Feliz y providencial coincidencia: este año, azotado por la plaga del Covid-19, la Fiesta del Rosario de Nuestra Señora se celebra en día Miércoles, que la Semana del Buen Cristiano dedica a Nuestro Padre y Señor San José; en Diciembre, también coincidiendo con la Inmaculada Concepción de María, nos alegraremos doblemente, ya que no solo recordaremos el Dogma por antonomasia de la Purísima Madre de Dios, sino que además festejaremos el 150 Aniversario de la Declaración del Papa Pío IX mediante la cual afirmaba que San José era Patrón y Custodio de la Santa Iglesia Católica, como de cierto lo fue de la primera Iglesia en la tierra, la Santa Casa de Nazaret, donde fue Patriarca, Jefe y Defensor de los dos mayores Tesoros, Jesús y María.
El Papa León XIII, también gran devoto de San José, elaboró a finales del siglo XIX una oración al Santo Patriarca y dispuso que se rezara al final del Rosario durante el mes de Octubre; la recomendación del buen Papa muchas veces es llevada más allá y no son pocos las que recitan esta plegaria durante todo el año, al finalizar el Rosario.
Acudamos al Santo Patriarca José: que Él nos ayude en esta época de tribulación y oscuridad; que sepamos imitar su coraje y determinación, como Él, que pese a verse pobre y limitado materialmente, pudo mantener a salvo su Santa Esposa y al Hijo que desde el Cielo Dios le confió como padre adoptivo, pues en la misma medida que San José fue humilde, Dios le colmó de gracias espirituales, más que a ningún otro Santo o Mártir.
José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia... que espera muchísimo de su tutela y patrocinio... él es el Esposo de María y Padre Putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.
Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el Esposo de María y el Padre de Jesucristo, conserva cierta Paternal Autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del Bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la Familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste Patrocinio a la Iglesia de Cristo.
José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y Santa de las mujeres, considerado el Padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su Familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la Vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo.
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