Ni en mi vida personal, ni en mis andanzas misioneras podía olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo corazón y toda amor. Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la hace Madre mía, Madre de la Iglesia, Madre de todos. Mi relación con María siempre ha sido muy íntima y a la vez cercana y familiar, de gran confianza. Yo me siento formado y modelado en la fragua de Su Amor de Madre, de Su Corazón lleno de ternura y amor. Por eso me siento un instrumento de Su Maternidad Divina. Ella está siempre presente en mi vida y en mi predicación misionera. Para mí, María, Su Corazón Inmaculado, ha sido siempre y es mi fuerza, mi guía, mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi todo después de Jesús...
San Antonio María Claret
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