Para calmar esta sed entré en la religión y profesé en la Orden del Carmen, pues en este valle de destierro es para mí la religión la fuente escondida y cerrada donde Dios me da a beber la prometida agua suya , que es agua viva de amor de Cielo y comunica vida eterna.
Muy al contrario de lo que el mundo piensa, no vine a la religión a morir, sino a recibir vida verdadera y llenarme de vida; a que Dios ponga en mi alma su vida prometida. Muy gozoso repito mil veces las palabras del Salmo: “No moriré, sino que viviré y cantaré las grandezas del Señor”.
Lo he querido dejar todo y he abrazado mi Orden para vivir la vida verdadera, la vida de gracia y de virtud, que es vida de Dios; es vida que siempre alegra y nunca sufre ocaso. El mismo Dios que me la ha prometido quiere dármela; quiere saciarme en su casa con esta vida de amor divino y hacerme entrar en una luz sin sombras, en una vida sin desfallecimientos.
Jesús me ha dicho: Yo soy la vida y quiero dártela a ti; y me trae a su casa a que viva en Él mismo y participe de esa vida divina, cada vez más intensa, haciéndome con ella, en cierto modo, divino.
No es soberbia, Dios mío, ni presunción ni desordenado atrevimiento de este pobre corazón mío pensar de este modo y desear y esperar vivir vuestra misma vida aún en este destierro. Sería inexplicable soberbia si a mí se me hubiera ocurrido; pero me lo enseñaste Tú como Padre mío y me lo mandaste. Quiero, humilde y obediente, seguirte; quiero, rendido y fiel, ofrecerme a Tu voluntad y con ella conseguir tanta dicha.
Como en Adán fue desordenada soberbia y tentación aquél “seréis como dioses” que le dijo la serpiente, porque engendró en él ansia de independencia y altanería y desobedeció a Dios, quiere mi Padre Celestial que este anhelo de vivir vida divina, que Él me manda tener, engendre en mí ansia y sed no independizarme, sino de entregarme en sus manos, de ofrecerme humilde y en absoluto a su voluntad; ansia y sed de hacer desaparecer el yo, con todo mi amor propio y mi miseria para unirme rendidamente a Dios y hacerme uno con Su Voluntad, y de este modo triunfa la gracia y toma Dios posesión de mí, comunicándome Su Vida.
Debo negarme a mí mismo para poder llegar a recibir de la mano de Dios Su prometida vida, que es gracia y santidad, que es amor de Dios y gozo en Dios.
He venido al mundo, llamado por Dios, a vivir a Dios y en Dios. ¡Qué verdad más deslumbrante, más bella y encantadora!.
Ciertamente que este vivir a Dios no es fácil ni aún posible a nuestra pequeñez. Grandes obstáculos nos lo dificultan, y el principal obstáculo somos nosotros mismos; nos los ponemos nosotros mismos.
Para que ese hermoso ideal y deseo de vivir a Dios se realice en mí y pueda recibir yo la vida de Dios con plenitud, he de hacer antes desaparecer todos los obstáculos, destruir y arrancar todo lo que es miseria moral mía, flaqueza y maldad mía, acabar con mi amor propio, conocer mi impotencia y ver que es Dios sólo, exigiendo mi cooperación, quien me da Su vida y santidad.
Únicamente negándome de este modo, y poniéndome vigilante en esperanza en Dios me prepararé para recibir la hermosura que Dios quiere comunicarme.
¡Oh Dios mío, que me queréis dar vuestra vida! Haced que yo me prepare y os la pida y muestre mi deseo de recibirla. Haced que quiera de veras, que quiera eficazmente, que quiera con humildad y determinado querer.
Mas, por mucho que yo lo quiera, ¿será posible que pueda participar de la Vida de Dios?. Esa Vida es superior a mis fuerzas; pero Dios es mi Padre, y me dice por Jesucristo: quiero que seas uno Conmigo, quiero comunicarte mi vida; no pongas obstáculos, déjate deshacer para que te pueda vivificar.
Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo
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