lunes, 12 de abril de 2021

¿SE PUEDE SER CATÓLICO Y LIBERAL? ¡ROTUNDAMENTE, NO!

 

              Las muchas crisis que conmueven el mundo de hoy —del Estado, de la familia, de la economía, de la cultura, etc.— no constituyen sino múltiples aspectos de una sola crisis fundamental, que tiene como campo de acción al propio hombre. En otros términos, esas crisis tienen su raíz en los problemas del alma más profundos, de donde se extienden a todos los aspectos de la personalidad del hombre contemporáneo y a todas sus actividades.



               Durante muchos decenios el Liberalismo trató de engañar a la Iglesia. El monstruo liberal tenían mil caras para todos los gustos. 
               Una de ellas sonreía a la Iglesia, tratando de atraer y fascinar a sus hijos ingenuos. Otra miraba a la Iglesia con una fisonomía aprehensiva y con el ceño fruncido, con la finalidad de paralizar a los Católicos medrosos. Otra, aún, miraba a la Iglesia con la suspicacia, el tedio, el mal humor con el que el hijo pródigo miraba la casa paterna en el momento de la despedida: se trataba de una simple maniobra para desanimar la reacción de los Católicos auténticos, que temiesen una Apostasía masiva de sus hermanos, los "Católicos" liberales.
               Y dicho todo esto, no está agotada la descripción de la hidra. Con mil otras cabezas, con mil otros aspectos -anticlericalismo, libre pensamiento, anarquismo - ella incitaba al asalto de las iglesias, a la violación de los tabernáculos, a la profanación de las imágenes, al asesinato de los Sacerdotes y de las vírgenes consagradas, de los Reyes y Jefes de Estado, a esa turbamulta de nihilistas, incendiarios, carbonarios, bandidos, que desde 1789 hasta nuestros días, no ha cesado de operar, aquí o allá.
               El hombre impuro, por regla general, comienza por tender hacia el Liberalismo: lo irrita la existencia de un precepto, de un freno, de una ley que circunscriba el desborde de sus sentidos. Y, con esto, toda ascesis le parece antipática. De esa antipatía, naturalmente, viene una aversión al propio principio de autoridad, y así sucesivamente. El anhelo de un mundo anárquico -en el sentido etimológico de la palabra- sin leyes ni poderes constituidos, y en el cual el propio Estado no sea sino una inmensa cooperativa, es el punto extremo del liberalismo generado por la impureza.
               Tanto del orgullo cuanto del Liberalismo nace el deseo de igualdad y libertad totales, que es la médula del comunismo.
               A partir del orgullo y de la impureza se van formando los elementos constitutivos de una concepción diametralmente opuesta a la Obra de Dios. 

Doctor Plinio Corrêa de Oliveira, 
extractos de "La falsa alternativa", Junio de 1946



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