domingo, 15 de septiembre de 2019

NUESTRA SEÑORA DE LOS SIETE DOLORES




               En el siglo V el Papa Sixto III consagró a María Nuestra Señora y a los Santos Mártires la Basílica Liberiana; en su ábside mandó colocar un mosaico en el que se representaba a la Santísima Virgen como Reina de los Mártires, pues Su unión con Su Divino Hijo en el Calvario, la hizo merecedora de tal título por soportar en Su Alma, mayores dolores y sufrimientos que todos los Mártires.

               La devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo católico a partir del siglo XIII, momento en el que aparece la Orden de los Servitas, consagrados a los Dolores de la Madre de Dios, que pronto popularizaron el hábito negro mediante su Orden Tercera. Nacieron entonces las dos conmemoraciones de esta Devoción: el Viernes de Dolores y el 15 de Septiembre. Ésta última, la que hoy celebramos, fue extendida a toda la Iglesia Universal por el Papa Pío VII, como gesto de agradecimiento a la Virgen tras ser liberado del exilio impuesto por Napoleón Bonaparte.

               La conmemoración de los Dolores antes de la Semana Santa, nos acerca a la meditación de la agonía que Nuestra Señora padeció a los pies de la Cruz; el recuerdo de este día es el del Dolor de María por la Santa Iglesia de Dios, sometida siempre a las pruebas, a las persecuciones y a los ataques de sus enemigos internos.

               Procura a lo largo de la jornada, honrar los Dolores de Nuestra Señora, mediante la recitación de Stabat Mater Dolorósa, compuesta en el siglo XIII por el franciscano Jacopone da Todi; otro método muy sencillo y que otras veces te he propuesto es el de meditar brevemente en Los Siete Dolores, acompañado de un Avemaría al final. Por último, y si el tiempo y la devoción te lo permiten, puedes recitar el Rosario de los Siete Dolores.


STABAT MATER DOLORÓSA
(traducción al español por Lope de Vega)


La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo 
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a Su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.




Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de Tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de Sus penas mientras vivo.

Porque acompañar deseo
en la Cruz, donde le veo,
Tu corazón compasivo. 
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.

Porque Su Pasión y Muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre Sus penas vea.
Haz que Su Cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi Fe y Amor indicio.

Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del Juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.

Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a Su Eterna Gloria. Amén. 



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