In omni loco sacrificatur et ofiertur
Nomini Meo Oblatio Munda
"En todas partes, es sacrificada y ofrecida
en Mi Nombre una Oblación Pura"
(Profeta Malaquías, cap. 1, vers.11)
La mayor parte de los mundanos oyen la Misa imitando al fariseo, al mal ladrón o a judas. Hemos dicho que la Santa Misa es el recuerdo de la Muerte de Jesús en la montaña del Calvario; y por esto quiere Jesucristo que, cuantas veces celebramos la Santa Misa, lo hagamos en Su Memoria. Pero, por desgracia, podemos decir que, mientras nosotros renovamos el recuerdo de los Padecimientos de Jesucristo, muchos de los asistentes reproducen el crimen de los judíos y de los verdugos que le clavaron en Cruz.
Y para que podáis discernir mejor si pertenecéis vosotros al número de aquellos desgraciados que deshonran de tal manera nuestros Santos Misterios, voy a haceros observar, cómo, en los que fueron testigos de la muerte de Jesús en el Calvario, había tres linajes de personas: unos, más insensibles que las criaturas inanimadas, sólo desfilaban delante de la Cruz, sin detenerse ni dar lugar a sentimientos de verdadero dolor. Otros se acercaban al lugar del suplicio y consideraban todas las circunstancias de la Pasión del Salvador; mas esto era solamente para mofarse, haciendo de ella asunto de broma y ultrajándole con las más horribles blasfemias. Finalmente, unos pocos derramaban lágrimas amargas, al ver las crueldades que se cometían en el Cuerpo de su Dios y Señor. Mirad ahora a cuál de los tres grupos pertenecéis. Y no os hablaré de aquellos que van a oír precipitadamente una Misa en alguna parroquia ajena donde tienen otros negocios, ni de los que asisten sólo la mitad del tiempo, gastando la otra parte en beber con un amigo en la taberna; dejémoslo de lado, ya que son gente que vive cual si no tuviesen alma que salvar; han perdido ya su Fe, y, de consiguiente, todo está perdido. Hablemos solamente de los que vienen ordinariamente.
Si tales personas os reciben amablemente, la alegría inunda vuestro corazón. Pues bien, decidme, ¿no debe esto confundiros al ver que tomáis tantos miramientos por cualquier cosa temporal, mientras acudís a la iglesia con aire displicente, con gesto de menosprecio, y así os presentáis delante de un Dios que murió por salvaros y cada día derrama Su Sangre para alcanzaros el perdón del Padre celestial?. ¿Qué afrenta no será para Jesús, el verse insultado por tan viles criaturas?
¡Ay! cuántos durante la Misa comenten más pecados que durante el resto de la semana. Unos no piensan en Dios para nada, otros oran con la boca, mientras su corazón y su mente se sumergen en el orgullo, ora en el deseo de agradar ora en la impureza!.
¡Oh!, ¡gran Dios y se atreven a nombrar a Jesucristo que ante ellos se presenta tan santo y tan puro!... Otros dan en su mente libre entrada y salida a todos los pensamientos que el demonio quiere sugerirles. ¡Cuántos no tienen escrúpulo alguno en volver la cabeza, en reír, en conversar, en mirar de una parte a otra, en dormir como en su cama, o tal vez mejor!
¡Ay!, ¡cuántos Cristianos salen de la iglesia con treinta o tal vez cincuenta pecados mortales de más de los que tenían al entrar! Así, me diréis vosotros, será mejor no ir a Misa.
¿Sabéis lo que hay que hacer?... Asistir a la Santa Misa y estar en ella con devoción, ofreciendo a Dios tres sacrificios, a saber: el de vuestro cuerpo, el de vuestra mente y el de vuestro corazón. Nuestro cuerpo debe adorar a Jesucristo con una religiosa modestia; nuestra mente, al oír la Santa Misa, debe penetrarse de nuestra pequeñez y de nuestra indignidad, evitando toda disipación, apartando lejos de sí las distracciones. Debemos también consagrarle nuestro corazón, que es la ofrenda para Él más agradable, ya que es precisamente nuestro corazón lo que, con tanta insistencia nos pide: “Hijo mío, nos dice, dame tu corazón”(Libro de los Proverbios, cap. 23, vers. 26).
Y acabemos, reconociendo lo desgraciados que somos al oír mal la Misa, ya que con ello hallamos nuestra reprobación allí donde los demás encuentran su salvación.
Haga el Cielo que asistamos a la Santa Misa cuantas veces nos sea posible, puesto que mediante ella recibimos gracias en abundancia; mas quiera Dios también que llevemos a tan santa ceremonia las mejores disposiciones posibles. Con ello se derramará sobre nuestras cabezas toda suerte de bendiciones en este mundo y en el otro... Esto es lo que os deseo.
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