1. Cambio radical
Las almas que, arrastradas por la corriente del mundo, siguieron sus vanidades y vivieron por algún tiempo bajo el dominio de Satanás, cuando de veras se convierten a Dios, siéntense libres del enorme peso que las oprimía, henchidas de gozo, fuerte y suavemente atraídas por Dios y dispuestas a inmolar en sí mismas todo lo que se opone a su divina Voluntad y al cumplimiento de sus deberes. El inmenso y triste vacío que experimentaban en las diversiones mundanales y placeres terrenos desaparece; las negras tinieblas que envolvían su alma y cegaban su inteligencia se disipan o desvanecen; su conciencia, que parecía haberse muerto, revive; y sus potencias, antes embotadas para comerciar con el mundo superior de los espíritus y ejercitarse en las virtudes, quedan como revestidas de cierta facultad para el ejercicio de sus nobles funciones; adquiere de nuevo los dones y virtudes que recibió en la fuente bautismal, especialmente la fe, esperanza y caridad, cuya presencia siente visiblemente, y halla energías hasta entonces desconocidas en el fondo de su ser para practicar el bien, venciendo los obstáculos que se le presentan en su nueva vidas.
Por el momento sus viciadas pasiones quedan como dormidas, porque todo la arrastra hacia Dios, que la atrae con la infinita dulzura de su amor, superior a todo deleite terreno. Maravillada de verse favorecida con la amistad y amor de un Dios a quien creía enojado y con espada en mano para vengar los agravios que le ha hecho con sus pecados, liquídase toda de gratitud y amor, lo estima sobre todas las cosas e incondicionalmente se pone a su servicio. El cielo le sonríe y promete franquear sus puertas cuando llame a ellas, si persevera en el servicio del Señor, a quien ha consagrado su vida. Con tal firmeza espera la gloria del paraíso, que primero se dejaría cortar la cabeza que desconfiar de su salvación. Su confianza es hija de su ciega y ardiente fe en la fidelidad, amor y méritos de Jesús, que la Iglesia pone a su disposición en los santos sacramentos, y de su sincero deseo de servirle con fidelidad hasta la muerte.
2. Ejercicios de Piedad
Ama con cariño filial a la Santísima Virgen, en quien, después de Jesús, deposita toda su confianza, invócala con frecuencia con la salutación angélica y se impone el deber de obsequiarla con todas las prácticas piadosas que conoce y se le ocurren, singularmente con el santo Rosario, que empieza a recitar diariamente desde el día de su conversión —si ya no lo hacía—, y quisiera, si fuera posible, recitarlo en todas las horas del día. ¡Tal es la necesidad que experimenta de testimoniarle su filial cariño y franca adhesión, honrándola por todos los medios que puede! Tiene fe vivísima en la protección de los santos, a quienes ama con relativo fervor, invoca y obsequia con triduos, novenas, etc. Entre estos elige por patronos a los que le inspiran mayor devoción y con fianza y les invoca una o varias veces todos los días, antes o después del ángel tutelar, por quien siente igualmente especial amor.
Siente la feliz necesidad de frecuentar los sacramentos, oír una o varias misas, visitar al Santísimo, practicar el ejercicio del Via Crucis, asistir a los sermones y funciones religiosas que se practican en los templos y de alistarse en una o varias cofradías. Lo realiza, y en dichas prácticas halla consuelos celestiales, que quisiera compartir con los pecadores que viven lejos de Dios y de su santo templo, para atraerlos por este medio al conocimiento y amor de su Dios Redentor. Ruega mucho para que se conviertan y consagren al servicio de un Dios infinitamen-te amante, porque le inspiran mucha compasión, viéndoles sacrificarse a toda hora por agradar y servir al mundo que ella tan justamente abandonó y conculcó bajo sus pies.
3. Práctica de las virtudes
Agradece en gran manera el amor misericordioso de Dios, que generosamente le perdonó sus muchos y graves pecados y le promete el paraíso celestial para su día. Pero ama igualmente su Verdad y Justicia, amor que la impulsa a resarcir el detrimento causado a su gloria con las faltas que cometió en su vida pasada, haciendo la penitencia debida por ellas y practicando con singular esmero las virtudes contrarias a las mismas, sin perdonarse nada en este punto. Si fue vanidosa, callejera y amiga de diversiones y pasatiempos, practica la humildad, el retiro, desprecio y abstracción del mundo en tanto grado, que admira a cuantos la conocieron antes de su conversión y los mueve a lástima. Si fue regalona y amiga de comodidades, cultiva la virtud de la abstinencia y mortificación de la carne cuanto pueden sufrir sus fuerzas, ayudadas de la divina gracia.
Para que su sacrificio resulte provechoso para su prójimo, entrega a los pobres los regalos que niega a su cuerpo, procurando que quede tan en secreto que ni los mismos socorridos con su diaria limosna, si fuera posible, conocieran su caridad; y para revelar su mortificación y caridad al confesor que dirige su conciencia, con el fin de obtener su permiso, tiene que hacerse suma violencia. Si alguna vez agravió al prójimo directa o indirectamente -aun en materia leve— es tal el remordimiento que siente y su deseo de resarcir el doble agravio inferido a Dios y a la criatura, que no se aquieta mientras no visita a las personas agraviadas y les da una satisfacción que resarza ventajosamente la ofensa, sin reparar en lo bochornoso que será para ella la revelación de una falta conocida solo de Dios y la manifestación asimismo de su amor a la Justicia que la mueve a reparar su falta de un modo tan costoso para el amor propio.
De esta manera practica las virtudes contrarias a los vicios que la dominaron y pecados que cometió en su vida pasada, satisfaciendo por ellos a la Justicia divina con tanto mayor gusto cuanto más generosamente la perdona su amor misericordioso. Practica la virtud sin gran dificultad, merced a las energías que le presta la gracia sensible y las consolaciones que experimenta en los ejercicios de piedad y en el trato amoroso de su Dios. Diríase que Jesús se ha constituido Padre, Madre y Nodriza de esta afortunada oveja que, después de su extravío, volvióse a su aprisco, y que por sí mismo y en sus brazos la conduce de justicia en justicia y de virtud en virtud, para que no tropiece en alguna dificultad y retroceda, y para mejor sustraerla a la influencia diabólica y mun-danal.
4. Lucha contra las tentaciones
Alguna que otra vez se acerca a ella satanás, le pone delante los placeres terrenales que abandonó y las cruces espinosas que le esperan en su nueva vida, y la observa para ver si vacila; pero viéndola firme en su resolución, se retira desesperado de conseguir por el momento su pretensión, porque no ve ningún portillo abierto para penetrar en su corazón. El mundo, astuto cazador de las almas, apenado de haber perdido a esta que sedujo con mentidas promesas, hace los últimos y supremos esfuerzos para conquistarla de nuevo, y lo procura por medio de sus amadores, quienes ponen en juego todos los resortes de su falsa ciencia y profano querer para conseguirlo, aunque en vano, porque, fuerte con la conciencia del deber cumplido y de la fidelidad del divino Amante a quien ha consagrado su amor, contesta negativamente a todas las solicitaciones del mundo con acento que revela la firmeza de su resolución, lo feliz que se siente desde que pertenece a Dios y la compasión que le inspiran las almas que, arrastrando las cadenas de su esclavitud e insensibles a la propia y suprema desgracia, dicen que se compadecen de los que gozan la dichosa libertad de los hijos de Dios.
El mundo admira la transformación obrada en ella y su heroísmo desde que en realidad de verdad milita en las banderas de Cristo —no en apariencia ni a medias, como muchos cristianos— pero no la cree, porque no se explica cómo puede sentirse feliz quien, renunciando a los placeres terrenales, consagra su vida a la penitencia y al retiro, y calificando de fatuidad y fanatismo su cambio de vida, y de obstinación sus negativas respuestas, la deja seguir su camino.
5. Meditando la Pasión de Jesús
Habiéndose ejercitado algún tiempo en las prácticas piadosas que hemos insinuado, la fervorosa penitente -tránsfuga del mundo-siéntese llamada a la oración mental y trato íntimo y familiar con Dios, y empieza por la meditación de los novísimos y de la Pasión del Señor, dedicando a esta todos los días varios ratos y a aquella breves momentos. Al principio siente alguna dificultad en orar con la mente y, alguna que otra vez, siente repugnancia grande a dicho ejercicio cuando se acerca la hora de emplearse en él, tanto que con gusto vería sustituida la oración por sangrientas disciplinas u otras penitencias. ¡Tanta es la repugnancia que siente! Conoce que es tentación y procura vencerla, y venciéndola, lo mismo que los demás obstáculos, un día y otro día, logra adquirir el hábito de la oración, que cada vez se perfecciona más y más.
Jesús Paciente la atrae dulcemente y subyuga su corazón con su bondad y su amor, de tal manera que muy pronto siente la imperiosa necesidad de consagrar a la meditación de su santísima Pasión todas las horas del día y parte de la noche, si puede, y así lo practica. Lo que principalmente contempla en Jesús Paciente son sus afrentas y tormentos corporales o externos —pues de sus penas interiores solo tiene una idea vaga—, pero en todos los sufrimientos que contempla ve el Corazón de Cristo abrasado de amor y celo por la salvación de las almas; ve en Jesús un Padre, una Madre que ama al hombre con infinita ternura, un Amante divino que no rehusa sacrificios y que agota todos los recursos de su amor omnipotente para conquistarla. Agradecida a tanta fineza y amor, procura corresponderle, amándole con todo el ardor de que es capaz, y este mismo amor que por El siente le hace llorar sus penas con amargura misteriosa que sabe a cielo, y le obliga a reproducir en su cuerpo, en la forma que sufre su flaqueza, los tormentos que le ve padecer.
El sentimiento de la Pasión la penetra y rodea continuamente, la abstrae del mundo y de todo lo que pertenece a la tierra, y no le permite gozarse en ninguna cosa fuera de Jesús, y muchas veces le impone sacrificios y privaciones de cosas necesarias a la naturaleza, verbigracia, el alimento y el sueño. Dolorosamente impresionada a la vista de los sufrimientos de su Dios, no se atreve a sonreír siquiera, y el bullicio y alegría exterior que observa en las criaturas acrecienta su pena y la hace gemir y llorar, como igualmente cuando oye tocar instrumentos musicales, cual si estuviera de duelo por la muerte de su padre muy querido.
Pasado algún tiempo, su meditación se confunde a ratos con la contemplación y contemplación muy subida, pues queda su mente como enajenada y fija en Dios, cuya bondad saborea sin comprenderla. Esta noticia sabrosa de Dios la sorprende cuando menos lo espera, aunque de ordinario recibe este favor mientras lee, recita alguna oración, hace su meditación o contempla el cielo.
6. Ansias de perfección
Si esta alma es de las nombradas en el capítulo anterior en la letra C, o sea enriquecida por Dios en el bautismo con dones especiales, desde el principio de su conversión conoce que Dios la destina a un alto grado de santidad, y un impulso superior e irresistible la lleva hacia la perfección más alta por la práctica de la virtud sólida y de la fidelidad a las inspiraciones que continuamente recibe. Casi habitualmente siente deseos de practicar actos heroicos, a veces irrealizables. Ya quiere abandonar las delicias del hogar paterno y retirarse a un desierto para consagrar el resto de su vida a la oración y penitencia; ya pasar sus días en medio del mundo, pero como peregrina y pordiosera, en absoluta pobreza y desnudez, sin hogar propio donde refugiarse y desamparada de todos; ya también recorrer los pueblos, iniciando en el conocimiento de Jesús a los que no le conocen o viven lejos de Él; y ya que no ve el medio de realizar sus aspiraciones, hace de su cuarto un desierto, lo convierte en oratorio, y retirada en él hace vida de ermitaña, practicando la oración y penitencias. De este retiro solamente sale para ir donde la llama el deber, para asistir a las funciones de iglesia o para ejercitar su celo en bien de las almas, cuando la oportunidad se presenta.
Entiende que Dios la llama a su divina unión y que tiene designios especiales que cumplir en ella, y esta noticia —aunque vaga— de sus futuros destinos la obliga a consagrar a la oración todas las horas del día, incluso las que dedica a la labor, y lamenta no poder continuarla durante el sueño. Su oración es devota, reverente y fervorosa, manifestando su profundo respeto y viva fe en la presencia de Dios en la composición exterior y reverente postura del cuerpo, pues ora de rodillas, siempre que no se lo impida alguna indisposición grave, aunque prolongue su oración y le duelan las rodillas. Me refiero a la oración que hace en las horas libres del trabajo manual u ocupaciones exteriores.
7. Faltas e imperfecciones
La pureza de conciencia, abstracción de criaturas y la perfección de la vida no es la misma en todas las almas penitentes o principiantes en esta primera etapa de su vida espiritual, sino que varía según la diversidad de sus respectivas vocaciones, de su carácter y de los vicios que contrajeron en su vida pecadora, por lo que no se puede precisar el mayor o menor número de faltas que cometen o pueden cometerse, ni el grado de perfección en que practican las virtudes, pues acontece que en los ejercicios piadosos, mientras algunas almas sensuales, o que lo fueron, de naturaleza ardiente y mal inclinada, cometen muchas faltas e imperfecciones, otras más espirituales y mejor equilibradas no cometen ninguna, y así en todo lo demás. Sin embargo, no hay ninguna tan perfecta y pura que no cometa algún pecado venial o muchos, por lo menos indeliberadamente, y todas sienten los primeros movimientos de una o de varias pasiones y la rebelión de la carne contra el espíritu, cuando este las arrastra a la inmolación de sus apetitos desordenados.
Algunas almas suelen padecer frecuentes y fortísimas tentaciones contra una o varias virtudes, y aun puede suceder que, vencidas de la tentación, cometan algún pecado grave y vuelvan a levantarse, para proseguir su marcha hacia la perfección. Laus Deo.
¿QUIÉN FUE LA MADRE MARÍA ÁNGELES SORAZU?
Florencia Sorazu Aizpurua nació el 22 de Febrero de 1873, en Zumaya (Guipúzcoa, España), fue bautizada al día siguiente, en la Parroquia de San Pedro, en su pueblo natal. Desde su más tierna infancia Florencia se vio adornada de gracias sobrenaturales, que de algún modo anunciaban una predilección por parte de Dios.
Creció humana y espiritualmente, venciendo las dificultades y luchas propias de su edad; el 26 de Agosto de 1891 ingresó en la Orden de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Valladolid. Al recibir el hábito blanco de la Orden tornó su nombre por el Sor María de los Ángeles: "María" por su amor a Nuestra Señora y "de los Ángeles" por la devoción que siempre tuvo a los Espíritus Celestiales. Realizó la Profesión solemne de votos el 6 de Octubre de 1892, y desde entonces se entregó con todo su ser a Jesucristo y a María Inmaculada.
En Julio de 1907 el Señor permitió que comenzara una purificación interior, que la dispuso interiormente para el Matrimonio Espiritual, gracia que finalmente recibió el 10 de Junio de 1911. La Madre Sorazu, por obediencia a su Director, fue dejando constancia escrita de los aspectos de la vida de unión con Dios, su contemplación de la vida humana y divina de Jesucristo, los atributos divinos, la lectura y comentario de diversos pasajes bíblicos, destacando sus escritos referentes a la Virgen María.
En la Navidad de 1920 hace unos Ejercicios Espirituales de cuarenta días con la intención de prepararse para la Vida del Cielo. El 28 de Agosto de 1921, la Madre María Ángeles Sorazu expiraba tras haber compartido los padecimientos de Cristo, que según ella tanto deseó y pidió en su oración.
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