y LOS GRADOS DE PERFECCIÓN
por San Lorenzo Justiniano



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