sábado, 13 de diciembre de 2025

MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Madre Purísima

 

Toda la gloria de la hija del Rey 
está dentro de los bordes de oro, 
vestida de variedades por todos lados

Salmo 44:14


                    De todos los bienes terrenales, el honor es generalmente el más estimado. Por su naturaleza, el honor es la recompensa adecuada a la virtud, a cuya adquisición sirve de incentivo. Pero se convierte en un peligro cuando se busca por medios ilícitos o cuando lo atribuimos exclusivamente a nosotros mismos, es decir, sin referencia a Dios, fuente de todo verdadero honor. El ejemplo de María es la luz que debe guiar nuestra conducta en este sentido.

                    Elegida entre todas las criaturas para ser Madre del Verbo Encarnado, aclamada «llena de gracia» por el Ángel Gabriel, proclamada por Santa Isabel «Bendita entre todas las mujeres», María no se envaneció en absoluto, sino que refirió a Dios las alabanzas que se le daban. «Mi alma engrandece al Señor, y Mi espíritu se regocija en Dios, Mi Salvador, porque ha mirado la humildad de Su esclava».

                    Jesús vino a esta tierra no para ser honrado, sino para ser humillado y despreciado, hasta parecer «un gusano y no un hombre: el oprobio de los hombres y el marginado del pueblo». Siguiendo el ejemplo de Jesús, María, durante toda la vida pública de Su Hijo, huyó de los honores y solo apareció en Su compañía para compartir con Él la copa de la amargura y el desprecio: «Los oprobios de los que te injuriaban han caído sobre mí».

                    El alma que teme a Dios y anhela únicamente Su Gloria no rehúye las humillaciones; al contrario, las acepta con resignación y alegría. Y junto con ellas, abraza también la pobreza voluntaria. Sabe que las riquezas son, por su propia naturaleza, un impedimento para la Caridad, al alimentar la sensualidad, apartar al alma del servicio a Dios y embotar su sentido de dependencia de Él.

                    Además, las riquezas tienden a dificultar mucho la práctica de la Caridad, pues esta virtud divina es incompatible con el apego a los bienes terrenales. Por esta razón, nuestro Divino Salvador nos enseñó que la renuncia a los bienes de este mundo es el fundamento sobre el que reposa la perfección de la Caridad; y, para unir ejemplo y precepto, Él mismo «siendo rico, se hizo pobre por nosotros».

                    María, por tanto, aunque de sangre real, vivió con su fiel esposo, San José, en la mayor pobreza. Se ganaba el pan de cada día con el trabajo de Sus manos. Es más, en el momento del Nacimiento de Jesús, Su pobreza era tan grande que ni ella ni San José encontraban sitio en las posadas del pueblo. El Creador del mundo debía ser acostado en un pesebre tosco. Pero el amor ardiente de María compensa con creces la pobreza del pesebre.

                    ¡Oh santa pobreza, tan despreciada y, sin embargo, tan querida al Corazón de Jesús, que dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu»! ¡Oh, que pueda hacerte mía; que, pisoteando los bienes de este mundo, sólo aspire a los bienes imperecederos de la Eternidad!.

                    El alma que desea conservar en sí el Temor de Dios debe cuidar que un apego desordenado a los honores y las riquezas no la aparte del camino de la virtud. Cuando reflexionamos seriamente que la gloria terrenal es transitoria y que los bienes de este mundo son efímeros, no nos cuesta despreciar lo que no puede proporcionarnos la verdadera felicidad.

                    Para que nuestros corazones se llenen del amor de Dios, deben vaciarse de todo apego terrenal. Pero, además, el alma que verdaderamente agrade a Jesús irá más allá: renunciará con generosidad a todos los bienes de este mundo y abrazará la humildad y la pobreza de la Cruz.

                    ¡Feliz el discípulo de Cristo que sabe cómo pisotear honores y riquezas!. Junto con la Caridad Divina, el Temor de Dios morará en él, como prenda de una Eternidad Bendita.

                    El Beato Francisco Patrizi de Siena parecía predestinado a convertirse en uno de los mayores siervos de María. Incluso antes de nacer, su madre Reginalda soñó que engendraba un lirio bellísimo que adornaría la imagen de Nuestra Señora. De niño, adquirió la costumbre de rezar quinientas Avemarías a la vez, haciendo otras tantas genuflexiones ante la estatua de la Reina del Cielo.

                    A los veinte años tuvo una visión maravillosa. Nuestra Santísima Virgen se le apareció rodeada de ángeles y lo invitó tiernamente a consagrarse por completo a Su servicio en la Orden de Sus Siervos. Habiendo cumplido el deseo de María, comenzó a progresar extraordinariamente en santidad bajo la guía de San Felipe Benizi. Al ser Sacerdote, su mayor anhelo era celebrar el Sacrificio de la Misa con fe y devoción vivas.

                    Penetrado por la grandeza de su vocación como Siervo de María, se entregó con todo el ardor de su alma al servicio de Nuestra Señora, exhortando a todos, tanto desde el confesionario como desde el púlpito, a amar y servir fielmente a esta Reina Celestial. De esta manera, logró conducir a muchas almas al más alto grado de Santidad. Todo el tiempo que le quedaba de su Ministerio lo dedicó a intensificar sus oraciones, especialmente al rezo del Ave María y a cantar las alabanzas de Nuestra Señora.

                    Semejante piedad no podía quedar sin recompensa. Un día, mientras Francisco se dirigía a predicar a un pueblo vecino, y sintiéndose demasiado cansado para llegar a su destino, se sentó junto al camino para descansar un poco. La Reina del Cielo se le apareció entonces bajo la apariencia de una noble dama y le regaló un ramo de rosas frescas, cuya fragancia lo reconfortó. Pero sentía que su fin se acercaba. A punto de morir, tuvo de nuevo el consuelo de ver a Nuestra Señora, quien se le apareció en todo su esplendor, llamándolo al Paraíso. Lleno de virtudes y méritos, murió en la Festividad de la Ascensión de 1328, pronunciando las palabras de Cristo en la cruz: «Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu».

                    Después de su muerte, brotó de su boca un hermoso lirio que llevaba en sus hojas la leyenda "Ave María", testigo evidente y signo perpetuo del placer que sentía la Reina del Cielo por los innumerables y fervientes actos de culto y reverencia que le ofrecían este fidelísimo Siervo.


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María



SANTA LUCÍA DE SIRACUSA, VIRGEN Y MÁRTIR

   


                De acuerdo con "las Actas" del Martirio de Santa Lucía, nació en Siracusa, Sicilia (Italia), de padres nobles y ricos y fue educada en la fe cristiana. Perdió a su padre durante la infancia y se consagró a Dios siendo muy joven. Sin embargo, mantuvo en secreto su voto de virginidad, de suerte que su madre, que se llamaba Eutiquia, la exhortó a contraer matrimonio con un joven pagano. 

               Lucía persuadió a su madre de que fuese a Catania a orar ante la tumba de Santa Ágata para obtener la curación de unas hemorragias. Ella misma acompañó a su madre, y Dios escuchó sus oraciones. Entonces, la Santa dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna entre los pobres. Llena de gratitud por el favor del Cielo, Eutiquia le dio permiso. El pretendiente de Lucía se indignó profundamente y delató a la joven como cristiana ante el pro-cónsul Pascasio. La persecución de Diocleciano estaba entonces en su momento más cruento.

               El juez pagano presionó a Santa Lucía cuanto pudo para convencerla a que apostatara de la Fe Católica, pero ella se resistía con entereza y respondía: "Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo".

                El juez le preguntó: "Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?".

               La jovencita respondió: "Sí, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor".

               El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de prostitución para someterla a la fuerza a la ignominia. Ella le respondió: "El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consciente". Santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de la Iglesia, admiraba esta respuesta de Santa Lucía. Corresponde con un profundo principio de moral: No hay pecado si no se consiente al mal.

               No pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. Finalmente, la decapitaron.



                Aunque no se puede verificar la historicidad de las diversas versiones griegas y latinas de las Actas de Santa Lucía, está fuera de duda que, desde antiguo, se tributaba culto a la Santa de Siracusa. En el siglo VI, se le veneraba ya también en Roma entre las Vírgenes y Mártires más ilustres. 

                En la Edad Media se invocaba a la Santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está relacionado con la luz. Ello dio origen a varias leyendas, como la de que el tirano mandó a los guardias que le sacaran los ojos y ella recobró la vista.

                Cuando ya muchos decían que Santa Lucía es pura leyenda, se probó su historicidad con el descubrimiento, en 1894, de la inscripción sepulcral con su nombre en las Catacumbas de Siracusa, así no cabe duda de que la Santa vivió en el siglo IV.



jueves, 11 de diciembre de 2025

LA HORA SANTA REPARADORA


Y se le apareció un ángel del Cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más 
intensamente; y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.

Evangelio de San Lucas, cap. 22, vers. 43-44



                    La Hora Santa nació en 1674, cuando en una alocución de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque, desde el Tabernáculo de Paray-le-Monial, le dijo:

                    «Todas las noches del Jueves al Viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre entre todas mis angustias, te levantarás entre las 1l y las 12 de la noche y te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores».

                    Dos son, evidentemente, las ideas fundamentales de este ejercicio. Es la primera, una intención de amor compasivo, que une en esa hora el alma del consolador, y del confidente, al Corazón Agonizante de su Salvador. «Te haré compartir, dice Jesús, la tristeza mortal de mi Getsemaní...». Y es la segunda, una reparación del pecado, un fin de desagravio redentor y de consuelo: «Pedirás perdón por los pecadores».

                    Una y otra idea cobran una luz mayor todavía con la siguiente Revelación que debe sacudir con emoción intensa de dolor y caridad el corazón del creyente fervoroso. Oigamos siempre a la vidente de Paray: «Se me presentó Jesús bajo la figura de un «Ecce Horno», cargado con su cruz, cubierto de llagas y de heridas. Su sangre adorable brotaba de todas ellas, y luego, con voz desgarradora y triste, me dijo: «¿No habrá, por ventura, nadie que se compadezca de mí y que, teniéndome piedad, comparta el dolor que sufro en este estado lamentable en que me tienen sumido tantos pecadores?...».

                    «Aquí tienes el Corazón que ha amado tanto a los hombres, y que no ha perdonado medio alguno de probarles Su Amor, hasta el extremo de agotarse y consumirse por ellos. Y en retorno, no recibo de la mayor parte sino ingratitud y menosprecio, lo que me amarga mucho más que todo cuanto he sufrido en Mi Pasión. Si los hombres Me correspondieran, siquiera en parte, consideraría poco lo que he hecho, y desearía, si posible fuera, sufrir más todavía... Pero, ¡ay!, no tienen sino frialdad y rechazos para cada una de las solicitaciones de Mi Amor. Al menos tú, hija Mía, concédeme el consuelo de verte reparar, en cuanto puedas y de ti dependa, esa ingratitud. Participa de Mis congojas, y llora por la insensibilidad culpable de tantos corazones».

                    «Tengo sed devoradora de ser amado de los hombres, pero no encuentro casi a nadie que tenga voluntad de aplacarla con retorno de amor cumplido y generoso... No hallo quien Me ofrezca en este estado de abandono un lugar de reposo. ¿Quieres tú consagrarme tu alma para que en ella descanse Mi Amor crucificado, que el mundo entero menosprecia?...»

                    «Quiero que tu corazón Me sirva de asilo, en el que me cobije para solazarme, cuando los pecadores me persigan y me arrojen de los suyos... Entonces, con los ardores de tu caridad, repararás las injurias que recibo...»

                    Insistimos en que el SILENCIO AMOROSO unido al deseo de ACOMPAÑAR y CONSOLAR a Jesús por la frialdad y alejamiento de tantas almas, es ya por sí mismo una elevada oración, además da consuelo y paz a quien la practica.

                    Se trata de hacer compañía y consolar a Jesús en el Huerto de Getsemaní y reparar con ello los ultrajes y blasfemias que recibió y recibe constantemente. Se puede hacer desde casa pero mucho mejor ante el Santísimo Sacramento, pues nuestro deseo es honrarle y adorarle como se merece y aunque siempre será poco, Él acepta y ve con agrado nuestro amor y buena voluntad.

                    Para ello basta con leer y meditar alguna lectura sobre la Pasión del Señor o bien rezar alguna de las oraciones aquí expuestas; pero también es muy importante y recomendable estar en total silencio ante el Señor; algunos creen así estar perdiendo el tiempo, cuando en verdad es todo lo contrario. ¡Cuán útil es para el alma aprender de estos silencio: tan llenos de amor!. ¡Cuántas enseñanzas!. ¡Qué bello diálogo de amor, de corazón a Corazón!

                    Basta estar en Su Santa Presencia, mirándole o con los ojos cerrados, Él te penetrará hasta el fondo de tu ser, te invadirá totalmente con el fuego de Su Amor y como el Sol que con su luz y calor da vida a la tierra, así hará contigo poco a poco para transformarte y darte una vida nueva en Él. 

                    En adoración profunda pongámonos en la Presencia de Dios. Pidamos luz y fuego de amor al Espíritu Santo para que consuma nuestro corazón y le purifique de todo pecado o afecto desordenado, a la Santísima Virgen para que sea nuestra Madre y Maestra, enseñándonos a amar a su Jesús, con aquel purísimo amor Suyo.

                    Que la Gracia Divina venga a nuestras pobres almas para poder glorificaros en esta Hora Santa que ofrecemos con intención de reparar, desagraviar y hacer compañía al Sagrado Corazón agonizante de Jesús, por los abandonos, ultrajes e ingratitudes recibidas de todas las criaturas de la tierra.

                    Después de esta breve preparación, vayamos en espíritu al Huerto de Getsemaní; entremos en silencio almas reparadoras sobrecogido nuestro corazón por el temor y anhelo de reparación, vayamos captando la voz angustiada y doliente de Jesús que se debate en la más espantosa de las agonías. Soledad inmensa, abandono hasta del Padre Celestial. Su Humanidad abatida en el suelo. ¿Será posible que un Dios haya llegado hasta esto?. Y, ello por todos los pecados de la humanidad, por los nuestros en particular.

                    Contemplemos cómo Su Dolor llega a la máxima intensidad, más que por la proximidad de Su Pasión, por tantas ingratitudes y faltas de correspondencia. Piensa que Su Pasión será infructuosa para muchas almas; agudo dolor le estremece, Sus dolores se vuelven agonía torturante. Corre junto a Sus discípulos predilectos y les encuentra dormidos. ¡Sus mejores, Sus más íntimos amigos no pueden velar una hora con el Maestro!... Llama a su Padre pidiéndole pase el cáliz y sólo encuentra soledad y abandono. ¿Acaso también los Cielos se cerraron?. Mas no, un Ángel baja a confortarle en Su desfallecimiento. Copioso sudor de sangre le envuelve en tanta abundancia, que se vierte sobre la tierra. «¿Padre Mío!. Si es posible pase de Mí este cáliz, pero que no se cumpla Mi voluntad sino la Tuya».

                    ¡Qué lección más sublime la que Jesús nos enseña en Getsemaní para que hagamos nuestra oración de cada día con este espíritu!. Sí, pidamos en el dolor y en el sufrimiento que aparte de nosotros el cáliz, pero a la vez sepamos decir y aceptar con generosidad que se cumpla la Voluntad Divina.

                    Sigamos recogiendo en lo íntimo de nuestras almas las palabras de Jesús que agoniza en aquella terrible noche: Anhelo, necesito almas reparadoras a través de todos los siglos, y en todos los rincones de la tierra; son los pararrayos de la Justicia Divina; las oraciones y lágrimas de estas almas son de un poder infinito ante el Padre, pues van unidas a Mis intenciones. No temáis, pequeña grey, para haceros a semejanza Mía habéis de abrazaros a la Cruz del dolor, de la persecución, de la calumnia, de la pobreza. Mi gracia no os faltará. Sin Mí nada podéis hacer: «Conmigo lo podéis todo», pero me gustan las almas desprendidas. 

                    Instituí la Eucaristía; sufrí la agonía de Getsemaní; la traición de Judas; la negación de Pedro; el inicuo proceso; verme pospuesto a Barrabás; la flagelación y coronación de espinas, las burlas y escarnios; la calle de la Amargura; el dolor de Mi Madre, ese Corazón Purísimo traspasado y amargado con todas las amarguras de la tierra. La Crucifixión; Mi muerte afrentosa, y por último la lanzada del soldado Longinos abriendo Mi Costado para dejar paso a las torrenteras de Mis Gracias, de Mis Misericordias, de Mi Amor. 

                    En las sombras de la noche se suceden los más horrendos crímenes; pecados de apostasía, desenfreno de todas las pasiones; el poder de las tinieblas como un día en Getsemaní, vuelve a la hora actual con más intensidad y virulencia que nunca. La gente quiere divertirse, no escatima medio para hacerlo, saltando por encima de las leyes morales y divinas... ¡Pobre humanidad corrompida y anegada por todos los pecados capitales!. 

                    ¿Y qué puedo decir de tantos sacrilegios, profanaciones, y lo que es más terrible, apostasías de los míos, de aquellos a quienes ungí con Órdenes Sagradas a través de Pedro?. ¿Acaso todo esto no es bastante para renovar de continuo la Agonía de Getsemaní, el Pretorio, la flagelación o clavarme en la Cruz desgarrando Mis miembros y abriendo Mis Llagas de nuevo?... 

                    Almas reparadoras, vuestra misión en la tierra es amar, amarme con todas vuestras fuerzas, sin descanso, y amar a todos los hombres por Mí, ésa es vuestra misión, vuestro fin.



miércoles, 10 de diciembre de 2025

LA COMUNIÓN REPARADORA DE LOS PRIMEROS SÁBADOS, 100 años del pedido de Nuestra Santa Madre

 


                    "Mira, hija Mía, Mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos Me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer Sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante quince minutos, meditando en los Misterios del Rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación"

                    De esta manera se comunicó Nuestra Señora con Sor Lucía Dos Santos, la que en su infancia, junto a sus primos Jacinta y Francisco, había sido vidente de la Virgen en Fátima; acontecía esta celestial revelación el Jueves 10 de Diciembre de 1925, en la que era por entonces habitación dormitorio de Lucía (luego transformada en capilla) en la residencia que las Religiosas Doroteas tenían en la ciudad gallega de Pontevedra; allí había llegado la joven a finales de Octubre de ese año, con objeto de prepararse como novicia en dicha Congregación. 

                    Tiempo atrás, en la aldea de Fátima, cuando Lucía y sus primos eran unos niños, habían sido bendecidos con las visitas de la Madre de Dios como Nuestra Señora del Rosario; en la Aparición del 13 de Junio de 1917, Nuestra Señora les mostró la terrible visión del lugar de penas eternas... "Habéis visto el Infierno -les dijo la Virgen- a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón"

                    Fiel a la Voluntad Divina, la Virgen Santa se manifestó a una Lucía ya adulta para hacerle cumplir con el pedido que otrora le formulara en Fátima, "Para impedir la guerra vendré a pedir la Consagración de Rusia a Mi Inmaculado Corazón y la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados..."

                    ¿Por qué solicitó Nuestra Señora que la Comunión Reparadora se ofreciese concretamente cinco primeros Sábados?

                    Después de haber estado Sor Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los cinco sábados de reparación: 

                    "Hija Mía, la razón es sencilla: se trata de cinco clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:

                    Primer Sábado: Las blasfemias contra Su Pura e Inmaculada Concepción.

                    Segundo Sábado: Las blasfemias Contra Su Virginidad.

                    Tercer Sábado: Las blasfemias contra Su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres.

                    Cuarto Sábado: Los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada.

                    Quinto Sábado: Los que la ultrajan directamente en Sus sagradas imágenes.



Imagen de la antigua habitación dormitorio de Sor Lucía, en Pontevedra, reconvertida en capilla


LOS DOS ÚLTIMOS REMEDIOS

                    En 1946, tras pedir dispensa a la Santa Sede, Sor Lucía dejaba la Congregación de las Doroteas para ingresar en la Orden del Carmen; profesaría el 31 de Mayo de 1949 en el Convento de Santa Teresa, en Coimbra (Portugal)

                    Hasta ese mismo Convento, se trasladó el 26 de Diciembre de 1957 el Padre Agustín Fuentes Anguiano, Postulador de la Causa de Canonización de Francisco y Jacinta, para realizar la última y más reveladora entrevista a Sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado, nombre que había adoptado la vidente de Fátima al unirse al Carmelo.

                    Sor Lucía desveló al Padre Fuentes varios aspectos de la vida espiritual de los otros niños videntes: "mis primos Francisco y Jacinta se sacrificaron porque vieron siempre a la Santísima Virgen muy triste en todas sus apariciones. Nunca se sonrió con nosotros, y esa tristeza y angustia que notábamos en la Santísima Virgen, a causa de las ofensas a Dios y de los castigos que amenazaban a los pecadores, nos llegaban al alma... Padre, no esperemos que venga de Roma una llamada a la penitencia, de parte del Santo Padre, para todo el mundo; ni esperemos tampoco que venga de parte de los señores Obispos cada uno en su diócesis; ni siquiera tampoco de parte de las Congregaciones Religiosas. No; ya Nuestro Señor usó muchas veces estos medios, y el mundo no le ha hecho caso. Por eso, ahora que cada uno de nosotros comience por sí mismo su reforma espiritual; que tiene que salvar no sólo su alma, sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino.

                   


Sor Lucía con el hábito de las Hermanas Doroteas

                    También aseguró Sor Lucía que "el Demonio está librando una batalla decisiva con la Virgen y una batalla decisiva, es una batalla final en donde se va a saber de qué partido es la victoria, de qué partido es la derrota. Así que ahora, o somos de Dios, o somos del Demonio; no hay término medio". 

                    En otra parte de sus declaraciones al Padre Fuentes, la religiosa carmelita manifestó que la Santa Madre de Dios "me dijo tanto a mis primos como a mí, que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo; el Santo Rosario y la Devoción al Inmaculado Corazón de María. Y, al ser los últimos remedios, quiere decir que son los últimos, que ya no va a haber otros".




lunes, 8 de diciembre de 2025

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE NUESTRA SEÑORA, BANDERA DE LA SANTA INTRANSIGENCIA


"Tú y Tu Madre sois los únicos 
que en todo aspecto 
sois perfectamente hermosos; 
pues en Ti, Señor, no hay mancilla, 
ni mácula en Tu Madre" 


(San Efrén, Doctor de la Iglesia)




                    En la vida de la Iglesia, la Piedad es el asunto clave. Piedad bien entendida, que no sea la repetición rutinaria y estéril de fórmulas y actos de culto, sino la Verdadera Piedad, que es un don bajado del Cielo, capaz de, por la correspondencia del hombre, regenerar y llevar a Dios las almas, las familias, los pueblos y las civilizaciones.

                    Ahora bien, en la Piedad Católica el asunto clave es, a su vez, la devoción a Nuestra Señora. Pues si es Ella el canal por medio del cual nos vienen todas las gracias, y es por Ella que nuestras oraciones llegan hasta Dios, el gran secreto del triunfo en la Vida Espiritual consiste en estar íntimamente unido a María.

                    El vocabulario humano no es suficiente para expresar la Santidad de Nuestra Señora. En el orden natural, los Santos, los Doctores de la Iglesia la comparan al Sol. Pero si hubiese algún astro inconcebiblemente más brillante y más glorioso que el Sol, es a ese astro que la compararían. Y acabarían por decir que ese astro daría de Ella una imagen pálida, defectuosa, insuficiente.

                    En el orden moral, afirman que Ella transcendió ampliamente todas las virtudes, no sólo de todos los varones y matronas insignes de la Antigüedad, sino -lo que es inmensamente más- de todos los Santos de la Iglesia Católica. Imagínese una criatura que tenga todo el amor de San Francisco de Asís, todo el celo de Santo Domingo de Guzmán, toda la piedad de San Benito, todo el recogimiento de Santa Teresa, toda la sabiduría de Santo Tomás, toda la intrepidez de San Ignacio, toda la pureza de San Luis Gonzaga, la paciencia de un San Lorenzo, el espíritu de mortificación de todos los anacoretas del desierto: no llegaría a los pies de Nuestra Señora. A esta criatura dilecta entre todas, superior a todo cuanto fue creado, e inferior solamente a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor Jesucristo, Dios le confirió un privilegio incomparable, que es la Inmaculada Concepción.

               En virtud del pecado original, la inteligencia humana se volvió sujeta a errar, la voluntad quedó expuesta a desfallecimientos, la sensibilidad quedó presa de las pasiones desarregladas, el cuerpo por así decirlo fue puesto en estado de rebeldía contra el alma.

               ...por el privilegio de Su Concepción Inmaculada, Nuestra Señora fue preservada de la mancha del pecado original desde el primer instante de Su Ser. Y, así, en Ella todo era armonía profunda, perfecta, imperturbable. El intelecto jamás expuesto a error, dotado de un entendimiento, una claridad, una agilidad inexpresable, iluminado por las gracias más altas, tenía un conocimiento admirable de las cosas del Cielo y de la Tierra. 

               La voluntad, dócil en todo al intelecto, estaba enteramente vuelta hacia el bien y gobernaba plenamente la sensibilidad, que jamás sentía en Sí ni pedía a la voluntad algo que no fuese plenamente justo y conforme a la razón.

               Imagínese una voluntad naturalmente tan perfecta, una sensibilidad naturalmente tan irreprensible, ésta y aquélla enriquecidas y super-enriquecidas de gracias inefables, perfectamente correspondidas en todo momento, y se puede tener una idea de lo que era la Santísima Virgen. O, mejor dicho, se puede comprender por qué motivo ni siquiera se es capaz de formarse una idea de lo que la Virgen era. 

                Dotada de tantas luces naturales y sobrenaturales, Nuestra Señora conoció por cierto la infamia del mundo en Sus días. Y con ello sufrió amargamente. Pues cuanto mayor es el amor a la virtud, tanto mayor es el odio al mal.

                Ahora bien, María Santísima tenía en Sí abismos de amor a la virtud, y, por lo tanto, sentía forzosamente en Sí abismos de odio al mal. María era pues enemiga del mundo, al cual vivió ajena, segregada, sin ninguna mezcla ni alianza, vuelta únicamente hacia las cosas de Dios.

               El mundo, a su vez, parece no haber comprendido ni amado a María. Pues no consta que le hubiese tributado admiración proporcionada a Su hermosura castísima, a Su gracia nobilísima, a Su trato dulcísimo, a Su Caridad siempre compasiva, accesible, más abundante que las aguas del mar y más suave que la miel.

               ¿Y cómo no habría de ser así?. ¿Qué comprensión podría haber entre Aquella que era toda del Cielo y aquellos que vivían sólo para la tierra?. ¿Aquella que era toda Fe, pureza, humildad, nobleza, y aquellos que eran todos idolatría, escepticismo, herejía, concupiscencia, orgullo, vulgaridad?. ¿Aquella que era toda sabiduría, razón, equilibrio, sentido perfecto de todas las cosas, templanza absoluta y sin mancha ni sombra, y aquellos que eran todos exceso, extravagancia, desequilibrio, sentido equivocado, cacofónico, contradictorio, hiriente a respecto de todo, e intemperancia crónica, sistemática, vertiginosamente creciente en todo?. ¿Aquella que era la Fe llevada por una lógica diamantina e inflexible a todas sus consecuencias, y aquellos que eran el error llevado por una lógica infernalmente inexorable, también a sus últimas consecuencias?. ¿O aquellos que, renunciando a cualquier lógica, vivían voluntariamente en un pantano de contradicciones, en que todas las verdades se mezclaban y se corrompían en la monstruosa interpenetración con todos los errores que les son contrarios?.

               Inmaculada significa etimológicamente la ausencia de mácula, y pues de todo y cualquier error por menor que sea, de todo y cualquier pecado por más leve e insignificante que parezca. Es la integridad absoluta en la Fe y en la Virtud. Es por lo tanto la intransigencia absoluta, sistemática, irreductible, la aversión completa, profunda, diametral a toda especie de error o de mal. La santa intransigencia en la verdad y en el bien es la Ortodoxia, la pureza, al estar en oposición a la heterodoxia y al mal. Por amar a Dios sin medida, Nuestra Señora correspondientemente amó de todo corazón todo cuanto era de Dios. Y porque odió sin medida al mal, odió sin medida a Satanás, a sus pompas y sus obras, al Demonio, al mundo y a la carne.

               Por esto, Nuestra Señora rezaba sin cesar. Y según tan razonablemente se cree, Ella pedía el Advenimiento del Mesías y la gracia de ser una Sierva de aquella que fuese escogida para ser Madre de Dios.

               Pedía al Mesías, para que viniese Aquel que podría hacer brillar nuevamente la Justicia sobre la faz de la Tierra, para que se levantase el Sol Divino de todas las virtudes, golpeando por todo el mundo a las tinieblas de la impiedad y del vicio.

               Nuestra Señora deseaba, es cierto, que los Justos que vivían en la Tierra encontrasen en la Venida del Mesías la realización de sus deseos y de sus esperanzas, que los vacilantes se reanimasen, y que de todos los países, de todos los abismos, almas tocadas por la luz de la gracia levantasen vuelo a las más altas cumbres de la Santidad. Pues éstas son por excelencia las Victorias de Dios, que es la Verdad y el Bien, y las derrotas del Demonio, que es el jefe de todo error y de todo mal.

               La Virgen quería la Gloria de Dios por esa Justicia, que es la realización en la Tierra del Orden deseado por el Creador. Pero, pidiendo la Venida del Mesías, Ella no ignoraba que Él sería la piedra de escándalo, por la que muchos se salvarían y muchos recibirían también el castigo de su pecado. Este castigo del pecador empedernido, este aniquilamiento del impío obcecado y endurecido, Nuestra Señora también lo deseó de todo corazón, y fue una de las consecuencias de la Redención y de la fundación de la Iglesia, que Ella deseó y pidió como nadie. “Ut inimicus Sanctae Ecclesiae humiliare digneris; te rogamus, audi nos” [Para que os dignéis humillar a los enemigos de la Santa Iglesia; te rogamos, óyenos], canta la Liturgia. Y antes que la Liturgia, por cierto el Corazón Inmaculado de María ya elevó a Dios súplica análoga, por la derrota de los impíos irreductibles. Admirable ejemplo de verdadero Amor, de verdadero odio. 

               Dios quiere las obras. Él fundó la Iglesia para el Apostolado. Pero por encima de todo quiere la oración. Pues la oración es la condición de fecundidad de todas las obras. Y quiere como fruto de la oración, la virtud.

               Reina de todos los Apóstoles, Nuestra Señora es sin embargo principalmente modelo de las almas que rezan y se santifican, la estrella polar de toda meditación y vida interior. Pues, dotada de una virtud inmaculada, Ella hizo siempre lo que era más razonable, y si nunca sintió en Sí las agitaciones y los desórdenes de las almas que sólo aman la acción y la agitación, nunca experimentó en Sí, tampoco, las apatías y las negligencias de las almas flojas que hacen de la vida interior un cortaviento a fin de disfrazar su indiferencia por la causa de la Iglesia. Su alejamiento del mundo no significó un desinterés por el mundo. ¿Quién hizo más por los impíos y por los pecadores que Aquella que, para salvarlos, voluntariamente consintió en la inmolación crudelísima de Su Hijo infinitamente inocente y Santo?. ¿Quién hizo más por los hombres que Aquella que consiguió que se realizase en Sus días la promesa del Salvador?.



               Pero, confiando sobre todo en la oración y en la vida interior, ¿no nos dio la Reina de los Apóstoles una gran lección de Apostolado, haciendo de una y otra Su principal instrumento de acción?. 

                Tanto valen a los ojos de Dios las almas que, como Nuestra Señora, poseen el secreto del verdadero Amor y del verdadero odio, de la intransigencia perfecta, del celo incesante, del espíritu de renuncia completo, que propiamente son ellas las que pueden atraer al mundo las gracias divinas.

               Estamos en una época parecida con la de la Venida de Jesucristo a la Tierra. En 1928 escribió el Santo Padre Pío XI que el espectáculo de las desgracias contemporáneas "es tan triste que por estos acontecimientos parecen manifestarse los principios de aquellos dolores que habían de preceder al hombre de pecado que se levanta contra todo lo que se llama Dios o que se adora" (Encíclica Miserentissimus Redemptor, del 8 de Mayo de 1928).

               Y a nosotros, ¿qué nos compete hacer?. Luchar en todos los terrenos permitidos, con todas las armas lícitas. Pero antes que nada, por encima de todo, confiar en la vida interior y en la oración. Es el gran ejemplo de Nuestra Señora.

                El ejemplo de Nuestra Señora, sólo se puede imitar con el Auxilio de Ella. Y el Auxilio de Nuestra Señora, sólo se puede conseguir con la devoción a Ella. Pues bien, ¿qué mejor forma de devoción a María Santísima puede haber que pedirle, no sólo el Amor de Dios y el odio al Demonio, sino aquella santa entereza en el amor al bien y en el odio al mal, en una palabra, aquella santa intransigencia que tanto resplandece en Su Inmaculada Concepción?.


ORACIÓN PARA PEDIR LA VIRTUD DE LA PUREZA


                    Oh Santísima Madre de Dios y mi Madre, Fortaleza de los débiles y Refugio de los pecadores, llegará el momento en que tendré que pasar por las circunstancias por donde el Demonio más me tienta.

                    Tengo horror a la impureza, porque sé cuánto es opuesta a vuestro Espíritu y contraria a la esclavitud a Vos, en la cual deseo ser perfecto.

                    Ayudadme -os lo pido- por intercesión de San Luis Gonzaga, modelo admirable de pureza, a no ofenderte en esta ocasión, para que yo pueda desde ahora ofrecerte mi resistencia a la tentación: resistencia que deseo oponer al enemigo infernal, ahora y para siempre.

                    Yo os imploro que todos los días de mi vida, transcurran en la práctica eximia de la virtud angélica de la pureza. Así sea.


Extraído del artículo "La santa intransigencia, 
un aspecto de la Inmaculada Concepción"por el 
Doctor Plinio Corrêa de Oliveira

Revista “Catolicismo”, Septiembre de 1954

domingo, 7 de diciembre de 2025

Tradicional Novena en Honor de la INMACULADA CONCEPCIÓN de María Nuestra Señora. Día 9

   



Tradicional Novena en Honor de la 
Inmaculada Concepción
de María Nuestra Señora

Día 9

                      Para rezar esta Novena buscaremos un momento de intimidad con Nuestra Santa Madre la Virgen María; lo ideal sería rezar ante un Sagrario, en una iglesia o capilla, pero si no es posible, podremos recogernos en nuestra casa, en silencio, arrodillados, buscando la Presencia Santísima de María; confía a Ella tus preocupaciones, cargas y demás problemas. Ofrécele tus limitaciones y tus deseos de felicidad... María, como buena Madre, sabrá guiarte y proporcionarte todo cuanto necesites.


Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos + líbranos Señor + Dios Nuestro. 

En el Nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.


               Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque Os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

               Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y así como lo suplico, así confío en Vuestra Bondad y Misericordia infinita, que me los perdonaréis, por los Méritos de Vuestra Preciosísima Sangre, Pasión y Muerte y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en Vuestro Santo Amor y servicio, hasta el fin de mi vida. Amén.

ORACIÓN INICIAL

               Dios Te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen singular, Virgen Soberana y Perfecta, elegida para Madre de Dios y preservada por ello de toda culpa desde el primer instante de Tu Concepción; así como por Eva nos vino la muerte, así nos viene la vida por Ti, que, por la gracia de Dios, has sido elegida para ser Madre del Nuevo Pueblo que Jesucristo ha formado con Su Sangre.

                A Ti, Purísima Madre, Restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos confiados y suplicantes en esta Novena, para rogarte nos concedas la gracia de ser verdaderos hijos Tuyos y de Tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado. 

                Acuérdate, Virgen Santísima, que has sido hecha Madre de Dios, no sólo para Tu dignidad y gloria, sino también para salvación nuestra y provecho de todo el género humano. Acuérdate que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a Tu protección e implorado Tu socorro haya sido desamparado.

               No me dejes pues a mí tampoco, porque si no, me perderé; que yo tampoco quiero dejarte a Ti, antes bien cada día quiero crecer más en Tu Verdadera Devoción. Y alcánzame principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer jamás pecado mortal; la segunda, un gran aprecio de la virtud, y la tercera, una buena muerte. Además, Te ruego me des la gracia particular que Te pido en esta Novena, si es para mayor Gloria de Dios, conquistar Tu amor y obtener el bien de mi alma. 

ORACIÓN DEL DÍA 9

               Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro, así como has concedido a María la gracia de ir al Cielo y de ser en él colocada en el primer lugar después de Ti, así Te suplicamos humildemente, por intercesión de Tu Madre Inmaculada, nos concedas una buena muerte, que recibamos bien los Últimos Sacramentos, que expiremos sin mancha ninguna de pecado en la conciencia y vayamos al Cielo para siempre gozar en Tu compañía y la de nuestra Madre, con todos los que se han salvado por Ella.

Reza ahora, con piedad y devoción las Tres Avemarías:

          - María, Reina Inmaculada, por el Poder que Te concedió Dios Padre...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.

          - María, Reina Inmaculada, por la Sabiduría que Te concedió Dios Hijo...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.

          - María, Reina Inmaculada, por la Misericordia que Te concedió Dios Espíritu Santo...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.


ORACIÓN FINAL



Y terminamos signándonos en el Nombre del Padre, 
y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.




sábado, 6 de diciembre de 2025

Tradicional Novena en Honor de la INMACULADA CONCEPCIÓN de María Nuestra Señora. Día 8

   



Tradicional Novena en Honor de la 
Inmaculada Concepción
de María Nuestra Señora

Día 8

                      Para rezar esta Novena buscaremos un momento de intimidad con Nuestra Santa Madre la Virgen María; lo ideal sería rezar ante un Sagrario, en una iglesia o capilla, pero si no es posible, podremos recogernos en nuestra casa, en silencio, arrodillados, buscando la Presencia Santísima de María; confía a Ella tus preocupaciones, cargas y demás problemas. Ofrécele tus limitaciones y tus deseos de felicidad... María, como buena Madre, sabrá guiarte y proporcionarte todo cuanto necesites.


Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos + líbranos Señor + Dios Nuestro. 

En el Nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.


               Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque Os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

               Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y así como lo suplico, así confío en Vuestra Bondad y Misericordia infinita, que me los perdonaréis, por los Méritos de Vuestra Preciosísima Sangre, Pasión y Muerte y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en Vuestro Santo Amor y servicio, hasta el fin de mi vida. Amén.

ORACIÓN INICIAL

               Dios Te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen singular, Virgen Soberana y Perfecta, elegida para Madre de Dios y preservada por ello de toda culpa desde el primer instante de Tu Concepción; así como por Eva nos vino la muerte, así nos viene la vida por Ti, que, por la gracia de Dios, has sido elegida para ser Madre del Nuevo Pueblo que Jesucristo ha formado con Su Sangre.

                A Ti, Purísima Madre, Restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos confiados y suplicantes en esta Novena, para rogarte nos concedas la gracia de ser verdaderos hijos Tuyos y de Tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado. 

                Acuérdate, Virgen Santísima, que has sido hecha Madre de Dios, no sólo para Tu dignidad y gloria, sino también para salvación nuestra y provecho de todo el género humano. Acuérdate que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a Tu protección e implorado Tu socorro haya sido desamparado.

               No me dejes pues a mí tampoco, porque si no, me perderé; que yo tampoco quiero dejarte a Ti, antes bien cada día quiero crecer más en Tu Verdadera Devoción. Y alcánzame principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer jamás pecado mortal; la segunda, un gran aprecio de la virtud, y la tercera, una buena muerte. Además, Te ruego me des la gracia particular que Te pido en esta Novena, si es para mayor Gloria de Dios, conquistar Tu amor y obtener el bien de mi alma. 

ORACIÓN DEL DÍA 8

               Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro, así como diste a María la gracia de una ardentísima Caridad y Amor de Dios sobre todas las cosas, así Te rogamos humildemente, por intercesión de Tu Madre Inmaculada, nos concedas un amor sincero a Ti, oh Dios y Señor nuestro, nuestro Verdadero Bien, nuestro Bienhechor, nuestro Padre, y que antes queramos perder todas las cosas que ofenderte con un sólo pecado.

Reza ahora, con piedad y devoción las Tres Avemarías:

          - María, Reina Inmaculada, por el Poder que Te concedió Dios Padre...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.

          - María, Reina Inmaculada, por la Sabiduría que Te concedió Dios Hijo...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.

          - María, Reina Inmaculada, por la Misericordia que Te concedió Dios Espíritu Santo...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.


ORACIÓN FINAL



Y terminamos signándonos en el Nombre del Padre, 
y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.




viernes, 5 de diciembre de 2025

Tradicional Novena en Honor de la INMACULADA CONCEPCIÓN de María Nuestra Señora. Día 7

  



Tradicional Novena en Honor de la 
Inmaculada Concepción
de María Nuestra Señora

Día 7

                      Para rezar esta Novena buscaremos un momento de intimidad con Nuestra Santa Madre la Virgen María; lo ideal sería rezar ante un Sagrario, en una iglesia o capilla, pero si no es posible, podremos recogernos en nuestra casa, en silencio, arrodillados, buscando la Presencia Santísima de María; confía a Ella tus preocupaciones, cargas y demás problemas. Ofrécele tus limitaciones y tus deseos de felicidad... María, como buena Madre, sabrá guiarte y proporcionarte todo cuanto necesites.


Por la señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos + líbranos Señor + Dios Nuestro. 

En el Nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.


               Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque Os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

               Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y así como lo suplico, así confío en Vuestra Bondad y Misericordia infinita, que me los perdonaréis, por los Méritos de Vuestra Preciosísima Sangre, Pasión y Muerte y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en Vuestro Santo Amor y servicio, hasta el fin de mi vida. Amén.

ORACIÓN INICIAL

               Dios Te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen singular, Virgen Soberana y Perfecta, elegida para Madre de Dios y preservada por ello de toda culpa desde el primer instante de Tu Concepción; así como por Eva nos vino la muerte, así nos viene la vida por Ti, que, por la gracia de Dios, has sido elegida para ser Madre del Nuevo Pueblo que Jesucristo ha formado con Su Sangre.

                A Ti, Purísima Madre, Restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos confiados y suplicantes en esta Novena, para rogarte nos concedas la gracia de ser verdaderos hijos Tuyos y de Tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado. 

                Acuérdate, Virgen Santísima, que has sido hecha Madre de Dios, no sólo para Tu dignidad y gloria, sino también para salvación nuestra y provecho de todo el género humano. Acuérdate que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a Tu protección e implorado Tu socorro haya sido desamparado.

               No me dejes pues a mí tampoco, porque si no, me perderé; que yo tampoco quiero dejarte a Ti, antes bien cada día quiero crecer más en Tu Verdadera Devoción. Y alcánzame principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer jamás pecado mortal; la segunda, un gran aprecio de la virtud, y la tercera, una buena muerte. Además, Te ruego me des la gracia particular que Te pido en esta Novena, si es para mayor Gloria de Dios, conquistar Tu amor y obtener el bien de mi alma. 

ORACIÓN DEL DÍA 7

               Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro, así como diste a María, entre las demás virtudes, una pureza y castidad eximia, por la cual es llamada Virgen de las Vírgenes, así Te suplicamos, por intercesión de Tu Madre Inmaculada, nos concedas la dificilísima virtud de la castidad, que no se puede conservar sin Tu gracia, pero que tantos han conservado mediante la Devoción de la Virgen y Tu protección.

Reza ahora, con piedad y devoción las Tres Avemarías:

          - María, Reina Inmaculada, por el Poder que Te concedió Dios Padre...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.

          - María, Reina Inmaculada, por la Sabiduría que Te concedió Dios Hijo...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.

          - María, Reina Inmaculada, por la Misericordia que Te concedió Dios Espíritu Santo...

Dios Te salve, María, llena eres de gracia, etc.


ORACIÓN FINAL



Y terminamos signándonos en el Nombre del Padre, 
y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.