«Y porque oímos decir que, en algunos lugares, los judíos hicieron y hacen
el día del Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo
en manera de escarnio, hurtando los niños y poniéndolos en la cruz,
o haciendo imágenes de cera y crucificándolas
cuando no pueden conseguir niños.»
Rey Alfonso X el Sabio
Cuenta la historia que el 31 de Agosto de 1250, cuando iba Dominguito de camino de la Catedral a su casa, fue engañado por un judío llamado Albayuceto quien lo condujo hacia la judería de la ciudad. Una vez llegados a una casa, un grupo de otros judíos les estaban esperando y comenzaron a torturar al pobre Domingo, al que clavaron en una cruz y le infringieron heridas hasta causarle la muerte.
Tras el crimen del inocente niño, los judíos procuraron hacer desaparecer el cuerpo. Le cortaron la cabeza y los pies, que lanzaron al pozo que tenían en la casa, mientras que el resto del cuerpo lo enterraron en la orilla del Ebro, muy cerca del actual pozo de San Lázaro junto al Puente de Piedra. Mientras, la ciudad se volvía loca buscando al niño desaparecido hasta que un día dos pescadores que estaban en el río vieron cómo un fuerte rayo de sol descendía de los cielos y comenzó a iluminar un punto concreto de la orilla. Los pescadores acudieron allí y empezaron a cavar hasta que encontraron los restos de Domingo. Se revelaba el misterio de qué había sido del niño, siendo una señal divina la que mostró dónde se encontraba su cuerpo.
Sin embargo, el milagro no se terminó ahí. De nuevo la intercesión celestial hizo que las aguas del río Ebro crecieran de forma anormal para aquella época del año y los pozos de las casas de la ciudad comenzaron a rezumar agua y a desbordarse, con lo que los pies y cabeza del niño salieron del pozo de la casa judía a la que fueron lanzados. Por fin se esclarecía el misterio y toda la ciudad vio que los responsables habían sido los judíos.
Domingo de Val fue canonizado el 9 de Julio de 1808 por el Papa Pío VII, siendo hoy en día Patrón de los infanticos (niños cantores de la Catedral de Zaragoza) y sus restos fueron enterrados en la misma Catedral donde acolitaba, en una magnífica capilla dedicada a él.
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