Cuando Santa Teresa fundó el primer monasterio de la Reforma del Carmelo, le dijo Nuestro Señor: "Deseo que sea dedicado a San José y lleve su nombre. Este santo guardará una de las puertas y la Santísima Virgen la otra y Yo estaré entre vosotras..."
Otra vez, se encontraba Santa Teresa en la ermita de los Padres Dominicos, era el día de la Asunción de Nuestra Señora; sumergida en la oración sintió que alguien le colocaba sobre los hombros un hermosísimo manto. Durante unos instantes, no vio quién se lo ponía, pero poco después reconoció a la Santísima Virgen y a Su Bendito Esposo San José. Ambos le explicaron que aquel manto blanco era símbolo de la pureza frente al pecado.
La Santa experimentó en su corazón una gran alegría. Nuestra Señora le habló de nuevo con cariño y mientras Santa Teresa escuchaba esa voz celestial, tuvo la impresión de apretar en su mano la de la Virgen. "Estoy tan satisfecha -le dijo la Virgen María- de que hayas consagrado a San José este primer convento que puedes pedir lo que quieras para su Comunidad, con la certeza absoluta de que lo recibirás."
Los dos Santos Esposos colocaron entonces en las manos de Teresa una piedra preciosa de gran valor y dejaron a la Santa inundada de la más pura alegría y del más ardiente deseo de ser enteramente consumida por la fuerza del amor divino. A continuación, la Virgen y San José colocaron alrededor del cuello de la Santa un precioso collar del cual pendía una cruz. Aún en éxtasis, Santa Teresa contempló como la Divina Pareja se elevaba gloriosa al Cielo, escoltada por una inmensidad de Ángeles.
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