viernes, 11 de marzo de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Picarretta. OCTAVA HORA

       

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 12 A LA 1 DE LA MAÑANA 

OCTAVA HORA 

La captura de Jesús


               Oh Jesús mío, es ya medianoche. Ya oyes que se aproximan los enemigos. Te veo ahora limpiándote y enjugándote la sangre y reanimado por los consuelos recibidos. Veo nuevamente a tus Apóstoles, a quienes llamas y los amonestas y te los llevas contigo, y sales al encuentro de tus enemigos, queriendo con esto reparar con tu prontitud mi lentitud, mi desgana y mi pereza en obrar y en sufrir por tu amor. Más, oh Jesús mío qué escena tan estrujante veo: al primero que encuentras es al pérfido Judas, el cual, acercándose a Ti y poniendo un brazo a tu hombro te saluda y te besa; y Tú, Amor entrañabilísimo, no desdeñas el beso de esos labios infernales; abrazas a Judas y lo estrechas a Tu Corazón queriendo arrancarlo del Infierno, dándole muestra de nuevo amor...

               Jesús mío, ¿cómo es posible no amarte? La ternura de tu amor es tanta que debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo, no te aman. Más, oh Jesús mío, en este beso de Judas Tú reparas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad, y sobre todo en los sacerdotes. Tu beso, además, declara que a ningún pecador, con tal que venga a ti humillado y arrepentido, rehúsas perdonarlo. Ternísimo Jesús mío, ya que te entregas a merced de tus enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir todo lo que quieran, yo también Jesús mío, me entrego a tus manos, para que libremente puedas hacer de mí lo que más te agrade. Y junto contigo quiero seguir tu Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas. Quiero estar siempre en torno a ti para hacer que no haya ofensa que no te repare, amargura que no endulce, salivazos y bofetadas que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mía...

               En tus caídas estarán siempre dispuestas mis manos ayudarte para levantarte. De manera que, oh Jesús, siempre quiero estar contigo, ni un solo minuto quiero dejarte solo; y para estar más segura, introdúceme dentro de Ti, y así yo estaré en tu mente, en tus miradas, en tu Corazón y en todo tu Ser para hacer que lo que Tú haces pueda hacerlo también yo; así podré hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas, y podré darte por todo mi correspondencia de amor. Dulce Bien mío, a tu lado estaré para defenderte, para aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas tus palabras...¡Ah, cómo me descienden dulces en mi corazón las palabras que dirigiste a Judas: “Amigo, ¿a qué has venido?”. Me parece que a mí también me diriges las mismas palabras, no llamándome amiga, sino con el dulce nombre de Hija...”Hija, ¿a qué has venido?” Y yo te respondo: “¡Jesús, a amarte!”...”¿A qué has venido?” me dices si hago oración; “¿A qué has venido?”me repites desde la Hostia Santa, o si trabajo, o si tomo alimento, o si sufro, o si duermo...¡Qué hermoso reclamo para mí y para todas las almas ¡ ¡Pero cuántos, a tu pregunta “A qué has venido?” responden: ¡Vengo a ofenderte!; otros, fingiendo no escucharte se entregan a toda clase de pecados, y a tu pregunta”¿A qué has venido?”responden con irse al infierno...¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Quisiera tomar esas mismas sogas con que van a atarte tus enemigos, para atar a estas almas y evitarte este dolor. 

               Y de nuevo oigo tu voz ternísima que ahora dice, mientras sales al encuentro de tus enemigos: “¿A quién buscáis?” y ellos responden: “A Jesús Nazareno”. Y Tú les dices: “YO SOY”, los vuelves a llamar a la vida, y por ti mismo te entregas en manos de tus enemigos. Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de quedar humildemente postrados a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan te hacen caer por tierra, te pisotean, bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú con paciencia inaudita callas, sufres y reparas las ofensas de los que, a pesar de los milagros, no se rinden, sino que además cada vez más se obstinan... Con tus sogas y cadenas suplicas que sean rotas las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con las dulces cadenas de tu amor. Y a San Pedro, que quiere defenderte, y llega hasta a cortar una oreja a Malco, lo corriges amorosamente, y quieres reparar con esto las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por excesivo celo caen en la culpa. 

               Pacientísimo Jesús mío, estas cuerdas y cadenas parecen añadir algo de más hermoso a tu persona. Tu frente se hace más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus mismos enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu rostro divino manifiesta una suprema paz y dulzura, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con tus modos suaves y penetrantes los haces temblar, tanto que si se atreven a ofenderte es porque Tú mismo así lo consientes... Oh Amor encadenado y atado. ¿Es que vas a permitir que estando Tú atado por mí, para probar más que me amas, yo, que soy tu pequeña hija, esté sin cadenas? ¡No, no! Con tus manos santísimas átame con tus mismas sogas y cadenas. Te ruego que ates, mientras beso tu frente divina, todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis afectos y todo mi ser, y que ates juntamente a todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus amorosas cadenas, no se atrevan a ofenderte más. 

               Ah, dulce Bien mío, ya es la una de la madrugada y la mente está cargada de sueño; voy a hacer lo más que pueda por mantenerme despierta, pero si el sueño me sorprende, me quedo en Ti para seguir lo que haces Tú; es más, Tú mismo lo harás por mí en ti, Jesús mío, dejo mis pensamientos para defenderte de tus enemigos, mi respiración para hacerte compañía, mis latido para que te digan siempre que te amo y para darte el amor que no te dan los demás, y las gotas de mi sangre para repararte y para restituirte los honores y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas. Jesús mío, bendíceme; y si Tú quieres que duerma, hazme dormir en tu adorable Corazón, para que por tus latidos, acelerados por el amor o por el dolor, pueda ser yo despertada frecuentemente y así no quede interrumpida nunca nuestra compañía...

               


Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia





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