un tiempo de intimidad con el Corazón
que lo ha dado todo por nosotros
Notad ¿Vuestros pecados, decís? Los lavó con su Sangre... ¿Vuestra indignidad? Él la conoce mil veces mejor que vosotros. Y en cuanto a cualidades, no os pide sino una: creer con humildad y confianza en su Amor. Sabed que si algo lo aleja de vuestro lado es aquel mirar siempre hacia atrás, a vuestra vida pasada; aquel dudar de su Corazón, aquel enseñaros en vuestras propias miserias, lo que con frecuencia, más que arrepentimiento, es amor propio refinado. Si no queréis envenenar vuestras heridas, no las toquéis con exceso; vuestras manos las enconan; sólo las de Jesús las sanan y cicatrizan...
Por última vez, no abuséis del término «respeto», bajo cuya cubierta se ha inculcado siempre el más repugnante y odioso jansenismo. Confiaos a Él, que es Padre y Madre y Salvador; confiar no es, no será jamás, falta de respeto. Como no lo es, ni lo será jamás, el obedecerle, el acercarse a Él cuando Él, conocedor de vuestras flaquezas, llama e insiste y ofrece el Corazón. Resistir a ese llamamiento, so pretexto que no estáis aún lo bastante purificados y dignos, es soberbia fina. Y en tal caso, sed por lo menos francos y confesad que lo que sobra es amor propio, y lo que falta es amor de Jesús. Si amarais, iqué distinto sería vuestro razonamiento, pues qué diversa es la actitud de la humildad, hermana gemela de la confianza! Por algo dijo San Agustín: "Ama y haz lo que quieras".
Si, lo que quieras, pues cuando en tu alma tienes la consejera de una verdadera caridad, no hay peligro que, amando y confiando, llegues a ofender al que amas. ¡Qué hermoso es pensar que antes de Pentecostés San Pedro dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador» . ¡Y Pedro... cayó! Después que la gran luz de Pentecostés le mostró, junto al abismo de su flaqueza, el de una infinita misericordia, debe haber pensado y exclamado con frecuencia: «Señor, no te alejes...; acércate más todavía, mucho más, cabalmente porque soy un gran pecador.»
Preguntad a un San Francisco de Asís, a un San Juan de la Cruz, a un Francisco de Sales, a un San Pablo, dónde encontraron el secreto de vida, de santidad, de amor: ¿a distancia de Jesús o en el afán de llegar a su intimidad, en la vía de llaneza y de confianza? ¿Dónde, sino en el Evangelio, aprendió Teresita la teología prodigiosa con la cual está provocando, según afirman graves autores, un renacimiento espiritual en las almas, la teología, iba a decir, de los niños, de aquellos atrevidillos que, subidos en las rodillas del Maestro y hambrientos de caricias, aprendieron mucho antes que Teresita que el amor tiende a la unión y que ésta supone una confianza ilimitada? ¿No es ésta la fragancia más pura y celestial del Evangelio? ¿Quién se excedió en la medida, los nenes o Jesús?
Si hubo un exceso, éste fue el el de la ternura y condescendencia de Jesús. Las almas pequeñitas y sencillas tuvieron siempre el privilegio de comprender estas exigencias y sublimidad del Amor. Entre los chicos que se disputan el sitial de honor, para oír los latidos del Corazón de su Amigo, y los Apóstoles y San Pedro, que se extrañan de tanta familiaridad, que no la comprenden, que se alejan, dejadme con los chicos, los prefiero de lejos en ese momento de Cielo...
En la vida y en la muerte quiero para mí su sencillez, su confianza ¡y... su puesto! No imagináis cuán hábil es el ardid del enemigo al alejaros del Señor con la obsesión de vuestros pecados; desanimaros y luego a haceros rodar más abajo, no hay más que un paso.
Estudiad un instante ante el Sagrario la actitud de Jesús con la Samaritana... ( ¿Rehúye Jesús el hablar con esta gran culpable?... ¿Le habla Él en tal tono y forma que ella se retira avergonzada de haberse visto tan cerca del que es la Santidad? ¿Cuál es el fruto inmediato de ese acercamiento? ¿Confusión y fuga de la Samaritana, o expansión de sencilla confianza, de arrepentimiento y conversión? Aprendamos la lección para nosotros y para las almas. Todo mal grave comienza y se consuma en un alejamiento de Jesús; y toda virtud, las de arrepentimiento y humildad especialmente, nos llevan como por instinto al Corazón del Salvador.
Que si a veces, buscando dicha intimidad, no veis, ni sentís palpablemente, no palpáis los frutos de aprovechamiento y de corrección de defectos, no atribuyáis dicha esterilidad al acercamiento de Jesús. Sabed en este caso discernir. No todo aprovechamiento espiritual es sensible. y además, ocurre con frecuencia que después de vivir largos años en esta vía de amor y de confianza, veis más claro que antes las ruindades de vuestra naturaleza. No es, pues, que hayáis empeorado en la vecindad de Jesús, ¡oh!, no, sino que la luz crece, que el sol de su Corazón, que penetra en vosotros, os muestra hoy "microbios" del alma, cuya existencia, hace un año y diez, no habíais comprobado con una luz menor. Y además, no suele permitir que sintáis, aun después de curados, el malestar de vuestro pecado, para expiarlo y para completar con la humillación la sanidad del alma.
Seguid trabajando en acercaros a Jesús, con menos preocupaciones y con más confianza en su Misericordia. Pensad más en el Médico y en la Medicina que en la llaga y el enfermo. Ya os lo he dicho en otra parte: para conoceros de veras, miraos en el espejo divino de los ojos de Jesús; el sol de su Corazón os mostrará lo que sois, y al propio tiempo os alentará con la visión de sus misericordias. "Guárdate de mirarte nunca fuera de mi Corazón. Me hizo verme a mí misma como un compuesto de todas las miserias, las cuales Él quería cambiar en un conjunto de sus infinitas misericordias". (Vida y obras de Santa Margarita María, t . II, pág. 548.) 191
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