La Iglesia tiene enemigos, y los tiene muy poderosos. Y tiene enemigos sobrenaturales, con visión sobrenatural de la Iglesia . Ya lo dice el Apóstol: «no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires»(Carta a los Efesios, 16, 12). Y en la tierra hay enemigos de la Iglesia con visión diabólica. Y estos enemigos, se proponen utilizar en la medida de lo posible a elementos de la Iglesia misma en la edificación de su ciudad de la Contra Iglesia.
Porque el enemigo -y el progresismo cristiano va en esto a la zaga de los enemigos de la Iglesia-, va a tratar de aprovechar este misericordioso acto de la Iglesia como una victoria que autoriza a ablandar el Catolicismo y, en consecuencia, a rechazarlo en su formulación «tradicional», «íntegra», «romana», «tomista». Se va a tratar entonces de utilizar esta actitud de apertura de la pastoral de la Iglesia hacia el hombre moderno para demoler y deshacer ese bastión representado por el Catolicismo «tradicional» y «romano».
La Iglesia, Esposa legítima de Jesucristo, puede estar expuesta a un peligroso parangón con fámulas de orden inferior, si los ojos que han de ser la estimación son también de rango inferior. Además que la saludable voluntad de la Iglesia para un clima de leal libertad religiosa puede ser utilizada en manos de un Enemigo poderoso justamente en contra de la Verdad religiosa y la Cátedra Romana, única Verdad que tiene derecho nato a la más total libertad.
La Iglesia y el mundo moderno, Buenos Aires, 1966
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