lunes, 8 de enero de 2024

ÉL NO DEJA DE MIRARTE Y DE HABLARTE; "YO EN DIOS o EL CIELO", por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo de Las Batuecas, capítulo 2, puntos 11-13

 


Una de las pocas fotografías del autor de "Yo en Dios o el Cielo", 
el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo

               11- La esperanza del Cielo alentaba a los Mártires en sus tormentos. La esperanza del premio en la felicidad del Cielo daba perseverancia a los penitentes en sus sacrificios y sostenía a los confesores en sus trabajos. La esperanza de la imperecedera felicidad presenta la hermosa y brillante corona de dicha en el Cielo como premio de su perseverancia en las virtudes. 

               Cuando en Marsella el juez que condenaba a terribles tormentos de martirio a San Víctor, pretendía burlarse del Mártir porque dejaba la brillante carrera militar por las engañosas promesas futuras de los Cristianos, el Santo le dijo: La prueba concluyente de la seguridad de estos bienes del Cielo, que esperamos, son los suplicios que padecemos con tanta alegría sólo por alcanzarlos. Aquí estoy yo pronto para servir de nuevo ejemplo (1). ¿Qué inquietud ni tristeza podía producirle perder el brillo humano de la carrera militar, si se iba con la palma del martirio a las delicias del Cielo eterno? La gracia especial de Dios fortalecía su alma para perseverar gozoso en los tormentos del martirio por dolorosos que fueran; eran el testimonio de su amor a Dios y le proporcionaban mayor premio y gloria imperecedera en el Cielo. 

               ¿Qué podía mover a vivir en las soledades, aislados de la sociedad y del comercio de los hombres en una vida muy austera y dura, en silencio y oración, a tantos solitarios como vivieron en los desiertos y a tantos muy recogidos que viven en los conventos, ofrecidos del todo a Dios, si no es la esperanza del premio del Cielo? 

               Cuando sentían el cansancio y la prueba de su vida de silencio, de penitencia, de soledad, se animaban a sí mismos como el grande San Macario y San Arsenio y animaban a sus discípulos no sólo repitiendo las palabras de ¿a qué viniste a la soledad?, sino que desesperezaban el tedio de su cuerpo y de su espíritu con estas otras más valientes: ¿Para esto dejaste aquello?, pues habían dejado muchos bienes y honras y se habían abrazado con la pobreza y ser desconocidos por la esperanza del Cielo. 

               ¿Qué esperaba en la tierra quien lo había dejado todo por Dios? En el retiro con Dios no tenían apego a esta vida de la tierra y suspiraban por la vida del Cielo. La vida de la tierra siempre es destierro. Esperamos el Cielo. Tenemos la confiada esperanza de ser felices para siempre en el Cielo. Esperamos vivir la felicidad perfecta e insoñable en el mismo Dios. Esta esperanza animaba y alegraba al solitario que encontró un rey, y preguntándole el rey si no vivía triste estando tan solo, le respondió el solitario que tenía un secreto que se lo alegraba todo. Deseando el rey saber ese secreto, le dijo el solitario que mirara por un agujerito de su ermitilla y viera. El rey nada veía, y le dice de nuevo el solitario: "¿No ve el firmamento, el Cielo? ¡Aquel Cielo todo me lo alegra! ¡Aquel Cielo para siempre!... ¿No voy a estar alegre?" 

                12- La esperanza del premio del Cielo daba fortaleza y contento a tantos Mártires que por confesar a Cristo y no perder el Cielo abrazaron tormentos insufribles sin una gracia especial del Señor. La esperanza de que serían largamente recompensadas sus penitencias y su apartamiento de lo mundano llenó las soledades y lugares retirados de almas heroicas en Santidad y continúa llenando los conventos; almas santas que renuncian a la abundancia y abrazan la pobreza con sus molestas incomodidades, y el retiro y el silencio para vivir más perfectamente las virtudes en Dios y con Dios y como en antesala del Cielo. 

               Ninguno abraza el martirio, ni la penitencia, ni el silencio, ni se abstiene de las diversiones y disipaciones, ni de los goces del mundo, ni se aparta del trato de los hombres, por gusto y recreo del cuerpo. Todos abrazaron y sacrificaron sus gustos y complacencias, como los abrazan y sacrifican hoy, por el premio del Cielo y para amar más a Dios. 

               Renuncian a lo mundano y matan su amor propio y propio gusto para crecer hasta transformarse en el amor de Dios, para hacer la Voluntad de Dios en todo y ganar mucho Cielo. La fe me enseña que calladas e imperceptibles armonías de Cielo y fragancias de Paraíso y luces del Empíreo embellecen y sobrenaturalizan el silencio de los conventos, y multitud de Ángeles y Bienaventurados llena la soledad de la celda y el retiro de los claustros, y Dios acompaña y habita amoroso en el alma que se retiró de los hombres para ser su morada. 

               No está mi alma sola cuando, siguiendo el llamamiento de Dios, me retiro con Él a solas. Sé con certeza de Fe que Dios está presente en mí, está siendo mi vida, está transformando misteriosamente mi alma para unirla en amor con Él y hacerla amor suyo, y con Dios están los Ángeles y Bienaventurados, con los que he de vivir y gozarme después en el Cielo. Viviendo así en Dios y con la compañía de los Ángeles en mi retiro, esperaré ansioso, en prueba o en gozo, el momento en que Dios me llame a verle ya glorioso y me llene de felicidad en el Cielo. 

               Mira al Cielo, alma mía, mira a tu Dios mientras vives en la tierra, y habla con Él esperando el alborear del día de la felicidad en su Gloria. Mira al Cielo, habla y mira a Dios presente en ti y en quien vives, aunque ahora parece oculto; déjalo todo por vivir y amar a Dios, tu Cielo, y, sumergida en Dios, esperarás ansiosa el momento de entrar en la Gloria, donde te llenará de dicha y felicidad; mira la Corona de Gloria con que coronará tus privaciones y tu amor en la tierra, pues no son de comparar los sufrimientos presentes con aquella Gloria prometida (Rom 8, 18). 

               13- Decídete a vivir como ciudadano del Cielo, según consejo de San Pablo (Filip 3, 20). Con diligencia atiende a que tu conversación y tus pensamientos y amores sean sobre el Cielo y con el Creador del Cielo, que es tu Padre, como son los pensamientos, conversaciones y amores de los Ángeles. 

               Considera como dichas para ti las palabras que con ternura inmensa dijo Dios a Santa Teresa: Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con Ángeles (2); practícalo como ella, pues para eso te ha creado el Señor; vive con Dios y con los Ángeles y será tu vida como ensayo de la del Cielo, llena de luz y de amor. Habla con Dios y con los ciudadanos del Cielo, que, aun cuando tus oídos no oigan su contestación, ellos la grabarán siempre en tu alma con verdades de Gloria, y transformarán en Cielo tu retiro y a ti misma. Mírate en la hermosura de Dios, y mira tu retiro lleno de armonías y luces de Dios; pues estás en Dios, háblale, mírale. Él no deja de mirarte y de hablarte y ofrecerte Su Amor. 

               No preguntemos ni a los hombres de sociedad, ni a los destacados en sola ciencia humana, ni aun a los teólogos que cultivan poco el trato con Dios, que nos aclaren el heroísmo de estas almas admirables que lo dejan todo para ser totalmente de Dios en sobrenatural retiro. Sólo los que viven el Amor de Dios tienen luz de Cielo para comprender el tesoro, la ganancia y la hermosura de esta vida con Dios en ejercicios de virtudes, y es natural la menosprecien y desestimen los no espirituales, posponiéndola a la actividad y al trato y conversación con los hombres, como juzgaron despilfarro el bálsamo que la Magdalena vertió para ungir a Jesús. Ignoran lo que se gana en estar con Dios y tratar con Dios. Las almas de trato y amistad con Dios y de sabiduría de Cielo repetirán como la suma de la perfección y de la ganancia: "Olvido de lo criado, memoria del Criador, atención a lo interior y estarse amando al Amado" (3)


NOTAS

1) P. Juan Croisset, Año Cristiano, 21 de julio.
2) Santa Teresa de Jesús: Vida, 24, 7.
3) San Juan de la Cruz: Poesías. Suma de la perfección.




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