Es frecuente que muchos estigmatizados no manifiesten en su cuerpo las señales de la Pasión de Cristo, porque la Providencia ha dispuesto para ellos que sufran con Jesús, pero desde el corazón y en la intimidad del alma, lejos de la expectación que conlleva el fenómeno de los estigmas visibles y sangrantes, que a quien los padece, le supone un motivo doble de vergüenza: primero, por la indignidad en la que se ven sumergidos, por creerse en nada merecedores de esa gracia y segundo, por la clara exposición, a la vista de todos, fieles y curiosos, de su amor elevado a Cristo Crucificado. Así ocurrió con Santa Margarita María de Alacoque, Santa Gema Galgani o el caso que hoy te traigo, el Padre Pío, que en multitud de ocasiones rogaron al Altísimo que no permitiera hacer visibles las llagas de la Pasión que en su alma padecían.
En 1913, cuando apenas cumplía el tercer Aniversario de Ordenación Sacerdotal, el Padre Pío tuvo que abandonar el convento y dirigirse a su pueblo natal, Pietrelcina; era un momento particular ya que desde 1911 padecía los estigmas de la Pasión de Nuestro Señor, pero no de manera visible. Tal vez por ese místico dolor, el Padre Pío manifestó una extraña enfermedad que hizo temer por su vida. Fue obligado por obediencia a sus Superiores a regresar al hogar paterno y quedarse con su familia, fuera del convento, pero él no desaprovechaba ocasión para rezar y cumplir con sus deberes religiosos. El Viernes 28 de Marzo, sucedió algo extraordinario, un episodio que, a los pocos días, contaría por carta a su Director Espiritual de entonces, el Padre Agostino de San Marco in Lamis.
La contemplación de Jesús así angustiado me causó mucha pena, por lo que quise preguntarle el motivo de tanto sufrimiento. No obtuve ninguna respuesta. Pero miraba a aquellos Sacerdotes hasta que, como cansado de mirarlos, retiró la vista y, con gran horror mío, pude apreciar que dos lágrimas le surcaban las mejillas. Se alejó de aquellos Sacerdotes con expresión de gran disgusto y desprecio llamándolos "macellai" (en italiano, carnicero) y, vuelto hacia mí, dijo: "Hijo mío, no creas que Mi Agonía duró tres horas; no, Yo estaré en agonía hasta el Fin del Mundo por las almas más favorecidas por Mí...
Durante el tiempo de Mi Agonía, hijo Mío, no hay que dormir. Mi Alma busca una gotita de compasión humana pero ¡ay!, que mal corresponden a Mi Amor. Lo que más me hace sufrir es que éstos, a su indiferentismo añaden el desprecio y la incredulidad. ¡Cuántas veces he estado a punto de acabar con ellos si no hubieran detenido Mi Brazo los Ángeles y las almas enamoradas!… Escribe a tu Padre Espiritual y cuéntale esto que has visto y has oído de Mí esta mañana".
Jesús continuó todavía, pero aquello que me dijo no podré manifestarlo a criatura alguna de este mundo. Esta Aparición me causó tal dolor en el cuerpo, y mayor todavía en el alma, que por todo el día sentí una gran postración, y hubiera creído morirme si el Dulcísimo Jesús no me hubiera sostenido. Estos nuestros desgraciados hermanos corresponden al Amor de Jesús arrojándose con los brazos abiertos en la infame secta de la Masonería. Roguemos por ellos a fin de que el Señor ilumine sus mentes y toque sus corazones".
Padre Pío da Pietralcina. Cartas a su Director Espiritual. Edizione Pro Sanctitate. Roma 1970
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