miércoles, 15 de septiembre de 2021

LOS DOLORES DE MARÍA CORREDENTORA




               En el siglo V el Papa Sixto III consagró a María Nuestra Señora y a los Santos Mártires la Basílica Liberiana; en su ábside mandó colocar un mosaico en el que se representaba a la Santísima Virgen como Reina de los Mártires, pues Su unión con Su Divino Hijo en el Calvario, la hizo merecedora de tal título por soportar en Su Alma, mayores dolores y sufrimientos que todos los Mártires.

               La devoción a la Virgen Dolorosa arraigó en el pueblo católico a partir del siglo XIII, momento en el que aparece la Orden de los Servitas, consagrados a los Dolores de la Madre de Dios, que pronto popularizaron el hábito negro mediante su Orden Tercera. Nacieron entonces las dos conmemoraciones de esta Devoción: el Viernes de Dolores y el 15 de Septiembre. Ésta última, la que hoy celebramos, fue extendida a toda la Iglesia Universal por el Papa Pío VII en 1817, como gesto de agradecimiento a la Virgen tras ser liberado del exilio impuesto por Napoleón Bonaparte.

               La conmemoración de los Dolores antes de la Semana Santa, nos acerca a la meditación de la agonía que Nuestra Señora padeció a los pies de la Cruz; el recuerdo de este día es el del Dolor de María por la Santa Iglesia de Dios, sometida siempre a las pruebas, a las persecuciones y a los ataques de sus enemigos internos.

               Procura a lo largo de la jornada, honrar los Dolores de Nuestra Señora, mediante la recitación de Stabat Mater Dolorosa, compuesta en el siglo XIII por el franciscano Jacopone da Todi; otro método muy sencillo y que otras veces te he propuesto es el de meditar brevemente en Los Siete Dolores, acompañado de un Avemaría al final. Por último, y si el tiempo y la devoción te lo permiten, puedes recitar el Rosario de los Siete Dolores.


MARÍA DOLOROSA, CORREDENTORA

               "Junto a la Cruz de Jesús, estaba María, su Madre, que, movida de inmenso amor hacia nosotros para acogernos como hijos, ofreció voluntariamente a su Hijo a la justicia divina, muriendo en su corazón con Él, traspasada por una espada de dolor". (Papa León XIII, Encíclica Jucunda semper, 1894)

               "Ella comenzó a velar sobre la Iglesia, a asistirnos y protegernos como una Madre, de modo que después de haber sido cooperadora de la Redención humana, también se convirtió, por el inmenso poder que le fue otorgado, en la dispensadora de la gracia que fluye de esta Redención para siempre". (Papa León XIII, Encíclica Adjutricem populi, 1895)




               "La Santísima Virgen es Dispensadora Universal de todas las gracias, tanto por Su Divina Maternidad: que las obtiene de Su Hijo, como por Su Maternidad Espiritual: que las distribuye entre Sus otros hijos, los hombres. Esto lo hace subordinada a Cristo, pero de manera inmediata. Y ello por una específica y singular determinación de la Voluntad de Dios, que ha querido otorgar a María esta doble función: ser Corredentora y Dispensadora, con alcance universal y para siempre." (Pío X, Encíclica Ed diem illum, 2 de Febrero de 1904) 


MARÍA, REINA DE LOS MÁRTIRES 
Y DE LOS DOLORES

               Sobrado era la muerte de Jesús para salvar al mundo, y aun a infinitos mundos; pero quiso esta buena Madre, por el amor que nos tiene, con los méritos de sus dolores que ofreció por nosotros en el Calvario, concurrir a la causa de nuestra salvación. Y por eso dice San Alberto Magno que así como nosotros estamos obligados a Jesús por su pasión sufrida por nuestro amor, así también estamos obligados a María por el martirio que en la Muerte del Hijo quiso padecer voluntariamente por nuestra salvación... porque conforme reveló el Ángel a Santa Brígida, esta tan piadosa como Benigna Madre nuestra prefirió sufrir todas las penas antes que ver privadas de redención a las almas y sumidas en su antigua perdición...



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               ¡Oh Madre mía Dolorosa! Reina de los Mártires y de los Dolores, que tanto llorasteis a vuestro Hijo sacrificado por mi salud, ¿de qué me aprovecharán vuestras lagrimas si me condeno?.

               Por los méritos pues de vuestros Dolores, alcanzadme un verdadero dolor de mis pecados y una verdadera enmienda de vida, con una perpetua y tierna compasión de la pasión de Jesús y de vuestros Dolores. Y si Jesús y Vos, siendo tan inocentes, tanto habéis padecido por mí, conseguidme que yo, reo del infierno, padezca también alguna cosa por vuestro amor. Oh Señora, os diré con San Buenaventura, si Te ofendí, justo es que hieras mi corazón; si Te he servido, Te pido por merced que le hieras. Oprobio es para mí quedar ileso, viendo a Jesús mi Señor lleno de heridas y herida también a Vos. Finalmente, oh Madre mía, por la pena que sentisteis viendo delante de los ojos a vuestro Hijo entre tantas penas inclinar la cabeza y expirar en la Cruz, os suplico me alcancéis una buena muerte. 

               ¡Ah! No dejéis entonces, oh Abogada de los pecadores, de asistir a mi afligida y combatida alma en aquel tremendo tránsito que deberé hacer a la eternidad. Y porque entonces acaso perderé el habla y la voz para invocar vuestro Nombre y el de Jesús, que sois todas mis esperanzas, por eso desde ahora invoco a vuestro Hijo y a Vos para que me socorráis en aquel último instante, y digo: Jesús y María, a vosotros encomiendo el alma mía. Amén.


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



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