sábado, 3 de abril de 2021

MEDITACIONES PARA LA SEMANA SANTA. Sábado Santo: EL MARTIRIO DE MARÍA FUE EL MÁS PROLONGADO Y CRUEL DE TODOS


               ¿Habrá quien tenga un corazón tan duro que no se conmueva al oír el suceso más triste que haya ocurrido?. Había una madre noble y santa que no tenía  más que un solo hijo; éste era el más amable que imaginarse pueda: inocente, virtuoso, bello y amantísimo de su madre, hasta el punto que nunca le había dado el menor disgusto, sino que siempre le había mostrado respeto y obediencia total con  toda la ternura de su corazón. 




               Y después, ¿qué sucedió?: que ese hijo, por envidia, fue acusado por sus enemigos; y el juez, aunque conocía y confesó él mismo su  inocencia, únicamente por no enfurecer a sus enemigos lo condenó a la muerte más infame, la misma que le habían pedido a gritos. Y aquella pobre madre tuvo que sufrir el dolor de ver que le arrebataban contra toda justicia aquel hijo tan amante y  tan amado en la flor de su vida con una muerte atroz, pues lo hicieron morir a fuerza de tormentos, desangrado a la vista de la plebe, en un patíbulo infame. 

               ¿Qué podemos decir?, ¿es digno de lástima este suceso y el dolor de esta madre?. Ya me entendéis de quién hablo. Este hijo tan cruelmente ejecutado fue Jesús, Nuestro amorosísimo Redentor, y esta madre fue la Santísima Virgen María, quien por nuestro amor consintió verlo sacrificado a la Divina Justicia por la barbarie  de los hombres. Este gran Dolor de María ofrecido por nosotros, que le costó más que mil muertes, merece nuestra compasión y gratitud. Y si no podemos  corresponder de otra manera a tanto amor, al menos detengámonos a considerar lo cruel de este Dolor por el que María se convirtió en Reina de los Mártires, porque Su  Martirio superó el dolor de todos los Mártires, habiendo sido el Suyo, primero, el Martirio más prolongado, y segundo, el Martirio más cruel.

               María no sólo fue Reina de los Mártires porque Su Martirio fue el más prolongado de todos, sino también porque entre todos fue el mayor. ¿Quién puede medir la grandeza de Su dolor?. Jeremías parece que no encuentra a quién comparar esta Madre Dolorosa al contemplar Su sufrimiento por la Muerte de Su Hijo, y dice: “¿Con quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén?... Grande como el mar es tu tribulación. ¿Quién se compadecerá de ti?” (Libro de las Lamentaciones, cap. 2, vers. 13). 

               María entregó la vida de Su Hijo, a quien amaba más que a Su propia vida.

               San Antonino dice que los otros Mártires sacrificaron su propia vida,  mientras que la Virgen María padeció sacrificando la Vida de Su Hijo, al que amaba más que a Su propia vida. Así que no sólo padeció en el alma todo lo que Su Hijo padecía en Su cuerpo, sino que además causó mayor dolor a Su Corazón la vista de los sufrimientos de Su Hijo que si Ella los hubiera sufrido en Sí misma. 

               Que María sufrió en Su Corazón todos los ultrajes que hicieron a Su Jesús no hay quien lo dude. Todo el mundo sabe que las penas de los hijos lo son también de  las madres cuando están ellas viéndolos padecer. San Agustín, considerando el tormento que padecía la madre de los macabeos al ver a su hijo padecer el suplicio, dice: Ella, viéndolos padecer, sufría lo de todos; porque a todos los amaba, sufría en su alma lo que ellos en el cuerpo. Lo mismo sucedió a María; los azotes, las espinas, los clavos y la Cruz que afligieron la carne inocente de Jesús penetraron igualmente en el Corazón de María para consumar Su Martirio.

               Al decir de San Lorenzo Justiniano, el Corazón de María fue como un espejo donde se reflejaban los dolores de Su Hijo. En Él se veían los salivazos, los golpes, las Llagas y todo lo que sufría Jesús. Y considera San Buenaventura que aquellas Llagas que estaban desparramadas por todo el Cuerpo de Jesús estaban unidas en el Corazón de María. De este modo, la Virgen, por la compasión hacia Su Hijo, fue flagelada, coronada de espinas, despreciada y clavada en la Cruz en Su Corazón amante.

               Por eso son tan grandes las gracias prometidas por Jesús a los devotos de los Dolores de María. Refiere Pelbarto haberse revelado a Santa Isabel, que San Juan, después de la Asunción de la Virgen, ardía en deseos de verla; y obtuvo la gracia pues se le apareció su amada Madre y con Ella Jesucristo. Oyó que María le pedía a Su Divino Hijo, gracias especiales para los devotos de Sus Dolores. Y Jesús le prometió estas gracias especiales:

          1ª. Que el que invoque a la Madre de Dios recordando Sus Dolores, tendrá la gracia de hacer verdadera penitencia de todos sus pecados.

          2ª. Que los consolará en sus tribulaciones, especialmente en la hora de la muerte. 

          3ª. Que imprimirá en sus almas el recuerdo de Su Pasión y en el Cielo se lo premiará.

          4ª. Que confiará esos devotos a María para que disponga de ellos según Su agrado y les obtenga todas las gracias que desee. 


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



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