CAPÍTULO II
EL PREMIO DEL CIELO ANIMA A LA VIRTUD
8- Tan presente y tan imborrable como la inclinación y el deseo de ser feliz, tiene el hombre grabado en su naturaleza, al menos implícitamente, el deseo del Cielo y una vaga idea de lo que será la morada o lugar donde únicamente puede vivirse perfecta la felicidad. El alma considera el Cielo como el lugar dichoso donde se hallan juntos todos los bienes naturales y sobrenaturales o divinos, únicos capaces de hacer feliz al hombre. El Cielo ciertamente es el mismo Dios, la visión y posesión de Dios; pensamos que es un lugar de delicia, de hermosura y bienestar insoñable.
Con la visión y posesión de Dios en su esencia y perfecciones, recibe el alma participación de la misma vida feliz de Dios en todos sus atributos. Se hace bienaventurada y dichosa para siempre. Participará de las perfecciones y de la dicha de Dios en proporción de la gracia que adquirió en la tierra, y la participará para no perderla ya jamás ni aun disminuir en la delicia. Con la participación gloriosa de la vida y perfecciones de Dios, infunde Dios en el alma el más alto amor y la satisfacción de todos los deseos en la exaltación más jubilosa y exuberante. En la tierra no puede la inteligencia formarse idea de la grandiosidad y hermosura de esos deseos, pero quedarán colmados en toda su capacidad de entender y gozar.
9- El amor une las voluntades de quienes se aman. El amor de Dios une la voluntad del hombre con la de Dios y la Voluntad de Dios con la del hombre. Dios da el amor. El Cielo es el Reinado del Amor de Dios y del hombre. El amor de Dios guía al Cielo enseñando la Santidad y tiene su trono en el Cielo. Las almas buenas se han esforzado para vivir las virtudes con toda delicadeza y perfección mirando al Cielo.
El amor de Dios enseña la sabiduría para alcanzar mucho Cielo. El amor de Dios transforma la esperanza en confianza. Confiaron las almas fervorosas en que Dios, su Amado, les daría el Cielo, y no fueron defraudadas, y viven gloriosas en el Cielo, en la felicidad del mismo Dios, y Dios las ha hecho felices con su Visión Gloriosa y viven en el Cielo dichosas. El amor procura la presencia de lo amado. El amor enamorado no guarda secretos para el amado. Dios ama con amor infinito mi alma, y quiere darme el Cielo si yo correspondo a su amor, y en el Cielo me mostrará los secretos de sus perfecciones infinitas, me dará su misma vida y me comunicará sus perfecciones y su dicha; eso es el verdadero Cielo esencial. No puede darse mayor unión ni Dios mostrar mayor generosidad que hacerme feliz con su felicidad y dándome a vivir su misma vida.
10- Las almas de virtudes, enamoradas de Dios, confiadas en la palabra que Dios ha dado (Salmo 118, 49), deseosas de verle, amorosamente le instaban para que cumpliera pronto su palabra y le vieran ya en la visión gloriosa. Santa Teresa le decía:
Vivían en Dios y con Dios en amor; pero querían verle ya glorioso, y decían:
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia de amor,
que no se cura sino
con la presencia y la figura (2).
La grandeza de la vida espiritual está en que se vive a Dios presente y amoroso en el alma. Está presente en realidad actual, pero todavía ni el entendimiento le ve claro ni en su esencia, sino a través de los velos de la Fe, ni se le siente glorioso ni aun gozoso. La Fe es faro seguro y cierto para llegar a Dios, pero es oscura. El alma de vida interior, sobrenatural, sabe que tiene a Dios en sí misma y le mira y trata y se le entrega. El alma de vida interior trata y convive con Dios en el amor más íntimo dentro de sí misma; Dios obra la maravilla de la Santidad, pero el alma no le ve y le espera y le desea. Con el poeta dice:
tienes de la futura gloria,
gloria en rehenes; pues
este gozo sin zozobra
alcanza y adquiere
posesión por la esperanza (3).
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