...¿quién no ha experimentado que no hay un camino más seguro y más expedito para unir a todos con Cristo que el que pasa a través de María, y que por ese camino podemos lograr la perfecta adopción de hijos, hasta llegar a ser santos e inmaculados en la Presencia de Dios? En efecto, si verdaderamente a María le fue dicho: Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirá todo lo que el Señor te ha dicho, de manera que verdaderamente concibió y parió al Hijo de Dios; si realmente recibió en su vientre a Aquel que es la Verdad por naturaleza, de manera que engendrado en un nuevo orden, con un nuevo nacimiento se hizo invisible en sus categorías, visible en las nuestras; puesto que el Hijo de Dios hecho hombre es Autor y consumador de nuestra Fe, es de todo punto necesario reconocer como partícipe y como Guardiana de los Divinos Misterios a Su Santísima Madre en la cual, como el fundamento más noble después de Cristo, se apoya el edificio de la Fe de todos los siglos.
¿Es que acaso no habría podido Dios proporcionarnos al restaurador del género humano y al fundador de la fe por otro camino distinto de la Virgen? Sin embargo, puesto que pareció a la divina providencia oportuno que recibiéramos al Dios-Hombre a través de María, que lo engendró en Su vientre fecundada por el Espíritu Santo, a nosotros no nos resta sino recibir a Cristo de manos de María. De ahí que claramente en las Sagradas Escrituras, cuantas veces se nos anuncia la gracia futura, se une al Salvador del mundo Su Santísima Madre.
En Ella pensó Noé, recluido en el arca acogedora; Abraham cuando se le impidió la muerte de su hijo; Jacob cuando veía la escala y los ángeles que subían y bajaban por ella; Moisés admirado por la zarza que ardía y no se consumía; David cuando danzaba y cantaba mientras conducía el Arca de Dios; Elías mientras miraba a la nubecilla que subía del mar. Por último - ¿y para qué más?- encontramos en María, después de Cristo, el cumplimiento de la Ley y la realización de los símbolos y de las Profecías. Pero nadie dudará que a través de la Virgen, y por Ella en grado sumo, se nos da un camino para conocer a Cristo, simplemente con pensar que Ella fue la única con la que Jesús, como conviene a un hijo con su madre, estuvo unido durante treinta años por una relación familiar y un trato íntimo. Los admirables Misterios del Nacimiento y la infancia de Cristo, y, sobre todo, el de la asunción de la naturaleza humana que es el inicio y el fundamento de la Fe ¿a quién le fueron más patentes que a la Madre? La cual ciertamente, no sólo conservaba ponderándolos en Su Corazón los sucesos de Belén y los de Jerusalén en el templo del Señor, sino que, participando de las decisiones y los misteriosos designios de Cristo, debe decirse que vivió la misma vida que Su Hijo. Así pues, nadie conoció a Cristo tan profundamente como Ella; nadie más apta que Ella como Guía y Maestra para conocer a Cristo.
¿Es que acaso no habría podido Dios proporcionarnos al restaurador del género humano y al fundador de la fe por otro camino distinto de la Virgen? Sin embargo, puesto que pareció a la divina providencia oportuno que recibiéramos al Dios-Hombre a través de María, que lo engendró en Su vientre fecundada por el Espíritu Santo, a nosotros no nos resta sino recibir a Cristo de manos de María. De ahí que claramente en las Sagradas Escrituras, cuantas veces se nos anuncia la gracia futura, se une al Salvador del mundo Su Santísima Madre.
En Ella pensó Noé, recluido en el arca acogedora; Abraham cuando se le impidió la muerte de su hijo; Jacob cuando veía la escala y los ángeles que subían y bajaban por ella; Moisés admirado por la zarza que ardía y no se consumía; David cuando danzaba y cantaba mientras conducía el Arca de Dios; Elías mientras miraba a la nubecilla que subía del mar. Por último - ¿y para qué más?- encontramos en María, después de Cristo, el cumplimiento de la Ley y la realización de los símbolos y de las Profecías. Pero nadie dudará que a través de la Virgen, y por Ella en grado sumo, se nos da un camino para conocer a Cristo, simplemente con pensar que Ella fue la única con la que Jesús, como conviene a un hijo con su madre, estuvo unido durante treinta años por una relación familiar y un trato íntimo. Los admirables Misterios del Nacimiento y la infancia de Cristo, y, sobre todo, el de la asunción de la naturaleza humana que es el inicio y el fundamento de la Fe ¿a quién le fueron más patentes que a la Madre? La cual ciertamente, no sólo conservaba ponderándolos en Su Corazón los sucesos de Belén y los de Jerusalén en el templo del Señor, sino que, participando de las decisiones y los misteriosos designios de Cristo, debe decirse que vivió la misma vida que Su Hijo. Así pues, nadie conoció a Cristo tan profundamente como Ella; nadie más apta que Ella como Guía y Maestra para conocer a Cristo.
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