jueves, 10 de marzo de 2022

LOS DISPENSADORES DE LA SANGRE DEL INMACULADO CORDERO

 

               El Sacerdote, como Cristo, con Él y en Él, se inmola en cada altar cada vez que ofrece la Sagrada Forma, el Cordero Inmaculado que quita el pecado del mundo; con Cristo el Sacerdote se inmola, por tus pecados y por los míos, para que aquél buen propósito que te marcaste se cumpla, para que seas cada día más Santo, para que... ¡tantas y tantas intenciones por las que a diario el Sacerdote, ofrece y se ofrece con Él por ti y por mí!

                ¡Cómo olvidar al Sacerdote que me bautizó y gracias al cual soy hijo de la Iglesia!. Sería un ingrato además, si no rezase por el Sacerdote que me dio por primera vez a Jesús Sacramentado, y lo mismo para aquel otro que con paciencia escuchó tantas confesiones y me impartió la absolución para que mi alma volviese a estar en gracia. 

               Bienes y gracias sobrenaturales que regala el Sacerdote cada vez que bendice, que se le acercan a pedirle la Bendición, porque ven en él al Buen Dios que vela por sus hijos, que los cuida y regaña a la par, porque anhela lo mejor para ellos. 

               Sacerdote que pasea entre la gente como paseó Nuestro Señor, repartiendo amor y sanando heridas del alma; Sacerdote que a veces es vitoreado como Nuestro Señor el Domingo de Ramos pero que también, como Cristo, es traicionado por un Judas, negado por un Pedro y amado sin límites por un Juan que le es fiel hasta las horas del Calvario. 

               Sacerdote que guarda en su pecho un corazón de padre, de hermano, pero sobre todo, un corazón que se duele con la pérdida de las almas, un corazón que no entiende la ceguera espiritual, buscada y consentida por tantos, un corazón que se ve muchas veces -como el de Cristo- abandonado e incomprendido por hablar de la Verdad y predicarla sin temor... 

               ¡Si buscáramos más al Sacerdote encontraríamos sin duda a Cristo!, su voz, no es suya, ¡sino la del mismo Cristo! 


Padre Alfonso María del Santísimo Sacramento



               "Toma precaución para ver a los Sacerdotes solo como a los humildes dispensadores de la Sangre del Inmaculado Cordero; pasa por alto las faltas que puedes ver en ellos. Un Sacerdote es un hombre y por lo tanto falible y capaz de cometer errores, pero esto no le impide ser el Ungido del Señor, marcado para siempre con el signo imborrable y con  el poder de consagrar el Cuerpo de Cristo, administrar los Sacramentos y predicar a todos en el Nombre de Dios."



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