martes, 26 de diciembre de 2023

EN LA HERMOSÍSIMA LUZ DE DIOS; "YO EN DIOS O EL CIELO", por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo de Las Batuecas, capítulo 1, puntos 5-7

 


               5- Si algunos hombres dejaron escrito que eran felices, ciertamente no lo eran, ni aun con una felicidad muy condicionada, muy limitada y por muy breve tiempo; y la felicidad, para serlo, no ha de tener límites ni de inseguridad ni de tiempo. No eran felices ni podían serlo aun cuando por breves instantes fueran acariciados por brisas de bienestar y delicia. Ni los santos fueron felices escogiendo la vida espiritual de recogimiento con Dios, o de apostolado por amor de Dios y del prójimo; ni lo fueron los hombres que escogieron el camino de la gloria y de la fama humana, o el camino del regalo, de la comodidad, de darse gusto en todo y vivir las diversiones de la vida. Deseaban todos y procuraban la felicidad; los unos la procuraban para la vida futura del cielo; los otros, para la vida actual en la tierra; pero ni los unos ni los otros la poseían. El santo la tiene en esperanza de que Dios se la dará, no la tiene en la realidad actual. A ella se refieren cuando alguna vez hablan de que eran felices. Porque no poseían la realidad actual de la felicidad, vemos que deseaban con deseo vehemente salir de esta vida para ir a ver a Dios, y obtener ya la felicidad actual con la visión y posesión de Dios. Porque Dios es la felicidad perfecta e infinita y comunica felicidad y por la visión gloriosa de la esencia de Dios se obtiene la posesión de la felicidad. Ahora, en la tierra, sólo podemos tenerla en esperanza. Nos lo enseña la fe y la experiencia. 

               6- Los Santos buscaban a Dios, y en Dios la felicidad. Por todos es buscada, nos lo dice San Agustín con estas palabras: ¿Y a Ti, Señor, de qué modo te puedo buscar? Porque cuando te busco a Ti, Dios mío, busco la vida bienaventurada. Que te busque yo para que viva mi alma. Porque si mi cuerpo vive de mi alma, mi alma vive de Ti. ¿Cómo, pues, busco la vida bienaventurada —porque no la poseeré hasta que diga «basta» allí donde conviene que lo diga—, cómo la busco, pues?... ¿Acaso no es la vida bienaventurada la que todos apetecen sin que haya ninguno que no la desee? ¿Dónde la vieron para amarla? Ciertamente que tenemos su imagen no sé de qué modo. Mas es diverso el modo de ser feliz: el que lo es por poseer realmente aquélla, y los que son felices en esperanza. Sin duda que éstos la poseen de modo inferior a aquellos que son felices en realidad. Con todo, son mejores que aquellos que ni en realidad ni en esperanza son felices. Pero ni éstos desearan tanto ser felices si no tuvieran una noción de la felicidad del modo que sea. Pero que la desean es ciertísimo (1). Y más adelante el mismo San Agustín da la noción de la felicidad verdadera hablando con Dios: Lejos, Señor, lejos del corazón de tu siervo, que se confiesa a Ti, lejos de mí juzgarme feliz por cualquier gozo que disfrute. Porque hay un gozo que no se da a los impíos, sino a los que generosamente te sirven, y ese gozo eres Tú mismo. Y la misma vida bienaventurada no es otra cosa que gozar de Ti, para Ti y por Ti. Esa es y no otra. Mas los que piensan que es otra, otro es también el gozo que persiguen, aunque no el verdadero. Sin embargo, su voluntad no se aparta de cierta imagen de gozo (2). La vida feliz es, pues, el gozo de la verdad, porque este es un gozo de Ti, que eres la Verdad, ¡oh Dios, luz mía, salud de mi rostro, Dios mío! Todos desean esta vida feliz; todos quieren esta vida, la sola feliz; todos quieren el gozo de la verdad (3). Cuando yo me adhiere a Ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será viva, llena toda de Ti. Mas ahora, como al que Tú llenas lo elevas, me soy carga a mí mismo, porque no estoy lleno de Ti... ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? (4). Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras (5). 

               7- Cuando la atención del alma está fija en la hermosísima luz de Dios, que es la verdadera y única felicidad, todos los contratiempos y dolores y todas las pruebas y persecuciones que se presentan en la vida se ven orlados de alegría y de encanto. Esta es la razón de las expresiones de felicidad relativa, que leemos de muchas almas enamoradas de Dios comunicándose su contento en la prueba y en el dolor. La esperanza y el amor los transforman. 

                Preso estaba en una cárcel de Japón y esperando la hora de ser quemado vivo por predicar a Jesucristo el Beato Francisco de Morales cuando escribe a sus hermanos los religiosos dominicos: «Es Dios Nuestro Padre Señor tan largo en misericordias, que no sólo recibí cuando me llevaban preso el mayor gusto que en toda mi vida había tenido, sino que jamás había entendido que, estando en la tierra, pudiese un hombre tenerlo tan grande como yo lo tenía entonces en mi alma... Si quisiera dar oídos a mi personal inclinación, no cambiaría este lugar, que es para mí un paraíso, por los más deliciosos lugares del mundo... Cuando contemplo a Jesucristo clavado en la cruz con tales dolores y tormentos, la cárcel se me hace un paraíso de delicias» (6). No tenían la felicidad, pero la gracia especial de Dios, el amor y la esperanza, hacían de la cárcel un paraíso; la veían como la antesala de la felicidad del cielo. Es el lleno de felicidad muy relativa que han expresado muchos santos considerando su alma convertida en un paraíso por la presencia amorosa de Dios, y que Santa Teresa de Jesús, como otros muchos místicos, decía del gozo que entonces la comunicaba Dios no podía compararse con ningún gozo de la tierra, y con un solo momento que se tuviese, daba por bien pagados cuantos trabajos y pruebas, exteriores e interiores, hubiera pasado. No se puede dejar de desear con gran deseo la felicidad para la cual hemos sido criados.


NOTAS

1) San Agustín: Confesiones, lib. X, cap. XX, y De la Trinidad, lib. XIII, 5.
2) Id., id, lib. X, cap. XXII. 
3) Id., id., lib. X, cap. XXIII. 
4) Id., id., lib. X, cap. XXVIII. Ver más adelante el capítulo VIII. 
5) Id., id., lib. X, cap. XXIX.
6) Isabel Flores de Lemus: Año Cristiano Ibero Americano, 14 de septiembre.



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