miércoles, 17 de septiembre de 2025

SAN FRANCISCO RECIBE LAS LLAGAS DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

 



                   En Septiembre de 1224, dos años antes de su muerte, se retiró San Francisco al Monte Alverna para consagrarse totalmente a la oración y la penitencia, y un día, mientras estaba sumido en contemplación, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo -manos, pies y costado- los estigmas de Su Pasión. Le sangraban, le causaban grandes sufrimientos y le dificultaban su vida y actividades, pero no cesó de viajar y predicar mientras sus fuerzas se lo permitieron.

                   En vida del Santo, sus compañeros más cercanos pudieron ver las llagas de manos y pies, y a partir de su muerte todos pudieron contemplar también la llaga del costado. El Papa Benedicto XI concedió a la Orden Franciscana celebrar cada año la memoria de este hecho, probado por testimonios fidedignos.

                   La Santa Madre Iglesia, al celebrar piadosamente en este día la conmemoración de la Impresión de las Llagas de la Pasión de Cristo en la carne de San Francisco, pide al Señor que encienda nuestros corazones con el fuego de Su Amor y nos otorgue la gracia de llevar pacientemente la Cruz de cada día.

                   La Iglesia pide hoy al Señor para nosotros sus hijos que seamos fortalecidos con la asidua meditación del Misterio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

                   Cada uno de nosotros llevamos también sobre nuestro cuerpo la santa señal de los Cristianos. Hemos sido ungidos, sellados y marcados con la señal salvadora de la Cruz en nuestro pecho y en nuestra cabeza al recibir el Santo Bautismo. Hemos sido marcados con la señal gloriosa de la Cruz redentora en nuestra frente al recibir el Crisma de la Confirmación.

                   Habremos de meditar, pues, cada día en el santuario de nuestro corazón el Misterio que envuelve la Cruz de Cristo y buscar en ella la fuerza y la inspiración para vivir conforme a la dignidad de nuestra condición de Cristianos, hijos de Dios por la gracia de la adopción bautismal.

                   San Buenaventura nos dejó escrito acerca de San Francisco, que “durante toda su vida no siguió otras huellas sino las de la Cruz, no se recreaba en otra cosa sino en meditar sobre la Cruz, ni predicaba otra cosa que no fuesen las dulzuras de la Cruz”.


RELATO DE LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS 
DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

                   Llegó el día siguiente, o sea, el de la Fiesta de la Cruz , y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:

                   -Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que Tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de Tu acerbísima Pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que Tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.

                   Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.




                   Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la Pasión de Cristo y Su infinita Caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.

                   Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la Cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la Pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado.

                   Durante esta admirable aparición parecía que todo el Monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el Monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.

                   En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:

                   -"¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que Yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de Mi Pasión, para que tú seas Mi portaestandarte. Y así como Yo el día de Mi Muerte bajé al Limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas Mis Llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al Purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Órdenes, o sea, de los Menores (Frailes), de las Monjas y de los continentes (Terciarios), y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la Gloria del Paraíso, a fin de que seas conforme a Mí en la muerte como lo has sido en la vida".

                   Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.

                   Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.




                   Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado; éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:

                   -Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.

                   Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera...



lunes, 15 de septiembre de 2025

LOS SIETE DOLORES de MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Corredentora de las almas

 

"¿A qué Te compararé? ¿A qué Te asemejaré, 
oh hija de Jerusalén? ¿A qué Te igualaré 
para consolarte, oh Virgen Hija de Sión? 
Porque grande como el mar es Tu destrucción" 

Libro de las Lamentaciones, cap. 2, vers. 13



              ¿Quién es esta Virgen de la que habla el Profeta con un tono tan triste? ¿Por qué es Su dolor tan profundo, que no se compara con ningún otro? Ciertamente, dudaríamos en creer que Jeremías se refería a la Inmaculada Madre de Jesús, si no fuera por el relato evangélico, que la retrata junto a la Cruz de Su Hijo moribundo.

                    Sí, es María, la incomparable Virgen de Judá, cuya alma pura jamás fue manchada por la más mínima mancha de pecado, y sobre cuya cabeza, sin embargo, se acumularon innumerables sufrimientos. Al predestinarla a ser Madre del Verbo, Dios también decretó que se convirtiera en Reina de los Mártires, pues le correspondía compartir todos los dolores que Su Divino Hijo soportó durante los treinta y tres años de Su vida mortal, y unir Sus propios sufrimientos a los del Verbo Encarnado, por la salvación de la Humanidad.

                    Con Jesús, María experimentó las penas del exilio, y con Él bebió los últimos sorbos de aquella amarga copa preparada por la malicia de los hombres para el Redentor del mundo. Los ultrajes dirigidos contra el Dios-Hombre recayeron sobre Ella, y se convirtió, en verdad, en la más afligida de las madres. Ofreció a Dios en el Calvario la Santa Víctima, y ​​soportó sin pestañear la amargura de la muerte. Finalmente, Su último y supremo dolor fue acompañar el adorable Cuerpo de Su Hijo al sepulcro: entonces Su desolación alcanzó Su clímax: «Me ha dejado desolada, consumida de dolor todo el día».

                    Cuando nos detenemos a considerar las cosas de este mundo, percibimos que esta tierra es un lugar de trabajo y angustia, no de alegría y descanso. Los afligidos constituyen la mayor parte de la humanidad, y los escasos consuelos que nos llegan no están exentos de una pizca de amargura.

                    Para el hombre mundano, interesado únicamente en el placer y el disfrute, la ley del dolor parece extremadamente dura: no puede someterse a ella, lo irrita y siempre está en busca de la fugaz imagen de la felicidad que se escapa de su alcance.

                    El hombre de Fe, en cambio, acostumbrado a contemplar todas las cosas a la luz de la Gracia de Dios, reconoce una admirable disposición de la Providencia en la ley del sufrimiento. Lejos de rebelarse contra esta ley, se somete a ella, la adora y se humilla bajo la mano que castiga. Bendice esta mano paternal tanto cuando golpea como cuando concede favores y gracias. El hombre de Fe comprende que Dios solo golpea para sanar, que esta tierra no es nuestra verdadera patria y que el sufrimiento es necesario para expiar el pecado. Ahora bien, ¿no somos todos pecadores? No nos preguntemos, entonces, si estamos llamados a sufrir.

                    Oh María, compañera inseparable de Jesús Crucificado, enséñame el secreto de esta divina ley del dolor, para que, en Tu escuela, aprenda, en virtud de los méritos de Jesucristo y de los tuyos, a someterme con corazón dispuesto a las disposiciones de la Providencia sobre mí.

                    María, exenta de todo pecado, no estaba naturalmente sujeta a la ley del dolor; como Adán en el Jardín del Edén, sólo habría experimentado alegría y gozo. Y sin duda, así habría sido si hubiera sido una criatura común y corriente. Pero en los Designios de Dios, María estaba predestinada a ser la Obra Maestra de la Gracia, y le correspondía pasar por el sufrimiento para alcanzar la perfección a la que había sido llamada.



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                    Además, como Madre del Redentor, María debía cooperar, cuanto una criatura podía hacerlo, con Jesucristo en la Obra de nuestra Redención, así como Eva en el Paraíso Terrenal había tenido parte en provocar nuestra ruina; y como el Salvador debía restaurarnos mediante el sufrimiento, así María debía beber con Él el cáliz amargo.

                    Además, estando María destinada a ser Madre del Género Humano, era necesario que conociera el dolor, para poder compadecerse de las miserias de Sus hijos nacidos en la tierra.

                    El Alma de María, por tanto, se sintió abrumada y sumida en una amargura solo superada por la de Su Hijo. «¡Oh todos los que pasáis por el camino, prestad atención y ved si hay dolor como el Mío!»


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María



domingo, 14 de septiembre de 2025

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ y la Devoción de "Los Mil Jesús"

  


"Nos autem gloriari opórtet 
in Cruce Dómini nostri Iesu Christi"

"Debemos gloriarnos 
en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo"

Carta de San Pablo a los Gálatas, cap. 6, vers. 14


                   La libertad otorgada a la Santa Iglesia por el Emperador Constantino tras la Victoria del Puente Milvio, fue una verdadera exaltación de la Santa Cruz, lo mismo que el hallazgo del Sagrado Madero por Santa Elena en el año 326. Sin embargo, la Iglesia recuerda también otro hecho.

                   Siglos más tarde, el Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino con sede en Constantinopla) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.

                   De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

                  La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca de Jerusalén y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol), Derkeveh, Urma, Saro...

                  El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.




                   Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de Cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia; quedó establecida la Celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.

                  A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 

                  Entonces, el Obispo Modesto, Patriarca de Jerusalén, recordó al Emperador Heraclio que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos harapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca impartió la bendición con la Sagrada Reliquia de la Cruz.


DEVOCIÓN DE "LOS MIL JESÚS"

               "El Nombre de Jesús es la más corta, la más fácil, la más poderosa de todas las plegarias. Nuestro Señor nos dice que podemos pedir al Padre en Su Nombre, por ejemplo, en el Nombre de Jesús, y recibiremos. Todas las veces que decimos ''Jesús", estamos diciendo una fervorosa oración por todo, todo lo que necesitamos"Padre Paul O´Sullivan



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viernes, 12 de septiembre de 2025

EL SANTO Y DULCE NOMBRE DE MARÍA

 

“Tu nombre y tu recuerdo son 
el deseo de mi alma; mi alma 
te ha deseado en la noche” 


Profeta Isaías cap. 26, vers. 8-9



                    Dios, habiendo decretado que se haría Hombre para la salvación del género humano, decidió al mismo tiempo que nacería de mujer, para que no sólo fuera semejante a nosotros por naturaleza, sino, además, fuera uno de nuestra raza.

                    Para el cumplimiento de sus designios, el Altísimo había elegido desde la Eternidad a una criatura a la que predestinó libremente a la sublime dignidad de Madre del Verbo, y también a ser la Receptora de todas las prerrogativas de la naturaleza y la gracia que tan alto oficio requiere. Por esta razón, Dios quiso elevar a esta criatura privilegiada, no solo por encima de todos los hombres, sino también por encima de todos los Coros Angélicos. No debe sorprendernos, entonces, que una mujer tan noble fuera, desde el principio, en razón del Gran Misterio que se cumpliría en Ella, objeto de la complacencia divina: «El Señor me poseyó en el principio de sus caminos, antes de hacer nada desde el principio» (Libro de los Proverbios, cap. 8, vers. 22).

                    Admira y adora, alma mía, con toda la humildad posible, la Justicia y la Misericordia de los caminos de Dios. Da gracias a este gran Señor por haberse dignado predestinar a una criatura sencilla, de naturaleza similar a la tuya, a tan alta dignidad. Al mismo tiempo, pídele la gracia de estar contenta y tranquila en el lugar que te ha asignado en esta tierra, y recuerda que las condiciones de la vida humana son todas por su disposición: así que querer alterarlas es desear la destrucción del orden social, que después de todo es Obra de Dios.

                    Era razonable esperar que el nombre de una mujer privilegiada como María comprendiera en su significado el oficio al que estaba llamada y los elevados privilegios que de ese oficio resultaban.

                    Este Bendito Nombre fue pronunciado por Dios en el mismo acto de predestinar a esta maravillosa criatura. Es más, podemos creer que Él mismo lo sugirió, por inspiración interior, a los padres de esta Niña predilecta, al llegar el momento de Su nacimiento. Este nombre es el Nombre de María. Puede significar tres cosas: soberanía, amargura y resistencia; tres ideas que representan las principales prerrogativas de Nuestra Gloriosa Reina.

                    En primer lugar, María, al convertirse en Madre del Verbo Encarnado, se convirtió también en soberana y señora del universo. Además, destinada por Dios a cooperar con Jesucristo en la redención de la humanidad, tuvo que sufrir los mayores tormentos que una criatura pura jamás haya padecido. Finalmente, en virtud de Su Inmaculada Concepción, fue la primera persona en liberarse del yugo impío del maligno y, así, en su propia persona, en ofrecer a Dios las primicias de la Redención. El Nombre de María, por lo tanto, es sinónimo de su grandeza incomparable, Sus insondables dolores y Sus espléndidas victorias.

                    ¡Bendito y Santo Nombre! Eres para mi alma una fuente de alegría inagotable: más dulce que la miel al paladar; más agradable al oído que la melodía más exquisita.

                    El Santísimo Nombre de María, unido al de Jesús, posee un poder oculto que ahuyenta al Demonio y llena de consuelo y esperanza el alma de quien lo pronuncia con fe amorosa. Es cierto que Dios ha concedido un poder benéfico de santificación y vida a la devota pronunciación de estos dos Nombres por parte de los Fieles, y esto precisamente porque Jesús y María son los objetos más queridos de Su Amor.




                    Es, pues, deber de todo Buen Cristiano pronunciar frecuentemente estos dos Santos Nombres con Fe, esperanza y reverencia. Debemos invocarlos en nuestras necesidades y hacer todo lo posible para evitar su uso indigno por parte de los profanos. ¡Ay! ¿Por qué Nombres tan grandes, tan Santos y a la vez tan queridos para nuestros corazones, se convierten a menudo en blanco de burla y burla?

                    ¡Oh Dios mío, que Tu gran y temible Nombre sea siempre santificado en los de Jesús, mi Salvador, y María, Su Santísima Madre! ¡En Ellos encontramos nuestra vida y nuestra salvación!


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María



miércoles, 10 de septiembre de 2025

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO, Patrón de las Almas del Purgatorio

  

“El corazón que una vez gustó de Dios, ya nada 
encuentra en la tierra que le plazca; no hay que 
amar la vida, sino porque nos conduce a la muerte; 
en poco tiempo podemos ganar la Eternidad”

San Nicolás de Tolentino



                     San Nicolás de Tolentino nació en San Angelo, pueblo que queda cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. Sus padres, muy pobres pero sumamente cristianos, lo bautizaron con ese nombre en honor a San Nicolás de Bari, al que se había encomendado la madre para quedarse embarazada. Desde niño fue un alma mortificada, que ayunaba tres veces por semana a base de pan y agua, que en no pocas ocasiones compartía con los pobres, por los que sentía especial afecto.

                    Siendo muy joven, San Nicolás fue escogido para el cargo de canónigo en la Iglesia de Nuestro Salvador. Esta ocupación iba en extremo de acuerdo con su inclinación de ocuparse en el servicio a Dios. No obstante, el santo aspiraba a un estado que le permitiera consagrar directamente todo su tiempo y sus pensamientos a Dios, sin interrupciones ni distracciones.

                    Con estos deseos de entregarse por entero a Dios, escuchó en cierta ocasión un sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e ingresar en la Orden de aquel santo predicador. Esto lo hizo sin pérdida de tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.

                    Nicolás hizo su Noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su Profesión Religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad. Lo enviaron a varios conventos de su orden en Recanati, Macerata y otros. En todos tuvo mucho éxito en su misión. En 1271 fue ordenado Sacerdote por el Obispo de Osimo, en el Convento de Cingole.

                    Su aspecto en el Altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un Sacrificio ofrecido por las manos de un Santo. Nicolás parecía disfrutar de una especie de anticipación de los deleites del Cielo, debido a las comunicaciones secretas que se suscitaban entre su alma tan pura y Dios en la contemplación, en particular cuando acababa de estar en el Altar o en el confesionario.

                    Durante los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino y su celo por la salvación de las almas produjo abundantes frutos. Predicaba en las calles casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones. Solía administrar los Sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones; pasaba largas horas en el confesionario. Sus exhortaciones, ya fueran mientras confesaba o cuando daba el catecismo, llegaban siempre al corazón y dejando huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.

                    También, con el Poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los recipientes: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí." Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las Almas en el Purgatorio; por sus oraciones, penitencias y por la Santa Misa que con tanta piedad celebrara, muchas Almas fueron libradas del Purgatorio, como fue el caso de su primo Gentil de Guidiani, el cual llevaba una vida culpable; fue muerto por un rival en el Castillo de Aperana, y San Nicolás rogó por él: "¡Ay, cuánto temo que el desgraciado se haya perdido para siempre", luego no contentándose con esto, aumentó sus penitencias, oraciones y celebró la Santa Misa por el alma de su pariente. Transcurridas apenas dos semanas, San Nicolás oyó de repente una voz que decía: "Hermano mío, hermano mío, da gracias al Señor Jesús. Él ha mirado con ojos de benevolencias tus oraciones y tus lágrimas; yo debería estar condenado, pero me han salvado tus oraciones". 

                    En otra ocasión Nicolás estaba durmiendo en su celda cuando oyó la voz de uno de sus compañeros frailes, fallecido recientemente. El fraile le dijo a Nicolás que estaba en el Purgatorio y le pidió que celebrara la Santa Misa por él y por otras almas que estaban allí, para que fueran liberadas por la Misericordia de Cristo. Después de que Nicolás celebrara la Santa Misa por esta intención durante siete días, el fraile volvió a manifestársele, esta vez para darle las gracias y asegurarle que muchas almas, incluyendo la suya, ya gozaban de la Visión Beatífica.

                    Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual. Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia. Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes  sanaciones.

                    En conmemoración de estos milagros, el Santuario del Santo conserva una distribución mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos y continúan concediendo favores y gracias.

                    La última enfermedad del Santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de Septiembre de 1305. Su Fiesta Litúrgica se conmemora el mismo día. San Nicolás fue enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que solía celebrar la Santa Misa.

                    A los cuarenta años de su muerte, su cuerpo fue hallado incorrupto y fue expuesto a los fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron presenciados y documentados.

                    El Santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo que le amputó los brazos al Santo, aunque la leyenda se ha apropiado del reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo llevárselos como reliquias a su país natal. Sin embargo, sí se sabe con certeza que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura. Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada uno se componía de un antebrazo y una mano.

                    San Nicolás de Tolentino fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446. Hacia finales del mismo siglo XV, hubo un derramamiento de sangre fresca de los brazos, evento que se repitió veinte veces; el más célebre ocurrió en 1699, cuando el flujo empezó el 29 de Mayo y continuó hasta el 1 de Septiembre. El monasterio agustino y los archivos del Obispo de Camerino (Macerata) poseen muchos documentos en referencia a estos sangramientos.

                    San Nicolás fue uno de los Santos (junto a San Juan Bautista y San Agustín), que vinieron del Cielo para llevar a Santa Rita al convento; fue proclamado Patrón de las Almas del Purgatorio en 1884 por el Papa León XIII.



martes, 9 de septiembre de 2025

NOVENA DE LOS 24 GLORIAS, con el doble fin de honrar y pedir una gracia a SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ

  



"Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el Cielo.
 Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas.
 Así se lo he pedido a Dios y estoy segura de que me va a escuchar"

(Carta autógrafa número 254 de Santa Teresita) 

   
                El Padre Anton Putigan, Sacerdote Jesuita (1), comenzó una Novena en honor a Santa Teresita del Niño Jesús; era entonces el 3 de Diciembre de 1925 y Santa Teresita había sido canonizada por el Papa Pío XI, el 17 de Mayo de ese mismo año; el buen Sacerdote se encomendó a la Santa Carmelita pidiendo una gracia importante.

                Con esta intención comenzó a rezar durante la Novena 24 Glorias, en acción de gracias a la Santísima Trinidad por los favores y gracias concedidos a Santa Teresita del Niño Jesús en los 24 años de su existencia terrenal. El Padre Putigan pidió entonces una prueba de que su Novena era escuchada; esta señal sería recibir una rosa fresca y entreabierta. En el tercer día del rezo de la Novena, una persona amiga busca al Sacerdote y le ofrece una rosa encarnada: alguien le había regalado un precioso ramo por su cumpleaños y sintió la necesidad de compartir una con él... ¿casualidad?. Los Católicos le llamamos Providencia.

                  El día 24 de Diciembre del mismo año, el Padre Putigan, comenzó una segunda Novena y pedía ahora como señal una rosa blanca. En el cuarto día de la Novena, la Hermana Vitalis, enfermera en un hospital, le trajo una rosa blanca diciendo:

                     - Aquí está una rosa blanca que Santa Teresita envía a su Paternidad.

                  Sorprendido, pregunta el Padre Putigan: 

                     - ¿De dónde viene esta rosa?

                  La Hermana Vitalis le comenta:

                     - Fui a la Capilla donde se encuentra adornada una imagen de Santa Teresita, y al aproximarme al Altar de la Santita, cayó a mis pies esta rosa. Quise colocarla de nuevo en el jarrón pero me acordé de traerla a Vd.



Toca sobre la imagen para verla en su tamaño original;
se recomienda imprimirla a doble cara, sin fines comerciales


                  El Padre Putigan alcanzó las gracias pedidas en la Novena; resolvió propagarla formando una cruzada de oraciones en honor a Santa Teresita.

                  La Novena de los 24 Glorias se suele hacer desde el día 9 al 17 de cualquier mes, participando así en la comunión de oraciones de los que la rezan esos días, pero se puede hacer igualmente en cualquier otra fecha; los más devotos de Santa Teresita preferimos dedicarle a diario los 24 Glorias...


NOTA

                    1) El Padre Anton Putigan ingresó en la Compañía de Jesús en 1879 y sería ordenado Sacerdote en 1893. Por su profundo conocimiento sobre Los Balcanes llegó a convertirse en asesor personal del Archiduque Francisco Fernando de Austria, a quien le administró el Sacramento de la Extremaunción tras el atentado de Sarajevo, en 1914. El Padre Putigan moriría en Viena, el 4 de Septiembre de 1926, a los 67 años de edad y 33 de Sacerdocio, dejando un legado de fundaciones marianas, la edición de dos revistas católicas y la Novena de los 24 Glorias en honor de Santa Teresita, plegaria que se ha extendido por diversos países y que ha ayudado a dar conocer la figura de la Santa de las Rosas.



lunes, 8 de septiembre de 2025

LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA: BENDITO EL MOMENTO EN QUE VINO AL MUNDO LA CRIATURA VIRGINAL DESTINADA A SER MADRE DEL SALVADOR

    


                       El Nacimiento de la Virgen María aportó a la humanidad algo desconocido hasta ahora: una criatura exenta de cualquier mancha, un lirio de incomparable hermosura que debería alegrar a los Coros Angélicos y a la tierra entera. En medio del destierro del género humano corrompido, aparecía un ser inmaculado, concebido sin pecado original.

                       Traía Consigo todas las riquezas naturales que pueden caber en una mujer. Dios le concedió una personalidad valiosísima y Su Presencia entre los hombres representaba, también a ese título, un tesoro verdaderamente incalculable.

                       Ahora bien, si a los dones naturales le añadimos los inconmensurables tesoros de la gracia que la acompañaban -los más grandes que jamás hayan sido concedidos por Dios Nuestro Señor- podremos entender el enorme significado de Su venida al mundo. El nacimiento del sol es una pálida realidad en comparación con la resplandeciente aurora que fue la aparición de María Santísima en esta tierra.

                       La entronización más solemne de un rey o de una reina o los fenómenos más grandiosos de la naturaleza no son nada ante el nacimiento de la Virgen. En ese bendito momento, ciertamente saludado por la alegría de todos los Ángeles del Cielo, se puede conjeturar que hayan surgido inusuales sentimientos de júbilo en las almas rectas esparcidas por el Orbe; los cuales bien podrían ser expresados con una paráfrasis de las palabras de Job: «¡Bendito el día que vio nacer a Nuestra Señora, benditas las estrellas que la contemplaron pequeñita, bendito el momento en que vino al mundo la criatura virginal destinada a ser Madre del Salvador!».

                       Si es posible decir que la Redención de los hombres comenzó con el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, lo mismo se puede afirmar, guardadas las debidas proporciones, con relación a la Natividad de María, pues todo lo que el Salvador nos trajo empezó con aquella que lo daría al mundo.

                       Entonces se entienden las esperanzas de salvación, indulgencia, reconciliación, perdón y misericordia que se le abrieron a la humanidad en aquel bendito día en que María nació en esta tierra de exilio. Momento feliz y magnífico, fue el marco inicial de la existencia insondablemente perfecta, pura y fiel de quien estaba destinada a ser la mayor gloria del género humano de todos los tiempos, por debajo de Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado.

                       Muchos teólogos afirman que la Virgen, al haber sido concebida sin pecado original, fue dotada de uso de razón desde el primer instante de su ser. En el seno de Santa Ana, donde vivía como en un sagrario, ya tendría, por tanto, altísimos y sublimísimos pensamientos.

                       Se puede trazar un paralelismo entre esa situación y lo que narra la Sagrada Escritura con respecto a San Juan Bautista. Éste, que había sido engendrado en el pecado original, al oír la voz de Nuestra Señora mientras saludaba a Santa Isabel se estremeció de alegría en el vientre de su madre.

                       Por consiguiente, es probable que la Bienaventurada Virgen, con la altísima ciencia que había recibido por la gracia de Dios, hubiera comenzado a pedir ya en el seno materno la venida del Mesías y que se estableciera en Su espíritu el elevadísimo objetivo de llegar a ser, algún día, la Servidora de la Madre del Redentor.

                       De cualquier manera, su mera Presencia en la tierra era una fuente de gracias para los que se acercaban a Ella y a Santa Ana y lo sería aún más después de Su Nacimiento. Si de la túnica de Nuestro Señor, como narra el Evangelio, irradiaban virtudes curativas para quien la tocara, ¡cuánto más de la Madre de Dios, Vaso de elección!.

                       Si la Venida del Salvador derrotó al mal en el género humano, la Natividad de la Santísima Virgen marcó el inicio de la Victoria del bien y del aplastamiento del Demonio; él mismo percibió que parte de su cetro se habría roto irremediablemente. Nuestra Señora empezaba a influir en los destinos de la humanidad.

                       El mundo de entonces se hallaba hundido en el paganismo más radical, en una situación muy parecida a la de nuestros días: los vicios imperaban, las más variadas formas de idolatría habían dominado la tierra y la decadencia amenazaba a la propia religión judía, prenuncio de la Católica. En todas partes el error y el Demonio eran victoriosos.

                       Sin embargo, en el momento decretado por Dios en Su Misericordia Él derrumbó la muralla del mal, haciendo que María viniera al mundo. Del tronco de Jesé brotaría el Divino Lirio, Nuestro Señor Jesucristo. Con Su nacimiento había comenzado la irreversible destrucción del reino de Satanás.

                        Ese primer triunfo de Nuestra Señora sobre el mal nos sugiere otra reflexión. ¡Cuántas veces, en nuestra vida espiritual, nos vemos inmersos en la lucha contra las tentaciones, contorciéndonos y revolviéndonos en dificultades!. Y ni siquiera tenemos idea de cuándo vendrá el bendito día en que una gran gracia, un insigne favor, pondrá fin a nuestros tormentos y luchas, proporcionándonos, por fin, un gran progreso en la práctica de la virtud.

                       En ese momento se verificará como un nacimiento de la Santísima Virgen en nuestras almas. Surgirá en la noche de las mayores pruebas y de las tinieblas más espesas, venciendo desde el inicio las dificultades a las que nos estuviéramos enfrentando. Se levantará como una aurora en nuestra existencia, pasando a representar en nuestra vida espiritual un papel hasta entonces desconocido por nosotros.



                       Ese pensamiento nos debe llenar de alegría y de esperanza, y darnos la certeza de que Nuestra Señora nunca nos abandona. En las horas más difíciles, como que irrumpe entre nosotros, resolviendo nuestros problemas, aliviando nuestros dolores y dándonos la combatividad y el coraje necesarios para que cumplamos nuestro deber hasta el final, por más arduo que éste sea. El mayor consuelo que Ella nos trae es precisamente ese fortalecimiento de la voluntad, que nos permite emprender la lucha contra los enemigos de nuestra salvación.

                       La Virgen también nos da fuerzas para que nos convirtamos en celosos hijos de la Iglesia y defensores de la Religión Católica. Existen elementos históricos para afirmar que todas las grandes almas que combatieron las distintas herejías a lo largo de los siglos fueron especialmente suscitadas por Ella. Así lo insinúa de un modo muy bonito el blasón de los Claretianos, donde, además del Inmaculado Corazón de María, figuran San Miguel Arcángel y la divisa: «Sus hijos se levantarán y la proclamarán Bienaventurada».

                       ¿Ese levantarse de los devotos de la Santísima Virgen para glorificarla no es también una forma de Su Nacimiento, como magnífica aurora, en la trama de la Historia?

                       Así pues, los verdaderos hijos de Nuestra Señora deben desear y pedirle a Ella la gracia de ser indomables e implacables contra el Demonio y sus secuaces que, en nuestros días, tratan de cubrir de inmundicias la Gloria de la inmortal Iglesia de Cristo.



TERESITA HACE SU PROFESIÓN. Centenario de la Canonización de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, 1925-2025

  


               "En la mañana del 8 de Septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, "que supera todo sentimiento", emití los Santos Votos... Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias-, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre San Elías... ¡Cuántas gracias pedí aquel día...! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para Sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las Almas del Purgatorio y convertir a los pecadores...

               Pedí mucho por mi madre, por mis hermanas queridas..., por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo. Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección Su Voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello...

               Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad..."


Santa Teresita de Lisieux, "Historia de un alma"



domingo, 7 de septiembre de 2025

LA VIDA ESPIRITUAL ( I ) por la Madre Sor Ángeles Sorazu, Concepcionista Franciscana. Almas de Dios. Diversidad de almas. La hora de Dios. Procedimientos diversos.



1. Cuatro clases de almas

                    En general, puede decirse que hay cuatro clases de almas: A) privilegiadas o enriquecidas con dones especiales desde su nacimiento, las cuales no pierden la gracia bautismal; B) las que sin estos dones especiales conservan toda su vida la inocencia bautismal; C) las que favorecidas con gracias especiales en el Santo Bautismo, pierden la inocencia al llegar al uso de la razón, o más tarde, y se extravían; D) las que sin haber recibido estos dones especiales se extravían igualmente al llegar al uso de la razón y viven algunos años entretenidas en las vanidades del mundo y hasta manchan su alma con faltas graves.

                    Las nombradas en tercero y cuarto lugar, durante su extravío, apenas se distinguen, porque, dejándose arrastrar de la corriente del mundo, lo mismo unas que otras corren hacia su perdición. Si se las observa de cerca, se ve que difieren mucho, no en sus procederes, sino en los sentimientos y aspiraciones que abrigan. Las almas singularmente favorecidas por Dios en la fuente bautismal, aun después de haber perdido la gracia y en el periodo de su extravío, son tan nobles y generosas, conservan un no sé qué tan divino, que revelan las gracias singulares que recibieron al venir a la vida; sus aspiraciones son tan elevadas y realizan a veces obras de caridad tan superiores que admiran a las mismas almas piadosas que no han perdido la inocencia. Me refiero a las de la letra B.

                    Las almas indicadas con las letras A y B no se confunden con tanta facilidad. Las privilegiadas o enriquecidas con gracias especiales antes de su vocación definitiva, por regla general, reciben favores tan singulares de Dios Nuestro Señor, que no pueden ocultarlos y son notorios a las personas que las tratan, por el ardiente amor divino que informa sus obras exteriores. Las segundas, que no han recibido ninguno de estos favores, su vida se confunde con la de un buen cristiano, que cumple con los deberes de tal.


2. La hora venturosa del llamamiento para cada una de ellas

                    Para las almas indicadas en las letras C y D, que abandonan a Dios por seguir sus inclinaciones, o que una influencia perniciosa las impulsa hacia el pecado, hay una hora venturosa: la Hora de Dios que las visita con su gracia, ora por los suaves y vehementes golpes de Su Misericordia, ora por las aterradoras amenazas de Su Justicia, ora por una súbita y soberana ilustración que las llama a penitencia e impulsa a convertirse al Señor. Si estas almas aceptan los medios de salvación que Dios pone a su disposición, resucitan a la vida sobrenatural, dando así el primer paso en el camino de la Santidad.

                    Detallar las condiciones requeridas por Dios y por su Iglesia Santa para la perfecta y aun ventajosa rehabilitación del alma que perdió la gracia bautismal, no hay necesidad, porque las sabe todo fiel cristiano.

                    Esto no obstante, se ha de tener muy presente que muchas veces Dios Nuestro Señor liga sus gracias de predilección a las disposiciones con que el alma pecadora da este primero y trascendental paso de su vida espiritual.

                    También hay una hora feliz para las almas inocentes, que conservan la gracia bautismal: la hora de la Gracia y de la Misericordia Divina.

                    Dios permite que estas almas caigan en algunas faltas y se desvíen más o menos del sendero de la perfección, aunque no son faltas graves. Lo permite Dios así, para fundamentarlas en la santa humildad, en la propia desconfianza y en el reconocido amor al mismo Dios, quien, como dice San Pablo, todas las cosas encerró en la incredulidad para usar con todos de misericordia [Rom 11, 32], y quiso que lleváramos el tesoro de Su Gracia en vasos de barro frágil y quebradizo, para que se reconozca que la grandeza del poder que se ve en nosotros es de Dios y no nuestra [2 Cor 4, 7]. Por esta razón, estas almas inocentes tienen también su hora de arrepentimiento y conversión, aunque en ellas no quepa resucitar del pecado a la vida de la gracia.

                    Que Dios permite pequeños extravíos, aun en las almas más privilegiadas y amadas de Su Corazón, lo vemos en las vidas de Santa Gertrudis, Santa Catalina de Sena, Santa Teresa y de otras mil que pudieran citarse. Santa Gertrudis, esposa privilegiada del Señor y singularmente favorecida desde su infancia, después de su ingreso en la Orden Benedictina se dejó llevar de la curiosidad y pasó veinte años nada menos ocupada en leer libros sagrados y no sagrados, abandonando sus prácticas piadosas, hasta que Jesús, compadecido de ella, la arrancó del matorral de su vida disipada y la atrajo a Sí para reanudar sus relaciones divinas. El día en que se le apareció Jesús y extendió Su mano hacia ella para unirla nuevamente Consigo, fue la Hora de la Gracia y de la Misericordia Divina para Santa Gertrudis y, por consiguiente, la hora de su conversión. 

                    Cosa parecida aconteció a Santa Catalina de Sena. También se desvió de la senda de la perfección - aunque no tanto como Santa Gertrudis- ataviándose contra la Voluntad de Jesús y con perjuicio de sus prácticas piadosas, por complacer a una de sus hermanas. Esta murió con muerte prematura y su alma fue llevada al Purgatorio donde expió la influencia perniciosa que había ejercidos en su santa hermana. Esta, iluminada por Dios, conoció su defecto y lo lloró toda su vida con amargura y contrición tanta que asombraba a sus confesores. El día en que renunció a las galas y puso el mundo debajo de sus pies para conculcarlo y pertenecer solo a Jesucristo en el tiempo y en la eternidad, fue la hora de su conversión o de su vocación definitiva, llámesele como quiera, pero siempre resultará el momento decisivo de su vida y de mayor trascendencia para ella.

                    Lo propio pudiéramos decir de todos los Santos, pues, aunque no siempre debemos creerlos cuando hablan de sí mismos afirmando que son grandes pecadores, sí debemos creerlos alguna que otra vez, porque todos cayeron en alguna faltas por permisión de Dios, para altísimos fines de Su Gloria, utilidad de los mismos, consuelo y aliento de las pobrecitas almas pecadoras. Omito tratar de los frutos y efectos de la conversión de estas almas inocentes, que, más que conversión, es desarrollo y perfeccionamiento de su vida espiritual, porque estos están comprendidos en los progresos del alma penitente y en la purgación activa y pasiva de la misma para la unión con Dios.


3. Diversa Conducta Divina


                    Dios Nuestro Señor en sus relaciones con las almas santas guarda diverso procedimiento, no solamente en cuanto a lo esencial de las gracias que les comunica, sino también en lo accidental. A unas almas concede mayor número de gracias y superiores en calidad que a otras, y en esto consiste la diversidad de procedimiento en lo esencial. A otras concede idénticas gracias, pero se comunica a ellas de diferente manera; he aquí lo accidental y de lo de que trataré ahora, dejando a Dios Nuestro Señor que en su día nos explique lo esencial de los favores a Sus escogidos y las razones que lo mueven a favorecer más a unas almas que a otras.

                    De veinte almas que siguen la misma vía y han recibido la misma vocación e idénticas gracias, a una, dos, tres o cuatro Dios se comunica en medio de luces o claridades divinas, como en pleno día, a otro corto número, a través de las sombras, y a las demás, en tinieblas. 

                    Las primeras conocen la naturaleza de la comunicación que reciben y pueden precisar las operaciones de la gracia hasta en sus menores detalles, porque se reflejan en la parte inferior las divinas comunicaciones que tienen lugar en la región superior del espíritu. 

                    Las segundas tienen noticia confusa de los favores que les prodiga el Señor, pero gozan sus efectos y conservan las huellas que imprime en ellas la Divina Presencia en el mismo grado que las primeras. 

                    Las terceras perciben a Dios en oscuridad y tiniebla divina, que tiene algo de inefable, como el mismo Dios que las favorece con su presencia. Sienten el paso del Señor por su alma, entienden que las ama y se comunica a ellas y gozan sus regalos y los efectos que en ellas produce la gracia, con la misma evidencia que las primeras y segundas, pero no conocen la naturaleza de la comunicación que han recibido, porque se ha consumado en la oscuridad, sin reflexión a la parte inferior. 

                    A algunas almas Dios se comunica de las tres maneras dichas, y no en distintos periodos de vida o grados de perfección, sino dentro del mismo estado, pues se trata de favores de la misma calidad. 

                    Esta diversidad de procedimiento por parte de Dios crea diferencias accidentales en las almas igualmente amadas y favorecidas de Su liberalidad, diferencias que notan las personas que las tratan, las cuales, si no tienen experiencia de las vías de Dios, forman y emiten juicios equivocados acerca del mérito y santidad de las mismas. Juzgan las obras de Dios por las apariencias, por los fenómenos accidentales que observan en ellas, y más de una vez, de dos almas que han recibido idénticas gracias, tan santa la una como la otra y excepcionales ambas, a una la identifican con el Santo que estiman más grande delante de Dios, y a la otra la confunden con el vulgo devoto, siendo la causa de su desprecio por esta y diferencia con aquella la reflexión e invisibilidad de las comunicaciones que reciben. 

                    Nada más temerario e injurioso a Dios que estos juicios y apreciaciones del vulgo ignorante, que se arroga el derecho de juzgar a los escogidos y medir su mérito y santidad por los fenómenos accidentales que en ellos observan. Para no caer en el mismo error y que nuestro criterio en este punto sea recto, tengamos presente que el Señor es Dios escondido y verdaderamente escondido: "Vere tu es Deus absconditus" [Is 45, 15], y amante del secreto, el cual no exteriorizará sus relaciones íntimas con las almas santas sin motivos especiales relacionados con Su Gloria y el bien de la sociedad. 

                    Podemos creer, sin temor de equivocarnos, que Dios Nuestro Señor se comunica secretamente en tinieblas a la inmensa mayoría de las almas que favorece con su predilección, y que consuma en la oscuridad del espíritu, sin reflexión a la parte inferior, los misterios de amor que obra en ellas. Y lejos de nosotros el pensar que no hay más Santos en la Iglesia de Dios que aquellos cuya intimidad con Dios se exterioriza. Mas Dios Nuestro Señor, al propio tiempo que Dios escondido, es Dios de Israel, Salvador: "Deus Israel, Salvator" [Is 45, 15], y cuando ve que la revelación de las gracias de predilección que concede a Sus favoritos contribuirá a la santificación de las almas, les concede la reflexión, para que vean las misericordias que obra a su favor y lo comuniquen al Director, y por los medios prudenciales que este les sugiere las pongan en conocimiento de las almas que quiere atraer a sí y santificar por este medio. Esta es la razón primera y principal de la iluminación y claridades divinas con que Dios rodea las gracias que comunica a algunas almas -mientras en otras, igualmente santas, las consuma en la oscuridad- cuya noticia nos evitará la sorpresa que pudiera causarnos la descripción detallada de las relaciones divinas que harán el asunto del presente tratado. Sea todo para mayor Honra y Gloria de Dios y de Su Verbo Encarnado. Así sea.


¿QUIÉN FUE LA MADRE MARÍA ÁNGELES SORAZU?


                    Florencia Sorazu Aizpurua nació el 22 de Febrero de 1873, en Zumaya (Guipúzcoa, España),  fue bautizada al día siguiente, en la Parroquia de San Pedro, en su pueblo natal. Desde su más tierna infancia Florencia se vio adornada de gracias sobrenaturales, que de algún modo anunciaban una predilección por parte de Dios. 

                    Creció humana y espiritualmente, venciendo las dificultades y luchas propias de su edad; el 26 de Agosto de 1891 ingresó en la Orden de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Valladolid. Al recibir el hábito blanco de la Orden tornó su nombre por el Sor María de los Ángeles: "María" por su amor a Nuestra Señora y "de los Ángeles" por la devoción que siempre tuvo a los Espíritus Celestiales. Realizó la Profesión solemne de votos el 6 de Octubre de 1892, y desde entonces se entregó con todo su ser a Jesucristo y a María Inmaculada. 

                    En Julio de 1907 el Señor permitió que comenzara una purificación interior, que la dispuso interiormente para el Matrimonio Espiritual, gracia que finalmente recibió el 10 de Junio de 1911. La Madre Sorazu, por obediencia a su Director, fue dejando constancia escrita de los aspectos de la vida de unión con Dios, su contemplación de la vida humana y divina de Jesucristo, los atributos divinos, la lectura y comentario de diversos pasajes bíblicos, destacando sus escritos referentes a la Virgen María.

                    En la Navidad de 1920 hace unos Ejercicios Espirituales de cuarenta días con la intención de prepararse para la Vida del Cielo. El 28 de Agosto de 1921, la Madre María Ángeles Sorazu expiraba tras haber compartido los padecimientos de Cristo, que según ella tanto deseó y pidió en su oración.