viernes, 30 de abril de 2021

SANTA CATALINA DE SIENA, Mística y Patrona de Italia

 

              Santa Catalina nació en 1347 y fue la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera Visión sobrenatural, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa: cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de Ángeles; Jesús le sonreía le sonreía al tiempo que le impartía la bendición.




              Su padre, Jacobo, era tintorero de pieles, pensó casarla  con un hombre rico, pero la joven Catalina se negó en rotundo y manifestó que se había prometido a Dios cortándose el pelo y dejando atrás las vanidades de las jóvenes de su edad. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometieron a los servicios más  humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.

              Para ayudarse a construir la morada interior, hizo de los fenómenos y personajes externos un camino hacia la Vida Espiritual: al ver y servir a su padre, se figuraría que servía a Dios; al ver y servir a su madre, tendría presente a María Nuestra Señora; y en el servicio a los hermanos, serviría a los Apóstoles.

               Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la Tercera Orden de Santo Domingo cuando apenas tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible Peste Negra, conocida en la Historia con el nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.

              A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los Soberanos y aconsejando a los Príncipes. Por su influjo, el Papa Gregorio XI dejó la sede de Avignon para retornar a Roma. Este Pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

               Intensificó la oración y la penitencia realizada en la habitación que había convertido en una especie de eremitorio. Fueron tres años intensos de los que solo sabía, además de Dios que todo lo conoce, su confesor. Punzantes tentaciones contra la castidad que brotaban de su mente de mil formas distintas le produjeron gran turbación y desasosiego. A ello siguió una profunda oscuridad que constituyó para la Santa una prueba aún mayor. Le sostuvo su humildad y confianza en Dios. 

               Al final de este túnel, cuando vislumbró el rostro resplandeciente de Cristo, le preguntó: "¿Dónde estabas Tú, mi divino Esposo, mientras yacía en una condición tan abandonada y aterradora?". Él respondió: "Hija, estaba en tu corazón, fortificándote por la gracia". Cristo Crucificado le tendía los brazos y se esforzaba por asemejarse a Él. Este inefable amor fue singularmente correspondido en 1366, con su Místico Desposorio sellado con una alianza, que siempre era visible para ella pero no para el resto de mortales.

               A lo largo de su vida fue agraciada con numerosos éxtasis, así como dones de lágrimas, milagros y profecía. En una de sus visiones, narra su confesor y biógrafo san Raimundo de Capua, tuvo la impresión de que Dios se había llevado su corazón. Y pocos días más tarde, viéndose envuelta en una luz que provenía del cielo, se le apareció el Salvador portando en sus manos un rojo corazón del que emanaba intenso fulgor. Se acercó a ella y abrió su costado izquierdo introduciéndoselo, al tiempo que le decía: "Hija, el otro día me llevé tu corazón; hoy te entrego el Mío y de aquí en adelante lo tendrás para siempre".Le cerró el pecho, pero la cicatriz fue ostensible. A partir de entonces solía decir: "Señor, te recomiendo mi corazón".

              El Señor se le aparecía con frecuencia y estaba largo tiempo en su compañía llevando consigo algunas veces a Su Santa Madre, otras a Santo Domingo o a ambos juntos, a Santa María Magdalena, a San Juan Evangelista, a San Pablo y a otros santos, bien juntos, bien separados. Pero por lo general se aparecía solo y conversaba con ella como un amigo con otro en términos de la mayor intimidad.

              Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, Santa Catalina dictó un maravilloso libro titulado "Diálogo de la Divina Providencia", donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica, que expresan los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la Edad Media.

               Gracias a Santa Catalina, el Papa Gregorio XI tomó la determinación de que la sede de Pedro regresara a Roma tras unos años de exilio en Avignon; a la muerte de este Pontífice, Santa Catalina ayudó a afianzar la legítima Autoridad de su sucesor, el Papa Urbano VI. La Santa amaba profundamente el Papado, y al Romano Pontífice lo definía como "el Dulce Cristo en la tierra".

               Santa Catalina de Siena, murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de Abril de 1380, lo que no impidió reconocerla como la gran Mística del siglo XIV. El Papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como Patrona de la ciudad; es además, Patrona de Italia y Protectora del Pontificado. En 1939, el Papa Pío XII declara a Santa Catalina de Siena Patrona de Italia, junto a San Francisco de Asís.




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