La Santa Iglesia entrega sus poderes en las manos del Sacerdote, poderes que tienen una plenitud y una eclosión cósmica, porque se lleva el cosmos por delante "id y evangelizad a todas las criaturas, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar lo que Yo os he mandado". La Santa Iglesia convierte a los Sacerdotes en antorchas de su luz, en pináculo de sus alturas, en remate de sus montañas, en cruces de sus crucifixiones, en Sagrarios de sus tesoros celestiales, en administradores de sus bendiciones...
¡Cómo el gran depósito de los Sacramentos, las siete llaves regias y maestras del árbol de la Redención de Jesús, quedan a expensas de la vuelta de llave que le dé el Sacerdote en el momento!. ¡Cómo está retenida y contenida la Redención de Jesús, los Méritos infinitos, administrados y suministrados a la Humanidad por las manos sacerdotales!. Todo eso hace la Iglesia por el Sacerdocio.
Pero solo la grandeza de este campo podrán vislumbrarla y sentirla, aquellos en quienes palpita la Fe. Porque al Sacerdote no se le encuentra grandeza si no está iluminada con la Fe el alma del que la observa. Porque si debajo de la sotana no veis sino un pobre hombre, con defectos y con faltas, a veces podrá tener pecados y caídas, Dios lo sabrá; pero si detrás de la sotana y debajo de la corona de un Sacerdote vais a descubrir lo que intentáis descubrir detrás del médico, del abogado o del ingeniero, tenéis que salir con las manos vacías.
Para mirar a un Sacerdote hay que tener los ojos cargados de Fe, la luz limpia en sus pupilas, el corazón recto y la mirada derecha. Porque cuando tendáis los ojos manchados y el corazón podrido, y los pasos vuestros andan en pecados inconfesables, absteneos, por amor de Dios, de mirarle cara a cara al Sacerdote... no sabréis lo que es.
Al Sacerdote se le descubre como se descubre a la Sagrada Eucaristía, debajo de las apariencias de Pan y Vino, con la Fe. Ahí es donde está su grandeza. Porque detrás veréis el otro Cristo, el que consagra, el que perdona los pecados, el que bendice las cosas, el que te abre las Puertas del Cielo, el que canta y suaviza la alegría retozona de tu cuna y pone un hálito de esperanza y aliento en los sombríos crespones de tu tumba. Con la Fe lo miraréis, amadísimos, y si con la Fe miraréis, todos los Sacerdotes os parecerán, como el regalo humano y divino más precioso y de más valor que ha dado Dios a la Humanidad...
Monseñor José Rodríguez y Rodríguez, nació en Juncalillo, Gáldar (isla de Gran Canaria) el 7 de Mayo de 1912. Fue ordenado Sacerdote por el Obispo Antonio Pildain, el 20 de Febrero de 1938. Obtuvo las Licenciaturas en Filosofía, Sagrada Teología y Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Comillas; ejerció como Profesor de Derecho, Teología y Doctrina Social. Fundador de Cáritas Diocesana en 1957 e impulsor de numerosas obras sociales; el Gobierno Español le concedió la Gran Cruz de la Orden Civil de la Beneficencia; en su tierra natal fue distinguido con el título de Hijo Predilecto de Gran Canaria. Falleció en Las Palmas de Gran Canaria, el 7 de Enero de 2008.
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