"El Clero ha acogido el Secreto con orgullo; pues este Secreto descubre las llagas que trata de cubrir con el velo de una devoción, toda fingida, toda superficial, mientras el Secreto ha levantado una punta del velo; entonces el Clero grita como antaño el sumo sacerdote: ha blasfemado… El Secreto sólo propone la observancia de la Ley de Dios, sólo se lamenta por la inobservancia de esta misma Ley… Por otro lado, ¿no sabemos acaso que Nuestro Señor, fue condenado, fue crucificado por los Sacerdotes…? Y hoy día de nuevo, sí, sí son los Sacerdotes la causa de nuestros males, porque ellos no son fieles a su vocación".
Mélanie Calvat, vidente de La Salette, Carta al Padre Le Baillif, 10 de Julio de 1882
El Obispo de Lecce (al sur de Italia) Monseñor Salvatore Luigi Zola, con fama de Santo, era protector y confesor de Melanie Calvat cuando dio su autorización en 1879, para que Melanie redactase la historia de lo acontecido en la Aparición de La Salette así como el Secreto confiado por la Virgen. El libro es atacado de inmediato por la masonería, infiltrada en el clero y entre el episcopado francés, y por esas presiones, Roma termina poniéndolo en el Índice de libros prohibidos.
Pese a que en los últimos años se ha aireado el "descubrimiento casi milagroso" de aquella primera carta que Melanie envió al Pío IX, y en donde no se citan muchos de los acontecimientos y profecías que la vidente sí incluiría en la segunda versión, insistimos en que en el momento de aquella primera redacción, Melanie sabía que incumplía con lo pedido por Nuestra Señora, que le autorizaba a hablar del Secreto doce años más tarde de la Aparición; Melanie, lejos de la imagen de mujer inconstante que han tratado de tejer en torno a ella, fue una valiente defensora del espíritu inicial de La Salette y hasta el último día mantuvo la integridad de su testimonio. Aquella primera redacción, la realizó Melania por los engaños del Arzobispo de Lyon, colaborador del régimen francés, por lo que años después, consciente de la farsa, la vidente volvió a redactarlo bajo la protección de su amigo Monseñor Zola, que autorizó su publicación.
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