lunes, 31 de agosto de 2020

SANTO DOMINGUITO DEL VAL, Mártir de los deicidas




               Domingo del Val nació en Zaragoza en 1243, era hijo de los infanzones Sancho del Val, notario de la ciudad, e Isabel Sancho. Piadoso monaguillo, asistía a diario a los cultos además de participar con otro niños en el coro de la Catedral de La Seo (Zaragoza, España).

               El Miércoles 31 de Agosto de 1250, pasaba por las estrechas calles del barrio judío de Zaragoza, cuando, de repente, Mosé Albayucet, un usurero judío según cuentan las antiguas versiones, se abalanzó sobre él y le raptó para llevarle a casa de uno de los rabinos principales de la ciudad. Allí le dijeron: «Querido niño, no queremos hacerte mal ningún, pero si quieres salir de aquí tienes que pisar ese Cristo». «Eso nunca. Es mi Dios. No, no y mil veces no», respondió con firmeza Dominguito. «Acabemos pronto», apremiaron los judíos mientras acercaban una escalera, un martillo y unos clavos para crucificar al niño, además de colocarle una corona de zarzas sobre su rubia cabellera, para que el parecido con Jesús fuera mayor. 

               Tras el crimen del inocente niño, los judíos procuraron hacer desaparecer el cuerpo. Le cortaron la cabeza y los pies, que lanzaron al pozo que tenían en la casa, mientras que el resto del cuerpo lo enterraron en la orilla del Ebro, muy cerca del actual pozo de San Lázaro junto al Puente de Piedra. Mientras, la ciudad se volcaba buscando al niño desaparecido, hasta que un día, dos pescadores que estaban en el río, vieron cómo un fuerte rayo de sol descendía de los cielos y comenzó a iluminar un punto concreto de la orilla. Los pescadores acudieron allí y empezaron a cavar hasta que encontraron los restos de Domingo. Se revelaba el misterio de qué había sido del niño, siendo una señal divina la que mostró dónde se encontraba su cuerpo. 

               Sin embargo, el milagro no se terminó ahí. De nuevo la intercesión celestial hizo que las aguas del río Ebro crecieran de forma anormal para aquella época del año y los pozos de las casas de la ciudad comenzaron a rezumar agua y a desbordarse, con lo que los pies y cabeza del niño salieron del pozo de la casa judía a la que fueron lanzados. Por fin se esclarecía el misterio y toda la ciudad vio que los responsables habían sido los judíos.

               Domingo de Val fue canonizado el 9 de Julio de 1808 por el Papa Pío VII, y declarado Patrón de los Infanticos (niños cantores de la Catedral de Zaragoza) y sus restos fueron enterrados en la misma Catedral donde acolitaba, en una magnífica capilla dedicada a él. 



CATECISMO DE LA DOCTRINA CRISTIANA, del Padre Jerónimo de Ripalda. PARTE 10 SOBRE LOS ARTÍCULOS


               "...hay una gracia que vale mucho más que la de poseer milagrosamente estampada en un velo la Santa Faz del Salvador. En el Velo, la representación del Rostro divino fue hecha como en un cuadro. En la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, es hecha como en un espejo.

               En sus instituciones, en su Doctrina, en sus Leyes, en su Unidad, en su Universalidad, en su insuperable Catolicidad, la Iglesia es un verdadero espejo en el cual se refleja nuestro Divino Salvador. Más aún, Ella es el propio Cuerpo Místico de Cristo."



Doctor Plinio Corrêa de Oliveira





P. Decid los Artículos de la Fe 

          R. Los Artículos de la Fe:El primero, creer en Un solo Dios Todopoderoso, etc. (Ver aquí la publicación de los Artículos de Fe 

P. Dijisteis que el primero es creer en Dios: ¿qué entendéis vos por Dios? 

           R. Un Señor infinitamente Bueno, Sabio, Poderoso, Principio y Fin de todas las cosas. 

P. ¿Este Dios es una persona sola? 

          R. No, Padre, sino tres en todo iguales

P. ¿Quiénes son? 

          R. Padre, Hijo y Espíritu Santo

P. ¿El Padre es Dios? 

          R. 

P. ¿El Hijo es Dios? 

          R. 

P. ¿El Espíritu Santo es Dios? 

         R. 

P. ¿Son por ventura tres Dioses? 

         R. No, sino uno en esencia, y Trino en personas

P. ¿Y tienen Dios figura corporal como nosotros? 

         R. No, en cuanto Dios; porque es espíritu puro

P. ¿Cómo es Dios Todopoderoso? 

          R. Porque con solo Su querer hace cuanto quiere

P. ¿Cómo es Dios Criador? 

          R. Porque lo hizo todo de nada

P. ¿Cómo es Dios Salvador? 

          R. Porque el da la gracia y perdona los pecados

P. ¿Qué le mueve a darnos su gracia? 

          R. La gran Bondad suya, y los Merecimientos de Cristo

P. ¿Qué cosa es gracia? 

          R. Un ser divino, que nos hace hijos de Dios, y herederos de su gloria

P. ¿Qué bienes nos vienen con esa gracia?

          R. El poder y querer hacer obras ante Dios satisfactorias y meritorias

P. ¿Por qué medio se alcanza la gracia, y crece después de habida? 

          R. Con oraciones, Sacramentos y ejercicios de virtudes

P. ¿Cómo es Dios Glorificador? 

          R. Porque da la Gloria a quien persevera en su gracia

P. ¿Y los que van al Purgatorio quiénes son? 

          R. Los que mueren en Gracia, debiendo por sus pecados alguna pena.





domingo, 30 de agosto de 2020

EXPLICACIÓN DE LA SANTA MISA, por San Juan María Vianney, Cura de Ars. PARTE 3: El necesario recogimiento para aprovechar la Santa Misa



               Hemos dicho que la Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, el cual no se ofrece a los Ángeles ni a los Santos, sino solamente a Dios. Sabéis ya que el Santo Sacrificio de la Misa fue instituido el Jueves Santo, al tomar Jesús el pan y transformarlo en Su Cuerpo y al tornar el vino y convertirlo en Su Sangre. Fue entonces cuando dio a los Apóstoles y a todos sus sucesores el poder de hacer lo mismo; a lo cual llamamos nosotros Sacramento del Orden. La Santa Misa se compendia en las palabras de la Consagración; y sabéis ya que los Ministros de la misma son los Sacerdotes.

              En el Santo Sacrificio de la Misa, Jesucristo es el Sumo Sacerdote y el Ministro principal. El Celebrante es verdaderamente Sacerdote y Ministro del Sacrificio. A este fin fue llamado y ordenado; de Jesucristo ha recibido la potestad. Es el Ministro de Jesucristo y ocupa el lugar del Salvador. Ofrece, pues, el Sacrificio por la acción y el ministerio ajenos a su persona. Lo ofrece sin que tenga verdadera necesidad de los asistentes.




LA PARTICIPACIÓN DE LOS FIELES

               Los fieles no son estrictamente los ministros del Sacrificio. Si alguna vez se los llama ministros oferentes del Sacrificio, es hablando en sentido lato, ya que no lo ofrecen por sí mismos, sino por el Ministerio del Sacerdote, si unen su intención con la del Celebrante; de lo cual concluyo, que la mejor manera de oír la Santa Misa es unirse al Sacerdote en todo lo que él reza, y seguirle, en cuanto sea posible, en todas sus acciones, y procurar encenderse en los más vivos sentimientos de amor y agradecimiento: éste es el método más recomendable.

               En el Santo Sacrificio de la Misa podemos distinguir tres partes: la primera comprende desde el principio hasta el Ofertorio; la segunda, desde el Ofertorio hasta la Consagración; la tercera, desde la Consagración hasta el fin. Debo advertiros que, si nos distrajésemos voluntariamente durante una de estas tres partes, pecaríamos mortalmente; lo cual debe inducirnos a tomar la precaución de evitar que nuestro espíritu divague fijándose en cosas ajenas al Santo Sacrificio de la Misa. 

               Digo que, desde el comienzo hasta el Ofertorio, hemos de portarnos como penitentes penetrados del más vivo dolor de los pecados. Desde el Ofertorio hasta la Consagración debemos de portarnos como ministros que van a ofrecer Jesucristo a Dios Padre, y sacrificarle todo cuanto somos: esto es, ofrecerle nuestros cuerpos, nuestras almas, nuestros bienes, nuestra vida y hasta nuestra eternidad. Desde la Consagración, hemos de considerarnos como personas que han de participar del Cuerpo adorable y de la Sangre Preciosa de Jesucristo y, por consiguiente, hemos de poner todo nuestro esfuerzo en hacernos dignos de tanta dicha.

               Para que lo comprendáis mejor, voy a proponeros tres ejemplos sacados de la Sagrada Escritura, los cuales os mostrarán la manera cómo habéis de oír la Santa Misa: es decir, en qué cosas debéis ocuparos en aquellos momentos tan preciosos para quien acierta a comprender todo su valor. El primero es el del publicano, y en el cual aprenderéis lo que debéis hacer al principio de la Santa Misa. El segundo es el del buen ladrón, que os enseñará cómo debéis portaros durante la Consagración. El tercero es el del centurión, que os dará la norma para el tiempo de la Comunión.

               Hemos dicho, primeramente, que el publicano nos enseña el comportamiento que hemos de observar al comienzo de la Santa Misa, acto tan agradable a Dios y tan poderoso para conseguir toda suerte de gracias. No hemos de esperar, pues, para prepararnos, haber entrado ya en la iglesia. Un buen Cristiano comienza ya a prepararse al abandonar el lecho, haciendo que su espíritu no se ocupe en otra cosa que en lo que se relaciona con tan alta ceremonia. Hemos de representarnos a Jesucristo en el Huerto de los Olivos, prosternado, con la Faz en tierra, preparándose al sangriento Sacrificio, del cual va a ser Víctima en el Calvario; así como hemos de tener también presente la grandeza de su caridad, que llegó hasta a decidirle a aceptar para sí el castigo que debíamos nosotros sufrir por toda una eternidad. En los primeros tiempos de la Iglesia, todos los Cristianos iban a Misa en ayunas (porque acostumbraban a comulgar en la Misa). 

               Conviene que, durante la madrugada, impidáis que vuestro espíritu se ocupe en negocios temporales, teniendo presente que, después de haber trabajado toda la semana para vuestro cuerpo, es muy justo que concedáis este día a los negocios del alma y a pedir a Dios la remisión de vuestros pecados. Al ir a la iglesia, procurad no conversar con nadie; pensad que seguís a Jesucristo llevando la Cruz hacia el Calvario, donde va a morir para salvarnos. Antes de la Santa Misa, debemos destinar unos instantes al recogimiento, a llorar nuestros pecados y a pedir a Dios perdón de ellos, a examinar las gracias de que estamos más necesitados, a fin de pedírselas durante la Misa...


Continuará...



Si desea colaborar en la difusión de 
la genuina Misa Católica,
 le recomendamos imprimir el Tríptico con la Doctrina 



sábado, 29 de agosto de 2020

LA PUREZA DE NUESTRA SEÑORA




               "Todas las purezas que se puedan imaginar no llegan ni de lejos a los pies de la Pureza de Nuestra Señora, que se hace no sólo de ausencia de cualquier inclinación hacia el mal, sino de un impulso de alma directa y exclusivamente hacia Dios, sin compromiso con más nada y nadie. Es un ímpetu entero, de una fuerza, de una integridad, de un deseo de Absoluto y tampoco se puede medir. Es superfluo decir que, en esa concepción de pureza, entra también el sentido de castidad, cerca de la cual la nieve sería un carbón..." 


Doctor Plinio Corrêa de Oliveira



LAS LÁGRIMAS DEL CORAZÓN DE MARÍA (SIRACUSA)


“Ve a Siracusa, si tu Madre llora 
tiene algo importante que decirnos” 

Padre Pío






               Angelo Lannuso y Antonia Giusto eran un joven y modesto matrimonio que vivía en la calle Degli Orti, en la periferia de la ciudad de Siracusa;  su vida transcurría tranquila hasta que el 29 de Agosto de 1953 una imagen de yeso del Inmaculado Corazón de María que adornaba el cabecero de la cama de matrimonio, comenzó a llorar.  

              La noticia se extendió rápidamente y acudieron los vecinos y, poco después, una multitud, hasta el punto que tuvo que intervenir la policía para guardar el orden. Las lacrimaciones de la imagen se prolongaron durante cuatro días, siempre ante numerosos testigos.

               Varios enfermos que allí acudieron, en busca del consuelo y la ayuda de la Virgen que lloraba quedaron sanados y otras almas tibias o incrédulas de la Fe fueron convertidas. El Arzobispo de Palermo, Monseñor Ettore Baranzini, nombró una comisión de médicos para estudiar los milagros y concluyó: “No se puede negar que muchas curaciones corporales son gracias señaladas atribuidas a la intercesión de la querida Virgen”

               Analizadas las lágrimas en un laboratorio se concluyó que eran de origen humano. Por eso, el mismo Arzobispo declaraba el 12 de Diciembre de 1953: “Reunidos los Obispos de Sicilia y valorados atentamente los testimonios, hemos concluido unánimemente que no se puede poner en duda la realidad del llanto de la imagen del Inmaculado Corazón de María, que ha tenido lugar del 29 de Agosto al 1º de Septiembre de 1953”.





               El 17 de Octubre de 1954, el Papa Pío XII se refirió al prodigio de las Lágrimas de la Virgen a través de un Mensaje radiofónico, recalcando que las lágrimas vertidas por la Santa Madre en Siracusa eran muestras de compasión por Su Hijo Jesús y de profunda tristeza, por los pecados del mundo:

                         "Sin duda María es en el Cielo eternamente feliz y no sufre dolor ni tristeza; pero no es insensible, antes bien alienta siempre al Amor y la Piedad para el desgraciado género humano, a quien fue dada por Madre, cuando dolorosa y llorando, estaba al pie de la Cruz. ¿Comprenderán los hombres el lenguaje de aquellas lágrimas de María?

                         Eran sobre el Gólgota lágrimas de compasión por Jesús y de tristeza por los pecados del mundo. ¿Llora todavía por las renovadas llagas producidas en el Cuerpo Místico de Jesús? O ¿llora por tantos hijos a quienes el error y el pecado han apagado la vida de la gracia y ofenden gravemente a Dios? O ¿son las lágrimas de espera por el retorno de Sus hijos, un día fieles y hoy arrastrados por falsos encantos entre los enemigos de Dios?" 






viernes, 28 de agosto de 2020

CATECISMO DE LA DOCTRINA CRISTIANA, del Padre Jerónimo de Ripalda. PARTE 9 El Credo


                  El Catecismo del Padre Jerónimo Martínez de Ripalda se editó por primera vez en la ciudad de Burgos, en el año 1591; desde entonces se hizo muy popular por la sencillez a la hora de exponer la sana Doctrina Católica, usando el clásico método de preguntas y respuestas. La edición española que compartimos en estos artículos es la del año 1957.




P. ¿Quién hizo el Credo? 

          R. Los Apóstoles. 

P. ¿Para qué? 

          R. Para informarnos en la Fe. 

P. ¿Y nosotros para qué lo decimos? 

          R. Para confesarla, y confirmarnos más en ella. 

P. ¿Qué tan ciertas son las cosas que la Fe nos enseña? 

          R. Como verdades infalibles, dichas por Dios, que ni puede engañarse, ni engañarnos. 

P. ¿De dónde sabéis vos haberlas dicho Dios? 

          R. De nuestra Madre la Iglesia regida por el Espíritu Santo. 

P. ¿Qué tan necesario es creerlas? 

          R. Tanto, que sin Fe de ellas nadie puede ser justo, ni salvarse. 

P. ¿Y podrá con Fe sola? 

          R. No, Padre, sin Caridad y buenas obras. 

P. El Credo Artículos, ¿son una misma cosa? 

          R. Sí, Padre. 





"...LA CONDICIÓN MÁS INDISPENSABLE PARA UNIRSE A DIOS..."




               Sor Benigna Consolata Ferrero entró en la Historia de la Mística Católica por ser un alma confidente del Divino Corazón de Jesús, gracia muy especial de la que han gozado sólo pocos Santos. Desde el anonimato de la clausura, escribía cuanto le dictaba el Sagrado Corazón de Jesús, como lo hiciera el Señor con Santa Gertrudis, de modo semejante a Santa Margarita María de Alacoque y como volverá a pasar con Sor Josefa Menéndez.



De los Dictados de Jesús 
a Sor Benigna Consolata


               "El alma interior es un alma que tiende a Dios como a su centro y Dios la atrae como el imán lleva el pedacito de hierro que se le une. Un alma interior hace las más delicadas delicias de Mi Corazón, de la misma manera Mi Corazón hace las delicias del alma interior... 

               Un alma interior es como un lirio muy perfumado; el lirio no se mueve de su sitio, pero el aire, al pasar por encima, se perfuma; así el alma interior, aunque no lo haga a propósito, se perfuma todo en ella.   

               Un alma interior es como una abeja mística, que hace en la colmena de su corazón la miel del Divino Amor; el alma interior es el paraíso de las delicias de Jesús. La Santísima Trinidad hace Su morada en aquella alma, toma en ella Sus delicias y las hace gustar al alma. El alma interior vive como en un ambiente celestial. Es como una flor, que aunque haya nacido de la tierra, florece en alto y ya no toca la tierra, a no ser que se rompa y caiga; así el alma interio no toca ya la tierra, a no ser por una falta de fidelidad a la gracia.

              La vida religiosa es una vida oculta, donde el que más desaparece, da más frutos. Nada oculta también a un alma como la vida común. Ella desaparece no solamente a ojos de los demás, sino también a los suyos. El alma no ve nada, cree que no hace nada y por el contrario, hace mucho más que si hiciera alguna cosa extraordinaria...

              Alma religiosa, fija tus ojos en Dios. Cuando un alma es llamada a seguirle más de cerca, más debe ella mortificarse. El perfecto desprendimiento es la condición más indispensable para unirse a Dios. Una cosa que uno abandona, se deja y no se vuelve a tomar más: es necesario dejar las malas costumbres como se deja un traje muy usado que no se vuelve a tomar más.

               La vida de unión con Dios, es un paraíso anticipado, es el Cielo en la tierra, es el Cielo del alma interior...






jueves, 27 de agosto de 2020

SOBRE LA DIGNIDAD SACERDOTAL: "El que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia"


               La dignidad del Sacerdocio Católico es inmensa, porque su misión es continuar sobre la tierra la Obra de Nuestro Señor Jesucristo. El Sacerdote es un representante de Jesucristo. Grande es, pues, el respeto que debe tenerse al Sacerdocio.




               El primero que debe respetar al Sacerdocio es el mismo Sacerdote, no haciendo jamás cosa alguna indigna de quien está investido de tan grande dignidad. Decía Jesús a los Apóstoles, y en la persona de ellos a todos los Sacerdotes: "Vosotros sois la sal de la tierra; sois la luz del mundo...".

               Todos los Cristianos deben ver en el Sacerdote, no a un hombre como los demás, sino a un representante de Jesucristo, y como a tal respetarle. Hay Sacerdotes indignos, es cierto: entre los doce Apóstoles hubo un Judas; no es extraño que entre tantos millares de Sacerdotes se encuentren algunos imitadores de aquel traidor.

               Los Ángeles pecaron en el Cielo, Adán y Eva en el Paraíso Terrenal; también puede suceder que algunos Sacerdotes cometan pecados, y aún grandes pecados. Pero, aun cuando haya Sacerdotes malos, no es razonable dejar por esta causa de creer o practicar la Santa Religión. 

               El Sacerdote no es la Religión; el Sacerdote es un hombre y como tal está sujeto a miserias, a cambios: el que hoy es bueno, mañana puede ser malo, o viceversa. Nuestra Fe debe estar puesta, no en el hombre, sino en Dios, quien nunca varía siempre es el mismo; así debe ser nuestra Fe, firme, inquebrantable, sin fijarnos en lo que hacen o dicen los demás. 

               Los malos Sacerdotes causan mucho mal a la Religión, pues indudablemente el desprestigio de los Sacerdotes redunda en desprestigio de la Religión. Por esta causa los enemigos de la Religión publican las faltas de los Sacerdotes (con verdad raras veces, con mentira casi siempre), no porque aborrezcan los vicios que los acusan, pues ellos suelen tener los mismos vicios u otros peores, sino por el odio que tienen a una Religión tan pura y Santa que condena toda iniquidad.

               Es pecado gravísimo el desprecio y las injurias a los Sacerdotes, porque son contra el mismo Jesucristo, quien dijo a los Apóstoles: "El que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia". Por contra, podemos afirmar "El que a vosotros ama, a Mí me ama". Que sepamos ser fieles a la Voluntad de Nuestro Señor y amemos a Cristo en los Sacerdotes.





miércoles, 26 de agosto de 2020

CATECISMO DE LA DOCTRINA CRISTIANA, del Padre Jerónimo de Ripalda. PARTE 8 De las Obligaciones del Cristiano


"...llegará un tiempo en que los hombres 
ya no soportarán la sana Doctrina, sino que se buscarán
maestros según sus inclinaciones, hábiles en captar 
su atención; cerrarán los oídos a la verdad 
y se volverán hacia puros cuentos..."

II Carta de San Pablo a Timoteo, cap. 4, vers. 3-4






                    P. ¿A qué está obligado el hombre primeramente? 

          R. A buscar el fin último, para que fue criado. 

                    P. ¿Para qué fin fue criado? 

          R. Para servir a Dios y gozarle. 

                    P. ¿Con qué obras se sirve a Dios más principalmente? 

          R. Con obras de Fe, Esperanza y Caridad. 

                    P. ¿Qué nos enseña la Fe? 

          R. Que creamos en Dios como en Verdad Infalible. 

                    P. ¿Qué la Esperanza? 

          R. Que esperemos en Él, como en Poder Infinito. 

                   P. ¿Qué la Caridad? 

          R. Que le amemos sobre todo, como a Bien Sumo.

                   P. ¿Cómo sabremos bien creer? 

          R. Entendiendo bien el Credo y los Artículos de la Fe. 

                    P. ¿Cómo esperar y pedir? 

          R. Entendiendo bien el Padrenuestro. 

                    P. ¿Cómo obrar? 

          R. Entendiendo bien los Mandamientos que hemos de guardar, y los Sacramentos que hemos de recibir. 

                    P. ¿Luego obligados estamos a saber y entender todo esto? 

          R. Sí, Padre, porque no podemos cumplirlo sin entenderlo.






LA TRANSVERBERACIÓN DE SANTA TERESA DE JESÚS. "...toda abrasada en amor grande de Dios"


La herida de amor, sólo es sanada 
con el mismo amor que ha herido…
¡con grandísimas muestras de amor curáis 
estas llagas que con la saetas 
del mismo amor habéis hecho!



               La transverberación fue una de las muchas gracias místicas que recibió Santa Teresa de Jesús; este fenómeno sobrenatural ocurre cuando Dios inflama el corazón de Amor del alma que a Él se entrega sin reservas. Pocos han sido los Santos que han experimentado esta gracia especialísima, que como tal, conlleva un enorme dolor físico pero a la vez, un gran consuelo espiritual. Obviamente es un regalo de Dios, no una gracia o favor que podamos alcanzar... un don que asemeja al alma con los dolores de la laceración del Costado de Cristo, además de sellar el corazón de quien es transverberado y que queda por completo inundado del Amor Divino; al ser herida de Amor, duele en cuanto el corazón se inclina a otro amor que no sea el de Aquél con el que se ha configurado.

               La transverberación a diferencia de los estigmas, es invisible a los ojos corporales, si bien el alma la puede sentir y padecer; en el caso de Santa Teresa de Jesús, la autopsia reveló que la víscera de su corazón ciertamente estaba marcada por una especie de laceración, que enseguida se atribuyó al encuentro de Santa Teresa con el Ángel que la hirió con de Amor a Dios.

               Para perpetuar la memoria de dicha fenómeno en la Santa Reformadora del Carmelo, el Papa Benedicto XIII estableció el 25 de Julio de 1726, la Fiesta de la Transverberación del corazón de Santa Teresa.






              “Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal… No era grande sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan… Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios” 


Santa Teresa de Jesús, libro de su Vida, cap.29, parte 13



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SAN JUAN DE LA CRUZ 
y la herida de Amor

               "… en esto hay diferencias de este amoroso cauterio al del fuego material: que éste la llaga que hace no la puede volver a sanar si no se aplican otros medicamentos, pero la llaga del cauterio de amor no se puede curar con otra medicina, sino que el mismo cauterio que la hace la cura, y el mismo que la cura, curándola la hace; porque cada vez que toca el cauterio de amor en la llaga de amor, hace mayor llaga de amor, y así cura y sana más por cuanto llaga más. Porque el amante, cuanto más llagado, está más sano, y la cura que hace el amor es llagar y herir sobre lo llagado, hasta tanto que la llaga sea tan grande, que toda el alma venga a resolverse en llaga de amor. Y de esta manera, ya toda cauterizada y hecha una llaga de amor, está toda sana en amor, porque está transformada en amor.

               Y en esta manera se entiende la llaga que aquí habla el alma: toda llagada y toda sana. Y porque, aunque está toda llagada y toda sana, el cauterio de amor no deja de hacer su oficio, que es tocar y herir de amor, por cuanto ya está todo regalado y todo sano, el efecto que hace es regalar la llaga, como suele hacer el buen médico. Por eso dice aquí bien el alma: ¡Oh llaga regalada!... 

               Este cauterio y esta llaga podemos entender que es el más alto grado que en este estado puede ser, porque hay otras muchas maneras de cauterizar Dios al alma que ni llegan aquí ni son como ésta, porque ésta es toque sólo de la Divinidad en el alma, sin forma ni figura alguna intelectual ni imaginaria …


San Juan de la Cruz
Llama de amor viva, Canción 2ª





martes, 25 de agosto de 2020

San Luis Rey de Francia, ejemplar hijo de San Francisco


"Nosotros, los hijos de la Iglesia, no podemos de ninguna manera 
ocultar las heridas hechas a nuestra Madre,
 menosprecio hacia ella, sus derechos violados... 
 luchar hasta la muerte, si es necesario, 
por nuestra Madre, con armas que son adecuadas; 
no con escudos y espadas, pero con oraciones y lágrimas delante de Dios "

(San Luis, IX de ese nombre, Rey de Francia)




           Nació en Poissy el 25 de Abril de 1214, y a los doce años, a la muerte de su padre, Luis VIII, es coronado Rey de los franceses bajo la regencia de su madre, la princesa castellana Doña Blanca de Castilla, Reina de Francia. Ejemplo raro de dos hermanas, Doña Blanca y Doña Berenguela, que supieron dar sus hijos, más que para reyes de la tierra, para Santos y fieles discípulos del Señor. Las madres, las dos Princesas hijas del rey Alfonso VII de Castilla, y los hijos, los Santos Reyes San Luis y San Fernando.

         En medio de las dificultades de la regencia supo la Reina Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».

          Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de Abril de 1234.  

          Ya Rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, Conde de Provenza. Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.

          En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la Historia. Las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. En la política, San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Sabía que el gobierno es más un deber que un derecho; el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.

          Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del Reino.


          El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra.


       San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de Julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones. Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.

      Fue exquisito en su trato, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.



LA SANTA CORONA DE ESPINAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

        Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la Corona de Espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la Cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.

        A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios. Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.

         Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con Nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.


        En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente, el Papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo Crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».

       En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, Conde de Champagne y Rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.

         Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en Septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el Papa Inocencio IV, exhortó a los Reyes y pueblos en el Concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.

         Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (Noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el Rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de Junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.

         El 17 de Septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de Mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta. Sin embargo, cuando el ejército, es atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió por fin, retirarse, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo Rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros.



         Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.

         A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia. Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.

         Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El Papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el Rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el Rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.

         En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.

         Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del Rey. El 4 de Julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.

     El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles. El 3 de Agosto muere el segundo hijo del Rey, Juan Tristán, cuatro días más tarde el Legado Pontificio y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mismo San Luis, que, como siempre, se había empeñado en cuidar por sí mismo a los apestados y moribundos. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y cuarenta de reinado.

     Pocas horas más tarde arribaban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección de la empresa. El cuerpo del Santo rey fue trasladado primeramente a Sicilia y después a Francia, para ser enterrado en el panteón de San Dionisio, de París. Desde este momento iba a servir de grande veneración y piedad para todo su pueblo. Unos años más tarde, el 11 de Agosto de 1297, era solemnemente canonizado por Su Santidad el papa Bonifacio VIII en la iglesia de San Francisco de Orvieto (Italia).



Francisco Martín Hernández, San Luis Rey de Francia, 
en Año Cristiano, Tomo III, Madrid, Editorial Católica (BAC 185), 
Año 1959, pp. 483-489.