Estos grandes Santos, llenos de gracia y celo apostólico, serán escogidos por Dios para oponerse a sus enemigos, que bramarán por todas partes. Tendrán una excepcional devoción a la Santísima Virgen, quien les esclarecerá con Su Luz, les alimentará con Su leche, les guiará con Su Espíritu, les sostendrá con Su brazo y les protegerá, de suerte que combatirán con una mano y construirán con la otra.
Con una mano combatirán, derribarán, aplastarán a los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras con sus idolatrías y a los pecadores con sus impiedades. Con la otra edificarán el Templo del verdadero Salomón y la Mística Ciudad de Dios, es decir, la Santísima Virgen...
Con sus palabras y ejemplos atraerán a todos a la verdadera Devoción a María. Esto les granjeará muchos enemigos, pero también muchas victorias y gloria para Dios solo. Es lo que parece haber predicho el Espíritu Santo con las palabras del Salmista: "Para que se sepa que Dios gobierna a Jacob y hasta el confín de la tierra. Vuelven por la tarde, ladran como perros, merodean por la ciudad"(Salmo 59, 14-16).
Esta Ciudad a la que acudirán los hombres al Fin del Mundo para convertirse y saciar su hambre de Justicia es la Santísima Virgen, a quien el Espíritu Santo llama Morada y Ciudad de Dios.
San Luis María Grignión de Montfort
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