Santo Tomás de Aquino
Después que la Santa Iglesia, como Madre buena de todos, se ha esforzado por honrar con dignas alabanzas a aquellos hijos suyos que se alegran en el Cielo, quiere ayudar también con sus solícitos ruegos a las Almas que todavía están retenidas en el Bendito Purgatorio, intercediendo por Ellas ante su Señor y Esposo Cristo para que, cuanto antes, puedan gozar de la compañía de los Santos en la Gloria.
Hoy es un día de maternal y amorosa solicitud de la Iglesia por sus muertos. También el pensamiento de un día consagrado al recuerdo de los difuntos es muy antiguo: San Isidoro, hacia el año 600, escribiendo su Regla Monástica, señalaba un día, el que sigue a Pentecostés, para ofrecer Misas y sacrificios por todos los hermanos desparecidos. Cuando los Clunicenses entraron en España, a finales del siglo X, encontraron en ella esta costumbre, y el Abad de Cluny, San Odilón, que murió en 1048, la extendió a todos los monasterios de la Orden Benedictina, de los cuales la tomaron todas las iglesias de Occidente.
San Agustín de Hipona
Entremos nosotros en el espíritu de nuestra Madre la Iglesia y recordemos en este día a nuestros Difuntos con un amor afectivo y efectivo. Ellos sufren ahora en el lugar de la purificación, tienen que expiar por medio del dolor de la pena de sus pecados. La Iglesia conoce la necesidad, el desamparo y la impotencia en que se encuentran, por eso, llena de compasión por Ellos, quiere que nosotros nos asociemos cordialmente a esta compasión suya; pero nuestra compasión, como la de la Iglesia, debe ser efectiva.
Podemos y debemos ayudar a las Benditas Almas del Purgatorio con la intercesión, con la limosna, con el ofrecimiento de nuestras obras y, sobre todo, con el Sacrificio de la Misa. Cada Sacerdote puede este día decir hasta tres Misas, y todos los buenos Cristianos deben asociarse a este triple Sacrificio, para que, desde el Altar, fluya hasta el Purgatorio un torrente de Gracia.
La Iglesia no define con toda claridad si en el Purgatorio existe ciertamente un fuego real que atormenta y purifica a las Almas. De acuerdo con las enseñanzas de San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, San Cipriano, el Venerable Beda y otros, hablan del fuego purificador del Purgatorio. San Ambrosio utiliza expresiones tales como "ardere", "uri", "exuri", es decir, arder. En Santo Tomás de Aquino encontramos la expresión "ignis purgatorius", fuego purificador, con la que suele describir el lugar de purificación. Enseña el Doctor Angélico que allí las almas, ab igne corporali puniuntur, esto es, son castigadas con un verdadero fuego material.
San Buenaventura explica el fuego del Purgatorio como un ignis corporalis, un fuego real, y además añade: "Las Almas del Purgatorio son castigadas por medio de un fuego material, por todas aquellas faltas que no expiaron suficientemente en la tierra; fuego que las atormenta más o menos de acuerdo con lo que les quede que expiar... Por ello la Justicia Divina exige que el espíritu sea castigado por el fuego material, de manera que así como el alma se une con el cuerpo para dar a éste la vida, según el orden de la naturaleza, así el alma sea purificada por el fuego, según el orden de la justicia".
San Agustín es de la misma opinión cuando argumenta "Aun cuando las almas estén separadas de sus cuerpos, son, sin embargo, purificadas por el fuego de manera maravillosa e imposible de expresar, no para servirse del mismo a modo de sustento, sino para recibir del mismo la pena o castigo que se merecen".
Entre los detractores del Dogma del Purgatorio, se suele formular la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que un alma separada del cuerpo, o sea, una esencia espiritual, pueda sufrir la poena sensus, pena de sentido, y sobre todo, la pena del fuego?. El Papa San Gregorio Magno explica: "Esto puede suceder de dos maneras. Se puede considerar al fuego en sí y por sí como fuego natural; en dicho caso, naturalmente que no puede obrar sobre las almas. Pero también se le puede considerar como instrumento de la Justicia punitiva de Dios, que exige que las almas, que por el pecado se apegaron a los objetos sensibles, estos mismos les sirvan de pena y castigo. Así como un instrumento no obra tan solo por su propia fuerza, sino también por medio de la misma fuerza impulsora, así no es contrario a la razón suponer que este fuego material, al ser impulsado por un agente espiritual, actúe efectivamente sobre las almas, lo mismo que el Santísimo Sacramento por medio de signos, exteriormente comprobados, produce la santificación de las almas".
Este fuego del Purgatorio no es ciertamente fuego terreno, sino un fuego especial y característico, preparado por el mismo Dios, como instrumento de Su Justicia, un fuego que atormenta el alma, pero que no destruye en absoluto su sustancia misma.
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