Antes de continuar explicando qué son estos misterios, mostraré como varios tipos de sacrificios en el Antiguo Testamento son cumplidos, y, por decirlo así, renovados en la Misa.
El Sacrificio de Abel.
El primer tipo del Sacrificio de la Misa es el de Abel, que le ofreció un holocausto de los primeros corderos de su rebaño al Señor su Dios con verdadera devoción y como un reconocimiento de su sujeción a la divina majestad. Aprendemos que su ofrecimiento era agradable a Dios de las palabras de la Sagrada Escritura: “…y agradóse Yavé de Abel y su ofrenda…” (Libro del Génesis, cap. 4, vers. 4); o como ha sido traducido: “El Señor encendió el sacrificio de Abel.”. Eso quiere decir, que cuando el piadoso Abel puso la madera y la oblación en el Altar y se la ofreció a Dios en oración, el fuego descendió del cielo y consumió la carne del cordero que había sido degollado. De una manera parecida, en la Misa, cuando el Sacerdote ha ofrecido la oblación de pan y vino sobre el Altar y pronunciado las palabras de la consagración sobre ellos, el Espíritu Santo, el Fuego Divino desciende del cielo y consume la oblación de pan y vino, cambiándola en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El sacrificio de Abel se congració con Dios Omnipotente; pero el Sacrificio Cristiano es incomparablemente más agradable a sus ojos. Pues, cuando el Sacerdote oficiante eleva la Hostia y se La ofrece a Dios Padre, pronuncia las mismas palabras que dijo en el bautismo de Jesús: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.”. (Evangelio de San Mateo, cap. 3, vers. 17)
El Sacrificio de Noé.
El segundo tipo del Sacrificio de la Misa fue el sacrificio ofrecido por el patriarca, Noé; como leemos: Alzó Noé un altar a Yavé, y tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras, ofreció sobre el altar un holocausto. Y aspiró Yavé el suave olor, y se dijo en su corazón: “No volveré ya más a maldecir a la tierra por el hombre… ” (Libro del Génesis, cap. 8, vers. 20-21). Ahora bien, si el sacrificio de Noé fue tan grato a Dios que su ira fue apaciguada y que prometió no destruir nunca la tierra por un diluvio, cuánto más grato a Él debe ser el Sacrificio del Nuevo Testamento, en el cual su Hijo único es ofrecido como una víctima fragrante.
El Sacrificio de Abraham (1)
Encontramos un tercer tipo del Sacrificio de la Misa en los diversos sacrificios del santo Patriarca, Abraham, que una vez ofreció a su hijo único, Isaac; y de quien se dice frecuentemente en la Sagrada Escritura: “Alzó allí en Siquem un altar a Yavé, que se le había aparecido.” (Libro del Génesis, cap. 12, vers. 7), “…y alzó allí (cerca de Betel) un altar a Yavé, invocando su nombre de Yavé.” (Libro del Génesis, cap. 12, vers. 8). Se dice lo mismo de Isaac y Jacob, que eran sirvientes fieles de Dios, y como todos sus sirvientes; ofrecieron holocaustos al Señor.
Todos los Sacerdotes del Nuevo Testamento han sido imitadores de los grandes Patriarcas de los tiempos antiguos y han seguido su ejemplo atentamente, ofreciendo con devoción al Dios Supremo, en Tiempos y lugares distintos el sacrificio más grato de la Santa Misa. Esta práctica ha sido continuada hasta hoy con entusiasmo aún más grande, puesto que es costumbre hoy para cada Sacerdote que es verdaderamente devoto ofrecer el Santo Sacrificio a Dios cada día.
El Sacrificio de Melquisedec.
El cuarto tipo de la Santa Misa es el sacrificio de Melquisedec, el Rey y Sumo Sacerdote, que cuando el patriarca Abraham volvió triunfante de la matanza de sus enemigos, como una acción de gracias, le ofreció a Dios Omnipotente una nueva oblación consistiendo en pan y vino, presentados con formas y ceremonias especiales: “Y le dio Abram el diezmo de todo.” (Libro del Génesis, cap. 14, vers. 20). Melquisedec es señalado en la Sagrada Escritura como un tipo de Cristo al que nos hemos referido en el primer capítulo de este libro.
El Sacrificio de Aarón.
El sacrificio ofrecido por Aarón, y todos los demás Sacerdotes de la Ley Mosaica, es un quinto tipo del Santo Sacrificio de la Misa. [Antes de la institución de esta Ley, que fue dada por Dios mismo, los hombres justos del Antiguo Testamento, guiados por la luz de la razón le habían ofrecido holocaustos a Dios. En la Ley dada a Moisés, Dios señaló tres clases de sacrificio que tenían que ser ofrecidos por el pueblo judío. Estos eran verdaderos holocaustos, ofrecimientos de paz y de satisfacción por los pecados. Había que ofrecerle dos corderos sin mancha diariamente en el Templo en Jerusalén.
Estos sacrificios de los Judíos duraron hasta el tiempo de Cristo y todos prefiguraron claramente el Sacrificio de la Cruz. En el momento en que Jesús murió en la Cruz, el Velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo como un signo del disgusto de Dios por el rechazo de su Hijo por los Judíos. Después de la Muerte de Cristo los sacrificios judíos antiguos cesaron no voluntariamente sino a causa de la destrucción terrible de Jerusalén y su Templo en el año 70 de nuestra Era Cristiana. Nunca ha sido reconstruido y nunca lo será, porque esos sacrificios fueron reemplazados por el perfecto Sacrificio del Cordero de Dios en la Cruz.
Todos estos sacrificios antiguos agradables a Dios, especialmente los de Abel, Abraham y el Sumo Sacerdote Melquisedec, son mencionados especialmente en la Santa Misa (en el Canon Romano). Después de la Consagración, el Sacerdote dice: “Mira con ojos de bondad esta ofrenda, y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abraham, nuestro Padre en la Fe, y la oblación pura de Tu Sumo Sacerdote Melquisedec”. Por estas palabras, la Iglesia declara que los sacrificios del antiguo Testamento fueron agradables y gratos a Dios Todopoderoso.
NOTAS ACLARATORIAS
1 “Abraham”, compuesto según la etimología vulgar de Ab y hamon, significa: padre de la muchedumbre. Es un testimonio perenne de la Promesa Divina.
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