domingo, 21 de septiembre de 2025

LA VIDA ESPIRITUAL ( II ) por la Madre María de los Ángeles Sorazu, Concepcionista Franciscana. Estado del alma penitente inmediatamente después de su conversión o justificación

 


1. Cambio radical


                    Las almas que, arrastradas por la corriente del mundo, siguieron sus vanidades y vivieron por algún tiempo bajo el dominio de Satanás, cuando de veras se convierten a Dios, siéntense libres del enorme peso que las oprimía, henchidas de gozo, fuerte y suavemente atraídas por Dios y dispuestas a inmolar en sí mismas todo lo que se opone a su divina Voluntad y al cumplimiento de sus deberes. El inmenso y triste vacío que experimentaban en las diversiones mundanales y placeres terrenos desaparece; las negras tinieblas que envolvían su alma y cegaban su inteligencia se disipan o desvanecen; su conciencia, que parecía haberse muerto, revive; y sus potencias, antes embotadas para comerciar con el mundo superior de los espíritus y ejercitarse en las virtudes, quedan como revestidas de cierta facultad para el ejercicio de sus nobles funciones; adquiere de nuevo los dones y virtudes que recibió en la fuente bautismal, especialmente la fe, esperanza y caridad, cuya presencia siente visiblemente, y halla energías hasta entonces desconocidas en el fondo de su ser para practicar el bien, venciendo los obstáculos que se le presentan en su nueva vidas.

                    Por el momento sus viciadas pasiones quedan como dormidas, porque todo la arrastra hacia Dios, que la atrae con la infinita dulzura de su amor, superior a todo deleite terreno. Maravillada de verse favorecida con la amistad y amor de un Dios a quien creía enojado y con espada en mano para vengar los agravios que le ha hecho con sus pecados, liquídase toda de gratitud y amor, lo estima sobre todas las cosas e incondicionalmente se pone a su servicio. El cielo le sonríe y promete franquear sus puertas cuando llame a ellas, si persevera en el servicio del Señor, a quien ha consagrado su vida. Con tal firmeza espera la gloria del paraíso, que primero se dejaría cortar la cabeza que desconfiar de su salvación. Su confianza es hija de su ciega y ardiente fe en la fidelidad, amor y méritos de Jesús, que la Iglesia pone a su disposición en los santos sacramentos, y de su sincero deseo de servirle con fidelidad hasta la muerte.


2. Ejercicios de Piedad


                    Ama con cariño filial a la Santísima Virgen, en quien, después de Jesús, deposita toda su confianza, invócala con frecuencia con la salutación angélica y se impone el deber de obsequiarla con todas las prácticas piadosas que conoce y se le ocurren, singularmente con el santo Rosario, que empieza a recitar diariamente desde el día de su conversión —si ya no lo hacía—, y quisiera, si fuera posible, recitarlo en todas las horas del día. ¡Tal es la necesidad que experimenta de testimoniarle su filial cariño y franca adhesión, honrándola por todos los medios que puede! Tiene fe vivísima en la protección de los santos, a quienes ama con relativo fervor, invoca y obsequia con triduos, novenas, etc. Entre estos elige por patronos a los que le inspiran mayor devoción y con fianza y les invoca una o varias veces todos los días, antes o después del ángel tutelar, por quien siente igualmente especial amor.

                    Siente la feliz necesidad de frecuentar los sacramentos, oír una o varias misas, visitar al Santísimo, practicar el ejercicio del Via Crucis, asistir a los sermones y funciones religiosas que se practican en los templos y de alistarse en una o varias cofradías. Lo realiza, y en dichas prácticas halla consuelos celestiales, que quisiera compartir con los pecadores que viven lejos de Dios y de su santo templo, para atraerlos por este medio al conocimiento y amor de su Dios Redentor. Ruega mucho para que se conviertan y consagren al servicio de un Dios infinitamen-te amante, porque le inspiran mucha compasión, viéndoles sacrificarse a toda hora por agradar y servir al mundo que ella tan justamente abandonó y conculcó bajo sus pies.


3. Práctica de las virtudes


                    Agradece en gran manera el amor misericordioso de Dios, que generosamente le perdonó sus muchos y graves pecados y le promete el paraíso celestial para su día. Pero ama igualmente su Verdad y Justicia, amor que la impulsa a resarcir el detrimento causado a su gloria con las faltas que cometió en su vida pasada, haciendo la penitencia debida por ellas y practicando con singular esmero las virtudes contrarias a las mismas, sin perdonarse nada en este punto. Si fue vanidosa, callejera y amiga de diversiones y pasatiempos, practica la humildad, el retiro, desprecio y abstracción del mundo en tanto grado, que admira a cuantos la conocieron antes de su conversión y los mueve a lástima. Si fue regalona y amiga de comodidades, cultiva la virtud de la abstinencia y mortificación de la carne cuanto pueden sufrir sus fuerzas, ayudadas de la divina gracia. 

                    Para que su sacrificio resulte provechoso para su prójimo, entrega a los pobres los regalos que niega a su cuerpo, procurando que quede tan en secreto que ni los mismos socorridos con su diaria limosna, si fuera posible, conocieran su caridad; y para revelar su mortificación y caridad al confesor que dirige su conciencia, con el fin de obtener su permiso, tiene que hacerse suma violencia. Si alguna vez agravió al prójimo directa o indirectamente -aun en materia leve— es tal el remordimiento que siente y su deseo de resarcir el doble agravio inferido a Dios y a la criatura, que no se aquieta mientras no visita a las personas agraviadas y les da una satisfacción que resarza ventajosamente la ofensa, sin reparar en lo bochornoso que será para ella la revelación de una falta conocida solo de Dios y la manifestación asimismo de su amor a la Justicia que la mueve a reparar su falta de un modo tan costoso para el amor propio.

                    De esta manera practica las virtudes contrarias a los vicios que la dominaron y pecados que cometió en su vida pasada, satisfaciendo por ellos a la Justicia divina con tanto mayor gusto cuanto más generosamente la perdona su amor misericordioso. Practica la virtud sin gran dificultad, merced a las energías que le presta la gracia sensible y las consolaciones que experimenta en los ejercicios de piedad y en el trato amoroso de su Dios. Diríase que Jesús se ha constituido Padre, Madre y Nodriza de esta afortunada oveja que, después de su extravío, volvióse a su aprisco, y que por sí mismo y en sus brazos la conduce de justicia en justicia y de virtud en virtud, para que no tropiece en alguna dificultad y retroceda, y para mejor sustraerla a la influencia diabólica y mun-danal.


4. Lucha contra las tentaciones 


                    Alguna que otra vez se acerca a ella satanás, le pone delante los placeres terrenales que abandonó y las cruces espinosas que le esperan en su nueva vida, y la observa para ver si vacila; pero viéndola firme en su resolución, se retira desesperado de conseguir por el momento su pretensión, porque no ve ningún portillo abierto para penetrar en su corazón. El mundo, astuto cazador de las almas, apenado de haber perdido a esta que sedujo con mentidas promesas, hace los últimos y supremos esfuerzos para conquistarla de nuevo, y lo procura por medio de sus amadores, quienes ponen en juego todos los resortes de su falsa ciencia y profano querer para conseguirlo, aunque en vano, porque, fuerte con la conciencia del deber cumplido y de la fidelidad del divino Amante a quien ha consagrado su amor, contesta negativamente a todas las solicitaciones del mundo con acento que revela la firmeza de su resolución, lo feliz que se siente desde que pertenece a Dios y la compasión que le inspiran las almas que, arrastrando las cadenas de su esclavitud e insensibles a la propia y suprema desgracia, dicen que se compadecen de los que gozan la dichosa libertad de los hijos de Dios.

                    El mundo admira la transformación obrada en ella y su heroísmo desde que en realidad de verdad milita en las banderas de Cristo —no en apariencia ni a medias, como muchos cristianos— pero no la cree, porque no se explica cómo puede sentirse feliz quien, renunciando a los placeres terrenales, consagra su vida a la penitencia y al retiro, y calificando de fatuidad y fanatismo su cambio de vida, y de obstinación sus negativas respuestas, la deja seguir su camino.


5. Meditando la Pasión de Jesús


                    Habiéndose ejercitado algún tiempo en las prácticas piadosas que hemos insinuado, la fervorosa penitente -tránsfuga del mundo-siéntese llamada a la oración mental y trato íntimo y familiar con Dios, y empieza por la meditación de los novísimos y de la Pasión del Señor, dedicando a esta todos los días varios ratos y a aquella breves momentos. Al principio siente alguna dificultad en orar con la mente y, alguna que otra vez, siente repugnancia grande a dicho ejercicio cuando se acerca la hora de emplearse en él, tanto que con gusto vería sustituida la oración por sangrientas disciplinas u otras penitencias. ¡Tanta es la repugnancia que siente! Conoce que es tentación y procura vencerla, y venciéndola, lo mismo que los demás obstáculos, un día y otro día, logra adquirir el hábito de la oración, que cada vez se perfecciona más y más.

                    Jesús Paciente la atrae dulcemente y subyuga su corazón con su bondad y su amor, de tal manera que muy pronto siente la imperiosa necesidad de consagrar a la meditación de su santísima Pasión todas las horas del día y parte de la noche, si puede, y así lo practica. Lo que principalmente contempla en Jesús Paciente son sus afrentas y tormentos corporales o externos —pues de sus penas interiores solo tiene una idea vaga—, pero en todos los sufrimientos que contempla ve el Corazón de Cristo abrasado de amor y celo por la salvación de las almas; ve en Jesús un Padre, una Madre que ama al hombre con infinita ternura, un Amante divino que no rehusa sacrificios y que agota todos los recursos de su amor omnipotente para conquistarla. Agradecida a tanta fineza y amor, procura corresponderle, amándole con todo el ardor de que es capaz, y este mismo amor que por El siente le hace llorar sus penas con amargura misteriosa que sabe a cielo, y le obliga a reproducir en su cuerpo, en la forma que sufre su flaqueza, los tormentos que le ve padecer.

                    El sentimiento de la Pasión la penetra y rodea continuamente, la abstrae del mundo y de todo lo que pertenece a la tierra, y no le permite gozarse en ninguna cosa fuera de Jesús, y muchas veces le impone sacrificios y privaciones de cosas necesarias a la naturaleza, verbigracia, el alimento y el sueño. Dolorosamente impresionada a la vista de los sufrimientos de su Dios, no se atreve a sonreír siquiera, y el bullicio y alegría exterior que observa en las criaturas acrecienta su pena y la hace gemir y llorar, como igualmente cuando oye tocar instrumentos musicales, cual si estuviera de duelo por la muerte de su padre muy querido.

                    Pasado algún tiempo, su meditación se confunde a ratos con la contemplación y contemplación muy subida, pues queda su mente como enajenada y fija en Dios, cuya bondad saborea sin comprenderla. Esta noticia sabrosa de Dios la sorprende cuando menos lo espera, aunque de ordinario recibe este favor mientras lee, recita alguna oración, hace su meditación o contempla el cielo.


6. Ansias de perfección 


                    Si esta alma es de las nombradas en el capítulo anterior en la letra C, o sea enriquecida por Dios en el bautismo con dones especiales, desde el principio de su conversión conoce que Dios la destina a un alto grado de santidad, y un impulso superior e irresistible la lleva hacia la perfección más alta por la práctica de la virtud sólida y de la fidelidad a las inspiraciones que continuamente recibe. Casi habitualmente siente deseos de practicar actos heroicos, a veces irrealizables. Ya quiere abandonar las delicias del hogar paterno y retirarse a un desierto para consagrar el resto de su vida a la oración y penitencia; ya pasar sus días en medio del mundo, pero como peregrina y pordiosera, en absoluta pobreza y desnudez, sin hogar propio donde refugiarse y desamparada de todos; ya también recorrer los pueblos, iniciando en el conocimiento de Jesús a los que no le conocen o viven lejos de Él; y ya que no ve el medio de realizar sus aspiraciones, hace de su cuarto un desierto, lo convierte en oratorio, y retirada en él hace vida de ermitaña, practicando la oración y penitencias. De este retiro solamente sale para ir donde la llama el deber, para asistir a las funciones de iglesia o para ejercitar su celo en bien de las almas, cuando la oportunidad se presenta.

                    Entiende que Dios la llama a su divina unión y que tiene designios especiales que cumplir en ella, y esta noticia —aunque vaga— de sus futuros destinos la obliga a consagrar a la oración todas las horas del día, incluso las que dedica a la labor, y lamenta no poder continuarla durante el sueño. Su oración es devota, reverente y fervorosa, manifestando su profundo respeto y viva fe en la presencia de Dios en la composición exterior y reverente postura del cuerpo, pues ora de rodillas, siempre que no se lo impida alguna indisposición grave, aunque prolongue su oración y le duelan las rodillas. Me refiero a la oración que hace en las horas libres del trabajo manual u ocupaciones exteriores.


7. Faltas e imperfecciones


                    La pureza de conciencia, abstracción de criaturas y la perfección de la vida no es la misma en todas las almas penitentes o principiantes en esta primera etapa de su vida espiritual, sino que varía según la diversidad de sus respectivas vocaciones, de su carácter y de los vicios que contrajeron en su vida pecadora, por lo que no se puede precisar el mayor o menor número de faltas que cometen o pueden cometerse, ni el grado de perfección en que practican las virtudes, pues acontece que en los ejercicios piadosos, mientras algunas almas sensuales, o que lo fueron, de naturaleza ardiente y mal inclinada, cometen muchas faltas e imperfecciones, otras más espirituales y mejor equilibradas no cometen ninguna, y así en todo lo demás. Sin embargo, no hay ninguna tan perfecta y pura que no cometa algún pecado venial o muchos, por lo menos indeliberadamente, y todas sienten los primeros movimientos de una o de varias pasiones y la rebelión de la carne contra el espíritu, cuando este las arrastra a la inmolación de sus apetitos desordenados.

                    Algunas almas suelen padecer frecuentes y fortísimas tentaciones contra una o varias virtudes, y aun puede suceder que, vencidas de la tentación, cometan algún pecado grave y vuelvan a levantarse, para proseguir su marcha hacia la perfección. Laus Deo.


¿QUIÉN FUE LA MADRE MARÍA ÁNGELES SORAZU?


                    Florencia Sorazu Aizpurua nació el 22 de Febrero de 1873, en Zumaya (Guipúzcoa, España),  fue bautizada al día siguiente, en la Parroquia de San Pedro, en su pueblo natal. Desde su más tierna infancia Florencia se vio adornada de gracias sobrenaturales, que de algún modo anunciaban una predilección por parte de Dios. 

                    Creció humana y espiritualmente, venciendo las dificultades y luchas propias de su edad; el 26 de Agosto de 1891 ingresó en la Orden de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Valladolid. Al recibir el hábito blanco de la Orden tornó su nombre por el Sor María de los Ángeles: "María" por su amor a Nuestra Señora y "de los Ángeles" por la devoción que siempre tuvo a los Espíritus Celestiales. Realizó la Profesión solemne de votos el 6 de Octubre de 1892, y desde entonces se entregó con todo su ser a Jesucristo y a María Inmaculada. 

                    En Julio de 1907 el Señor permitió que comenzara una purificación interior, que la dispuso interiormente para el Matrimonio Espiritual, gracia que finalmente recibió el 10 de Junio de 1911. La Madre Sorazu, por obediencia a su Director, fue dejando constancia escrita de los aspectos de la vida de unión con Dios, su contemplación de la vida humana y divina de Jesucristo, los atributos divinos, la lectura y comentario de diversos pasajes bíblicos, destacando sus escritos referentes a la Virgen María.

                    En la Navidad de 1920 hace unos Ejercicios Espirituales de cuarenta días con la intención de prepararse para la Vida del Cielo. El 28 de Agosto de 1921, la Madre María Ángeles Sorazu expiraba tras haber compartido los padecimientos de Cristo, que según ella tanto deseó y pidió en su oración.




viernes, 19 de septiembre de 2025

APARICIÓN DE LA VIRGEN NUESTRA SEÑORA EN LA MONTAÑA DE LA SALETTE

  

...Lo dijo Nuestra Señora en La Salette 
y lo vemos cumpliéndose ahora a grandes pasos. 
Por nuestra parte lo hemos dicho siempre… 
Fruto innegable de las reformas del anómalo 
Concilio Vaticano II y de las reformas de 
los 
Papas posteriores, la Fe se ha perdido en masa. 
La Gran Apostasía, es perfectamente visible. 

Fabián Vázquez, Director de Radio Cristiandad 
(+ 24 Febrero de 2015)




                   Quiso Nuestra Santa Madre manifestarse a un mundo convulso, pero como ocurre con casi todas las manifestaciones celestiales, no buscó la Virgen María un lugar concurrido, sino que, como en Belén, dio a luz este Aviso de forma casi anónima.Fue en una meseta montañosa al sudeste de Francia, cerca del poblado de La Salette. Un niño llamado Maximino Giraud, de once años y la joven Melania Mathieu, de quince años, estaban cuidando el ganado. Melanie estaba acostumbrada y entrenada a este tipo de trabajo desde que tenía nueve años de edad, pero todo era nuevo para Maximino. Su padre le había pedido que lo hiciera como un acto generoso para cooperar con el granjero que tenía a su ayudante enfermo por esos días. 

                   Según el propio Relato de Melania: El día 18 de Septiembre de 1846, víspera de la Aparición de la Santísima Virgen, estaba yo sola, como siempre, cuidando el ganado de mi amo, alrededor de las once de la mañana vi a un niño que se aproximaba hacía mí. Por un momento tuve miedo, pues me parecía que todos deben saber que evitaba todo tipo de compañía. El niño se acercó y me dijo: "Hey niña, voy a ir contigo, soy de Corps". A estas palabras mi malicia natural se mostró y le dije: "No quiero a nadie a mi alrededor. Quiero estar sola". Pero el, siguiéndome, dijo: "Mi amo me envió aquí para que contigo cuidara el ganado. Vengo de Corps". Me separé molesta de el, dándole a entender que no quería a nadie alrededor mío. Cuando estaba ya a cierta distancia me senté en la hierba. Usualmente de esta forma hablaba a las florecitas o al Buen Dios.

                   Después de un momento, detrás de mí estaba Maximino sentado y directamente me dijo: "Déjame estar contigo, me portaré muy bien". Aún en contra de mi voluntad y sintiendo un poco de lástima por Maximino le permití quedarse. Al oír la campana de la Salette para el Angelus, le indiqué elevar su alma a Dios. El se quitó el sombrero y se mantuvo en silencio por un momento. Luego comimos y jugamos juntos. Cuando cayó la tarde bajamos la montaña y prometimos regresar al día siguiente para llevar al ganado nuevamente.

                  Al día siguiente, sábado, 19 de Septiembre, de 1846, el día estaba muy caluroso y los dos jovencitos acordaron comer su almuerzo en un lugar sombreado. Melania había descubierto que Maximino era muy buen niño, simple y dispuesto a hablar de lo que ella deseara. Era muy flexible y juguetón, pero si un poco curioso. Llevaron el ganado a una pequeña quebrada y encontrando un lugar agradable decidieron tomar una siesta. Ambos durmieron profundamente. Melania fue la primera en despertar. El ganado no estaba a su vista, entonces rápidamente llamó a Maximino. Juntos fueron en su búsqueda por los alrededores y lo encontraron pastando plácidamente.

                   Los dos jóvenes volvían en la búsqueda de sus utensilios donde habían llevado su almuerzo y cerca de la quebrada en donde habían hecho la siesta divisaron un globo luminoso que parecía dividirse. Melania pregunta a Maximino si el ve lo que ella esta viendo. ¡Oh Dios mío!, exclamó Melania dejando caer la vara que llevaba. Algo fantásticamente inconcebible la inundaba en ese momento y se sintió atraída, con un profundo respeto, llena de amor y el corazón latiéndole más rápidamente. Vieron a una Señora que estaba sentada en una enorme piedra. Tenía el rostro entre sus manos y lloraba amargamente. Melania y Maximino estaban atemorizados, pero la Señora, poniéndose lentamente de pie, cruzando suavemente sus brazos, les llamó hacía ella y les dijo que no tuvieran miedo. Agregó que tenía grandes e importantes nuevas que comunicarles. Sus suaves y dulces palabras hicieron que los jóvenes se acercaran apresuradamente. Melania cuenta que su corazón deseaba en ese momento adherirse al de la bella Señora.

ERA ALTA Y MAJESTUOSA

                    La Señora era alta y de apariencia majestuosa. Tenía un vestido blanco con un delantal ceñido a la cintura, no se podría decir que era de color dorado pues estaba hecho de una tela no material, más brillante que muchos soles. Sobre sus hombros lucía un precioso chal blanco con rosas de diferentes colores en los bordes. Sus zapatos blancos tenían el mismo tipo de rosas. De su cuello colgaba una cadena con un crucifijo. Sobre la barra del crucifijo colgaban de un lado el martillo y del otro las tenazas. De su cabeza una corona de rosas irradiaba rayos luminosos, como una diadema. En sus preciosos ojos habían lágrimas que rodaban sobre sus mejillas. Una luz más brillante que el sol pero distinta a éste le rodeaba.

                      Le dijo a los jóvenes que la mano de su Hijo era tan fuerte y pesada que ya no podría sostenerla, a menos que la gente hiciera penitencia y obedeciera las leyes de Dios. Si no, tendrían mucho que sufrir. "La gente no observa el Día del Señor, continúan trabajando sin parar los Domingos. Tan solo unas mujeres mayores van a Misa en el verano. Y en el invierno cuando no tienen más que hacer van a la iglesia para burlarse de la Religión. El tiempo de Cuaresma es ignorado. Los hombres no pueden jurar sin tomar el Nombre de Dios en vano. La desobediencia y el pasar por alto los Mandamientos de Dios son las cosas que hacen que la mano de Mi Hijo sea más pesada".

                    La Santísima Virgen continuó conversando y les predijo una terrible hambruna y escasez. Dijo que la cosecha de patatas se había echado a perder por esas mismas razones el año anterior (1). Cuando los hombres encontraron las patatas podridas, juraron y blasfemaron contra el Nombre de Dios aún más. Les dijo que ese mismo año la cosecha volvería a echarse a perder y que el maíz y el trigo se volverían polvo al golpearlo, las nueces se estropearían, las uvas se pudrirían (2). Después, la Señora comunica a cada joven un Secreto (3) que no debían revelar a nadie, excepto al Santo Padre, en una petición especial que él mismo les haría.

                   La Señora agregó que si el pueblo se convirtiera, las piedras y las rocas se convertirían en trigo y las patatas se encontrarían sembradas en la tierra. Entonces preguntó a los jovencitos: "¿Hacéis bien vuestras oraciones, hijos Míos?" Respondieron los dos: "¡Oh! no, Señora; no muy bien." ; "¡Ay, hijos Míos! Hay que hacerlas bien por la noche y por la mañana. Cuando no podáis hacer más, rezad un Padrenuestro y un Avemaría; y cuando tengáis tiempo y podáis, rezad más."

DESPUÉS DE LA APARICIÓN...

                   Con su voz maternal y solícita les termina diciendo: "Pues bien, hijos míos, decid esto a todo Mi pueblo". Luego continuó andando hasta el lugar en que habían subido para ver donde estaban las vacas. Sus pies se deslizan, no tocan más que la punta de la hierba sin doblarla. Una vez en la colina, la hermosa Señora se detuvo. Melania y Maximino corren hacia ella apresuradamente para ver a dónde se dirige. La Señora se eleva despacio, permanece unos minutos a unos metros de altura, mira al cielo, a su derecha (¿hacia Roma?), a su izquierda (¿Francia?), a los ojos de los niños, y se confunde con el globo de luz que la envuelve. Este sube hasta desaparecer en el firmamento.

                   Al principio solo algunos creían lo que los jóvenes decían haber visto y oído. Los campesinos que habían contratado a los jóvenes estaban sorprendidos que, siendo estos tan ignorantes, fueran capaces de transmitir y relacionar tan complicado mensaje tanto en francés, el cual no entendían bien, como en patuá (dialecto francés) en el cual describían exactamente lo que decían.

                   A la mañana siguiente Melania y Maximino fueron llevados a ver al Párroco. Era un Sacerdote de edad avanzada, muy generoso y respetado. Al interrogar a los jóvenes, escuchó todo el relato, ante el cual quedó muy sorprendido y realmente pensó que ellos decían la verdad. En la Misa del Domingo siguiente habló de la visita de la Señora y Su petición. Cuando llegó a oídos del Obispo que el Párroco había hablado sobre la Aparición desde el púlpito, éste fue reprendido y reemplazado por otro Sacerdote.

                   Melania y Maximino eran constantemente interrogados tanto por los curiosos como por los devotos. Ellos simplemente contaban la misma historia, repitiéndola una y otra vez. A los que estaban interesados en subir la montaña, les señalaban el lugar exacto donde la Señora se había aparecido. En varias ocasiones fueron amenazados de ser arrestados si no negaban lo que continuaban diciendo. Sin ningún temor y vacilación reportaban a todos los mensajes que la Señora había dado (4).

                   Surgió una fuente cerca del lugar donde la Señora se había aparecido y el agua corría colina abajo. Muchos milagros empezaron a ocurrir. Las terribles calamidades que fueron anunciadas se empezaron a cumplir. La terrible hambruna de patatas de 1846 se difundió, especialmente en Irlanda donde muchos murieron. La escasez de trigo y maíz fue tan severa que más de un millón de personas en Europa murieron de hambre. Una enfermedad afectó las uvas en toda Francia. Probablemente el castigo hubiera sido peor de no haber sido por los que acataron el mensaje de La Salette. Muchos comenzaron a ir a Misa. Las tiendas fueron cerradas los Domingos y la gente cesó de hacer trabajos innecesarios el Día del Señor. Las malas palabras y las blasfemias fueron disminuyendo.



 NOTAS

               1- Desde inicios de la década de 1840 Europa entera sufrió la conocida como "Penuria de la patata"; el hongo conocido como "tizón tardío", asoló las cosechas causando millones de muertes y provocando éxodos masivos a otras regiones.

               2- Tras la Aparición de la Virgen en La Salette, las vides francesas sufrieron diferentes plagas que no solo diezmaron las plantaciones, sino que acabaron con todas las cepas; así, no encontramos en el país galo ninguna especie de vid anterior a 1847.

               3- Toca en el siguiente título para leer EL SECRETO CONFIADO POR NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE a Melanie Calvat (Texto completo)

               4- En 1858, cuando debía hacerse público el Secreto de La Salette, Nuestra Señora se manifestó nuevamente en Francia, a Santa Bernarda Soubirous, en Lourdes.





jueves, 18 de septiembre de 2025

TERESA NEUMANN, la estigmatizada de Baviera

 


                   Un día después de la Estigmatización del Seráfico San Francisco de Asís, quiso la Divina Providencia que tuviera lugar la muerte de este mundo, para entrar a la Vida Eterna, de Teresa Neumann, Mística e hija de San Francisco en calidad de Terciaria de la Orden Franciscana Capuchina.

                   Teresa Neumann nació el 8 de Abril de 1898 en Konnersreuth, en la región norte de Baviera, Alemania; hija de un modesto sastre, siendo la primogénita de once hermanos. Teresa se empleó desde los catorce años en una granja  para aliviar la maltrecha economía familiar. 

SU PARTICULAR AMISTAD CON SANTA TERESITA

                   Era muy devota de Santa Teresita del Niño Jesús y por eso se encomendaba con frecuencia a la Santa de Lisieux, a quien tomó por compañera y madrina espiritual, sintiendo su intercesión en varias ocasiones; cuando Teresa Neumann era una muchacha sufrió dos graves caídas que la dejarían prácticamente inválida, pero justo en los días en que Santa Teresita era sucesivamente beatificada y canonizada, Teresa Neumann, por su intercesión era sanada.

                   Durante un incendio en un granero efecto Teresa se empeñó a fondo junto a sus vecinos para ayudar a extinguir el fuego, pero la joven sufrió una caída que le causaría una extraña enfermedad provocada por una luxación en la espina dorsal. Tenía veintiún años de edad y aquello solo era el comienzo de todos sus padecimientos posteriores que la tuvieron postrada en la cama muchísimos años, como una perfecta Alma Víctima: quedó casi inválida, ciega y hasta sorda; sus familiares la trasladaron a la buhardilla de la casa, esperando un fatal desenlace en cualquier momento. 

                    Sin embargo, el Cielo tenía otros planes para la joven Teresa; el día de la Beatificación de Santa Teresa de Lisieux (29 de Abril de 1923) tiene una aparición de la Santa. Cinco días más tarde recobra la vista después de transcurridos cuatro años sin poder ver. 

                   Dos años más tarde, el 17 de Mayo de 1925, mientras en Roma el Pontífice canonizaba a Santa Teresita del Niño Jesús, la joven Teresa Neumann vuelve a tener otra visión de la Santa de las rosas y es capaz de sentarse en la cama para luego echar a andar ante la mirada de su familia, que solo supo dar gracias a Dios ante el evidente Milagro, que fue comprobado por el Padre Naber, Párroco, y demás amigos de Teresa que habían sido testigos de su enfermedad. 

                   Unos meses más tarde, en Noviembre de 1925, Teresa cae nuevamente enferma, siendo una apendicitis el motivo de sus sufrimientos. Una vez más la intercesión de Santa Teresita la libera de una operación quirúrgica que los médicos veían necesaria para no morir. Santa Teresita le revelará que mediante sus continuos padecimientos salvará muchas almas, preparándola así para el sacrificio mayor que se aproximaba.




LOS SAGRADOS ESTIGMAS 

                   En la noche del Jueves al Viernes, del 4 al 5 de Marzo de 1926, vio Teresa a Cristo arrodillarse en el Huerto de los Olivos y lo oyó orar. Jesús la miró fijamente y en ese momento ella sintió en la región del corazón un dolor tan vivo que creyó morir. Al mismo tiempo fluyó sangre caliente de esa zona que continuó saliendo hasta el mediodía del Viernes. Teresa había sentido como si una espada puntiaguda le hubiera atravesado el corazón. 

                   Del Jueves Santo al Viernes Santo, del 1 al 2 de abril de ese año 1926, revivió la Pasión desde el Huerto de los Olivos hasta la Muerte de Jesús en la Cruz. Ese día aparecieron por primera vez las llagas de las manos y los pies, pero en la parte externa. Sus padres las vieron y se asustaron, llamando al Padre Naber, Párroco del lugar, que también quedó impresionado. 

                   El día de Pascua, Teresa estaba radiante de felicidad, viendo a Jesús Resucitado. El 15 de Abril de 1927, las llagas se hicieron visibles también en la parte interna de manos y pies. Los médicos intentaron con todos los medios posibles tratar de curarlas, pero todo fue inútil. Cuanto más el Doctor Seidl le ponía ungüentos y vendas, más dolor sentía y se le hinchaban más las manos y pies; de modo que terminaron por dejarla tranquila, pues, sin curaciones, las llagas no se hinchaban ni supuraban. 

                   Para evitar la curiosidad de la gente, se puso unos mitones - o medio guantes - para ocultar las llagas que tenían forma cuadrada. Estas llagas persistieron en Teresa Neumann hasta el fin de su vida y pudieron verse hasta en el lecho de muerte. 

                   A lo largo de 1927 Teresa Neumann recibió las llagas de la corona de espinas alrededor de su frente. Durante la Cuaresma de 1928 recibió la llaga de la espalda derecha. El 29 de Marzo de 1929 recibió por primera vez las llagas de la flagelación, que se reproducían cada año. A estas llagas hay que añadir las lágrimas de sangre que vertía en los éxtasis de los Viernes; especialmente de Cuaresma. Los exámenes médicos no podían reconocer ninguna causa justificada para estas lágrimas de sangre, pues no había ninguna erosión en sus ojos.

                   El Padre Gemelli, Sacerdote franciscano y Rector de la Universidad de Milán había examinado los estigmas del Padre Pío, y fue enviado por orden de la Santa Sede, a estudiar el caso de Teresa Neumann, certificando poco después que no había en ella ningún rasgo histérico y que aquellos fenómenos no tenían explicación natural.

VISIONES MÍSTICAS DE LA VIDA DE CRISTO

                    Además de las Visiones semanales de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, Teresa Neumann fue favorecida con estas otras: la del Nacimiento de Jesús la tuvo durante la noche de Navidad del año 1926; la de la Encarnación, el día 25 de Marzo de 1927; el día 6 de Agosto de 1926, tuvo la Visión de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor...

LOS DONES DE LA HIEROGNOSIS Y LA INEDIA EN TERESA NEUMANN

                   Desde 1922 su única comida consistía en la Sagrada Eucaristía (rechazando instintivamente la muchas formas no consagradas que le ponían delante para probarla, y donde quedó manifiesto que el Señor la había bendecido con el don de la hierognosis, mediante el cual se puede distinguir lo divino, lo bendito de lo profano). 

                   No fueron pocas las ocasiones en que al recibir la Sagrada Comunión entraba en éxtasis, incluso desde el momento en que el Sacerdote rezaba la fórmula Ecce Agnus Dei; en esos momentos, el rostro de Teresa se transformaba, iluminándose e impregnándola de una belleza angelical.

                   El Obispo Diocesano de Ratisbona nombró una comisión formada por médicos y religiosas bajo juramento y las muchas comisiones laicas que le hicieron seguimientos exhaustivos, y que confirmaron punto por punto que no había trampa alguna, siendo absolutamente cierto que vivía exclusivamente de la Sagrada Eucaristía. Teresa, en contra de toda lógica científica, mantuvo siempre su peso normal, alrededor de 60 kilogramos; su tez aparecía siempre sonrosada y su carácter desenfadado y bromista hacía reír con frecuencia a cuantos la visitaban.

TERESA NEUMANN Y LOS NAZIS

                  El fenómeno de la inedia fue también confirmado por la misma burocracia del Tercer Reich Alemán: en 1939 estalló la II Guerra Mundial e impusieron a la población un racionamiento que acabaría durando hasta finales de 1947. A partir de aquel momento, todos los alemanes tuvieron que adaptar el ritmo de sus vidas a una cartilla anual... excepto una persona: Teresa Neumann, a quien - ante la evidencia de que ni bebía ni comía- le fue inmediatamente retirada la cartilla por las autoridades nazis. Obtuvo en cambio la asignación de doble ración de jabón, dada la cantidad de ropa ensangrentada que había que lavar tras sus azarosos fines de semana. La GESTAPO, policía secreta alemana, la vigiló de cerca, e ella, su familia y al Párroco y Confesor de Teresa. 

                   El fenómeno de la inedia, que se caracteriza por el sostenimiento del cuerpo sin necesidad de ingerir alimentos, tan sólo la Sagrada Comunión, se prolongó en Teresa Neumann durante cuarenta años, siendo constatado por diversos facultativos del Reich alemán, que no eran precisamente simpatizantes con la figura de la Estigmatizada de Baviera.




MUERTE E INCORRUPCIÓN

                   El 15 de Septiembre de 1962 Teresa sufrió un ataque al corazón que le hizo sufrir fuertes dolores; entregaría su alma a Dios tres días después, el 18 de Septiembre, tras una vida llena de fenómenos místicos, relacionados en su mayoría con la estigmatización. Tras cinco días de ser expuesto su cadáver, sin tratamiento alguno para preservarlo, éste no mostraría síntomas de descomposición ni rigidez. Los seminaristas del Seminario para vocaciones tardías que Teresa había podido construir, cargaron el ataúd hasta el cementerio. Todo el pueblo de Konnersreuth estuvo presente en la despedida de la estigmatizada. Teresa sería sepultada cerca de la tumba de su hermana Otilia; a su costado sería enterrado en 1967 el Padre Naber, su Párroco y Director Espiritual.



miércoles, 17 de septiembre de 2025

SAN FRANCISCO RECIBE LAS LLAGAS DE CRISTO NUESTRO SEÑOR

 



                   En Septiembre de 1224, dos años antes de su muerte, se retiró San Francisco al Monte Alverna para consagrarse totalmente a la oración y la penitencia, y un día, mientras estaba sumido en contemplación, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo -manos, pies y costado- los estigmas de Su Pasión. Le sangraban, le causaban grandes sufrimientos y le dificultaban su vida y actividades, pero no cesó de viajar y predicar mientras sus fuerzas se lo permitieron.

                   En vida del Santo, sus compañeros más cercanos pudieron ver las llagas de manos y pies, y a partir de su muerte todos pudieron contemplar también la llaga del costado. El Papa Benedicto XI concedió a la Orden Franciscana celebrar cada año la memoria de este hecho, probado por testimonios fidedignos.

                   La Santa Madre Iglesia, al celebrar piadosamente en este día la conmemoración de la Impresión de las Llagas de la Pasión de Cristo en la carne de San Francisco, pide al Señor que encienda nuestros corazones con el fuego de Su Amor y nos otorgue la gracia de llevar pacientemente la Cruz de cada día.

                   La Iglesia pide hoy al Señor para nosotros sus hijos que seamos fortalecidos con la asidua meditación del Misterio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

                   Cada uno de nosotros llevamos también sobre nuestro cuerpo la santa señal de los Cristianos. Hemos sido ungidos, sellados y marcados con la señal salvadora de la Cruz en nuestro pecho y en nuestra cabeza al recibir el Santo Bautismo. Hemos sido marcados con la señal gloriosa de la Cruz redentora en nuestra frente al recibir el Crisma de la Confirmación.

                   Habremos de meditar, pues, cada día en el santuario de nuestro corazón el Misterio que envuelve la Cruz de Cristo y buscar en ella la fuerza y la inspiración para vivir conforme a la dignidad de nuestra condición de Cristianos, hijos de Dios por la gracia de la adopción bautismal.

                   San Buenaventura nos dejó escrito acerca de San Francisco, que “durante toda su vida no siguió otras huellas sino las de la Cruz, no se recreaba en otra cosa sino en meditar sobre la Cruz, ni predicaba otra cosa que no fuesen las dulzuras de la Cruz”.


RELATO DE LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS 
DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

                   Llegó el día siguiente, o sea, el de la Fiesta de la Cruz , y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:

                   -Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que Tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de Tu acerbísima Pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que Tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.

                   Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.




                   Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la Pasión de Cristo y Su infinita Caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.

                   Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la Cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la Pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado.

                   Durante esta admirable aparición parecía que todo el Monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el Monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.

                   En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:

                   -"¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que Yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de Mi Pasión, para que tú seas Mi portaestandarte. Y así como Yo el día de Mi Muerte bajé al Limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas Mis Llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al Purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Órdenes, o sea, de los Menores (Frailes), de las Monjas y de los continentes (Terciarios), y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la Gloria del Paraíso, a fin de que seas conforme a Mí en la muerte como lo has sido en la vida".

                   Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.

                   Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.




                   Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado; éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:

                   -Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.

                   Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera...



lunes, 15 de septiembre de 2025

LOS SIETE DOLORES de MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Corredentora de las almas

 

"¿A qué Te compararé? ¿A qué Te asemejaré, 
oh hija de Jerusalén? ¿A qué Te igualaré 
para consolarte, oh Virgen Hija de Sión? 
Porque grande como el mar es Tu destrucción" 

Libro de las Lamentaciones, cap. 2, vers. 13



              ¿Quién es esta Virgen de la que habla el Profeta con un tono tan triste? ¿Por qué es Su dolor tan profundo, que no se compara con ningún otro? Ciertamente, dudaríamos en creer que Jeremías se refería a la Inmaculada Madre de Jesús, si no fuera por el relato evangélico, que la retrata junto a la Cruz de Su Hijo moribundo.

                    Sí, es María, la incomparable Virgen de Judá, cuya alma pura jamás fue manchada por la más mínima mancha de pecado, y sobre cuya cabeza, sin embargo, se acumularon innumerables sufrimientos. Al predestinarla a ser Madre del Verbo, Dios también decretó que se convirtiera en Reina de los Mártires, pues le correspondía compartir todos los dolores que Su Divino Hijo soportó durante los treinta y tres años de Su vida mortal, y unir Sus propios sufrimientos a los del Verbo Encarnado, por la salvación de la Humanidad.

                    Con Jesús, María experimentó las penas del exilio, y con Él bebió los últimos sorbos de aquella amarga copa preparada por la malicia de los hombres para el Redentor del mundo. Los ultrajes dirigidos contra el Dios-Hombre recayeron sobre Ella, y se convirtió, en verdad, en la más afligida de las madres. Ofreció a Dios en el Calvario la Santa Víctima, y ​​soportó sin pestañear la amargura de la muerte. Finalmente, Su último y supremo dolor fue acompañar el adorable Cuerpo de Su Hijo al sepulcro: entonces Su desolación alcanzó Su clímax: «Me ha dejado desolada, consumida de dolor todo el día».

                    Cuando nos detenemos a considerar las cosas de este mundo, percibimos que esta tierra es un lugar de trabajo y angustia, no de alegría y descanso. Los afligidos constituyen la mayor parte de la humanidad, y los escasos consuelos que nos llegan no están exentos de una pizca de amargura.

                    Para el hombre mundano, interesado únicamente en el placer y el disfrute, la ley del dolor parece extremadamente dura: no puede someterse a ella, lo irrita y siempre está en busca de la fugaz imagen de la felicidad que se escapa de su alcance.

                    El hombre de Fe, en cambio, acostumbrado a contemplar todas las cosas a la luz de la Gracia de Dios, reconoce una admirable disposición de la Providencia en la ley del sufrimiento. Lejos de rebelarse contra esta ley, se somete a ella, la adora y se humilla bajo la mano que castiga. Bendice esta mano paternal tanto cuando golpea como cuando concede favores y gracias. El hombre de Fe comprende que Dios solo golpea para sanar, que esta tierra no es nuestra verdadera patria y que el sufrimiento es necesario para expiar el pecado. Ahora bien, ¿no somos todos pecadores? No nos preguntemos, entonces, si estamos llamados a sufrir.

                    Oh María, compañera inseparable de Jesús Crucificado, enséñame el secreto de esta divina ley del dolor, para que, en Tu escuela, aprenda, en virtud de los méritos de Jesucristo y de los tuyos, a someterme con corazón dispuesto a las disposiciones de la Providencia sobre mí.

                    María, exenta de todo pecado, no estaba naturalmente sujeta a la ley del dolor; como Adán en el Jardín del Edén, sólo habría experimentado alegría y gozo. Y sin duda, así habría sido si hubiera sido una criatura común y corriente. Pero en los Designios de Dios, María estaba predestinada a ser la Obra Maestra de la Gracia, y le correspondía pasar por el sufrimiento para alcanzar la perfección a la que había sido llamada.



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                    Además, como Madre del Redentor, María debía cooperar, cuanto una criatura podía hacerlo, con Jesucristo en la Obra de nuestra Redención, así como Eva en el Paraíso Terrenal había tenido parte en provocar nuestra ruina; y como el Salvador debía restaurarnos mediante el sufrimiento, así María debía beber con Él el cáliz amargo.

                    Además, estando María destinada a ser Madre del Género Humano, era necesario que conociera el dolor, para poder compadecerse de las miserias de Sus hijos nacidos en la tierra.

                    El Alma de María, por tanto, se sintió abrumada y sumida en una amargura solo superada por la de Su Hijo. «¡Oh todos los que pasáis por el camino, prestad atención y ved si hay dolor como el Mío!»


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María



domingo, 14 de septiembre de 2025

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ y la Devoción de "Los Mil Jesús"

  


"Nos autem gloriari opórtet 
in Cruce Dómini nostri Iesu Christi"

"Debemos gloriarnos 
en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo"

Carta de San Pablo a los Gálatas, cap. 6, vers. 14


                   La libertad otorgada a la Santa Iglesia por el Emperador Constantino tras la Victoria del Puente Milvio, fue una verdadera exaltación de la Santa Cruz, lo mismo que el hallazgo del Sagrado Madero por Santa Elena en el año 326. Sin embargo, la Iglesia recuerda también otro hecho.

                   Siglos más tarde, el Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino con sede en Constantinopla) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.

                   De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

                  La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca de Jerusalén y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol), Derkeveh, Urma, Saro...

                  El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.




                   Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de Cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia; quedó establecida la Celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.

                  A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 

                  Entonces, el Obispo Modesto, Patriarca de Jerusalén, recordó al Emperador Heraclio que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos harapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca impartió la bendición con la Sagrada Reliquia de la Cruz.


DEVOCIÓN DE "LOS MIL JESÚS"

               "El Nombre de Jesús es la más corta, la más fácil, la más poderosa de todas las plegarias. Nuestro Señor nos dice que podemos pedir al Padre en Su Nombre, por ejemplo, en el Nombre de Jesús, y recibiremos. Todas las veces que decimos ''Jesús", estamos diciendo una fervorosa oración por todo, todo lo que necesitamos"Padre Paul O´Sullivan



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viernes, 12 de septiembre de 2025

EL SANTO Y DULCE NOMBRE DE MARÍA

 

“Tu nombre y tu recuerdo son 
el deseo de mi alma; mi alma 
te ha deseado en la noche” 


Profeta Isaías cap. 26, vers. 8-9



                    Dios, habiendo decretado que se haría Hombre para la salvación del género humano, decidió al mismo tiempo que nacería de mujer, para que no sólo fuera semejante a nosotros por naturaleza, sino, además, fuera uno de nuestra raza.

                    Para el cumplimiento de sus designios, el Altísimo había elegido desde la Eternidad a una criatura a la que predestinó libremente a la sublime dignidad de Madre del Verbo, y también a ser la Receptora de todas las prerrogativas de la naturaleza y la gracia que tan alto oficio requiere. Por esta razón, Dios quiso elevar a esta criatura privilegiada, no solo por encima de todos los hombres, sino también por encima de todos los Coros Angélicos. No debe sorprendernos, entonces, que una mujer tan noble fuera, desde el principio, en razón del Gran Misterio que se cumpliría en Ella, objeto de la complacencia divina: «El Señor me poseyó en el principio de sus caminos, antes de hacer nada desde el principio» (Libro de los Proverbios, cap. 8, vers. 22).

                    Admira y adora, alma mía, con toda la humildad posible, la Justicia y la Misericordia de los caminos de Dios. Da gracias a este gran Señor por haberse dignado predestinar a una criatura sencilla, de naturaleza similar a la tuya, a tan alta dignidad. Al mismo tiempo, pídele la gracia de estar contenta y tranquila en el lugar que te ha asignado en esta tierra, y recuerda que las condiciones de la vida humana son todas por su disposición: así que querer alterarlas es desear la destrucción del orden social, que después de todo es Obra de Dios.

                    Era razonable esperar que el nombre de una mujer privilegiada como María comprendiera en su significado el oficio al que estaba llamada y los elevados privilegios que de ese oficio resultaban.

                    Este Bendito Nombre fue pronunciado por Dios en el mismo acto de predestinar a esta maravillosa criatura. Es más, podemos creer que Él mismo lo sugirió, por inspiración interior, a los padres de esta Niña predilecta, al llegar el momento de Su nacimiento. Este nombre es el Nombre de María. Puede significar tres cosas: soberanía, amargura y resistencia; tres ideas que representan las principales prerrogativas de Nuestra Gloriosa Reina.

                    En primer lugar, María, al convertirse en Madre del Verbo Encarnado, se convirtió también en soberana y señora del universo. Además, destinada por Dios a cooperar con Jesucristo en la redención de la humanidad, tuvo que sufrir los mayores tormentos que una criatura pura jamás haya padecido. Finalmente, en virtud de Su Inmaculada Concepción, fue la primera persona en liberarse del yugo impío del maligno y, así, en su propia persona, en ofrecer a Dios las primicias de la Redención. El Nombre de María, por lo tanto, es sinónimo de su grandeza incomparable, Sus insondables dolores y Sus espléndidas victorias.

                    ¡Bendito y Santo Nombre! Eres para mi alma una fuente de alegría inagotable: más dulce que la miel al paladar; más agradable al oído que la melodía más exquisita.

                    El Santísimo Nombre de María, unido al de Jesús, posee un poder oculto que ahuyenta al Demonio y llena de consuelo y esperanza el alma de quien lo pronuncia con fe amorosa. Es cierto que Dios ha concedido un poder benéfico de santificación y vida a la devota pronunciación de estos dos Nombres por parte de los Fieles, y esto precisamente porque Jesús y María son los objetos más queridos de Su Amor.




                    Es, pues, deber de todo Buen Cristiano pronunciar frecuentemente estos dos Santos Nombres con Fe, esperanza y reverencia. Debemos invocarlos en nuestras necesidades y hacer todo lo posible para evitar su uso indigno por parte de los profanos. ¡Ay! ¿Por qué Nombres tan grandes, tan Santos y a la vez tan queridos para nuestros corazones, se convierten a menudo en blanco de burla y burla?

                    ¡Oh Dios mío, que Tu gran y temible Nombre sea siempre santificado en los de Jesús, mi Salvador, y María, Su Santísima Madre! ¡En Ellos encontramos nuestra vida y nuestra salvación!


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María