martes, 3 de noviembre de 2020

BIENAVENTURADO MARTÍN DE PORRES Y VELÁZQUEZ, EL MULATO QUE QUISO SER FRAILE

 


               Nació el 9 de Diciembre de 1579, en el barrio limeño de San Sebastián, Virreinato del Perú. Su madre, Ana Velázquez era negra liberta, nacida en Panamá; su padre, Juan de Porres de Miranda, Hijodalgo, natural de Burgos y Caballero de la Orden de Alcántara, lo que le impedía casarse con la madre de Martín, ya que había emitido voto de castidad; llegaría a ser el Gobernador de Panamá y si bien tardó algunos años en reconocer la legitimidad de Martín y a su única hermana, Juana de Porres Velázquez, siempre les procuró una buena educación y sustento.




               Martín fue acristianado el 9 de Diciembre de 1579 en la Iglesia de San Sebastián de Lima. La instrucción religiosa la recibió de su madre. Desde niño sintió compasión por los pobres, les ayudaba y les daba dinero. Sería enviado a Guayaquil, para aprender a leer y a escribir. A su regreso a Lima, aprendió a ser barbero y de ahí llegó a interesarse por la Medicina y la Cirugía, conocimientos que puso al servicio de los necesitados. En su contacto con los enfermos, aprovechaba y les hablaba de Dios, moviéndolos a la auténtica conversión.   

               Por invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, Martín ingresó en la Orden de Santo Domingo de Guzmán en 1555, pero solo pudo hacerlo en calidad de terciario, por ser aún entonces hijo ilegítimo. Se le encomendaron las labores y recados más humildes del convento, de ahí nacería el apelativo "Fray Escoba", por el mucho esmero con que Martín barría el convento.

               No sería admitido como Hermano de la Orden hasta que en 1603 su padre lo reconoció como hijo natural, aunque con ello no aprobaba la decisión de Martín de ser fraile, sino que tenía aspiraciones distintas para él, como una profesión más digna a su nueva condición. Sin embargo, y en contra del parecer de su padre, Martín perseveró en su vocación en la Orden de Santo Domingo y en 1606 emitió los votos de pobreza, castidad y obediencia.

               El piadoso fraile seguiría con sus obras de misericordia como hasta entonces: recogía enfermos o heridos para cuidarlos, hasta el punto que poco a poco convirtió el convento en un hospital, lo que provocó protestas de otros religiosos, ya que infringía la clausura. También curaba animales heridos, y aunque administraba medicinas a los enfermos, sobre todo les hacía recuperar la salud por el contacto con sus manos, que obraban milagros.

               Pudo fundar el Asilo de Santa Cruz para acoger vagabundos, huérfanos y otros desafortunados, gracias al apoyo y generosidad de cuantos veían en Martín a un hombre de Dios; incluso el mismo Virrey, Don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, daba personalmente, cada semana al fraile mulato, una generosa cantidad de dinero.

               Fueron muy famosos y conocidos sus éxtasis y levitaciones, así como el don de la bilocación, confirmado por numerosos testigos. Pero por encima de todo, destacó Martín por su profunda y sincera humildad y entrega sin reservas a los pobres y enfermos. Cuando se desató una gran epidemia de viruela en Lima, el Santo trabajó día y noche para ayudar a enfermos y moribundos y debido al esfuerzo que realizó, cayó enfermo y supo que su vida en este mundo llegaba a su fin. El Virrey, al enterarse de la agonía de Martín de Porres, se apresuró a su lecho para besar por última vez la mano de aquél Santo.

               Martín entregó su alma al Altísimo tal día como hoy, el 3 de Noviembre de 1639. A su velatorio asistieron todas las Autoridades Civiles y Religiosas de la ciudad y los Nobles portaron con piadosa dignidad su féretro. 

               En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo, de Lima, junto a los restos de Santa Rosa de Lima y del Beato Juan Macías, en el conocido como "Altar de los Santos de Perú". Fue Beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837.



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