lunes, 22 de enero de 2024

RETIRO Y SILENCIO PARA ESTAR Y TRATAR CON DIOS.; "YO EN DIOS o EL CIELO", por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo de Las Batuecas, capítulo 3, puntos 17-20

  


               17- Jesucristo fue el modelo único perfecto de los Santos y el camino por donde llegaron a la Santidad y al Cielo y por donde únicamente hemos de alcanzar todos la Santidad y la felicidad eterna prometida. Cuantos no vayan por este camino -y menos los que salen de él- no pueden llegar jamás a tan deseado bien. 

               San Pablo nos enseña que aun cuando un Ángel nos anuncie Doctrina contraria a Jesús Crucificado, no le creamos (Evangelio de San Mateo, 19, 21), y San Juan de la Cruz, que obremos en cada acción como obraría Jesucristo en estos momentos (1). Pero Jesucristo decía, sin vacilación y terminante, a Sus Apóstoles: Como no sois del mundo, sino que os entresaqué Yo del mundo, por eso el mundo os aborrece (Jn 15, 19). Y en la Oración al Padre le dice, rogando por Sus Apóstoles: Porque no son del mundo, así como Yo tampoco soy del mundo (Jn 17, 14). Exigía, y continúa exigiendo inexorablemente a las almas escogidas con tanto amor y predilección, una voluntad firme y determinada para no desistir, suceda lo que sucediere; por eso dijo esta sentencia terminante: Ninguno que después de haber puesto su mano en el arado y vuelve sus ojos atrás, es apto para el Reino de los Cielos (Lc 9, 62). 

              Haciéndole con mi cabeza y mano señal de mi asentimiento a cuanto me explicaba, le dije: -Me parece muy clara esta doctrina y considero es la que Nuestro Señor Jesucristo nos enseña en el Evangelio, ni se había nunca despertado duda alguna en mí hasta los momentos actuales. Pero quieren convencerme ahora de que no se debe dejar de acudir al mundo ni de tratar con el mundo y es más perfecto y apostólico estar muy enterado de lo que se hace en el mundo mundano y asistir a sus reuniones, espectáculos y diversiones para encauzarlos hacia Dios y en ellos se ganan las almas. Me dicen ser hoy eso lo más apostólico y perfecto; y como convertiremos las almas es procurando el bien social y el trato con las gentes y asistiendo a sus reuniones. La penitencia ni es casi compatible con el Apostolado, ni ayuda a la perfección, ni conduce a nada. 

              Como chocan con las ideas que siempre he aprendido y procurado vivir, vengo a conocer su parecer, que tanto aprecio, y a que me enseñe la verdad con exactitud. —¡Oh amadísimo! —me dijo de nuevo con amor compasivo—. Ni ese modo de pensar ni esas ideas son novedad de estos tiempos. Siempre que ha faltado el Amor de Dios, se ha perdido el espíritu de mortificación y se ha propagado y razonado con esa doctrina. Repasa en tu memoria las diferentes épocas de la Historia del mundo y de la Historia de la Iglesia y los años que preceden a las grandes conmociones sociales. No quiero decirte que tras de Voltaire y de los volterianos viene la sanguinaria Revolución francesa. Esta es la cumbre que divide las dos vertientes de la Iglesia y aun del mundo, y las continúa dividiendo. 

               En una vertiente están las épocas de gran fervor y Santidad de los Sacerdotes y Órdenes religiosas, y paralelo a ese fervor es la Fe y fervor de los pueblos y de la Sociedad; porque el estado de los Sacerdotes y Religiosos se ve en el estado de la sociedad y de los pueblos, y el estado de los pueblos en el de los Sacerdotes y Religiosos. Pues no deja de cumplirse que como es el pueblo, así es el Sacerdote (Is 24, 2). 

               Cuando se vive la tibieza y el desbordamiento de doctrinas y de costumbres en la sociedad seglar, es indefectiblemente porque no hay en los Sacerdotes y en las Órdenes religiosas el fuego de Santidad y la Fe viva de virtudes para derretir el hielo de frialdad religiosa y para orar y expiar por los pecados de los pueblos, fin primario de los consagrados a Dios. 

              En esta época de tibieza, materialismo y falta de Fe queremos derretir ese hielo metiéndonos en él, y quedaremos también helados. En las épocas tormentosas y de tibieza y materialismo, Dios ha mandado siempre sus grandes Apóstoles, Sacerdotes, Religiosos y seglares para que enciendan en Vida Espiritual y en virtudes los corazones y vuelvan los días heroicos de abnegación, de Caridad, de íntima espiritualidad y virtudes. Esos Apóstoles convierten el mundo no haciéndose al mundo, sino retirándose del mundo y de lo mundano y alejándose de todo lo que disipa y distrae, y llenándose de Dios. Los Santos han sido soles de Dios puestos por Él en Su Iglesia para iluminarla y santificarla, y son los jardines de hermosura de las épocas de gran fervor de espíritu. Dios enviará ahora esos Santos, nuevos soles suyos, que nos enciendan y abracemos todos las virtudes y vida santa. 

               18- En estos momentos -me decía con afecto- se ha de permanecer más firmes en la Fe, porque ésta es la victoria que vence al mundo, vuestra Fe (1 Jn 5,4). Los Apóstoles San Pedro y San Juan nos exhortaron diciendo: Habéis de resistir al Demonio y al mundo permaneciendo fuertes en la Fe (1 Pedro 5, 9), sin dejarnos llevar de novedades contrarias al Evangelio. Los Santos fueron por el camino señalado por Jesucristo y llegaron al Cielo e hicieron florecer en hermosura la Iglesia y su tiempo, y ahora nos los presenta la Iglesia a la veneración para que acudamos a ellos y los tomemos por intercesores y también por modelos. Dios ha confirmado su vida y enseñanza con milagros. Recordemos lo que nos dejaron escrito las piedras fundamentales de la Iglesia, que son los Apóstoles. 

               Conoces la energía con que San Pablo anatematiza al que quiera presentar otro modo y otro camino nuevo y distinto. Él no enseñaba y no predicaba más que a Jesucristo crucificado, que entonces, como ahora, es motivo de escándalo para los judíos y parece una locura a los gentiles (1 Cor 1, 23). No conocía ni había otro camino para el Cielo. Era el seguro y único. El Cristiano no tiene que hacerse al mundo, sino convertir el mundo a Jesucristo y orar y expiar por el mundo. 

               La esperanza del premio en el Cielo movía a San Pablo a abrazar con determinación el sacrificio y vivir abnegadamente la virtud como ha alentado siempre a las almas fervorosas y continúa alentando a todos cuantos nos alejamos del mundo y de las curiosidades para procurar vivir la perfección. Sin el recuerdo del premio en el Cielo a mí me faltaría el estímulo para el sacrificio y para vencerme y vivir recogido, como creo te faltaría a ti, y ni tú ni yo abrazaríamos el menosprecio y ser postergados sino a la fuerza. 

               Muy claro me dice mi razón que no es cordura humana ni es razonable abrazar el sacrificio, ni el dolor, ni admitir la humillación por sí mismos; se abrazan y se aman y me niego a mí mismo porque Jesucristo lo mandó y porque tienen en el Cielo recompensa eterna prometida por Dios; como me alejo de los hombres no por gusto santoral, sino para tener y vivir más íntima vida espiritual en trato con Dios y estar preservado de muchos peligros que me lo impedirían. El premio del Cielo me estimula y fortalece para renunciar a lo mundano. Sólo por Dios lo hago; sólo por Dios y por el premio del Cielo. 

               19- Como bien ves no son palabras mías ni de ahora, pero no han dejado de ser actualmente tan verdaderas como antes. Recuerdas que San Pablo escribe a Timoteo: He combatido con valor, he concluido mi carrera, he guardado la Fe. Nada me resta sino aguardar la corona de justicia que me está reservada y que me dará el Señor en aquel día, como justo Juez, y no sólo a mí, sino a los que llenos de Fe esperan su venida (2 Tim 4, 7-8). Y animando a los Corintios escribe: Todo lo cual hago por amor del Evangelio, a fin de participar de sus promesas... Corred, pues, de tal manera que ganéis el premio (Cor 9, 23-24). Si no corro no me ganaré premio ni me puede dar Dios la corona no ganada. 

               El Apóstol no pierde de vista este premio del Cielo. Cuando el Sanedrín le acusa ante el gobernador romano, se defiende diciendo: Por causa de mi esperanza de la resurrección de los muertos es por lo que voy a ser condenado (Hechos 23, 66). Y entona la alabanza más encomiástica y valiente a la Fe: porque si nuestra Fe es la victoria que vence al mundo y la Fe es el fundamento de las cosas que se esperan y un convencimiento de las cosas que no se ven (Heb 11, 1), la Fe en el premio del Cielo iluminó la inteligencia y fortaleció la voluntad de los Santos que vivieron antes de Jesucristo para practicar las virtudes y los prodigios que realizaron y el Apóstol enumera con entusiasmo. 

               También la Fe y la esperanza en el premio del Cielo, juntas con la gracia muy especial que Dios les comunicaba, de tal manera fortalecía y animaba a los Mártires heroicos y a los Santos del Cristianismo en todo el correr de los siglos, que nos maravilla y admira a nosotros, aun sabiendo que es Dios quien extraordinariamente lo da, como maravillaba a los verdugos que los causaban los más terribles tormentos que podían y se les ocurrían al verlos tan alegres en tan irresistibles torturas. Porque la Fe y la esperanza del Cielo, con la gracia especial de Dios, llenaba de alegría la boca de San Lorenzo, cuando le tostaban en las parrillas, y ponía contento en San Vicente cuando era descoyuntado y despedazado, y en las delicadas jovencillas, como Santa Justina, en sus torturas, y Santa Eulalia, la cual decía en el tormento: "Yo soy un libro en que estás escribiendo tu nombre". 

              La Fe y la esperanza del Cielo, con la gracia de Dios, embelleció y casi como divinizó la vida en la soledad a San Pablo el Ermitaño y a San Antonio Abad, y la de tantos miles de hombres como la abrazaron y en ella se santificaron y recibieron mercedes dulcísimas muy envidiables, en las penitencias que hacían y en la vida de trato continuo que con Dios tenían. Y la Fe y la esperanza del Cielo hizo este mismo prodigio en las mujeres que, como los hombres, se retiraron a la soledad viviendo penitencias pavorosas, como Santa María Magdalena y Santa Tais, en la continua comunicación que tenían con Dios, como lo ha hecho y está haciendo actualmente en tantos hombres y en tantas heroínas que dejan todas las comodidades y bienes para encerrarse en los claustros y vivir entregadas sólo para Dios en oración y sacrificio. Aun en esta vida, Dios da, como prometió, el ciento por uno a quienes viven santamente. 

              20- San Pablo esperaba confiado que este exorbitante premio del Cielo era para siempre y deseaba ir a gozarle pronto y estaba firmemente persuadido de que los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella Gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). El premio del Cielo le hacía amable y deseable la persecución. Y es que el recuerdo del Cielo, como premio soberano, pone fortaleza en mi alma y en todas. El recuerdo del premio del Cielo me ha movido a mí al retiro y silencio para estar y tratar con Dios, y ha hecho siempre amables el sacrificio y la persecución, y hasta el menosprecio y la calumnia. El premio del Cielo, iluminado con su luz sobrenatural, enseña a renunciar las disipaciones y curiosidades mundanas y aun los lícitos solaces con los hombres, y a muchas noticias y acontecimientos. 

               Por el premio del Cielo han pedido los Santos cruces. Admirado y embelesado escuchaba yo la hermosura y naturalidad con que brotaban de sus labios estas luminosas y atrayentes verdades. Y aún añadió, mirándome como miran los Santos: "Repasa en tu memoria, aunque sólo sea con la rapidez del relámpago, algunas historias de los héroes de Dios en la Santidad. Porque Dios tiene Sus héroes maravillosos y encantadores, muy diferentes de los héroes que aplaude la sociedad mundana y de los héroes de las guerras y de las ciencias. Mira los héroes de Dios sufriendo el Martirio, o la penitencia o practicando la virtud. Míralos ejercitando el apostolado activo o la vida escondida y abnegada de oración, recogimiento y mortificación, pero siempre ofrecidos a Dios por la propia santificación y por la salvación de todos los hombres, y para que Dios sea conocido y amado del mundo entero. En todos los Santos se ve brillar, como sol clarificador, la esperanza del Cielo y el deseo de llegar a poseer a Dios gloriosamente. Cuando Jesús pregunta a Santo Tomás qué premio quiere por lo bien que de Él ha escrito, el Santo le contesta: No quiero otro premio que a Ti mismo; y San Juan de la Cruz, a la misma pregunta, da por respuesta: Señor, te pido padecer y ser despreciado. El premio es Dios en el Cielo. Tú mismo recordarás de tus lecturas espirituales algunos hechos que confirman esto mismo". 

               Me sorprendió esta inesperada alusión a que yo contase algún hecho y, más para darle un poco de descanso que por narrar alguno, le dije: "Ciertamente se me viene a la memoria el martirio de San Aurelio. Dominaban los Sarracenos en España y perseguían a los Cristianos queriendo imponer la ley de Mahoma en toda España. Condenaron a San Aurelio a varios tormentos y, por fin, a la muerte por no querer renegar de Cristo. Cuando le llevaban a la muerte se animaba a sí mismo diciendo: Nada me arredra. Cristo es el gran consuelo de mi vida, y toda mi ganancia, morir por Él. Este mundo es para mí un caos tenebroso, y sólo pensar que voy a dejarlo y me voy al Cielo me llena de felicidad (2). Y lo dejó dichosamente por el Martirio y está glorioso en el cielo disfrutando perpetuamente el apremio".

               ¡Qué contento -me dijo él- recibo yo leyendo las vidas de los Santos, y veo lo reciben casi todos. Mucho anima esa lectura a imitarlos e ir por su camino, y son muchos los que con esa lectura han dado vuelta radical a su vida. Leyendo las vidas de los Santos, tomó San Ignacio la decisión de dejar el mundo y entregarse totalmente a Dios, y fue Santo, como sabemos; y San Agustín tomó la decisión firme cuando oyó el toma y lee y leyó las palabras de San Pablo. No sé si alguna vez habrás leído la historia de Barlaam y Josafat. Le dije que nunca había oído hablar de ella. Y me dijo: -Es preciosísima y sumamente aleccionadora. Tuvo muchísima influencia en la historia de la literatura, y más aún en la historia de la Iglesia en toda la Edad Media.


NOTAS

1) San Juan de la Cruz: Avisos, 160.
2) Isabel Flores de Lemus: Año Cristiano, I, A., 27 de Julio.



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