Solo María halló gracia delante de Dios sin auxilio de ninguna creatura. Solo por Ella han hallado gracia ante Dios cuantos después de Ella la han hallado, y solo por Ella la encontrarán cuantos la hallarán en un futuro.
Ya estaba llena de gracia cuando la saludó el Arcángel San Gabriel. Quedó sobreabundantemente llena de gracia cuando el Espíritu Santo la cubrió con su sombra inefable. Y siguió creciendo de día en día y de momento en momento en esta doble plenitud, de tal manera que llegó a un grado inmenso e incomprensible de gracia.
Por eso el Altísimo la ha constituido Tesorera única de Sus riquezas y Dispensadora exclusiva de Sus gracias para que embellezca, levante y enriquezca a quien Ella quiera; haga transitar por la estrecha senda del Cielo a quien Ella quiera; introduzca, a pesar de todos los obstáculos, por la angosta senda de la vida a quien Ella quiera; y dé el trono, el cetro y la corona regia a quien Ella quiera.
Jesús es siempre y en todas partes el fruto e Hijo de María; y María es en todas partes el Verdadero Árbol que lleva el fruto de Vida y la Verdadera Madre que lo produce.
Solo a María ha entregado Dios las llaves que le dan entrada a las bodegas del Amor Divino y el poder entrar y dar entrada a los demás por los caminos más sublimes y secretos de la perfección.
Solo María permite la entrada en el Paraíso terrestre a los pobres hijos de la Eva infiel para pasearse allí agradablemente con Dios, esconderse de sus enemigos con seguridad, alimentarse deliciosamente -sin temer ya la muerte- del fruto de los árboles de la vida y de la ciencia del bien y del mal, y beber a boca llena las aguas celestiales de la hermosa fuente que allí mana en abundancia. Mejor dicho, siendo Ella misma este Paraíso terrestre o tierra virgen y bendita de la que fueron arrojados Adán y Eva pecadores, permite entrar solamente a aquellos a quienes place para hacerlos llegar a la Santidad.
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